jueves, 1 de agosto de 2013

Cuando el Estado nos manda a gastar

Por Ariel Torres


Entre 1925 y 1995 vivió un extraordinario filósofo francés llamado Gillez Deleuze, que introdujo allá por los 60, un concepto muy curioso al que denominó "máquinas deseantes".
Me voy a tomar el atrevimiento de ensayar un paralelo entre sus ideas y la realidad económica actual, poniendo énfasis en el dinero y las finanzas personales, con la esperanza de entender el funcionamiento del consumismo en su conjunto y lo que podemos hacer al respecto, para trazar nuestro propio destino en este campo que es –a mi entender- uno de los más importantes para determinar nuestra felicidad relacionada a lo material.
Enumeraré algunos de sus conceptos más relevantes en función de lo que sucede hoy en día en nuestro país, con un Estado que nos induce cada vez más a gastar dinero que no tenemos en cosas que no necesitamos para agradar a personas que no nos interesan.
Porque somos máquinas de desear

El amigo Gillez define el deseo como un devenir vital. Para él, el deseo es la tendencia del cuerpo a unirse a lo que aumenta su potencia de acción. Dicho así suena complicado, pero es mucho más simple y cotidiano de lo que parece. Veamos: todo en el universo son encuentros, buenos o malos. Experimentamos alegría al encontrar un cuerpo que se compone con el nuestro y eleva nuestra potencia, y tristeza en el encuentro de un cuerpo que descompone el nuestro y nos quita potencia. El grado de potencia cambia según cuantas sean las pasiones tristes y las pasiones alegres que vivamos. Y en eso será determinante cuán malos o buenos hayan sido los encuentros.
Lo que las pasiones tristes acarrean es pasividad y por definición, fomentan el gusto por la esclavitud. De tal manera, en el sistema capitalista actual, aquel que no trabaja de lo que le gusta suele bromear con que es un esclavo de su jefe o de los dueños de la empresa para la cual trabaja. Para aquellos que no están conformes con su trabajo, el acto cotidiano de acudir al mismo representa ni más ni menos que una pasión triste.
De ahí que el filósofo afirme –inequívocamente- que será esclavo quien se abandone a la ruleta de los hechos y sucumba sin cesar a los encuentros que no le son favorables. Simple, sencillo, y contundente.
Si todos somos máquinas deseantes, podría pensarse entonces que lo que nos diferencia tiene que ver con el grado de potencia que alcanza nuestro deseo. Es por eso quizás, que algunas personas logran tener una vida intensa, trabajar de lo que les gusta y además triunfar en el campo económico. Pero el deseo individual, la mayoría de las veces, suele chocar con los intereses del sistema, ya que la máquina deseante (es decir, todos nosotros) es un sistema de producir deseos mientras que la máquina social es un sistema económico-político de producción.
El francés filósofo –y filoso- habla sobre flujos de deseo, mientras que David Ricardo y Karl Marx descubrieron el flujo de producción, el flujo de dinero, el flujo de mercancías; todo ello como esencia de la economía capitalista. Toda una contraposición que no es tal, como estamos analizando.
Flujos de deseo establecidos por la sociedad de consumo

En este sentido, lo que Gillez afirma es que todo lo que vemos fue fabricado por flujos de deseo, lo que nos permitiría definir la siguiente hipótesis: una sociedad no es ni más ni menos que una forma particular de organizar los flujos de deseo. O dicho de otra manera: el modo de producción capitalista es una forma de organización de la producción deseante, que busca lograr que las máquinas deseantes deseen lo que le conviene al sistema.
Parece un trabalenguas, pero intentemos releerlo y comprenderlo.
Si analizamos la economía argentina, observamos que la presión consumista por parte del Estado es cada vez más asfixiante, y llega incluso al punto de limitar el ahorro mediante distintos mecanismos que no tienen que ver solamente con la prohibición de comprar dólares, porque la tasa de interés que se paga por los medios de ahorro más populares como los plazos fijos son negativas en términos reales -si tenemos en cuenta la inflación- apareciendo el consumo como la única alternativa posible.
Es claro que la determinación externa de nuestro deseo no baja únicamente desde el Estado, sino que también se construye desde el sector privado, donde se intala la noción del éxito en función de lo material -un auto 0 km, una casa más grande, ropa de marca- valiéndose de un marketing cada vez más agresivo y subliminal frente al cual la mayoría sucumbe.
Pareciera que no existe una salida posible, de la manera como se presentan las cosas pero, en un tono esperanzador, nuestro amigo Deleuze introduce dos conceptos también curiosos, aunque fundamentales para nuestro análisis: el de “rizoma” y el de las "líneas de fuga", que ya mismo me tomaré el trabajo de analizar para ustedes.
El escape a la doctrina del consumismo

En primer término, lo que Deleuze introduce como concepto de rizoma, es un modelo descriptivo en el que la organización de los elementos no sigue líneas de subordinación jerárquica, sino que cualquier elemento puede afectar o incidir en cualquier otro. La definición nominal de rizoma dice que es un tallo subterráneo con varias yemas que crece de forma horizontal emitiendo raíces y brotes de sus nudos.
La motivación de esta noción del conocimiento se entiende como la intención de mostrar que la estructura convencional de las disciplinas no refleja simplemente la estructura de la naturaleza, sino que es un resultado de la distribución de poder y autoridad en el cuerpo social. De ahí que una organización “rizomática” del conocimiento es un método para ejercer la resistencia contra un modelo jerárquico o una estructura social opresiva.
Lo que intentamos aquí es producir un quiebre al afirmar que un individuo debe negarse a utilizar las piezas que la sociedad le entrega para que arme la imagen que ella quiere mirar. Para ello, la línea de fuga tiene que ver con pensar, que no es ni más ni menos que ocupar la brecha que se abre entre lo que se dice y lo que se ve, puesto que nunca hay una coincidencia entre una cosa y otra.
No descubrimos nada si decimos que pensar, a su vez, tiene que ver con cuestionar: ¿Realmente quiero pasarme la vida trabajando en proyectos ajenos, que disminuyen mi potencia, o es tiempo de encauzar mi deseo hacia mis propios intereses? ¿Un auto nuevo, una casa más grande o cualquier otro objeto material son realmente objetivos que yo deseo, o estoy siendo una pieza más del entramado del consumismo global?
Podemos afirmar que las personas somos parte de un mundo en el cual experimentamos lo intolerable, pero siempre intentando buscar una salida contra esa idea. Esa alternativa es creer, no en otro mundo, sino en nuestro vínculo con ese mundo: en la vida, el amor, el deseo.

Y vivir de acuerdo a nuestros propios planes. En tanto se pueda.

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