martes, 20 de agosto de 2013

Los excesos que permite la sociedad

Por Ariel Torres




La sociedad en su conjunto, a pesar de reflejar comportamientos suicidas en repetidas ocasiones, con los reflejos dormidos, no come vidrio. De hecho, como el tipo que cabecea en la noche en una ruta provincial, se dio cuenta con el barquinazo, que debía aplicar el freno, sacudir la cabeza, y no dejar que el letargo lo siguiera aniquilando. Que los frenos profundos comenzaron a activarse a fines del año pasado, con los cacerolazos y otras señales favorables, como los límites planteados por la Corte Suprema, no me cabe duda. La semilla de esta reversión estuvo germinando en las sombras durante varios meses –lenta pero segura- y brotó finalmente con fuerza en esta elección, en la cual más del 70% de la ciudadanía le dijo no a CFK y sacó de un plumazo del escenario su reelección. Así las cosas, estas primarias han sacado de la asfixia a la vida política argentina y la sustrajeron del monopolio y la clonación kirchnerista a la que estaba sometida desde hace años. Los resultados han sido contundentes y marcan el fin de este ciclo, a la vez que abren opciones muy diversas e inciertas hacia el futuro.
De todas maneras, el kirchnerismo seguirá imaginando posibles escenarios durante algo más de dos años. Las sonrisas postizas que exhibían los miembros del FPV la noche de la derrota, genera los riesgos propios del boxeador tambaleante que, negándose a caer, tira golpes a diestra y siniestra. Las consecuencias serán muy costosas, porque toda realidad negada devenga, hasta su reconocimiento, intereses usurarios y, como la gente no cambia, no es improbable que el pato rengo sea, además, ciego. Y sordo. A esto se suma el riesgo de que el Gobierno juegue irresponsablemente, o bien con una radicalización final de consecuencias imprevisibles, o con una política de tierra arrasada, como forma de venganza contra las tres cuartas partes de una población desagradecida que no se dignó a reconocer las ventajas de la revolución.
A mi modesto modo de ver las cosas, este período lo que requiere es una profunda reflexión sobre los que estamos de este lado de la vereda y elevar nuestros niveles de alerta como sociedad. Es imprescindible de aquí al futuro, porque tal como decía el amigo Carl Jung en una de sus máximas, lo que no se hace consciente se materializa en nuestra vida como destino. No menos importante será pensar cómo hacemos -como sociedad organizada- para evitar otra convocatoria mesiánica a la que le entreguemos casi todo el poder, porque no olvidemos que fuimos nosotros todos los que permitimos todo. Si bien se ha producido un hartazgo de casi todas las formas de maltrato posibles que pueden venir desde un Estado democrático, no sabemos si esta vulnerabilidad ha desaparecido o si sólo aguarda otros rostros sobre los cuales depositarse.
Es un hecho que los líderes cambian, pero el enigma que permanece es el de la sociedad que permite estos excesos. La sociedad somos nosotros, por si no nos hemos percatado. Vaya como ejemplo la resignación tácita frente a las extorsiones de Moreno, que no sólo un vicio de Moreno, ni del que lo manda. Hace casi 500 años, en su ensayo acerca de la servidumbre voluntaria, el genial franchute Etienne De La Boetie decía que el poder se impone sólo por el consentimiento de aquellos sobre los cuales es ejercido. Y no es en los gobernantes sino en los gobernados donde hay que rastrear la explicación de la servidumbre. Una verdad de Perogrullo.
Para no ser banales, no dejemos de lado la lectura más profunda, aunque incómoda, de las cosas, ya que sigue siendo imposible no ver en nuestros líderes rasgos propios algo exacerbados, socialmente hablando. Continúan expresando la materialización exterior de una parte maldita que no queremos ver, lo que en cierta perversa manera nos libera de la carga. En este sentido, el secreto mejor guardado tal vez sea el hecho de que usamos a los líderes, así como ellos nos usan a nosotros. La prueba es el autoritarismo de estos años, inédito para nuestra democracia y extendido como un pulpo, que se corresponde con un cierto fascismo a la medida, que recorre transversalmente a una sociedad que no acierta todavía a practicar esa forma de respeto mutuo que significa la invención de la ley, y su respeto a ella.
Una sociedad que exhibe frente a la ley la misma profunda perplejidad que Cristina frente a sus límites.
De allí que sea necesario que nuestra sociedad levante su umbral de alerta, para seguir siendo un laboratorio de experimentos económicos y políticos puestos al servicio de sucesivos proyectos de poder. Pero buenos y que agreguen valor. No como lo que ha sucedido con este equipo económico, para llamarlo de algún modo convencional, que con sus improvisaciones ha provocado la asfixia de sectores enteros de la economía, la destrucción de la inversión, y ha sembrado un campo minado hacia el futuro, difícil de desactivar. Lo mismo ha acontecido con los cerebros políticos que han decidido concebir la democracia de manera sesgada, sólo como una regla de la mayoría, interpretación que dejó de lado el necesario respeto por las minorías, y que habilitó el intento de "ir por todo", una especie de cáncer conceptual del que deberá recuperarse nuestra democracia en el corto plazo. Cuando se habilitan estos conceptos, sólo pueden salir del pensamiento centrista proyectos tales como la anulación de la independencia de la justicia, o de acorralamiento de la prensa, en un "ir por todo" que termina caracterizándose por una voluntad de purificación étnica de las ideas.
En el futuro, y para el futuro, la democracia no deberá usarse más para purificar ninguna de las partes que la componen, sino más bien integrarlas; nunca más usar la aritmética como un permiso para el atropello, sino como el punto de partida que señale dónde empieza el respeto y la inclusión del otro. La grieta cultural de la que hablada Lanata no se resolverá eliminando una de las partes, sino incorporando a ambas. Esperemos que uno de los logros involuntarios del kirchnerismo sea haber inoculado a la sociedad contra la intolerancia de cualquier mayoría que se levante en el futuro.
Y aquí quiero hacer mención al modelo erigido por UNEN para elegir sus candidatos; ha sido auspicioso y sería esperanzador que se contagiara al resto del sistema, sobre todo porque se ha retomado y enriquecido el debate. Es decisivo conducirse, en el futuro, con planes de política pública a mediano plazo, pensados y debatidos por los expertos del país en cada materia. Pero para poder debatir, la democracia deberá también recuperar a la palabra política de su perversión, de su uso como herramienta de enmascaramiento, de soslayamiento.
Es imprescindible recuperarla como un dispositivo de escucha y no de moldeo de los que no piensan igual. La palabra no es un martillo diseñado para esculpir al otro, sino un lugar de encuentro. La palabra no es el lugar de apropiación de la verdad, sino su sitio de interrogación.
Y las respuestas provienen de la razón en su conjunto.

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