lunes, 26 de agosto de 2013

Cuando los demás son el problema

Por Ariel Torres


A esta altura de las cosas, hay que reconocer que hay una parte del padrón electoral que se reconoce no kirchnerista, pero que cree que hay muchas cosas que se hicieron bien y que por eso los vota. Algo así como el que te dice que sin tener problemas de alcoholismo, cuando sale de joda le gusta abrazarse a los postes de luz. O el que te dice muy “suelto de cuerpo” que, más allá de conocer a todos los travas de los bosques de Palermo, no es gay.

Esta es la gente que putea a Amado Boudou por hacerle daño a la imagen de la década ganada, y a Julio De Vido porque… bueno, porque hay que putearlo. De Guillermo Moreno sólo les molesta que mienta con la inflación, aunque está claro que los medios monopólicos exageran con la misma y que, en caso de existir, es culpa de los comerciantes (…). Preguntados sobre el patrimonio de CFK, se relajan y afirman que la justicia ya se expidió y no pudieron probar nada. Obviamente, se trata de la misma justicia a la cual habría que democratizar.

Aseguran a quien quiera escucharlos que no miran 678 ni prestan atención a los somníferos escritos por Carta Abierta, por considerarlos argumentos progres que no agregan valor. Precisamente por eso es que no se hacen cargo de la senilidad de Orlando Barone, y menos aún participan de las denuncias de Sandra Russo o Cynthia García cada vez que dan rienda suelta a las sospechas de complot de sectores financieros que buscan controlar la economía (…).


 Eso de ser “simpatizante afín pero no kirchnerista”, emparentado con el kirchnerista crítico, es una especie de manto sagrado para los que sostienen que todos estos factores le hacen daño al proyecto, pero que no hay que prestarles demasiada atención, dado que hacerlo es prenderse en el juego de los que buscan desgastar la figura presidencial. Este delirio de ser y no ser choca de frente con un punto básico e ineludible, dentro del análisis: quien eligió a Amado Boudou, quien banca a Julio De Vido, quien paga los salarios de 678, quien defiende a Moreno, quien manda a Kicillof, es la misma persona que se jacta una y otra vez de ser la única que da las órdenes y de que nada de lo que pasa en su gobierno se hace sin su aprobación. O sea.

Dentro de esa facilidad que brinda no hacerse cargo nunca de nada, CFK puso blanco sobre negro en su discurso del miércoles pasado –hace tanto ya- en Tecnópolis, el cual debería ser enmarcado como máximo exponente del evangelio según Santa Cristina, dado que fue una apología pornográfica de todos los latiguillos con los que sus fieles devotos han intentado convertirnos.

No habían pasado ni treinta segundos de su exposición, y CFK afirmó que “sin los diez años de gobierno kirchnerista, no habría futuro en Argentina”. Aquel cliché que reza “el país no termina en la General Paz” se vio un poquitín limitado después de las PASO, así que se trasladó a “el país no termina en el continente blanco al sur de Tierra del Fuego” y ahora hay que festejar que se ganó en la Antártida, donde habitan un puñado de estatales que dependen de la buena voluntad de Balcarce 50.

En ese orden de cosas, cada vez que D’Elía trata de yankee a Sergio Massa “son solo afirmaciones aisladas que no representan al conjunto”, pero ahí nomás fue Ella y tiró que en Wall Street están contentos con el resultado. En tal sentido, cada vez que un terrorista de las veinticuatro cuotas sin interés nos dice que no importa que Abal Medina hable del pasado habiendo sido parte de la Alianza -dado que “es sólo su opinión”- hay que mostrarle que Ella dijo que todos los demás son el pasado, menos su gobierno. Claro que, al momento de recibir la justificación del desprecio al que no los vota por parte de la prensa oficialista, hay que tirarles que Ella sostiene que los votantes no cuentan, ya que Ella quiere reunirse con los que no están en las listas.

Fueron un verdadero poema los pucheritos, hombritos y montoncitos con los dedos, de los que CFK hizo gala. Además de sus profundos conocimientos en materia económica al sostener que “en economía cuando vos le das a uno es porque le dejaste de dar a otro, no hay ninguna otra posibilidad”(sic). El concepto de generación de riqueza no entra en su cabecita sólo hambrienta de poder, ni hace falta calentarse para preguntarle cómo cree que existen países que mantienen su calidad de vida a pesar de la constante expansión demográfica. Hasta se hizo el tiempo para recordarnos que la costumbre de comprar dólares llegó con Martínez de Hoz en los setenta -algo que no me atrevería a cuestionar- dado que pocas personas deben saber tanto como Ella sobre la gestión del rey de la 1050.

Lo de debatir sin agravios se dio de bruces con los insultos a todo el arco opositor -y a sus votantes-, mientras algunos se preguntaban a quién le hablaba cuando decía que las deudas “las generaron ellos (…) en anteriores gobiernos”, si el que ganó la provincia fue Jefe de Gabinete de su gobierno, asesorado económicamente por el ministro de Economía de Néstor Kirchner y el presidente del BCRA que puso el desaparecido ex presidente.

El estado de felicidad del kirchnerismo se tradujo en optimismo, tanto que las palabras tranquilizadoras de Cristina sumaron su aporte y, en los últimos días, pudimos ser testigos de la buena onda que reina en el gobierno y de la seguridad que sienten por el futuro que les depara (cuac!). Luego de que el programa Periodismo Para Todos pusiera al aire un informe en el que mostraron que CFK “hizo una parada técnica” en el paraíso fiscal Seychelles regresando de Vietnam, el amigo Parrilli emitió un informe en el que trató de Terrorista Mediático –títere de Magnetto- a Jorge Lanata, tildando a su vez de “garcas” a los miembros del Poder Judicial -en salvaguarda del orden institucional- y afirmó que las denuncias son sólo con fines de promover la violencia. Algo de razón le asiste al inútil lacayo puesto que todos los que vuelven de Vietnam paran en el Atalaya de Seychelles para comprar medialunas, yo particularmente prefiero el Minotauro de las Maldivas.

