El ingreso de algunos cientos de millones de dólares, con el
transcurrir de los días del blanqueo no traerá el alivio sobre las reservas del
Banco Central que el Gobierno esperaba cuando anunció el inaudito y poco
creíble Plan Cedin.
Por
estos días las reservas del BCRA se sitúan en US$ 37.000 millones y van camino
a terminar el año cerca de los 33.000 millones. Por lo pronto, el 12 de
septiembre caerán 2000 millones debido al pago del Bonar VII. Y este mes
comenzó a disminuir el monto liquidado por las exportaciones del complejo
sojero, llevando a que en el cuarto trimestre de este año muy probablemente la
entidad monetaria vuelva a ser vendedor neto de divisas contra pesos, como
ocurrió en el primer trimestre del año en curso.
Pero
analicemos lo que significa disponer de US$ 33.000 millones de reservas en una
economía con un PBI de casi US$ 500.000 millones: esto equivale a una relación
de reservas/PBI de tan sólo 6,5%, comparado con niveles de entre el 11% y el
13% a fines de 2002 o 17% en el 2007. Es peligrosamente exiguo. Si tomamos como
ejemplo el promedio simple del grupo de ocho países conformado por Brasil,
Chile, Perú, Uruguay, Colombia, México, Rusia y Sudáfrica, notamos que exhibe
en la actualidad un nivel de reservas/PBI equivalente al 18% de sus economías.
Extrapolemos ese 18% al tamaño de la economía argentina en 2013 y vemos que equivale
a un nivel de US$ 90.000 millones de reservas.
Sería
el paraíso, puesto que con ese nivel, las reservas cubrirían el 150% de la base
monetaria, como lo hacían entre 2007 y 2009, muy por encima del peligroso e
inestable 55% de cobertura que se observará a fines de este año. El deterioro
en la relación entre reservas y base monetaria iniciado en 2010 no es casual ni
caprichoso: a partir de ese año Argentina comenzó a utilizar las reservas del
BCRA para pagar la deuda pública, a la vez que inició el lento camino que la
llevó desde el equilibrio fiscal hasta un déficit actual equivalente a 4% del
PBI. El pago de la deuda con reservas las redujo, y el déficit financiado con
emisión aumentó los pasivos monetarios del Banco Central. Algo de lo que casi
nadie habla.
Pero
más preocupante que el nivel es la tendencia. El actual esquema macroeconómico
ha eliminado los mecanismos de estabilización que hasta hace algunos años
sostenían el nivel de activos externos de nuestro ente monetario.
Porque
hasta la imposición del cepo cambiario, la menor disponibilidad de ahorro
externo que se generaba como consecuencia de un shock externo o interno (llámese
Lehman o la resolución 125, por citar dos casos) contaba para su estabilización
con un mecanismo bastante automático: el Banco Central vendía dólares contra
pesos, las tasas de interés locales subían y la moneda se depreciaba en
términos reales. Casi de manual.
Ese
cambio de portafolios incluía también a los bienes. Cuando aumentaba la demanda
de dólares, transitoriamente disminuía la demanda de importaciones, aumentaba
el superávit de comercio y se estabilizaban las reservas. Una vez regenerada la
confianza, el sector privado volvía a demandar bienes y a invertir en lugar de
acumular dólares y la economía retomaba el crecimiento. Bastante procíclico, si
no nos ponemos en exquisitos.
Pero desde
la llegada de la restricción cambiaria, el vínculo que une la salida de
capitales con la tasa de interés doméstica se ha desdibujado. Ahora el Banco
Central es el que determina la tasa de interés a su antojo. Y el sector privado
en conjunto no puede aumentar su nivel de dolarización, ya que la entidad
monetaria no provee de las divisas que aquél demanda. Ahora bien, cuando los
argentinos quieren dolarizarse deben hacerlo a través de aproximaciones
imperfectas –por decirlo de alguna manera- al billete norteamericano: los
industriales compran maquinaria importada para aprovechar los dólares
subsidiados, la clase media y media alta compra autos o viaja. Y de allí para
abajo, quienes pueden, compran materiales para la construcción para protegerse
de la inflación.
Lo que
determina –curiosamente- que aún
percibiéndose una dinámica macroeconómica inconsistente la demanda de bienes y,
por ende, de importaciones aumenta. Antes, el temor estabilizaba las reservas
del Banco Central, mientras que por el contrario ahora el temor genera más
pérdida de reservas a través del aumento del gasto en "sustitutos"
del dólar y de su impacto en la demanda de importaciones, retroalimentando la
pérdida de reservas del BCRA y la demanda de máquinas, autos, viajes y cemento.
Lo que
hace el temor es estabilizar transitoriamente el nivel de actividad pero no las
reservas. Si éstas fueran infinitas, no habría allí un problema. Pero están muy
lejos de serlo. Y en algún nivel más bajo que el actual, el temor inevitablemente
generará un freno en la actividad.
Eso
pasará indefectiblemente en el momento en que la gente no se conforme con esos
sustitutos imperfectos del dólar y sólo quiera billetes contantes y sonantes.
Ya se observó en mayo, cuando el dólar paralelo cotizó por encima de los diez
pesos. La intervención del Gobierno en el mercado de contado con liquidación y
cierta retracción monetaria reencauzaron la economía hacia un delgado
equilibrio por el que transitó por unos meses.
Pero el
aumento en la emisión para financiar el gasto preelectoral junto al fracaso del
blanqueo ya están desafiando este inestable equilibrio.
Nunca
fuimos buenos en eso… Lo del equilibrio, digo.
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