Si el kirchnerismo
dejara de gobernar la Argentina en el 2015, esto no significaría de ningún modo
que va a pasar a formar parte del pasado de los argentinos de manera
automática. Ni mucho menos. En un sentido amplio, esto no será así porque la
kirchnerización de la cultura (llámese el establecimiento de una cultura del
resentimiento, del parasitismo, de la pereza y la delincuencia) no es superable
con el acto eleccionario. En otro sentido, más restrictivo, porque el
kirchnerismo como espacio político tiene planes para su retórica/relato nacional
&popular, en 2019.
Por eso
el intento de La Cámpora en promover políticamente, de una vez por todas, a
Máximo Kirchner. La idea es que siga los pasos de su propio padre, comenzando
su carrera política postulándose a la intendencia de Río Gallegos y, poco a
poco, que se vaya convirtiendo en una alternativa de continuidad para el
kirchnerismo. En este orden de cosas, la biógrada de CFK, Sandra Russo, ha
publicado recientemente un libro apologético de La Cámpora en la que le concede
un protagonismo destacado al hijo de Néstor.
Puesto
negro sobre blanco, la realidad nos dice que a Máximo la política jamás le
interesó. Tiene pasiones menos “mundanas”, como el fútbol, el fernet y la
cumbia villera. De hecho, el hijo presidencial decidió ingresar en la carrera
de periodismo deportivo tras su fracaso como estudiante de Derecho, en la
Universidad de La Plata, por donde pasaron sus progenitores, esto último no
totalmente confirmado. Pero la vocación de periodista deportivo del opaco
principito también quedó en la nada rápidamente, y sus padres decidieron que
los libros no eran lo suyo, encomendándole, entonces, la administración de las
propiedades familiares. Cada vez más numerosas, por cierto.
El matrimonio
presidencial, no obstante, ha hecho lo imposible por inculcar pasión política
en su hijo, promoviendo siempre la participación de Máximo en las reuniones de
La Cámpora. Pero el primogénito jamás destacó, al punto que algunos militantes
de la agrupación lo apodaban “Mínimo” a sus espaldas. Uno de los operadores de
Cristina que participó del armado de las listas de las elecciones en 2011, por
entonces se quejaba de Máximo en los siguientes términos: “Si tiene talento
político, no lo ha demostrado. O yo nunca lo escuché. Estamos en plena campaña
y está en Santa Cruz. Hace un mes y medio que no aparece por Buenos Aires, en
un momento político vital”.
Aquellos
que conocen de cerca a Máximo, han asegurado que aquél es simplemente una
pantalla de humo de La Cámpora; es la “chapa” que su apellido le confiere a la
organización juvenil kirchnerista. Ni más ni menos. Los cursos que Máximo
Kirchner tomó durante 2011 con Andrea del Boca no parecen haber dado resultados,
puesto que jamás pronunció ningún discurso político, lo que lo convierte en un
virtual mascarón de proa de quienes verdaderamente conducen la agrupación.
En
efecto, si observamos la página oficial de La Cámpora en Facebook, no habrá diferencia
en el resultado: en ese espacio virtual, las fotos subidas retratando
actividades de la organización son más de mil, pero en ninguna de ellas se lo
puede observar a Máximo, aunque sí a los demás dirigentes -Ottavis, Larroque,
De Pedro, Cabandié, Mendoza-. El hijo de Néstor no estuvo siquiera en el funeral
de Iván Heyn, el primer y único camporista “caído” por la causa nac&pop, no
en el marco de una operación foquista, sino en el marco de una pirueta
masturbatoria que lo asfixió en un hotel de lujo en Montevideo.
CFK es
muy adepta a utilizar inútiles alabanzas a sus inútiles funcionarios preferidos
en sus discursos, pero jamás le ha dedicado elogio público alguno a Máximo como
supuesto “conductor político”. De hecho, las veces que la Presidente ha hablado
de su hijo, no ha tenido nada interesante para contar excepto anécdotas de
cuarto orden, estrictamente personales, algunas de dudoso gusto.
De ahí
que Máximo no sea mucho más que el trofeo que los pibes de La Cámpora tienen
para exhibir. Sin su figura como supuesto “conductor desde las sombras”,
probablemente la organización no hubiese tenido el despegue que tuvo. Es un
secreto a voces que la agrupación lo está usando, alejándolo de sus amigos de
toda la vida, y empujándolo a hacer lo que es muy claro que no quiere,
aprovechándose del apellido”.
Si hay
que hacer una apretada síntesis, podríamos decir que Máximo no tiene ninguna
condición personal para la política con excepción de dos elementos que pueden
ser fundamentales: apellido y dinero. En efecto, aquello de “hacer dinero para
luego hacer política” que estructuró el plan de Néstor y Cristina cuando
empezaron su vida en el sur, no correrá para su hijo que, entre otras
propiedades, cuenta con una mansión valuada en 2,2 millones de dólares en
Puerto Panal, Buenos Aires.
Claro
que seguir los pasos de su padre, no le será nada fácil a Máximo. En efecto,
mientras aquél era –guste o no– un verdadero animal
político, todo indica que su hijo es un animal a secas. Y doméstico.
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