viernes, 12 de septiembre de 2014

Un modelo desvencijado

Por Ariel Torres


Se dice por ahí que en la vejez se invierte el orden natural de las cosas, y mi analogía me permite jugar también con el andar de ciertos proyectos políticos. Tanto en uno como en otro caso, durante los inevitables epílogos, todo lo que debe bajar (colesterol, presión y déficit fiscal), sube, y todo lo que debe estar alto (calcio, empleo y consumo), baja. Lo que debe mantenerse pequeño se agranda (próstata, inflación y recesión), y todo lo grande tiende a achicarse (músculos, estatura y reservas). Lo blando y flexible se endurece (arterias, articulaciones e ideología) y todo lo que debe ser duro se afloja (huesos, dientes y ética). Esta visión geriátrica, poco ortodoxa y divertida de la política resulta acertada, puesto que la única duda que cruza hoy el escenario nacional es si el kirchnerismo, antes de reencarnarse en futuras vidas, tendrá una vejez digna o una decrepitud penosa.
Las señales de estos últimos días –con cifras, hechos, gestos, gritos y susurros- abonan la impresión de que el desmoronamiento político se acentúa y que la crisis económica va barranca abajo. Ya es un hecho que los alimentos han subido un 20%, que las naftas han trepado hasta un 44%, que las facturas de gas vienen con incrementos promedio de 300%, que el intercambio comercial con Brasil ha caído un 22%, que la producción de autos se desplomó 34% sólo en el mes de agosto, que la inflación anual rondará el 40%, que cierran empresas y comercios, y que la demanda de dólares marca nuevos récords. La mismísima CFK abonó una cierta aunque inútil sensación dramática al anticipar insólitamente posibles saqueos y revueltas de fin de año. Mi sensación es que intenta meter en líos a los líderes sindicales desobedientes y de paso curarse en salud, pero lo que termina revelando sin proponérselo es un secreto a voces en los pasillos de Balcarce 50: un temor creciente a que esta decadencia no asumida produzca una combustión social.
Como bien viene diciendo el arriesgado periodista Jorge Fernández Díaz domingo a domingo, hay algunas reflexiones que ya suenan fuerte hasta en el seno mismo del modelo cristinista. Un fanático de la Argentina y de Buenos Aires, como es Joaquín Sabina, que incluso ha simpatizado con algunas políticas de Néstor Kirchner, se animó a trazar por estos días un diagnóstico desde el más básico sentido común: "Me alarma la inflación desmesurada y el grado de violencia que hay otra vez en las calles, y en las villas. Y el problema con los fondos buitre. Particularmente en ese caso, estoy bastante de acuerdo con el Gobierno, pero me parece que carecen de diplomacia. Falta sutileza para tratar el tema. Y pasa lo que siempre pasa con los gobiernos peronistas. Que han dividido mucho. Es una pena muy grande que eso suceda".
Casi en el mismo sentido, el filósofo José Pablo Feinmann, intelectual que acompañó los procesos impulsados por la gestión del Frente para la Victoria, se atrevió a decir que le disgustan muchas cosas que pasan en la Argentina, y lo cito: "creo que Boudou no tiene condiciones para vicepresidente, ni las tuvo nunca. Y el kirchnerismo eligió muy mal; es muy joven, muy jodón, viene de la Ucedé, le gustan las motocicletas y las minas. Es necesario que salga a aclarar su situación rápido, frente a la sociedad, claramente y sin demoras".

