miércoles, 25 de julio de 2012

La brecha como puente hacia la incertidumbre


Por Ariel Torres

Se me complica bastante sentarme a escribir sobre la situación económica argentina y no referirme a la brecha entre el dólar oficial y el dólar paralelo. Muchos argentinos nos formamos acostumbrados a su existencia. Para otros es algo relativamente nuevo. Es un axioma en economía el hecho de que el índice de inflación –en un contexto como el nuestro- sea igual al 50% de esa brecha cambiaria. Lo demás, el excedente, es mera especulación.
Desde las filas del gobierno se esfuerzan en señalar que la moneda que se compra en el mercado marginal, el que hoy está poniendo nerviosa a la mayor parte de los argentinos, no tiene incidencia en la macroeconomía del país. "Es una actividad absolutamente ilícita que debe reducirse a eso, es un hecho que debe verse desde el punto de vista de cualquier delito", afirmó esta semana el ministro de Economía, Hernán Lorenzino, en declaraciones a los medios. El funcionario se refirió así a la suba que registró el dólar en el mercado informal, donde por estos días cerró en torno a los 6,50 pesos en su punta vendedora, con una diferencia mayor al 40% respecto de la cotización oficial.

Nótese que estamos en una brecha igual al 40%, lo que asegura –como mínimo- una inflación del 20%. La llamada especulación que conforman los otros 6 o 7 puntos, a mi entender, son ya endémicos en nuestro país. Conforman una cuestión cultural, que indica el “me cubro por las dudas”. La brecha cambiaria es la consecuencia de la ausencia de una política macroeconómica que busque preservar la estabilidad nominal combatiendo la inflación. Una ausencia que el Gobierno intenta suplir a través de regulaciones e intervenciones sobre un número cada vez más creciente de mercados.
Para una gran cantidad de argentinos, el desfase entre la inflación y la depreciación del peso significó y significa hoy un enorme incentivo a comprar dólares percibidos como baratos. Esto sucedió sobre todo cuando se aceleraron las compras por atesoramiento durante 2010 y los primeros meses de 2011. Pero a medida que el Gobierno reaccionaba con políticas cada vez más intervencionistas y mientras la inflación continuaba su curso, lo que era visto como barato comenzó a ser visto también como escaso. Porque el accionar de las autoridades "cuidando" los dólares generó una sensación de insuficiencia que aceleró la velocidad con la cual se pretendía dolarizar flujos en pesos.
No fue ésta la única consecuencia de esas medidas de política económica. Las trabas transaccionales y las restricciones a importar generaron un enfriamiento económico que se tradujo en recesión primero y ahora también en alguna incertidumbre sobre los niveles de empleo. El cóctel de inflación, apreciación real (precios en dólares más altos), recesión, tensiones laborales y trabas a los mercados que generan más incertidumbre, produjo un incremento de la brecha entre el mercado oficial y el paralelo.
Sin embargo, ese no es el nudo de la cuestión. Lo que a mi juicio es lo más importante son las consecuencias de esta brecha. El dólar en la Argentina es unidad de cuenta, medio de pago (de grandes transacciones y de transacciones en el mercado informal) y reserva de valor. O sea tiene todas las funciones de la moneda oficial, el peso. Las funciones de unidad de cuenta (la moneda en la cual se expresa o se piensa el valor de los bienes) y de reserva de valor se magnifican cuando la inflación doméstica es alta. El rol del dólar como reserva de valor (de ahorro) tiende a aumentar cuando no existen otras alternativas percibidas como seguras que permitan protegerse de esa inflación. El mercado informal o paralelo es el mercado al cual recurren los que quieren, en presencia de las restricciones vigentes, dolarizar sus pesos excedentes y, como se trata de un mercado desabastecido, sólo pueden hacerlo aceptando pagar un precio hasta hace poco inimaginable.
La dificultad primordial  que desemboca en esta situación radica en que el dólar es un bien que cumple todas las funciones del dinero y que está en el corazón del sistema de precios relativos y de los mecanismos de formación de expectativas de todos los argentinos. A esta altura de los acontecimientos, ésto merece ser recalcado. No es un fenómeno que afecta sólo a los actores que operan en el mercado de cambios. La brecha afecta a todos. La incertidumbre sobre el valor de los bienes, de consumo y de inversión, sobre el valor (el poder de compra) del trabajo y de los ahorros que genera una brecha del orden del 40% en el precio del dólar es una pesada mochila sobre la actividad económica. Confunde y modifica criterios transaccionales, afecta expectativas y frena decisiones de consumo y de inversión presentes y futuras.
Para una gran cantidad de actores económicos el dólar ya no vale 4 pesos y pico, sino 6 pesos y pico. Aún cuando sea probable que la economía real no necesite una cotización así elevada. Precios internacionales récord de las exportaciones argentinas y un dólar que sigue relativamente depreciado en el mundo contra casi todas las monedas con las que la Argentina comercia hacen posible que la economía real pueda crecer con un precio del dólar bien inferior al del mercado informal. Pero las expectativas de devaluación no se van a moderar si la inflación no se frena.
Tenemos no pocas razones para pensar –con cierta exactitud- que la evidencia empírica del país muestra que se puede vivir con inflación alta y una brecha cambiaria elevada por algún tiempo. Pero los costos de hacerlo también han sido evidentes. Ignorar la inflación y los desequilibrios que produce, apostando a controles cambiarios o mercados desdoblados (de hecho o de derecho), fue siempre una receta infalible para que la actividad se resintiera, la inflación se acelerara y para que la política económica, que generó la aparición y el aumento de la brecha, deba ser finalmente corregida o abandonada.
Toda vez que en nuestro país se intentó corregir al mercado por intermedio de la “dedocracia”, los resultados económicos fueron tan desastrosos como los políticos. Y –obviamente- la corrección siempre fue hacia arriba…
Anécdota: mientras que una señora de nacionalidad paraguaya que trabaja cama adentro en una casa de un coqueto country del norte del Gran Buenos Aires debe pagar cerca de 7 pesos por dólar para enviar el dinero a su familia, quienes contratan sus servicios, gente de clase alta, consiguen a 4,5 pesos los dólares que serán gastados en un viaje familiar por gran parte de Europa. Contradicciones del modelo nacional y popular.



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