miércoles, 12 de junio de 2013

Como reactivaría yo la Economía de mi país

Por Ariel Torres



No es mi idea provocar un debate ni mucho menos, sólo plantear alternativas posibles, plausibles de ser llevadas a cabo de manera franca y directa, que a mi juicio permitan reactivar la economía argentina sin inflación y, lo que es más importante, reduciendo la exclusión social. Están basadas en la necesidad de generar rápidamente los incentivos para estimular la inversión, la producción y la exportación, y evitar el ajuste recesivo.
La inflación es todo un tema, y bien medida supera el 20% anual, pero podría ser controlada y reducida gradualmente sin ningún ajuste recesivo. Claro, sería necesario que se regularice el Indec reponiendo a los idóneos y otorgándole la independencia que nunca debió haber perdido. Y, a partir de reconocerla, implementar una política de metas, basada en el consenso entre empresarios, sindicalistas y Gobierno -para coordinar decisiones y monitorear su evolución-, permitiendo de esa manera reducirla a valores menores al 5% anual en forma gradual, sin generar recesión.
Otro tema delicado es la presión impositiva, que se ha vuelto intolerable (37% del PBI), y es una de las causas de la falta de generación de empleo privado productivo y la caída de la inversión. Además es regresiva, pues pagan proporcionalmente más impuestos los que menos tienen. Hay que animarse a bajar el IVA al 16% y reducir los impuestos al trabajo. Estas dos medidas reducirían el trabajo en negro, impulsarían la generación de empleo y aumentarían la capacidad adquisitiva. También se debería revisar la escala del impuesto a las ganancias, para hacerla más progresiva, y corregir las valuaciones sobre las cuales se calculan los impuestos patrimoniales, para que se correspondan con los patrones internacionales.
En lo que se refiere al tipo de cambio, nuestra moneda refleja un atraso cambiario de entre 30 y 40% frente a los países con los cuales competimos y comerciamos. Devaluar hoy sin generar un "rodrigazo" es impensable, por el inmenso costo social que provocaría. Es un tema que llevará tiempo solucionar, pero en el camino –por ejemplo- se podría intentar eliminar la mayoría de las retenciones, sobre todo las industriales y las que afectan a las economías regionales. Y, parcialmente, también las de los productos primarios, eliminando las restricciones a la comercialización de carnes, lácteos y granos, que hoy actúan como cuasi retenciones al reducir los precios recibidos por el productor.
Durante la transición hacia un mercado único, se debería liberar el mercado cambiario para las operaciones financieras y turísticas. De esa manera, los que quieren invertir en el país, argentinos o extranjeros, podrían vender sus dólares en un mercado libre, legal, en el que puedan comprar dólares los que necesiten cancelar deudas o dividendos, o simplemente adquirir divisas para atesorar o viajar. Naturalmente que habría una pequeña escapada inicial producto de la “euforia”, pero nada que no pueda corregirse en el corto plazo.
Es indispensable revisar los subsidios al transporte y a la energía, porque hoy son fuertemente regresivos y favorecen el derroche energético en un país que debe importar combustibles por más de 13.000 millones de dólares al año. El alza de tarifas debería afectar sólo a los sectores más ricos, que hoy reciben casi siete veces más subsidios que los más pobres. Las mayores tarifas servirían para evitar el derroche energético. En el corto plazo, sólo vamos a paliar la crisis energética si reducimos el consumo domiciliario.
La Asignación Universal por Hijo debería ser de otorgamiento e indexación automática. También debería cumplirse con el 82% para los jubilados sin necesidad de los juicios a los que hoy se los somete. El resto de los planes deberían reglamentarse para que no dependan de los punteros políticos ni constituyan un debilitamiento de la cultura del trabajo. Es perfectamente posible, sólo se necesita de un estadista con principios y sin temores. También habría que educar y capacitar a los beneficiarios de los planes para facilitarles su reinserción en el mercado de trabajo. Y, fundamentalmente, deberíamos asegurarnos que los planes permitan eliminar la desnutrición infantil, que hoy limita la educación e impide la consecución de una sociedad más justa e igualitaria.
Desgravar las nuevas inversiones productivas, como lo propuso Roberto Lavagna en 2005, si se mantenía la relación entre capital y trabajo, estimulando así la incorporación de la masa laboral que se pagaba en negro. Esto, sumado a las ideas anteriores, podría producir una importante reducción de la informalidad laboral y un fortalecimiento de la cultura del trabajo.
Es imprescindible volver a visitar asiduamente a los mercados financieros internacionales para que nos ofrezcan sus excedentes en metálico. Habría una brecha fiscal que perfectamente puede cubrirse con endeudamiento externo, a plazos y tasas muy convenientes, aprovechando la excesiva liquidez internacional y los bajísimos niveles de endeudamiento externo que tiene nuestro país.
“Hacerse amigo de la Industria”, afectada en estos años por el atraso cambiario, que llevó al estancamiento de las exportaciones industriales y al auge de las importaciones. Además de lo comentado anteriormente, es necesario impulsar el crédito, fortalecer y ampliar los acuerdos comerciales regionales e interregionales e impulsar un desarrollo tecnológico y educativo consistente con esos objetivos. La agroindustria y la informática, en sus más diversas formas, tienen un enorme potencial en nuestro país.
La federalización real de las provincias y los municipios innegablemente ayudará a recuperar su autonomía financiera, y tomar sus propias decisiones sobre las inversiones en obras públicas en sus jurisdicciones. Esto implica rever la coparticipación efectiva y dejar de tener un Estado nacional rico, rodeado de provincias pobres. Y obscenamente dependientes.
Son ideas de un economista con muchos años de calle, pero con una visión intacta de lo que quiere para el país.
Un mejor país.



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