Todos en mi profesión saben que el PBI
es la piedra angular de cómo se mide la economía, aunque paulatinamente somos
más los que pensamos que cada vez tiene menos sentido. Es el número que los
mercados esperan más que ningún otro, la medida decisiva del éxito de un país.
Las reservas de divisas y los mercados de bonos dependen de él. Y muchos
presidentes y primeros ministros también.
La razón por la que cada vez le
encuentro menos sentido es porque no tiene en cuenta los cambios de población,
que son los que en realidad explican si una economía crece o no. De hecho, lo
que deberíamos mirar atentamente es el PBI per cápita, es decir, si las
personas y no los países se están enriqueciendo o no. Cuando lo hacemos, gran
parte de lo que creemos saber sobre la economía global resulta no ser tan
cierto. Durante mucho tiempo, todos los países desarrollados han tenido una
demografía similar y por eso no importaba mucho. El PBI nos decía cuáles rendían
mejor o peor. Pero ahora las divergencias de la demografía son drásticas.
Ejemplos sobran: Japón, Alemania e
Italia tienen poblaciones que se encogen. Las de Gran Bretaña, Francia y EEUU
están creciendo. Cuanto más marcada sea esa diferencia, el PBI tendrá cada vez
menos sentido y el PBI per cápita se convertirá en la medida más útil.
El Producto Bruto Interno como unidad de medida principal del éxito económico acaba de cumplir 80 años, y se creó a petición del presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, que decidió en los años treinta que tenía que saber algo más sobre lo que ocurría en la economía para poder llegar a la raíz del problema. La medición pretende englobar toda la actividad en el interior de un país en un número concreto de la producción. Si bien ha recibido toda clase de críticas desde hace décadas (no mide las labores domésticas, por ejemplo), ha sido una medida bastante acertada del rendimiento. Si subía, nos hacíamos ricos. Si bajaba, nos empobrecíamos.
Pero a la medición en análisis le
cuesta bastante seguir los cambios rápidos de los niveles de población por una
razón muy sencilla: el PIB de una nación es la producción por persona
multiplicada por el número de personas. Si la cantidad de cosas que cada
trabajador produce cambia, el PIB también. Pero también lo hace con el número
de habitantes. Si la población crece muy deprisa, también lo hará el PBI,
aunque en realidad la gente se vuelva más pobre. Y lo mismo al revés: si la
población desciende mucho, también lo hace el PBI, aunque las personas sean más
ricas.
Si miramos atentamente el PBI per
cápita (y el Banco Mundial ofrece los números pertinentes), gran parte de lo
que creemos saber sobre la economía global resulta no ser cierto. Japón es el
ejemplo más significativo, porque sus tendencias demográficas son de lo más
dramáticas. Después de llegar a sus máximos hace siete años con 128 millones de
personas, la población ahora está menguando y pronto se reducirá en un millón
de personas al año, tendencialmente. Por eso es que si en vez de las cifras de
crecimiento del PBI que normalmente se utilizan, miramos las del crecimiento
del PBI per cápita, veremos que el rendimiento de Japón en los veinte años que
siguieron a 1991 no fue el más flojo del G7. Y si le damos crédito a las cifras
recopiladas y publicadas por el Banco Mundial, ese dudoso honor le correspondió
a Italia: mientras que el crecimiento medio anual del PBI en Italia entre 1991
y 2010 fue del 0,6%, en Japón fue del 0,9%.
Fríamente, Japón suele considerarse
como un caso perdido, económicamente hablando, y lo ha sido durante dos décadas,
pero si miramos su PBI per cápita observamos que le ha ido bien, si tenemos en
cuenta que es una economía madura, con una población en rápido envejecimiento.
Italia, por el contrario, ha rendido mucho peor de lo que casi todos creíamos.
Otro ejemplo: el Reino Unido. Sus
últimos datos del crecimiento han sorprendido por su solidez y este año tiene
una de las economías en expansión más rápida del G-7. El mes pasado volvió por
fin al nivel de producción de 2008, antes de la crisis. Pero también tiene una
población en rápida expansión, debida principalmente a unos niveles muy altos
de inmigración. En el reino residen 2,7 millones más de personas que hace seis
años, por lo que su PBI per cápita sigue estando muy por debajo de 2008 y
actualmente casi no crece. No le está yendo tan bien como sugieren las cifras
oficiales. Hasta ahora la diferencia no importaba mucho. Casi todos los países
tenían casi las mismas tendencias demográficas.
En los mercados emergentes, la
población crece rápidamente mientras que en el mundo desarrollando los números
lo hacen más despacio, aunque casi nunca caen. Por esa razón, el PBI oficial es
una guía perfectamente buena de cómo les está yendo.
Sin embargo, los países toman caminos
muy distintos de otros, aún con economías muy parecidas. Japón es el caso más
extremo, con una población en rápido descenso y pronto le seguirá Alemania,
Italia y España. Alemania ha funcionado muy bien últimamente pero su población
ya ha llegado a sus máximos y al final de esta década entrará en un descenso
pronunciado (habrá bajado a los 50 millones de personas en 2050, por debajo del
Reino Unido). Es esperable observar que el PBI sufra, aunque los alemanes se
estén enriqueciendo. Italia estará en el mismo barco, junto a España. China se
les unirá pronto y también Rusia. Como Japón, el PBI en sí hará que su
rendimiento parezca peor de lo que en realidad es. A otros países les debería
ir mejor. El Reino Unido, como hemos visto, irá mejor dado su crecimiento
demográfico. Y Francia también. E incluso EEUU también. El PBI oficial les
favorece.
Y a los inversores les importa mucho,
puesto que los mercados se fijan en un número muy importante que, al dejar de
reflejar el estado real de la economía, ya no es preciso. A partir de ahora, lo
más inteligente sería ignorar las cifras del PBI en las que se fija todo el
mundo y centrarse en el PBI per cápita. Es mucho más probable que nos diga lo
que pasa realmente.
Y ni hablar de la incidencia de la
educación en ese PBI per cápita. Pero ese será otro análisis. Más jugoso.
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