Por Ariel Torres (sí, por AT!)
En estos días se ha instalado en la sociedad intelectual, de la mano de muchos economistas, la idea de que en estos años la teoría económica se ha corrido ideológicamente a la izquierda, esto es, más lejos de la ortodoxia y más cerca del keynesianismo.
Entendamos por keynesianismo la idea de que el Estado debe ser el solucionar en primera instancia –y no de última- de los problemas de un país.
Yo por mi parte creo que la ideología de cada época depende de los problemas predominantes en ese contexto. Cuando el problema era la inflación, por ejemplo, en los años 70, obviamente las recetas no podían ser keynesianas y hubo que buscar soluciones más en la línea de los Chicago Boys, es decir, más cerca de lo que hoy se llama “soluciones de mercado”.
Pero cuando los problemas en los países centrales son la recesión y el riesgo de depresión con deflación, aquellas políticas definidas como keynesianas son muy bien recibidas.
Como vemos, más que una cuestión ideológica, como la quieren plantear, es una cuestión de la realidad.
La teoría económica y las políticas económicas que se extraen de la realidad tienen que ser definitivamente de índole pragmático. Allí es donde quiero pararme para analizar el comportamiento de este gobierno. Después del desastre del 2001, con un maxidevaluación y un corralito financiero que dejó a las familias exhaustas de fondos y furiosas por la incapacidad política, el gobierno de Duhalde primero y el de Néstor Kirchner después, se hicieron eco de una solución keynesiana.
Arrancó así el modelo nacional y popular, con énfasis en la demanda pero sin metas de inflación, recaudación fiscal récord con fiesta de subsidios y todo lo que ya conocemos.
En síntesis, una muestra más de la incapacidad de los que nos dirigen, para pensar en el mediano –no ya el largo- plazo. Claro que, obviamente, era un modelo con plazo fijo, como queda demostrado con la ya instalada “sintonía fina”, un eufemismo de la palabra ajuste.
Este reconocimiento de la dirigencia respecto de la nueva realidad, podría enmarcarse como pragmatismo, esto es, defender una idea pero dentro de un contexto actual. Eso hacen los grandes líderes. Los estadistas.
Nuestra presidenta no es ni lo uno ni lo otro, puesto que desconoce las premisas más básicas de la administración democrática, pluralista, y republicana. Es ni más ni menos que por estas ausencias, que está muy lejos de pasar a la historia, como es su máximo deseo, además de perpetrarse en el poder, claro está.
Al no reconocer la inflación ni ocuparse de ella, hipotecó la posibilidad de una devaluación administrada, que sería muy útil en este momento de tipo de cambio real retrasado, y para impulsar mayores exportaciones.
Del mismo modo, si baja la tasa de interés, desalienta el ahorro, promueve el consumo… y alienta la inflación. Nuevamente.
La baja de la tasa de interés debería alentar el crédito, pero nadie lo toma porque nuestro gobierno no alienta las reglas claras. Ergo, nadie invierte.
Si sube la tasa de interés, promueve al ahorro, pero aumenta el costo del crédito, lo que hace inviable cualquier inversión que no sea como capital propio.
Como su política de subsidios desalentó la inversión, hoy las importaciones de energía son monumentales (U$S 10.000 millones), y se llevan gran parte de la torta de importaciones que compensan las exportaciones… y amenazan la balanza comercial. Por eso la necesidad de controlar el flujo de divisas… divisas que necesita el gobierno para pagar esas importaciones, necesarias para nutrir de energía al país.
Energía que no pudo ser emulada localmente por las tarifas artificialmente bajas que mantuvo, en detrimento de la inversión que las empresas adjudicatarias ya no pudieron hacer.
La solución es atacarlas hoy por haberse llevado las exiguas ganancias al exterior y repartir dividendos. Dividendos que en el mayor de los casos, correspondían a una ganancia del 5%, basta con ver los balances públicos de las adjudicatarias. Jamás podrían haber hecho frente a inversiones en exploración, que en muchos casos involucran a más del 20% de lo efectivamente facturable.
Conjuntamente a todo esto, resulta admirable ver moverse a Moreno persiguiendo a los industriales para que no aumenten el dulce de leche… sin darse cuenta que el pote que era antes de medio kilo, hoy es de 400 gr. Y lo pagamos todos.
Es muy complicado barajar y dar de nuevo, si para jugar a la escoba sacaste los 8 y los 9… y no los volviste a poner.
O si para jugar al truco sacaste la sota… y la dejaste afuera.
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