lunes, 10 de junio de 2013

Nuevamente a contramano de las oportunidades comerciales

Por Ariel Torres


Tengo una buena anécdota de hace algún tiempo: cierta vez, un alumno que leyó todos los libros sobre zen logra concertar una entrevista con el maestro más importante. Se reúnen y el alumno le cuenta todo lo que estudió y sus ganas de aprender. El maestro lo escucha y lo invita a tomar el té. Se sientan para la ceremonia y el maestro empieza a llenar la taza del alumno. La taza se llena y el maestro sigue vertiendo el té que, por supuesto, desborda, moja el plato, luego la mesa y finalmente el piso, mientras el maestro insiste en servir la taza del alumno. El alumno, asombrado, le pide que pare, que ya no va a entrar nada más en la taza. El maestro lo mira y le responde:”efectivamente, lo mismo pasa con tu mente, si no la vacías un poco de tus lecturas y preconceptos, no sé cómo pretendes aprender algo de mí, o que algo nuevo pueda entrar en tu cabeza”. 

Hay algo en lo que siempre hemos sido flacos los economistas, y eso ha sido el hecho de poder “llenar las tazas” de los políticos y el resto de los ciudadanos respecto de las ventajas del comercio internacional para el crecimiento de una economía como la argentina. Las cabezas están llenas de preconceptos y juicios muy atractivos respecto de la “protección del trabajo nacional”, del “compre argentino”, de la “competencia desleal de los grandes actores”, de la “invasión de productos en detrimento de los locales”, y todo eso que no por cierto no merezca ser analizado cuidadosamente.
 

En contraposición a lo que sucedió allá por la crisis del 30, siglo XX, los principales actores de la economía internacional se han negado a afrontar la tormenta que se desató en 2008 con una receta proteccionista. El mundo asiste a una sorprendente liberalización del comercio. Dos procesos que ya estaban en curso se aceleran: la integración de grandes áreas de intercambio y la migración del eje central de la globalización hacia el Pacífico.

Esto quedó claramente expuesto hace unos días, cuando Colombia, México, Perú y Chile profundizaron en una reunión en Cali la Alianza del Pacífico, comprometiéndose a eximir de aranceles el 90% de sus productos. Para ir aún más lejos, México, Perú y Chile unificaron sus bolsas de valores en un hecho sin precedentes.

En el mismo sentido, en Lima, los ministros de Comercio de Estados Unidos, Canadá, México, Perú y Chile avanzaron con los de Australia, Brunei, Nueva Zelanda, Malasia, Singapur y Vietnam en la constitución de la tan esperada y anunciada Asociación Transpacífica, conocida como TPP (Trans Pacific Partnership). Ya Japón fue invitado a integrarse a esta liga, que estaría funcionando a comienzos de 2014.

La mayoría de los analistas internacionales asienten en que la creación de esta sociedad es una respuesta de Washington a la expansión de China en América. Por eso sorprendió que el ministro de Comercio chino, Gao Hucheng, dijera que su país estudia los pros y contras de adherir al TPP una vez que lo haga Japón. Lo hizo poco antes de que el presidente Xi Jinping llegara a California para reunirse con Barack Obama durante 48 horas, el viernes pasado.

A confesión de partes, relevo de pruebas, dicen. Otra gran novedad está por ocurrir, y es que EEUU y la UE avanzarán en un acuerdo de libre comercio durante la reunión del G-8, en Irlanda, el próximo 17. Actores de distinto porte están tomando decisiones ante estos cambios. Obama, por ejemplo, nominó a Michael Froman como representante de Comercio. Froman es, desde los tiempos de Harvard, uno de los amigos más cercanos del presidente de los Estados Unidos.

Enrique Iglesias, el secretario de la Comunidad Iberoamericana, convocó para la semana que viene, en Santander, a los principales especialistas de comercio de América latina a fin de que analicen las consecuencias de estos acuerdos a ambos lados del Atlántico. Entre los invitados de Iglesias está Roberto Azevedo, el brasileño que acaba de ser elegido director general de la Organización Mundial de Comercio.

El sentido de informarles sobre todos estos nombres y actores, es la necesidad de conocer el significado para la Argentina, de esta remodelación del mapa económico. En principio, la desmentida de un prejuicio central de CFK: que el ciclo de turbulencia que experimenta el capitalismo desde el año 2008 abriría paso a una etapa de proteccionismo mercado internista. No sólo no se verificó esa profecía, sino que prevalece la tendencia hacia una mayor apertura.

Otra hipótesis argentina que entra en crisis es la postulación de "Sudamérica" como un concepto internacional predominante sobre el de "América latina". Esta clasificación, que supone el aislamiento de México por su incorporación al Nafta, es la premisa a partir de la cual Brasil ejerce un liderazgo regional. Ahora, a través de la Alianza del Pacífico, México vuelve, y la Unasur se desdibuja.

