Algo que resultaba impensable hace unos años, está tomando forma
cada vez más intensamente: los mercados saben que, como el resto de las
materias primas, el agua del futuro será tan escasa que habrá que tratarla como
un metal precioso, y se preparan para eso, algunos con métodos de alerta. Porque
lo que está más que claro es que detrás de ese concepto, reside la dramática
idea de un mercado a término global del agua.
Los
ejemplos son muchos y variados, pero quiero detenerme en uno muy especial y
actual, porque se trata de una zona en donde lo que domina es el petróleo, pero
tampoco abunda el agua. En su incesante avance hacia Bagdad, los yihadistas del
Estado Islámico en Irak y el Levante (EIIL), grupo insurgente activo, consiguieron
adueñarse de un arma poderosa, mucho más necesaria que el petróleo, los tanques
y los fusiles: el agua.
Ya a fines de mayo, los islamistas radicales de Abu Bakr
al-Baghdadi fueron tomando el control de la mayoría de las obras hidráulicas
construidas a lo largo del Tigris, como represas hidroeléctricas y vastos
embalses al norte de Mosul y Tikrit. Pocas semanas antes habían hecho lo mismo
al entrar en Fallujah, situada a la vera del Éufrates. Hoy, el EIIL controla
centenares de miles de metros cúbicos de lo que en Irak se denomina ya "oro
azul".
Por eso días, los habitantes de Sanaa salían masivamente a la
calle a manifestar contra los cortes de agua. No sólo el abastecimiento de la
capital de Yemen es víctima de los sabotajes perpetrados en el norte del país
por grupos extremistas, sino que se convirtió en una de las ciudades más pobres
en el preciado líquido, con menos de 120 metros cúbicos por habitante por año,
diez veces menos que el promedio mundial. El acuífero del cual se alimenta
podría desaparecer antes de 2025.
Como una suerte de emuladora de
la saga Los Juegos del Hambre, la inminencia de las Guerras del Agua dividen a
los expertos, pero nadie niega su papel en la exacerbación de los conflictos,
tanto entre países vecinos como dentro de las fronteras de una nación. Los
terroristas parecen haber comprendido mejor que nadie el significado
estratégico de este recurso. Hay estudios recurrentes respecto a que en 50
años, el agua podría convertirse en un bien más valioso que el petróleo. En la
actualidad, 700 millones de personas en 43 países padecen alguna forma de
penuria. Esa cifra podría alcanzar los 3000 millones, poco menos de la mitad
del planeta, debido al calentamiento del planeta y el crecimiento demográfico.
De todas maneras, en un país donde carece el agua no hay
posibilidades de alimentar a su población ni de desarrollarse, por lo que la
posibilidad de Guerras sólo agrega más drama, pero no define la realidad. Tanto
es así que el consumo de agua por habitante es considerado en la actualidad un
indicador del desarrollo económico de un país.
La historia nos demuestra que este escenario estuvo siempre
sobre la mesa de los expertos, puesto que allá por 1503, Leonardo Da Vinci
conspiraba con Maquiavelo para desviar el curso del Arno a fin de alejarlo de
Pisa, ciudad con la cual Florencia, su tierra natal, estaba en guerra.
Investigadores norteamericanos demostraron que, desde la Edad Media, los
desórdenes sociales en África oriental coincidían con períodos de sequía. En
las sociedades asiáticas, el agua siempre fue un instrumento de poder político:
el orden social, las represiones y las crisis políticas dependían de los caprichos
de la lluvia.
Así las cosas, hoy los conflictos desencadenados por el agua son
numerosos, especialmente en el norte y el sur de África, en Medio Oriente, en
América Central, Canadá y en el oeste de Estados Unidos. En Medio Oriente
existe una decena de focos de tensión. Las sequías que azotaron a Siria de 2006
a 2011, fueron uno de los factores desencadenantes de la guerra civil. La falta
de agua provocó catastróficas cosechas y una emigración rural que aumentó la
desocupación urbana. Y la construcción de represas en el nacimiento del
Éufrates por parte de Turquía contribuyó a agravar la situación.
Ya que hablamos de Turquía, vale decir que tanto Irak como Siria
están a su merced, porque es allí donde nacen el Tigris y el Éufrates, que
alimentan a ambos países. Turquía utilizó sobre todo el Éufrates como arma
contra sus vecinos, gracias a las numerosas represas que erigió en el curso
superior y que le permiten regular el caudal.
Emblemático caso de cooperación acuífera es el de Egipto, totalmente
tributario del Nilo para su aprovisionamiento en agua desde la época de los
faraones, ya que debe compartirla con otros diez Estados de la cuenca de ese
imponente río de 6700 kilómetros.
Lo de Qatar es tremendo, puesto que sólo tiene actualmente el
equivalente de dos días de agua potable de reserva y se ha fijado el objetivo
de pasar a siete días para acoger el Mundial de 2022. Sí, leyeron bien: siete
días. Para un mundial de fútbol.
Por eso es que mientras la mayoría de los gobiernos del planeta
trata de asegurar el aprovisionamiento en agua de sus habitantes, enfrentando
terrorismo, crisis económicas y cambios climáticos, el mundo de las finanzas ya
cuenta con poderosos lobbies que defienden la idea de la privatización de los
recursos disponibles.
Una guerra silenciosa que no descansa.
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