No pasó ni un día y Parrilli volvió al ruedo para poner paños fríos declamando que Clarín le hace la campaña a Sergio Massa, que el que está loquito y nervioso es Lanata y que todas estas denuncias son para que la gente crea que Ella gusta del lujo y preside un gobierno corrupto. Son puras infamias puesto que la eterna empleada estatal multimillonaria compra la ropa en los outlets de avenida Córdoba y que en la totalidad del arco kirchnerista no existe absolutamente nadie que se haya quedado jamás con algún mango que no le corresponda.

Cerrando un finde sin desperdicio, Ella también se hizo eco del informe de PPT y tiró la bronca por Facebook al denunciar la impunidad de los que denuncian la impunidad (sí, tal cual). También afirmó que todo lo que se dice en contra del gobierno es para atacar la memoria del que ya no puede defenderse, o sea de Néstor. Aquí vale una aclaración: morir no salva. El hecho de contar con un impedimento permanente para ejercer auto defensa no implica que no se pueda investigar ni contar lo que haga falta contar. Es una verdad bastante estúpida como para tener que aclararla, pero la condición permanente de estar mirando al cielo por el resto de la eternidad, no es causal que justifique la inmediata suspensión de una investigación.


 Me hace mucho ruido que no se pueda hablar mal de quien no puede defenderse, pero sí se pueda decir que si Belgrano viviera, abrazaría al Modelo de Crecimiento de Villas de Emergencia con base en impresión de billetes, y todo sin que nadie se ofenda por la ausencia de opinión del padre de la bandera. Del mismo modo, se podría crear una especie de Instituto Revisionista Histórico para que indague en la vida de aquellas personas que, por cuestiones biológicas, se encuentran impedidas de poder expresar su parecer sobre lo que se dice de ellos.

En mi humilde modo de entender las cosas, que no se pueda siquiera sospechar cómo es que una mina que viajaba en bondi desde Tolosa hasta la facultad haya llegado a convertirse en multimillonaria sin haber ganado diez veces consecutivas el Quini 6, por el sólo hecho de que su marido ya no se pasea entre nosotros, no es más que un mecanismo falaz y obsceno de buscar compasión.

Ya no viene a cuento si la pesaban, no importa si se llevaron hasta los sobrecitos de azúcar, no le hace si la juntaron con palas mecánicas. Lo que realmente interesa es que Néstor se murió y no puede defenderse, aunque podrían hacerlo los que supuestamente saben “la verdad”, y no me pasa el hecho de que Cristina nunca hubiera sospechado cómo es que vivían en calidad de millonarios con el sueldo de un gobernador, como si hubiera pasado los últimos cuarenta años de su vida en estado catatónico sin preguntarse cómo es que el jardinero llegó a tener una empresa o qué fue lo que pasó con el chofer municipal que terminó al mando de medios de comunicación.

Más allá de la imposibilidad de Néstor para viajar a Seychelles en enero de 2013 por razones de público conocimiento, lo cierto es que algo ha mutado en la forma de encarar la campaña. La denuncia del domingo 18 bien pudo ser ignorada como hicieron con todas y cada una de las anteriores -convengamos que tampoco fue lo más grave que se haya dicho del oficialismo- pero acusaron recibo de un modo notoriamente sobreactuado


Ponerse en víctimas de un orden superior a todo como forma de recuperar votos, es tratar de idiotas a todos los que no los votaron, y sirve de botón de muestra para que vayamos viendo qué nos espera en los últimos dos años de esta concatenación de patinadas empíricas, delirios fundacionales y afano orgánico que hemos denominado kirchnerismo.

No todo puede justificarse.

