lunes, 22 de abril de 2013

Apuntes sobre la espera y la esperanza

Por Ariel Torres



Es sabido que nuestro decaimiento o nuestra fuerza –según sea- se albergan en el corazón mismo del lenguaje que empleamos. Desde los conceptos que emitimos podemos alejarnos, dividirnos, desnaturalizarnos o acercarnos y hacernos más humanos. Atrapados en la misma red de las palabras y agobiados por el abuso de las mismas, a veces no logramos percibir la realidad y sólo usamos el lenguaje para legitimarnos en nuestras posturas políticas o religiosas. En estos tiempos sobreabunda la continua referencia, incluso en el ámbito político, al amor, a la fe, a la esperanza, a la reconciliación, pero me pregunto si las palabras que usamos verdaderamente expresan el sentido que en la práctica les otorgamos.

El uso que le damos a las palabras es más que un simple ejercicio de gramática, pues ellas son como las notas musicales en las que componemos nuestras grandes partituras. Sólo recuperando el dominio del contenido de las palabras lograremos comprender nuestra propia naturaleza y saber que no somos impotentes frente a la realidad. Por ello, quiero detenerme en el vocablo esperanza, pues tenemos una comprensión en un sentido muy amplio de la fe y existe una implicación muy íntima entre la fe, y la esperanza.

No descubro nada si digo que vivimos arrastrados por el ritmo ciego de la historia, arrojados a las fuerzas invisibles del destino que nos ha tocado vivir y de los acontecimientos históricos que más nos afectan, y a veces podemos tener la sensación de vivir sin esperanza. Pero interiormente sabemos que es ella la única que nos arranca del ritmo de los hechos cotidianos y nos otorga densidad humana.

La esperanza en sí misma está conformada por esperas, pero éstas no son ella. La esperanza es mucho más que la realización o el fracaso de lo que esperábamos. Identificar nuestras esperas con la esperanza en el caso de la no realización de lo que esperábamos nos lleva a la indolencia, a la resignación o a la fuga de la realidad; también puede conducirnos al conformismo o al triunfalismo. La exaltación e identificación de la realización de lo esperado con la esperanza opaca de igual forma la realidad de la esperanza.

La esperanza es una espera vívida, que despierta todos los sentidos con la finalidad de alcanzar lo que se aguarda, en la medida en que esta posibilidad se presenta sin reducirse a ello. La esperanza nos aporta una capacidad y una sabiduría transformadoras y de ese modo es posible ver no solamente nuestra realidad cómo es, sino también cómo puede llegar a ser o cómo puede transformarse. Por ello es que implica la responsabilidad, aviva la participación, nos regresa a nuestra propia naturaleza humana y se opone al triunfalismo que se supedita a la conquista o se agota en la realización de lo esperado.


La verdadera esperanza asume la desesperanza, eliminando su valor negativo de apatía y resignación. La esperanza como una dimensión de sentido es capaz de abrirse paso en medio de momentos y sensaciones que nos son profundamente negativas, abismos aciagos, caminos inciertos, y túneles iniluminados.

En estos días de noticias insalubres, de eventos difíciles de concebir, de decepciones desangrantes en lo social, es cuando la esperanza nos abre los brazos para que, desde lo personal, podamos construir una inmensa red de contención que nos permita ver la luz que siempre está al final de todo túnel.

Como todo, es una cuestión de actitud. Y es lo que nos diferencia a los humanos… de los otros humanos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.