Por Ariel Torres
Una nueva causa nacional y popular, y van…
Personalmente , no tengo nada en contra cuando se enarbolan este tipo de temas en pos de la nacionalidad y la soberanía. Creo firmemente que Las Malvinas son tan argentinas como Jujuy o Córdoba, pero la realidad es que nunca les hemos dado pelota, hasta 1982. Recuerdo que la guerra estalló de una manera impensada y sorpresiva… como todas las guerras. Y el miedo que sentíamos desde hacía años por la dictadura en sí –adormecido por la costumbre- se transformó en otro miedo: el de ser convocados a esas frías y húmedas trincheras, recreando un nuevo y distinto odio y repugnancia frente a los militares que intentaban un manotazo desesperadamente demagógico por perpetrarse en el poder. Pero a medida que pasaban los días, todos, o la gran mayoría de nosotros, fuimos cambiando nuestro punto de vista.
De repente, el pueblo argentino, toda la clase trabajadora, la dirigencia política que venía empujando por la democracia, los países latinoamericanos, los intelectuales en general, la revolución cubana, el frente sandinista y, obvio, toda la derecha –funcional al Proceso por ese entonces- se encontraron comprometidos con la causa. Esa sí fue una causa nacional y popular. Estaban todos: los buenos, los no tan buenos, los malos y los peores. En la izquierda básica se rumoreaba que era una guerra anticolonialista conducida por hombres siniestros. Con buen criterio, creo que todos llegamos a pensar que a veces las revoluciones vienen de la mano de hombres de la peor calaña.
Corrían los primeros días de abril de 1982, y desapareció en combate el primer caza argentino en plena acción: un Skyhawk A-4Bdel escuadrón Halcones piloteado por el Teniente Mario Nívoli (su familia amiga de la mía), fue presuntamente alcanzado por un misil después de descargar bombas sobre la Fragata HMS Brillant. Su familia, oriunda de Villa del Dique, provincia de Córdoba, se enteró un mes después. Mi padre y su padre eran íntimos amigos.
Yo tenía sólo 17, y uno de mis mejores amigos, el Cabezón Vilchez –dos años mayor que yo- estaba en el teatro de operaciones. Estuvimos tres meses como zombies, sin saber nada del cabezón, y juntándonos en su casa, con sus viejos, cantando rock nacional. Volvió vivo, más loco que nunca, lo paseamos en camioneta por todo Rio Tercero, toda la noche.
Jamás contó lo que vivió. Ni siquiera borracho…
Cuando faltaba poco para la rendición, ya habíamos perdido el miedo y la repugnancia; todos queríamos anotarnos como voluntarios para defender a la patria. El 14 de junio, la Plaza de Mayo se llenó de gente que fue a repudiar a los incompetentes y reclamar que la lucha continuara… Sí, sí, así fue.
Ya se sabe: la derrota militar derrumbó a la dictadura pero también a la verdad. Al tiempo ninguno de nosotros habíamos apoyado esa "locura", los soldados no eran héroes sino "chicos de la guerra", los ex combatientes eran la peste, y acaso el único que se había opuesto a la guerra, Raúl Alfonsín, fue a la postre el nuevo presidente de los argentinos. Como siempre, la sociedad negó lo que había hecho. Como luego negaría, sucesivamente, haber votado a Menem y a De la Rúa. Y como alguna vez negará también haber votado al kirchnerismo.
Cuento todo esto porque me pasó enterita por dentro la película personal de Malvinas al escuchar el discurso de la Presidenta del otro día. Admito que me parecen interesantes las acciones diplomáticas que ella impulsa. Pero ineludiblemente no puedo estar de acuerdo con su reinterpretación de los hechos. Vislumbré en su narración la idea de que la sociedad fue simplemente manipulada por los medios de comunicación (otro presidente que nos toma por estúpidos), y que era inocente de los sucesos. Como en este caso soy testigo de cargo –mis 47 años respaldan mi momento malvinero en carne viva- tengo que recordarle a la presidenta que el triunfalismo de la prensa fue nefasto, pero que su influencia no resultó decisiva para que Jorge Abelardo Ramos (su ideólogo), los intelectuales nacionales y populares, la militancia peronista, la resistencia progresista, la CGT y tantos hombres y sectores que usted estima como parte integral de su proyecto hayan acompañado aquel "desvarío". Fidel Castro, Tomás Borge y García Márquez no fueron manipulados por los medios. Néstor Kirchner tampoco.