martes, 20 de agosto de 2013

Los excesos que permite la sociedad

Por Ariel Torres




La sociedad en su conjunto, a pesar de reflejar comportamientos suicidas en repetidas ocasiones, con los reflejos dormidos, no come vidrio. De hecho, como el tipo que cabecea en la noche en una ruta provincial, se dio cuenta con el barquinazo, que debía aplicar el freno, sacudir la cabeza, y no dejar que el letargo lo siguiera aniquilando. Que los frenos profundos comenzaron a activarse a fines del año pasado, con los cacerolazos y otras señales favorables, como los límites planteados por la Corte Suprema, no me cabe duda. La semilla de esta reversión estuvo germinando en las sombras durante varios meses –lenta pero segura- y brotó finalmente con fuerza en esta elección, en la cual más del 70% de la ciudadanía le dijo no a CFK y sacó de un plumazo del escenario su reelección. Así las cosas, estas primarias han sacado de la asfixia a la vida política argentina y la sustrajeron del monopolio y la clonación kirchnerista a la que estaba sometida desde hace años. Los resultados han sido contundentes y marcan el fin de este ciclo, a la vez que abren opciones muy diversas e inciertas hacia el futuro.
De todas maneras, el kirchnerismo seguirá imaginando posibles escenarios durante algo más de dos años. Las sonrisas postizas que exhibían los miembros del FPV la noche de la derrota, genera los riesgos propios del boxeador tambaleante que, negándose a caer, tira golpes a diestra y siniestra. Las consecuencias serán muy costosas, porque toda realidad negada devenga, hasta su reconocimiento, intereses usurarios y, como la gente no cambia, no es improbable que el pato rengo sea, además, ciego. Y sordo. A esto se suma el riesgo de que el Gobierno juegue irresponsablemente, o bien con una radicalización final de consecuencias imprevisibles, o con una política de tierra arrasada, como forma de venganza contra las tres cuartas partes de una población desagradecida que no se dignó a reconocer las ventajas de la revolución.
A mi modesto modo de ver las cosas, este período lo que requiere es una profunda reflexión sobre los que estamos de este lado de la vereda y elevar nuestros niveles de alerta como sociedad. Es imprescindible de aquí al futuro, porque tal como decía el amigo Carl Jung en una de sus máximas, lo que no se hace consciente se materializa en nuestra vida como destino. No menos importante será pensar cómo hacemos -como sociedad organizada- para evitar otra convocatoria mesiánica a la que le entreguemos casi todo el poder, porque no olvidemos que fuimos nosotros todos los que permitimos todo. Si bien se ha producido un hartazgo de casi todas las formas de maltrato posibles que pueden venir desde un Estado democrático, no sabemos si esta vulnerabilidad ha desaparecido o si sólo aguarda otros rostros sobre los cuales depositarse.
Es un hecho que los líderes cambian, pero el enigma que permanece es el de la sociedad que permite estos excesos. La sociedad somos nosotros, por si no nos hemos percatado. Vaya como ejemplo la resignación tácita frente a las extorsiones de Moreno, que no sólo un vicio de Moreno, ni del que lo manda. Hace casi 500 años, en su ensayo acerca de la servidumbre voluntaria, el genial franchute Etienne De La Boetie decía que el poder se impone sólo por el consentimiento de aquellos sobre los cuales es ejercido. Y no es en los gobernantes sino en los gobernados donde hay que rastrear la explicación de la servidumbre. Una verdad de Perogrullo.
Para no ser banales, no dejemos de lado la lectura más profunda, aunque incómoda, de las cosas, ya que sigue siendo imposible no ver en nuestros líderes rasgos propios algo exacerbados, socialmente hablando. Continúan expresando la materialización exterior de una parte maldita que no queremos ver, lo que en cierta perversa manera nos libera de la carga. En este sentido, el secreto mejor guardado tal vez sea el hecho de que usamos a los líderes, así como ellos nos usan a nosotros. La prueba es el autoritarismo de estos años, inédito para nuestra democracia y extendido como un pulpo, que se corresponde con un cierto fascismo a la medida, que recorre transversalmente a una sociedad que no acierta todavía a practicar esa forma de respeto mutuo que significa la invención de la ley, y su respeto a ella.
Una sociedad que exhibe frente a la ley la misma profunda perplejidad que Cristina frente a sus límites.
De allí que sea necesario que nuestra sociedad levante su umbral de alerta, para seguir siendo un laboratorio de experimentos económicos y políticos puestos al servicio de sucesivos proyectos de poder. Pero buenos y que agreguen valor. No como lo que ha sucedido con este equipo económico, para llamarlo de algún modo convencional, que con sus improvisaciones ha provocado la asfixia de sectores enteros de la economía, la destrucción de la inversión, y ha sembrado un campo minado hacia el futuro, difícil de desactivar. Lo mismo ha acontecido con los cerebros políticos que han decidido concebir la democracia de manera sesgada, sólo como una regla de la mayoría, interpretación que dejó de lado el necesario respeto por las minorías, y que habilitó el intento de "ir por todo", una especie de cáncer conceptual del que deberá recuperarse nuestra democracia en el corto plazo. Cuando se habilitan estos conceptos, sólo pueden salir del pensamiento centrista proyectos tales como la anulación de la independencia de la justicia, o de acorralamiento de la prensa, en un "ir por todo" que termina caracterizándose por una voluntad de purificación étnica de las ideas.
En el futuro, y para el futuro, la democracia no deberá usarse más para purificar ninguna de las partes que la componen, sino más bien integrarlas; nunca más usar la aritmética como un permiso para el atropello, sino como el punto de partida que señale dónde empieza el respeto y la inclusión del otro. La grieta cultural de la que hablada Lanata no se resolverá eliminando una de las partes, sino incorporando a ambas. Esperemos que uno de los logros involuntarios del kirchnerismo sea haber inoculado a la sociedad contra la intolerancia de cualquier mayoría que se levante en el futuro.
Y aquí quiero hacer mención al modelo erigido por UNEN para elegir sus candidatos; ha sido auspicioso y sería esperanzador que se contagiara al resto del sistema, sobre todo porque se ha retomado y enriquecido el debate. Es decisivo conducirse, en el futuro, con planes de política pública a mediano plazo, pensados y debatidos por los expertos del país en cada materia. Pero para poder debatir, la democracia deberá también recuperar a la palabra política de su perversión, de su uso como herramienta de enmascaramiento, de soslayamiento.
Es imprescindible recuperarla como un dispositivo de escucha y no de moldeo de los que no piensan igual. La palabra no es un martillo diseñado para esculpir al otro, sino un lugar de encuentro. La palabra no es el lugar de apropiación de la verdad, sino su sitio de interrogación.
Y las respuestas provienen de la razón en su conjunto.

