jueves, 19 de julio de 2012

Quietud debajo de la corriente


Por Ariel Torres

Una vez leí por ahí que pretender resultados diferentes haciendo las mismas cosas, es la mejor definición de la estupidez, rayano con la necedad. La definición es bien aplicable a la historia política y económica de nuestro querido país. En esto radica el desaliento que fluye, como una corriente profunda, en el ánimo de muchos argentinos. La historia pasa, cabalgando sobre las décadas, y uno siente que el país sufre zonas de estancamiento profundo, más allá del movimiento y avance de la superficie. El presente, en la Argentina, está compuesto por infinitas moléculas de sus vicios del pasado. En el presente confluyen vestigios del autoritarismo de los setenta, restos de la inflación de los ochenta, símiles de la corrupción de los noventa y esperemos que no emerjan los de la recesión de principios de siglo. En los setenta, con todas las diferencias del caso, el Estado perseguía a los ciudadanos que no pensaban como se debía pensar. Había una ideología oficial y la vocación era suprimir a quienes pensaban diferente. Hoy se vive una versión suave de la intolerancia de aquella siniestra época, pero la matriz autoritaria, que luego desemboca en herramientas diferentes, sigue intacta. Y el compromiso con que se aplica, asusta.
Esta nueva clase de autoritarismo está produciendo iluminados, incapaces de convivir con lo que no se les asemeja. Y desde esa iluminación se procura evangelizar al resto, a la vez que enviar a la hoguera real o simbólica a los herejes. Confluyen también en el presente fragmentos de la inflación de los ochenta, ya que llevamos ochenta y tres meses con una inflación de dos dígitos. Este vicio se ha reciclado de manera burda, suavizado en sus guarismos, pero con el agregado infantil de que se desconoce oficialmente su realidad. El Estado se sigue financiando mediante la licuación de la capacidad adquisitiva de todos nosotros y aunque estamos lejos de los índices de fines de los ochenta, la matriz también sigue operando. La corrupción se ha reciclado convenientemente, y si estaba en los noventa concentrada en las privatizaciones, es indudable que se localizó luego en los subsidios y contrataciones del Estado. No por eso resulta menor o diferente, más bien es un problema de idéntica magnitud. Resta por ver si el país habrá de recaer en algún estancamiento económico prolongado, del estilo 2001, aunque las condiciones macroeconómicas son bien distinas.
Nuestras sociedad refleja una paradoja, donde el eterno cambio se produce en la superficie y el eterno retorno está en lo profundo, por su incapacidad de dejar atrás los problemas que la acechan.  Lo que muestra esta supervivencia del pasado en el presente es que, más allá de sus magnitudes y de las formas que adquieren, la matriz de los vicios se encuentra intacta. Produce realidades de formas menos angustiantes, pero nada indica que, estando activa, no pueda desembocar en situaciones más graves. 
Puesto en éstos términos, las conclusiones primarias no pueden ser más negativas, ya que nada impedirá que de la tragedia, repetida como farsa, no pueda luego brotar también una tercera versión, que la historia se encargue de denominar.

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