La presidenta acertó en algo: el plan original era izar la bandera en Puerto Argentino y después retirarse. Pero su explicación de lo que pasó luego no es justa: acusa a los medios de haber lavado el cerebro de la gente y de haber convertido a Malvinas en "una causa masiva". Fueron los medios, siempre lo son. Qué fácil, ¿no? De esa manera todos los demás resultan inocentes. El problema es que el ímpetu malvinero anidaba en el inconsciente colectivo, antecedió al periodismo, sobrepasó a los militares, se extendió por el continente y logró una cohesión política inédita. La guerra de mi generación fue un acontecimiento extraño, aún no debidamente elucidado por los intelectuales, una asignatura pendiente del pensamiento, que exige cierta fineza en el análisis. Sólo nos avergüenza lo que fue genuino. Y la guerra nos avergüenza. ¿Por qué? No tengo respuestas. Nadie las tiene.
Corría el año 1983, me tocó la colimba, y por esas cosas de los militares ese año a los cordobeses nos mandaron a Buenos Aires y a Mendoza. A los porteños los repartieron por el sur. Me asignaron al Grupo de Artillería de Defensa Aérea 101, sito en Ciudadela. Este grupo había tenido una vital participación un año antes en el teatro de operaciones de Malvinas. Básicamente se trata de radares especiales con estaciones de tiro calibre 50 conectadas al radar madre y van girando conforme captan “aves en vuelo” medianamente rasante, y les disparan. Yo jamás había visto nada parecido. Estaba fascinado ante tanto exponente de tecnología. Claro, teníamos sólo 8, y cuatro se quedaron en Malvinas.
En el primer “baile” en la plaza de armas, recuerdo a nuestro Capitán Attías (sí, el padre de las modelos famosas), gritarnos a toda voz mientras nos torturaba con cuerpos a tierra, pararse-sentarse, y demás, la importancia de ser buenos soldados y entregar el cuerpo y el alma para… “volver a reconquistar lo que se nos había quitado…” Ese capitán pasó a mi lado, y me arrancó del cuello una cadenita que tenía yo con el símbolo de la paz, la tiró al piso y la pisoteó. Había también un sargento, de apellido López, encargado de la sala de armas, que nos decía: “yo partía troncos de ese tamaño (sic) en el lomo de soldaditos como ustedes, si no cumplían órdenes…”
Mi temor es que el aparato propagandístico del Gobierno haya recibido la orden de articular un nuevo relato sobre Malvinas, y que éste sólo sirva una vez más para castigar a los adversarios del presente.
El hecho de rememorar hechos que forman parte de lo más terrible que le ha pasado a muchos seres humanos soldados, y mentirles en la cara con un fárrago de inexactitudes propias de una ausencia total de rigor histórico, forma parte de la diatriba de este gobierno por intentar tapar el sol con la mano. La inmoralidad radica en pretender cambiar al pasado a conveniencia, para agitar y tapar el presente, respaldándose en una dirigencia que se ha tomado a pecho mentirle a la sociedad nueva. Y también forma parte de los derechos humanos tuertos, nacionales y populares.
Bucear en el pasado es necesario y saludable. Lo saben bien los psicoanalistas. Se trata de entrar en dolorosas -y a veces- demoníacas contradicciones, comprender nuestro lado oscuro y aceptar la ambigüedad que nos domina. Porque sólo a través de ese duro ejercicio se entiende, se cura y se cicatriza. Si le mentimos al psicoanalista o buscamos uno que soslaye la verdad indecible y nos invente un pasado a conveniencia, lo que haremos es profundizar nuestra neurosis.
Que ya es mucha.
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