Entre 1925 y 1995 vivió un extraordinario filósofo francés
llamado Gillez Deleuze, que introdujo allá por los 60, un concepto muy curioso
al que denominó "máquinas deseantes".
Me voy
a tomar el atrevimiento de ensayar un paralelo entre sus ideas y la realidad
económica actual, poniendo énfasis en el dinero y las finanzas personales, con
la esperanza de entender el funcionamiento del consumismo en su conjunto y lo
que podemos hacer al respecto, para trazar nuestro propio destino en este campo
que es –a mi entender- uno de los más importantes para determinar nuestra
felicidad relacionada a lo material.
Enumeraré
algunos de sus conceptos más relevantes en función de lo que sucede hoy en día
en nuestro país, con un Estado que nos induce cada vez más a gastar dinero que
no tenemos en cosas que no necesitamos para agradar a personas que no nos
interesan.
Porque somos máquinas de desear
El
amigo Gillez define el deseo como un devenir vital. Para él, el deseo es la
tendencia del cuerpo a unirse a lo que aumenta su potencia de acción. Dicho así
suena complicado, pero es mucho más simple y cotidiano de lo que parece.
Veamos: todo en el universo son encuentros, buenos o malos. Experimentamos
alegría al encontrar un cuerpo que se compone con el nuestro y eleva nuestra
potencia, y tristeza en el encuentro de un cuerpo que descompone el nuestro y
nos quita potencia. El grado de potencia cambia según cuantas sean las pasiones
tristes y las pasiones alegres que vivamos. Y en eso será determinante cuán
malos o buenos hayan sido los encuentros.
Lo que
las pasiones tristes acarrean es pasividad y por definición, fomentan el gusto
por la esclavitud. De tal manera, en el sistema capitalista actual, aquel que
no trabaja de lo que le gusta suele bromear con que es un esclavo de su jefe o
de los dueños de la empresa para la cual trabaja. Para aquellos que no están
conformes con su trabajo, el acto cotidiano de acudir al mismo representa ni
más ni menos que una pasión triste.
De ahí
que el filósofo afirme –inequívocamente- que será esclavo quien se abandone a
la ruleta de los hechos y sucumba sin cesar a los encuentros que no le son
favorables. Simple, sencillo, y contundente.
Si
todos somos máquinas deseantes, podría pensarse entonces que lo que nos
diferencia tiene que ver con el grado de potencia que alcanza nuestro deseo. Es
por eso quizás, que algunas personas logran tener una vida intensa, trabajar de
lo que les gusta y además triunfar en el campo económico. Pero el deseo
individual, la mayoría de las veces, suele chocar con los intereses del
sistema, ya que la máquina deseante (es decir, todos nosotros) es un sistema de
producir deseos mientras que la máquina social es un sistema económico-político
de producción.
El
francés filósofo –y filoso- habla sobre flujos de deseo, mientras que David
Ricardo y Karl Marx descubrieron el flujo de producción, el flujo de dinero, el
flujo de mercancías; todo ello como esencia de la economía capitalista. Toda
una contraposición que no es tal, como estamos analizando.
Flujos de deseo establecidos por la sociedad de consumo
En
este sentido, lo que Gillez afirma es que todo lo que vemos fue fabricado por
flujos de deseo, lo que nos permitiría definir la siguiente hipótesis: una
sociedad no es ni más ni menos que una forma particular de organizar los flujos
de deseo. O dicho de otra manera: el modo de producción capitalista es una
forma de organización de la producción deseante, que busca lograr que las
máquinas deseantes deseen lo que le conviene al sistema.
Parece
un trabalenguas, pero intentemos releerlo y comprenderlo.
Si
analizamos la economía argentina, observamos que la presión consumista por
parte del Estado es cada vez más asfixiante, y llega incluso al punto de
limitar el ahorro mediante distintos mecanismos que no tienen que ver solamente
con la prohibición de comprar dólares, porque la tasa de interés que se paga
por los medios de ahorro más populares como los plazos fijos son negativas en
términos reales -si tenemos en cuenta la inflación- apareciendo el consumo como
la única alternativa posible.
Es
claro que la determinación externa de nuestro deseo no baja únicamente desde el
Estado, sino que también se construye desde el sector privado, donde se intala
la noción del éxito en función de lo material -un auto 0 km , una casa más grande,
ropa de marca- valiéndose de un marketing cada vez más agresivo y subliminal
frente al cual la mayoría sucumbe.
Pareciera
que no existe una salida posible, de la manera como se presentan las cosas
pero, en un tono esperanzador, nuestro amigo Deleuze introduce dos conceptos también
curiosos, aunque fundamentales para nuestro análisis: el de “rizoma” y el de
las "líneas de fuga", que ya mismo me tomaré el trabajo de analizar
para ustedes.
El escape a la doctrina del consumismo
En
primer término, lo que Deleuze introduce como concepto de rizoma, es un modelo
descriptivo en el que la organización de los elementos no sigue líneas de
subordinación jerárquica, sino que cualquier elemento puede afectar o incidir
en cualquier otro. La definición nominal de rizoma dice que es un tallo
subterráneo con varias yemas que crece de forma horizontal emitiendo raíces y
brotes de sus nudos.
La
motivación de esta noción del conocimiento se entiende como la intención de
mostrar que la estructura convencional de las disciplinas no refleja
simplemente la estructura de la naturaleza, sino que es un resultado de la
distribución de poder y autoridad en el cuerpo social. De ahí que una
organización “rizomática” del conocimiento es un método para ejercer la
resistencia contra un modelo jerárquico o una estructura social opresiva.
Lo que
intentamos aquí es producir un quiebre al afirmar que un individuo debe negarse
a utilizar las piezas que la sociedad le entrega para que arme la imagen que
ella quiere mirar. Para ello, la línea de fuga tiene que ver con pensar, que no
es ni más ni menos que ocupar la brecha que se abre entre lo que se dice y lo
que se ve, puesto que nunca hay una coincidencia entre una cosa y otra.
No
descubrimos nada si decimos que pensar, a su vez, tiene que ver con cuestionar:
¿Realmente quiero pasarme la vida trabajando en proyectos ajenos, que
disminuyen mi potencia, o es tiempo de encauzar mi deseo hacia mis propios
intereses? ¿Un auto nuevo, una casa más grande o cualquier otro objeto material
son realmente objetivos que yo deseo, o estoy siendo una pieza más del
entramado del consumismo global?
Podemos
afirmar que las personas somos parte de un mundo en el cual experimentamos lo
intolerable, pero siempre intentando buscar una salida contra esa idea. Esa
alternativa es creer, no en otro mundo, sino en nuestro vínculo con ese mundo:
en la vida, el amor, el deseo.
Y
vivir de acuerdo a nuestros propios planes. En tanto se pueda.
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