jueves, 9 de febrero de 2012

Militantes de la buena onda

Uno le pone onda. Lo intenta, al menos. Trata de que la alegría del año nuevo no dure lo que una cañita voladora. Busca conservar hasta donde se pueda aquella sonrisa de brindis. Sonrisa un poco lela, es cierto, borracha de agotamiento por el año que termina, descerebrada quizá por las corridas de diciembre. Pero sonrisa al fin. Hacemos el esfuerzo, decía, pero entonces distraídamente, en un día de vacaciones, la mirada se nos va hacia un título de diario y recordamos que el mundo está a un paso del abismo económico. Que muchas cosas pueden cambiar de un momento a otro si China se estanca o el euro sucumbe, y nos enteramos de paso de que en Gran Bretaña (nada menos) alguien opina que éste es un país colonialista, y un poco nos brotamos, para qué negarlo.
Pero sigue el verano y siguen los efectos del año nuevo. Y hacemos como que no vemos ni oímos y seguimos tratando. Hacemos lo que sea para mantener viva la esperanza de un mejor año. Recordamos aquello de "Por un país en armonía, donde todos tiremos para el mismo lado" que alguien propuso como brindis y que en ese momento nos pareció tan atinado. Imaginamos cumplidos esos deseos y también las promesas hechas entre copas y medianoche. Es decir, lo intentamos. Le ponemos onda. Pero entonces vemos en una tele cualquiera, todavía con pocas ganas de empaparnos de realidad, que en Famatina un pueblo entero se une contra una minera y alguien, el exaltado de turno, establece un paralelo entre el reclamo ambientalista y el régimen nazi. Y nos decimos ésta ya la vi. Pero no bajamos los brazos. Después de todo, como tantos, somos militantes de la buena onda. Pero otro día otro exaltado anuncia que es traición a la patria hablar de poskirchnerismo. Y prefimos entender que hay más de uno anotado en el concurso La gansada del verano.
Igual, seguimos adelante. Buscamos no desanimarnos. Todavía hay tiempo para salvar el año. Ya se acaban las vacaciones y cuesta echar a rodar la pelota, pero vamos, 2012 está en pañales. ¡Que no decaiga! Y nos damos ánimo porque voluntad es lo único que sobra. Pero entonces nos enteramos de que la cosa entre Cristina y Moyano va de oscuro para negro, y hacemos nuestras cuentas y preferimos no imaginar adónde se va a dirimir esa batalla. Y antes de alcanzar a ponerle la mejor cara al mal tiempo empezamos a percatarnos de que las tarifas se fueron todas por las nubes. ¡Al mismo tiempo! Esto es un desafío a la buena onda, nos decimos. Pero no podrán con el optimismo: este año nació para triunfar y va a triunfar. Y entonces con la fiebre cristinista todavía elevada alguien nos informa que no se trata de aumentos, sino de redireccionamiento de subsidios. Y extrañamente el eufemismo pone algo en ebullición. De pronto nos descubrimos apagando luces apagadas, ahorrando monedas para el gas del invierno y haciendo números para ver si el propio redireccionamiento irá por el lado del asado o de las figuritas de la nena. Sobre todo, vaya sorpresa, de golpe nos encontramos con un poco menos de onda. Pero el año recién empieza. Con lo que queda podemos remontar cualquier pálida. ¿Qué? ¿Qué dijo? ¿Un destructor nos mandan?

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