No termine allí la historieta, puesto que hay un criterio más que comienza a ser desafiado por el nuevo orden comercial: la conveniencia de haber sepultado el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). CFK solicita a menudo un reconocimiento por esa decisión, pero el tiempo está corroborando lo que Fernando Henrique Cardoso predijo en A arte da política , y su lúcido canciller Luiz Felipe Lampreia en O Brasil e os ventos do mundo : la negativa a negociar el ALCA llevaría a los Estados Unidos a suscribir acuerdos bilaterales con la mayoría de los países de la región, consiguiendo para sus empresas ventajas de las que las brasileñas quedarían marginadas. José María Aznar se lo vaticinó a Lula da Silva en octubre de 2003, durante una conversación reservada, en Brasilia: "La caducidad del ALCA es una pésima noticia para todos, pero sobre todo para Brasil".

Historia pura contemporánea, pero fascinante desde el punto de vista de cómo las ideas hacen a los estadistas. Estas ideas se están poniendo de nuevo en circulación en el establishment brasileño. Los expertos, los empresarios y la prensa observan que el país crece menos, sobre todo si se lo compara con Rusia, la India y China. En 2012 su PBI aumentó 0,9%, mientras que el de los socios de la Alianza del Pacífico lo hizo 5%, 1,9 puntos más que el resto de América latina.

Como en algún momento predije, el jueves último, la agencia Standard & Poor's bajó la calificación crediticia de Brasil de estable a negativa. El humor de los analistas de inversión cambió: "Los que ganaron en los últimos tres años lo hicieron vendiendo Brasil y comprando México", sintetizó un crudelísimo financista de Wall Street. Los empresarios brasileños están inquietos por estas señales. Advierten que sus empresas pierden valor y consideran que lo recuperarían abriéndose al mercado internacional y no buscando la protección del gobierno. Un muy interesante cambio de conducta.

Pero para nuestro país estas inquietudes son decisivas porque en Brasil atribuyen las dificultades económicas, en primer lugar, al corsé que supone el Mercosur. En los centros industriales aumenta la presión para que Dilma Rousseff se desembarace de las ataduras que la ligan a Cristina Kirchner. No son pocos los que anticipan que Rousseff recibirá un pliego de recomendaciones para negociar con la Alianza del Pacífico, y para reformular el Mercosur, eliminando el arancel externo común y permitiendo a cada socio la estrategia que considere más ventajosa.

En este sentido, Dilma quizás esboce una respuesta en octubre, cuando sea recibida por Obama en visita de Estado. Obama acaba de designar embajadora en Brasilia a una destacada especialista en América latina, Liliana Ayalde, quien lleva consigo a Alexis Ludwig, que hasta el viernes se desempeñó en Buenos Aires.

La primera dama de Brasil siempre produce incertidumbre. El empresariado le pide apostar al largo plazo, sumando a Brasil a la ola integradora, pero los hombres de negocios sospechan que su presidenta puede estar impresionada por Cristina Kirchner y sus resultados políticos. Dilma subió aranceles, estableció subsidios energéticos e intervino en la vida empresarial, sobre todo a través de los fondos estatales de pensión, con la mirada puesta en los comicios del año próximo.

Pero hace un par de meses, la presidenta brasileña urgió a José Durão Barroso a reanudar las tratativas Mercosur-Unión Europea. El presidente del Consejo de Europa le hizo notar que el problema era la Argentina. "De eso me encargo yo", contestó ella, autosuficiente. No le fue nada bien: en la última reunión con la señora de Kirchner las sugerencias brasileñas chocaron contra un muro.

El kirchnerismo aborda la reconfiguración internacional con Guillermo Moreno bloqueando importaciones y Ricardo Echegaray montando un cepo. Amado Boudou, Diego Bossio y Axel Kicillof concurren a la TV del Estado para elogiar a la Presidenta por "proteger el trabajo de los argentinos". Los frutos de esa orientación son amargos: mayor dependencia del precio de las commodities , un superávit comercial cada día mas riesgoso y caída en las reservas.

En otras palabras: una economía menos competitiva que destruye empleo.

Lo que pasa en estos días puertas dentro de Argentina terminará de convencer a Brasil de que, así planteado, el Mercosur es una condena. A las dificultades que determinaron la retirada de Vale -una inversión de más de 6000 millones de dólares-, se sumó la estatización del Tren de la Costa, operado por la brasileña ALL, y las diatribas de Martín Buzzi, el gobernador de Chubut, contra Petrobras: "La verdad es que nunca hizo mucho y ahora va a hacer menos". Buzzi es un amigo de Cristóbal López, el empresario kirchnerista a quien Petrobras se negó a vender sus activos argentinos.

Sin atender a los cambios que registra el comercio a escala global, y amenazando la principal asociación del país, el Gobierno se encuentra enfrascado en inexplicables negociaciones con Irán. Es llamativo, pero más asombroso todavía es que tampoco la oposición política y los líderes empresariales impulsan un debate sobre el sentido de esas mutaciones.

Toda una dirigencia anestesiada frente al ruido de la historia.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.