Razones comunes de una caída

Por Ariel Torres




Desde Caracas, donde estoy trabajando por estos días, escucho y leo palabras que poco y nada tienen que ver con política, pero que sin embargo han definido las cosas en ese terreno: disparos, pan rallado, y zapallitos. Parece un mal chiste pero esas han sido las razones de la paliza electoral que sufrió Cristina Kirchner. En un lunes cualquiera de trabajo aquí, venezolanos y compañeros de otras latitudes me pidieron que les explicara el resultado de las urnas. Los argentinos en el exterior presumimos de saber más de lo sabríamos incluso si estuviéramos en el país, en un momento de candente política como este, pero muchas veces caemos en los mismos vicios que el gobierno de turno: hablamos sólo de batallas culturales, discursos ideológicos, instituciones manoseadas y populismo mal direccionado.
Sin embargo, hablando por teléfono con mi hija, me entero que su madre despotrica porque el sábado pasado un kilo de zapallitos le costó 35 pesos. Le pedí que me pasara con ella y me contó lo del pan rallado: una bolsita de un cuarto cuesta diez pesos porque –según me explica, con muy buen criterio- la harina es tan cara que las panaderías no tienen descarte; el pan es un artículo de lujo en este país. Eso no es todo, también me contó que unos vecinos –viven en el conurbano-  habían sido baleados durante una entradera, y se salvaron de milagro. Es algo que sucede todos los días sin que a nadie se le mueva un pelo, pero la cosa se vuelve peor cuando abajo hay necesidades.
En el escalón más bajo de la población hay necesidades básicas no satisfechas porque aumenta el desempleo y la precarización, caen las ventas y se consolida la marginalidad; porque los salarios crecen por debajo de la inflación y porque ese vil impuesto destruye la capacidad de compra y ahorro del hombre de a pie. El hombre común que -sin ideología- padece silenciosamente los castigos de una economía trastornada, y que alguna vez vivió una fiesta acotada del consumo, que se comió su capacidad de ahorro, si la tenía. Y que terminó. Todo esto produce un gran malestar que no se puede encuadrar específicamente. Desde ese malestar la mirada se vuelve hiperrealista: los actos de corrupción cobran dimensión de escándalo insolente y la agenda del poder demuestra ineptitud e insensibilidad.
Si entendemos por agenda, claro, la "democratización" de la justicia, el pacto con Irán, la ley de medios, la verborragia setentista y otros entretenimientos del "capital simbólico". Parece gente que viviera en otro planeta, puesto que están pasando cosas gravísimas y ellos hablan de temas incomprensibles.
Lo he dicho hasta el cansancio en los últimos meses: no es posible ni probable que la Argentina  marche hacia un colapso económico. No están dadas ni por asomo las condiciones para que eso ocurra, pero lo que hoy se experimenta de hecho es un crack en cámara lenta, un deterioro cortado  en fetas, una especie de laberinto financiero de imprevisible desenlace, y que se convierte en el centro del problema. Déficit fiscal, emisión desbocada, escalada inflacionaria, retraso cambiario, pérdida de la competitividad, caída de las reservas, desplome de la soja, ausencia de inversión y un flanco externo negativo. Algo así como un viento huracanado de frente con acompañamiento de una gestión que tiene mucho de estrafalaria e improvisada. El Gobierno no sabe cómo salir de las encrucijadas, y eso motoriza la profecía autocumplida. El impertérrito Kicillof y la siempre sonriente Mercedes Marcó del Pont fueron enviados a explicar que, a pesar del veredicto de las urnas, no modificarán el rumbo. Que desde hace rato es bastante incierto. Los muchachos de la Cámpora emitieron sendos comunicados de intransigencia absoluta y de arrogancia insultante.
Y CFK habló bajo emoción violenta, arropada en una arrogancia sin límites: no es posible juzgar seriamente su discurso, que es antológico por las peores razones.
Enterrada la reforma constitucional, lo que la presidenta enfrenta por estos días es una combinación inquietante de fragilidad política con tormenta económica. Recuerdo cuando en aquellos días de la 125, cuando en la intimidad de la Casa Rosada ya se pensaba que todo había sido un gran error y se admitía que estaban huyendo hacia delante, había algunos atisbos de realismo del más puro, donde los Kirchner evaluaban retirar la medida. Cristina blandía su famosa frase derrotista: "Si cambiamos, van a decir que somos débiles", y ya sabemos que la debilidad es el único pecado que el peronismo no perdona, y por eso la verdadera ideología del matrimonio gobernante siempre fue la fortaleza, incluso a cualquier costo.
El hecho de redoblar apuestas no tiene tanto que ver con las convicciones, sino con la necesidad incesante de parecer fuertes. Para que los depredadores cercanos no huelan el miedo del herido y los despedacen a dentelladas.
Sin embargo, en una oportunidad bien cercana, la presidenta se probó a sí misma que podía cambiar sin perder vigor. Sucedió cuando en veinticuatro horas pasó del odio visceral al amor total con el papa Francisco. Esa operación le permitió neutralizar una gigantesca corriente social que se le venía en contra, y fue acusada con toda justicia de oportunista e incoherente, pero nunca de débil. La pregunta en ciernes es si CFK podrá cambiar, más allá de los resultados de octubre y las rabietas neuróticas, y si podrá realmente tomar nota de la gravedad de la hora y a partir de esa nueva conciencia modificar lo que hace falta para ordenar el desquicio.
Nada fácil es una personalidad que de la bipolaridad está mutando a la psicópata histericidad de ver conspiraciones hasta debajo de la cama.
De todas maneras viene bien aclarar que el actual desorden económico no es de izquierda ni de derecha puesto que no hay modelo que lo resista. Y Cristina tiene que gobernar aún por dos largos años… y medio. La vida de los argentinos depende de cómo conducirá el barco, qué alternativas quirúrgicas decidirá y cuál será su prototipo de salida del poder.
Ya está más que claro que no será juzgada por sus logros, que para la corta memoria colectiva siempre son pasajeros y olvidables, sino por la actitud que adopte en estos finales de época propia. Algunos de sus antiguos compañeros de ruta que la conocen bien, piensan que no querrá pagar el costo ni transformarse en un cadáver político. Dejar una bomba de tiempo a la próxima administración tampoco parece apropiado; hay que recordar que los escombros de 2001 no sólo enterraron a la Alianza, sino a su irresponsable antecesor. Sacudir el mantel equivaldría a perder todo junto: poder, respeto, libertad y futuro. Hacer la plancha y seguir con los parches como si no pasara nada puede meterla en una espiral descendente y desangrarla hasta límites abismales, convirtiéndola en una sombra de sí misma.
La administración de esa decadencia amenazaría incluso con perjudicar a los peronistas disidentes que aspiran a sucederla y que se regocijan con que pague el festín pantagruélico que se comió, puesto que la sociedad podría asociar a todo el peronismo con su desgracia. Y no estaría del todo mal, por alcahuetes y oportunistas ellos también. Solo cabe recordad que no les fue nada bien a los candidatos de los partidos de Menem y Alfonsín que, aunque se presentaban con discrepancias y promesas de cambio, fueron expulsados por el electorado. Tanto Angeloz y Duhalde pueden testificar dolorosamente sobre este fenómeno. Un descenso paulatino pero sistemático hacia el pozo de la recesión podría terminar con el mito de que sólo el peronismo puede gobernar.
Son algunas de las razones por las que a la presidenta no le quede más chance que dejar de cavar en ese pozo que la enterrará sin piedad. Deberá intentar reconstruir sin complejos la confianza, la racionalidad fiscal y cambiaria, y la seguridad jurídica. Son consejos que le darían –no me cabe duda, si pudieran- Dilma Rousseff y Michelle Bachelet. Esos valores, que ahora al kirchnerismo le parecen neoliberales, no son distintos a los que proponía el mismo Néstor Kirchner al comienzo, cuando hablaba de un "país normal y previsible".
Hoy la Argentina se caracteriza por una anormalidad monstruosa.
Hay intelectuales y pensadores de la oposición, algunos referentes con mucha ascendencia en la sociedad, que creen que ese giro no es factible, puesto que Cristina quedó presa de su propio relato, de la auto adoración mítica, de entornos complacientes y genuflexos. Piensan acertadamente que los cristinistas morirán con las botas puestas. Pero yo la sigo desde su época de senadora guerrera, y tengo la impresión de que la muerte política no está en los planes de Cristina, y que pasada la ruborización del error, enfrentada a la historia, podrá evaluar una nueva epopeya: retirarse en alto y por la puerta grande.
Claro que para hacerlo, tiene que vencer muchos de los prejuicios que ayudó a cristalizar y luchar contra sus propios temores. El pueblo se aleja de ella a gran velocidad; los zapallitos y el pan rallado le ganan a la ideología. Y la violencia está tiñendo el celeste y blanco de un color que de tan conocido resulta impredecible: el miedo. 