Otro insospechable colega, ideólogo de un modelo que nunca llegó a practicarse con eficiencia, y hablo de Aldo Ferrer, hizo una valoración crítica del momento: “la falta de dólares y el deterioro de la situación fiscal han generado un cuadro de expectativas negativas que estimuló la inflación y la fuga de capitales", se lamentó. También lo deslizó Héctor Méndez, representante del sector económico que los kirchneristas reivindican y que supuestamente han venido a fortalecer, suspendiendo los festejos del Día de la Industria, y manifestando la enorme tristeza que impera entre sus colegas por la crisis, al tiempo de arremeter contra la tropa legislativa del oficialismo, que con "obediencia debida" anda votando para meterle mano a las empresas con la ley de abastecimiento.
Al ritmo de Kicillof, el Gobierno parece por primera vez sordo a sus propias voces, vetusto, pasado de moda, sin ocurrencias ni aliento, soterradamente desmoralizado. El truco barato de los buitres como culpables de todos los males fue un respirador artificial para un enfermo que ya boqueaba. Pero esas terapias extremas no sirven más que como paliativos; de ninguna manera constituyen una solución de largo plazo.
Causa vergüenza ajena, y propia, ver a dos jueces federales (Servini de Cubría y Oyarbide), cada uno por causas y con intenciones distintas, subir voluntaria o involuntariamente a la agenda los vínculos del kirchnerismo con la mafia de los medicamentos, el tráfico de efedrina y el mundo los narcos internacionales, asunto de una inusitada gravedad institucional, que en esta sociedad embarrada y cobarde todavía no produce asombro ni escalofríos.
En medio de todo, en el patio de su planeta feliz, el jefe de Gabinete arroja cada mañana una frase para la antología del dislate: este martes decretó que se había erradicado la pobreza dura. El vicepresidente de la Nación, como ya se vio, es aquel tío travieso y pecador que hace muecas en la punta de la mesa. El secretario de Seguridad es el impostor engominado que llega a la fiesta familiar disfrazado de vigilante, y que se excusa diciendo cumplir órdenes de la jefa del clan, una dama llena de principios rígidos, que se vuelven convenientemente laxos y gomosos al compás de las encuestas. Los chicos camporistas corren por el Estado como niños tiranos, comprando juguetes y apoderándose de cajas contra reloj, mientras los honestos funcionarios de carrera de la administración pública sufren en silencio. El equipo kirchnerista parece ese personaje gagá que hace papelones obscenos en los bautismos.
Acaso el gran yerro por estos días haya sido anunciar el repliegue de 5000 efectivos de la Policía Federal que custodian varios barrios de la ciudad de Buenos Aires. Ignoro el sentido político real que podía tener una medida tan extemporánea, si no es perjudicar a Macri, castigando así a un distrito que se mantiene adverso a los efluvios del kirchnerismo. Resulta difícil tratar de imaginar quien le acercó esta peregrina idea a la presidenta, pero todo apunta a su caballero del helicóptero, esta especie de Kicillof de la calle, aunque seguramente también de debe haber explicado que si persiste con esta ocurrencia los primeros cadáveres ensangrentados de la inseguridad porteña caerán impiadosamente en el living del despacho presidencial.
Se puede estar de acuerdo o en desacuerdo con el Gobierno, pero hay un punto innegable: antes no cometía tan gruesos errores de cálculo. El sistema de toma de decisiones es hoy impulsivo y tambaleante, y parafraseando al gran Cerati, ha entrado "en un lento degradé". Es sabido que a los estadistas el poder los envejece a una velocidad de miedo; también que les cuesta aceptar su propia declinación: al principio gobiernan con los mejores, luego con los amigos y al final con los que quedan. Parecen esos veteranos jugadores a quienes sólo los retiran las lesiones a repetición, o esos hombres mayores que no aceptan su edad y caen en los ridículos del viejazo.
El hecho de carecer de una heredad electoral aumenta ese anquilosamiento: para un proyecto agotado y sin más salida que una retirada, ejercer el poder es lo mismo que jugar al vóley y pretender pegar por sobre el bloqueo pesando 110 kilos. Cambiar el destino de una decrepitud triste mutándola en una vejez elegante parece ser el último gran desafío de CFK.

Y por el bien de todo y todos, ojalá tenga agallas para hacerlo. 
Fuentes: Jorge Fernandez Díaz y La Nación

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