Ha sido y es peligrosamente esperable que mientras
la cobertura mediática de la asunción de Nicolás
Maduro se centró en la disputa en torno al cuestionado resultado oficial de las
elecciones del 14 de abril, la escalada de violaciones de los derechos humanos
de su incipiente gobierno ha pasado casi inadvertida.
Los grupos
internacionales de defensa de los derechos humanos y los líderes de la
oposición venezolana dicen que, en los días siguientes a la elección, el gobierno
de Maduro ha llevado a cabo un virtual golpe legislativo, y está suprimiendo la
libertad de expresión y de reunión en todo el país.
La congresista de la
oposición María Corina Machado lo expresó muy cabalmente: "La crisis
electoral ha concentrado toda la atención nacional e internacional, pero aquí
se han producido eventos que configuran un golpe de Estado", al referirse
a la represión gubernamental que se desató luego de que Henrique Capriles
cuestionó los resultados oficiales de la elección.
A partir de los
resultados de las elecciones, que según el oficialista Consejo Nacional
Electoral fueron ganadas por Maduro por el 50,7 contra el 49% de los votos, por
lo menos ocho personas murieron y cientos han sido arrestados en circunstancias
que aún deben determinarse.
Nicolás Maduro, el aparente
heredero político de Chávez, culpa a la oposición por esas muertes. Los líderes
opositores dicen que el gobierno está inventando o provocando actos de
violencia para distraer la atención de unas elecciones fraudulentas. Pero
independientemente de quién esté diciendo la verdad, no hay dudas de que se ha
producido una suerte de intervención gubernamental del Congreso desde que el
presidente de la
Asamblea Nacional , Diosdado Cabello -número dos en la
jerarquía del gobierno- quitó a todos los legisladores de la oposición su
derecho a hablar en el Congreso mientras no acepten la victoria de Maduro.
"En esta Asamblea Nacional, mientras yo sea presidente -dijo Cabello- si
no reconocen a Nicolás, si no reconocen la institucionalidad del Estado, no
tendrá derecho de palabra ningún diputado”. Acto seguido, Cabello le tomó
examen a cada legislador que pidió la palabra, preguntándole si aceptaba la
victoria de Maduro, y negándoles el micrófono a quienes no respondieron
positivamente. Una verdadera locura enmarcada en una tácita abolición del
Parlamento.
En el mismo sentido, y
casi al mismo tiempo, Maduro prohibió una manifestación de la oposición para
exigir el recuento de votos y, tras las elecciones, exigió que los canales
televisivos Venevisión y Televen se alinearan con el gobierno chavista.
"Llamo a Venevisión, a Televen, a todos los medios de comunicación...:
¡Definan con quién están! Con la patria, con la paz, con el pueblo, o con el
fascismo", dijo en uno de sus discursos.
"El gobierno de
Venezuela no debería limitar los derechos de sus ciudadanos a expresar
libremente su opinión y a reunirse pacíficamente como respuesta a la
cuestionada elección presidencial", expresó la organización de derechos
humanos Human Rights Watch.
En este contexto, no
puedo dejar de expresar mi opinión: el amigo Maduro empezó muy mal. Con el
índice de inflación más alto y más difuso de América latina, una creciente
escasez de azúcar, aceite, arroz, harina y otros alimentos en los
supermercados, cortes de electricidad constantes, un nivel de criminalidad
nunca visto y casi la mitad, o más, de la población convencida de que las
elecciones fueron fraudulentas, está más que claro que la primera tarea de Maduro
debe ser la de pacificar el país.
Si lo quisiera, tiene
buenos espejos donde mirarse y poder medir su gestión inicial. Así como el
presidente mexicano Enrique Peña Nieto y el presidente colombiano Juan Manuel
Santos después de ganar las recientes elecciones por márgenes mucho más
holgados, Maduro debería invitar a críticos del gobierno a integrar su
gabinete, y dedicarse a construir puentes con la oposición para recuperar la
economía.
Si el nuevo presidente
tiene un dedo de frente, e instintos democráticos, eso es lo que hará, entre
otras cosas, para poder tomar las duras medidas económicas que su gobierno
tendrá que afrontar. Pero, hasta ahora, Maduro no ha demostrado tener una cosa
ni la otra, sino sólo una tendencia a imponer su voluntad por la fuerza.
Como lo hacen los que
no confían en sus propias capacidades.
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