viernes, 16 de agosto de 2013

Cuando la Reforma Energética es central

Por Ariel Torres




Entre 1934 y 1940 el general Lázaro Cárdenas –una mezcla de izquierdista pragmático y populista encendido- fue presidente de México. También fundó por aquellos años el Partido Revolucionario Mexicano, lo que a la postre sería el Partido Revolucionario Institucional (PRI), fuerza política que acaba de regresar al poder en México, de la mano de Enrique Peña Nieto.
Hace algunos días, el joven presidente mexicano -en un largo y convincente documento que remitiera a la Mesa Directiva de la Cámara de Senadores del Congreso de la Unión- puso de manifiesto la tan esperada reformulación de la política energética de su país. Ya había hecho algunos anuncios a la población, acompañado por parte de su gabinete, desde la residencia de Los Pinos. Esa iniciativa incluye la necesidad de modificar los artículos 27 y 28 de la Constitución a efectos de modernizar los sectores de hidrocarburos y energía eléctrica.

Para el sector petrolero específicamente, se trata de una apertura acotada que prohíbe los contratos con riesgo a cargo del Estado y estimula el accionar de la iniciativa privada, que deberá asumir el costo del correspondiente fracaso –si ocurriera- en la exploración petrolera. La titularidad de los hidrocarburos continuará siendo -como hasta ahora- patrimonio exclusivo de la nación mexicana.
La reforma en sí misma implica volver a la concepción original del general Cárdenas quien, habiendo prohibido las concesiones, nunca cerró la puerta a las posibilidades de admitir la colaboración de la iniciativa privada en el sector de los hidrocarburos. Fue una enmienda constitucional aprobada a inicios de la década de los 60, la que específicamente prohibió al Estado los contratos con las empresas privadas, reservando todas las actividades de la industria petrolera exclusivamente para Pemex.
Peña Nieto ha recordado a su pueblo, cada vez que ha podido, que Cantarell, el principal yacimiento petrolero del país, está en proceso de agotamiento y que esperar a que ello ocurra sería suicida. Asimismo señaló la necesidad de convocar al capital privado para producir hidrocarburos por métodos no convencionales.
La proximidad con los EEUU le permitió aportar algunas cifras genuinamente impactantes, que hablan por sí mismas, abonando el argumento de avanzar en la producción de hidrocarburos de la mano del sector privado. Comparándose con su vecino del norte, recordó que el año pasado solamente en ese país se otorgaron 9100 permisos de perforación a 170 empresas para producir petróleo y gas natural con técnicas no convencionales. En el mismo tiempo, en México, se otorgaron sólo tres.
Los resultados son sorprendentes, teniendo en cuenta el hecho de que la producción de gas proveniente de ese capítulo aumentó ocho veces en algo más de una década, y representa ya cerca del 40% de la producción de gas natural norteamericana. También se refirió a la exploración y extracción en aguas profundas, enfatizando que los costos son cien veces más altos que los que corresponden a los yacimientos terrestres. Aquí hizo mención que el año pasado, en los Estados Unidos se perforaron 173 pozos en el mar, con profundidades superiores a los 500 metros, mientras que en México, apenas seis. En los Estados Unidos participan en esto más de 70 empresas, y en México sólo Pemex. Respecto de los pozos de más de 1500 metros de profundidad, en los Estados Unidos en los últimos dos años se perforaron 52 pozos. En México, sólo 5.
La diferencia sideral deja de lado cualquier comentario perspicaz.
Pemex está restringida a trabajar en absoluta soledad, destacó el presidente del país azteca, erosionando la seguridad energética de su país, que de no revertirse la situación actual, en muy pocos años se transformaría en importador neto de hidrocarburos. Está más que claro que México -de la mano de Peña Nieto- no quiere esperar a que, como en la Argentina, el desastre ocurra, sino que quiere anticiparse y dejar de lado la preocupación antes referida. Lo que pone de manifiesto una vez más que para hacer una revolución no es necesario llegar a un callejón sin salida.
Por supuesto, los tiempos son otros, por eso, el presidente mexicano recurre ahora a las propuestas del ex presidente Cárdenas, pero modernizándolas. El Estado mexicano continuará siendo propietario exclusivo de los recursos del subsuelo. Sin correr riesgos, podrá contratar con el capital privado, fórmulas distintas a las concesiones conocidas hasta ahora. Las compensaciones para el sector privado podrían ser en efectivo o en un porcentaje de los productos obtenidos. Los terceros podrán también participar en los capítulos de la refinación, el mejoramiento, el transporte y la logística de los hidrocarburos. Para la actividad privada se abrirá un manojo de alternativas que apunta a mejorar la competitividad de la economía mexicana.
Así las cosas, se impone una eliminación de la reforma constitucional del 20 de enero de 1960, que prohíbe a Pemex celebrar contratos con particulares en el marco de su objeto social. El modelo adaptado a los tiempos de Peña Nieto descansa sobre dos esquemas:
1) Los contratos para la exploración y explotación de hidrocarburos se celebrarán con el Poder Ejecutivo Federal.
2) La participación privada en toda la cadena de valor de los hidrocarburos será un régimen que supondrá la autorización expresa del gobierno federal. Esto obviamente eliminará la prohibición constitucional de que el Estado celebre contratos para la explotación de hidrocarburos con el sector privado. Además, la reformulación constitucional propuesta permitirá que la industria petroquímica también reciba aportes y colaboración del sector privado.
Al igual que Noruega, Colombia y Brasil, México convoca al capital privado nacional y extranjero, para obtener una oferta cada vez mayor de combustibles e insumos para sus actividades. Las propuestas de reforma de Peña Nieto incluyen una modernización total de Pemex, de modo de conferirle más flexibilidad operativa y un tratamiento fiscal comparable al de sus competidoras en el resto del mundo.
Es natural esperar que los beneficios de la reforma descripta no se agoten en el aumento de la inversión y de los recursos fiscales que seguramente generará el ingreso masivo al sector del capital privado. Incluyen también la recuperación de los niveles de reservas mexicanas probadas de crudo y gas; llevar la producción de petróleo de los actuales 2,5 millones de barriles diarios a 3,5 millones de barriles diarios, en 10 años. Y duplicar la producción actual de gas natural, también en un plazo de 10 años.
Son ciertamente objetivos ambiciosos, pero posibles.
Además de las medidas antes descriptas para el sector de los hidrocarburos, la reforma estructural propuesta por el presidente Peña Nieto incluye un capítulo referido específicamente a la energía eléctrica.
En México, las ciudades con mayor número de habitantes tienen una electrificación del 99%. Quedan, sin embargo, por electrificar casi 50.000 ciudades pequeñas, donde viven más de 2 millones de personas. Pese a que la energía eléctrica residencial está subsidiada, las tarifas eléctricas comerciales e industriales son 25% más altas que las norteamericanas, lo que afecta notoriamente la competitividad de la economía azteca.
Lo que propone la reforma es convocar al capital privado a invertir también en la generación de energía eléctrica, a la vez que utilizar más gas natural en esa actividad. A lo que se agrega la necesidad de modernizar más de la mitad de la red nacional de transmisión, que tiene más de 20 años de antigüedad, lo que redundaría en una reducción de los costos del servicio eléctrico, ayudando así a organizarlo con una visión moderna que permita elevar la productividad y la eficiencia del sistema. Manteniendo la titularidad del estado sobre la transmisión y distribución, la idea es convocar al sector privado para cooperar en aumentar la oferta de energía eléctrica.
El debate para la política energética de México es indispensable, y naturalmente desencadenará apoyos, pero también enfrentamientos. Si el debate es amplio, franco y lógico, las propuestas suelen enriquecerse. Los observadores son optimistas con Peña Nieto, ya que la mayoría legislativa le permitirá implementar sus propuestas modernizadoras. No obstante, la vieja retórica y los tabúes pueden demorar lo que el país necesita con urgencia.
Yendo por buen camino, la implementación de las reformas podría comenzar el año próximo. Para el sector petrolero mundial significaría que el noveno productor del mundo dejaría atrás 50 años de estatismo en su más pura acepción, y podría sumar a sus tareas el capital y la tecnología de las que hoy Pemex no dispone. De esta manera, las reservas de hidrocarburos mexicanas, que están en picada desde los 80, podrían recomponerse y, según las estimaciones, en poco más de una década, México podría aspirar a producir 4 millones de barriles diarios.
Todos los caminos empiezan con el primer paso, es cierto. Pero también es indispensable en algunos temas, que ese primer paso sea el correcto. Es un buen espejo donde mirarnos, con tiempo y oportunidad, puesto que -en materia de hidrocarburos- los avances son necesariamente lentos. Pero si la marcha es constante y coherente, los objetivos del presidente Peña Nieto parecen realizables.
Argentina ha desandado ese camino, merced a un populismo que ya no tiene cabida en el mundo actual. Si no tenemos los recursos para encarar una política exploratoria de hidrocarburos que nos permita volver al autoabastecimiento, pues entonces pidamos ayuda.
No privaticemos. Invitemos. Con reglas claras. Juego limpio. Nuestro subsuelo y nuestra historia nos lo exigen. 

martes, 6 de agosto de 2013

A pesar del Blanqueo las reservas continúan en descenso

Por Ariel Torres


El ingreso de algunos cientos de millones de dólares, con el transcurrir de los días del blanqueo no traerá el alivio sobre las reservas del Banco Central que el Gobierno esperaba cuando anunció el inaudito y poco creíble Plan Cedin.
Por estos días las reservas del BCRA se sitúan en US$ 37.000 millones y van camino a terminar el año cerca de los 33.000 millones. Por lo pronto, el 12 de septiembre caerán 2000 millones debido al pago del Bonar VII. Y este mes comenzó a disminuir el monto liquidado por las exportaciones del complejo sojero, llevando a que en el cuarto trimestre de este año muy probablemente la entidad monetaria vuelva a ser vendedor neto de divisas contra pesos, como ocurrió en el primer trimestre del año en curso.
Pero analicemos lo que significa disponer de US$ 33.000 millones de reservas en una economía con un PBI de casi US$ 500.000 millones: esto equivale a una relación de reservas/PBI de tan sólo 6,5%, comparado con niveles de entre el 11% y el 13% a fines de 2002 o 17% en el 2007. Es peligrosamente exiguo. Si tomamos como ejemplo el promedio simple del grupo de ocho países conformado por Brasil, Chile, Perú, Uruguay, Colombia, México, Rusia y Sudáfrica, notamos que exhibe en la actualidad un nivel de reservas/PBI equivalente al 18% de sus economías. Extrapolemos ese 18% al tamaño de la economía argentina en 2013 y vemos que equivale a un nivel de US$ 90.000 millones de reservas.
Sería el paraíso, puesto que con ese nivel, las reservas cubrirían el 150% de la base monetaria, como lo hacían entre 2007 y 2009, muy por encima del peligroso e inestable 55% de cobertura que se observará a fines de este año. El deterioro en la relación entre reservas y base monetaria iniciado en 2010 no es casual ni caprichoso: a partir de ese año Argentina comenzó a utilizar las reservas del BCRA para pagar la deuda pública, a la vez que inició el lento camino que la llevó desde el equilibrio fiscal hasta un déficit actual equivalente a 4% del PBI. El pago de la deuda con reservas las redujo, y el déficit financiado con emisión aumentó los pasivos monetarios del Banco Central. Algo de lo que casi nadie habla.
Pero más preocupante que el nivel es la tendencia. El actual esquema macroeconómico ha eliminado los mecanismos de estabilización que hasta hace algunos años sostenían el nivel de activos externos de nuestro ente monetario.
Porque hasta la imposición del cepo cambiario, la menor disponibilidad de ahorro externo que se generaba como consecuencia de un shock externo o interno (llámese Lehman o la resolución 125, por citar dos casos) contaba para su estabilización con un mecanismo bastante automático: el Banco Central vendía dólares contra pesos, las tasas de interés locales subían y la moneda se depreciaba en términos reales. Casi de manual.
Ese cambio de portafolios incluía también a los bienes. Cuando aumentaba la demanda de dólares, transitoriamente disminuía la demanda de importaciones, aumentaba el superávit de comercio y se estabilizaban las reservas. Una vez regenerada la confianza, el sector privado volvía a demandar bienes y a invertir en lugar de acumular dólares y la economía retomaba el crecimiento. Bastante procíclico, si no nos ponemos en exquisitos.
Pero desde la llegada de la restricción cambiaria, el vínculo que une la salida de capitales con la tasa de interés doméstica se ha desdibujado. Ahora el Banco Central es el que determina la tasa de interés a su antojo. Y el sector privado en conjunto no puede aumentar su nivel de dolarización, ya que la entidad monetaria no provee de las divisas que aquél demanda. Ahora bien, cuando los argentinos quieren dolarizarse deben hacerlo a través de aproximaciones imperfectas –por decirlo de alguna manera- al billete norteamericano: los industriales compran maquinaria importada para aprovechar los dólares subsidiados, la clase media y media alta compra autos o viaja. Y de allí para abajo, quienes pueden, compran materiales para la construcción para protegerse de la inflación.
Lo que  determina –curiosamente- que aún percibiéndose una dinámica macroeconómica inconsistente la demanda de bienes y, por ende, de importaciones aumenta. Antes, el temor estabilizaba las reservas del Banco Central, mientras que por el contrario ahora el temor genera más pérdida de reservas a través del aumento del gasto en "sustitutos" del dólar y de su impacto en la demanda de importaciones, retroalimentando la pérdida de reservas del BCRA y la demanda de máquinas, autos, viajes y cemento.
Lo que hace el temor es estabilizar transitoriamente el nivel de actividad pero no las reservas. Si éstas fueran infinitas, no habría allí un problema. Pero están muy lejos de serlo. Y en algún nivel más bajo que el actual, el temor inevitablemente generará un freno en la actividad.
Eso pasará indefectiblemente en el momento en que la gente no se conforme con esos sustitutos imperfectos del dólar y sólo quiera billetes contantes y sonantes. Ya se observó en mayo, cuando el dólar paralelo cotizó por encima de los diez pesos. La intervención del Gobierno en el mercado de contado con liquidación y cierta retracción monetaria reencauzaron la economía hacia un delgado equilibrio por el que transitó por unos meses.
Pero el aumento en la emisión para financiar el gasto preelectoral junto al fracaso del blanqueo ya están desafiando este inestable equilibrio.

Nunca fuimos buenos en eso… Lo del equilibrio, digo.

jueves, 1 de agosto de 2013

Cuando el Estado nos manda a gastar

Por Ariel Torres


Entre 1925 y 1995 vivió un extraordinario filósofo francés llamado Gillez Deleuze, que introdujo allá por los 60, un concepto muy curioso al que denominó "máquinas deseantes".
Me voy a tomar el atrevimiento de ensayar un paralelo entre sus ideas y la realidad económica actual, poniendo énfasis en el dinero y las finanzas personales, con la esperanza de entender el funcionamiento del consumismo en su conjunto y lo que podemos hacer al respecto, para trazar nuestro propio destino en este campo que es –a mi entender- uno de los más importantes para determinar nuestra felicidad relacionada a lo material.
Enumeraré algunos de sus conceptos más relevantes en función de lo que sucede hoy en día en nuestro país, con un Estado que nos induce cada vez más a gastar dinero que no tenemos en cosas que no necesitamos para agradar a personas que no nos interesan.
Porque somos máquinas de desear

El amigo Gillez define el deseo como un devenir vital. Para él, el deseo es la tendencia del cuerpo a unirse a lo que aumenta su potencia de acción. Dicho así suena complicado, pero es mucho más simple y cotidiano de lo que parece. Veamos: todo en el universo son encuentros, buenos o malos. Experimentamos alegría al encontrar un cuerpo que se compone con el nuestro y eleva nuestra potencia, y tristeza en el encuentro de un cuerpo que descompone el nuestro y nos quita potencia. El grado de potencia cambia según cuantas sean las pasiones tristes y las pasiones alegres que vivamos. Y en eso será determinante cuán malos o buenos hayan sido los encuentros.
Lo que las pasiones tristes acarrean es pasividad y por definición, fomentan el gusto por la esclavitud. De tal manera, en el sistema capitalista actual, aquel que no trabaja de lo que le gusta suele bromear con que es un esclavo de su jefe o de los dueños de la empresa para la cual trabaja. Para aquellos que no están conformes con su trabajo, el acto cotidiano de acudir al mismo representa ni más ni menos que una pasión triste.
De ahí que el filósofo afirme –inequívocamente- que será esclavo quien se abandone a la ruleta de los hechos y sucumba sin cesar a los encuentros que no le son favorables. Simple, sencillo, y contundente.
Si todos somos máquinas deseantes, podría pensarse entonces que lo que nos diferencia tiene que ver con el grado de potencia que alcanza nuestro deseo. Es por eso quizás, que algunas personas logran tener una vida intensa, trabajar de lo que les gusta y además triunfar en el campo económico. Pero el deseo individual, la mayoría de las veces, suele chocar con los intereses del sistema, ya que la máquina deseante (es decir, todos nosotros) es un sistema de producir deseos mientras que la máquina social es un sistema económico-político de producción.
El francés filósofo –y filoso- habla sobre flujos de deseo, mientras que David Ricardo y Karl Marx descubrieron el flujo de producción, el flujo de dinero, el flujo de mercancías; todo ello como esencia de la economía capitalista. Toda una contraposición que no es tal, como estamos analizando.
Flujos de deseo establecidos por la sociedad de consumo

En este sentido, lo que Gillez afirma es que todo lo que vemos fue fabricado por flujos de deseo, lo que nos permitiría definir la siguiente hipótesis: una sociedad no es ni más ni menos que una forma particular de organizar los flujos de deseo. O dicho de otra manera: el modo de producción capitalista es una forma de organización de la producción deseante, que busca lograr que las máquinas deseantes deseen lo que le conviene al sistema.
Parece un trabalenguas, pero intentemos releerlo y comprenderlo.
Si analizamos la economía argentina, observamos que la presión consumista por parte del Estado es cada vez más asfixiante, y llega incluso al punto de limitar el ahorro mediante distintos mecanismos que no tienen que ver solamente con la prohibición de comprar dólares, porque la tasa de interés que se paga por los medios de ahorro más populares como los plazos fijos son negativas en términos reales -si tenemos en cuenta la inflación- apareciendo el consumo como la única alternativa posible.
Es claro que la determinación externa de nuestro deseo no baja únicamente desde el Estado, sino que también se construye desde el sector privado, donde se intala la noción del éxito en función de lo material -un auto 0 km, una casa más grande, ropa de marca- valiéndose de un marketing cada vez más agresivo y subliminal frente al cual la mayoría sucumbe.
Pareciera que no existe una salida posible, de la manera como se presentan las cosas pero, en un tono esperanzador, nuestro amigo Deleuze introduce dos conceptos también curiosos, aunque fundamentales para nuestro análisis: el de “rizoma” y el de las "líneas de fuga", que ya mismo me tomaré el trabajo de analizar para ustedes.
El escape a la doctrina del consumismo

En primer término, lo que Deleuze introduce como concepto de rizoma, es un modelo descriptivo en el que la organización de los elementos no sigue líneas de subordinación jerárquica, sino que cualquier elemento puede afectar o incidir en cualquier otro. La definición nominal de rizoma dice que es un tallo subterráneo con varias yemas que crece de forma horizontal emitiendo raíces y brotes de sus nudos.
La motivación de esta noción del conocimiento se entiende como la intención de mostrar que la estructura convencional de las disciplinas no refleja simplemente la estructura de la naturaleza, sino que es un resultado de la distribución de poder y autoridad en el cuerpo social. De ahí que una organización “rizomática” del conocimiento es un método para ejercer la resistencia contra un modelo jerárquico o una estructura social opresiva.
Lo que intentamos aquí es producir un quiebre al afirmar que un individuo debe negarse a utilizar las piezas que la sociedad le entrega para que arme la imagen que ella quiere mirar. Para ello, la línea de fuga tiene que ver con pensar, que no es ni más ni menos que ocupar la brecha que se abre entre lo que se dice y lo que se ve, puesto que nunca hay una coincidencia entre una cosa y otra.
No descubrimos nada si decimos que pensar, a su vez, tiene que ver con cuestionar: ¿Realmente quiero pasarme la vida trabajando en proyectos ajenos, que disminuyen mi potencia, o es tiempo de encauzar mi deseo hacia mis propios intereses? ¿Un auto nuevo, una casa más grande o cualquier otro objeto material son realmente objetivos que yo deseo, o estoy siendo una pieza más del entramado del consumismo global?
Podemos afirmar que las personas somos parte de un mundo en el cual experimentamos lo intolerable, pero siempre intentando buscar una salida contra esa idea. Esa alternativa es creer, no en otro mundo, sino en nuestro vínculo con ese mundo: en la vida, el amor, el deseo.

Y vivir de acuerdo a nuestros propios planes. En tanto se pueda.