miércoles, 21 de noviembre de 2012

Uno de mis Alter Ego no es economista, ni mucho menos.


Por Ariel Torres

El chabón se la pasa seduciendo a mujeres hermosas, maneja autos deportivos más rápido que nadie y es capaz de emerger de una persecución bajo el agua, sacarse el traje de buzo y aparecer en un impecable esmoquin. Eso sí: como economista, James Bond es un excelente agente secreto.
Héroe oscuro por naturalez, el personaje creado por el novelista Ian Fleming cumple 60 años en el cine y su última película -Skyfall- bate récords de recaudación. Si hasta es objeto de estudio por parte de sociólogos, antropólogos y semiólogos.
Existe un trabajo académico -el primero, creo- sobre el mundo del agente con licencia para matar y data de 1965, cuando Oreste del Bueno y Umberto Eco publicaron Il Caso Bond. Naturalmente y como no podía ser de otra forma, los economistas también tenemos algo que decir al respecto. Bienvenidos a las "JamesBondnomics", un mundo lleno de coches Aston Martin, relojes Omega, champagne Bollinger y planillas de Excel.
Es lógico que la gente siga interesada en las películas de 007, porque es el mejor cóctel de lindas mujeres, autos fabulosos y suspenso político, es más, la Guerra Fría le daba un cierto toque de Occidente vs. la órbita soviética, y no termina porque todavía hay gente mala y gente buena en el mundo, así que la franquicia de James Bond puede seguir mucho tiempo.
Una de mis favoritas es Goldfinger, la primera oficial de la serie, en la que un magnate del oro, Aurie Goldfinger, diseña un plan bastante simple: hacer detonar una bomba atómica en Fort Knox e irradiar el metal precioso acumulado allí para que se vuelva inservible por décadas. Este golpe aumentaría el valor del oro atesorado por Goldfinger y provocaría el caos en Occidente.
Claro que las investigaciones preliminares denotaban un desconocimiento mayúsculo de las finanzas internacionales, puesto que desde el punto de vista económico, el argumento tiene un problema: la mayor parte de las reservas mundiales de oro no están -ni estaban- en Fort Knox, sino en el subsuelo del edificio principal de la Reserva Federal, en pleno Manhattan.
Bastante rebuscado también -mirado desde los ojos de un economista- aparece el guión de "007 en la mira de los asesinos". En esa película, el malvado Max Zorin (Christopher Walken) quiere provocar, en secreto, un terremoto para destruir Silicon Valley, lo que les permitirá a sus financistas aliados monopolizar el mercado de microchips. Si bien todo se maneja desde Silicon Valley, los microchips se fabrican en China y otros países asiáticos, así que la fabricación no se hubiera suspendido si Zorin finalmente inducía el terremoto.
Si bien es cierto que en la última película de 007 el malvado está motivado por valores de venganza y humillación, en la mayor parte de los episodios de la serie Bond hay un propósito de ganancia multimillonaria de fondo, y si de paso siembra el caos en el sistema capitalista mundial, mejor aún. En ese sentido, uno de los argumentos más sencillos y elegantes es el de Casino Royale. El diabólico Le Schiffre (Mad Mikkelsen) se dedica a "shortear" (comprar opciones de venta a futuro) acciones de compañías de aviación, al tiempo que planifica un atentado para que explote en el aire un jet de lujo en su viaje inaugural. Al estallido le seguiría una baja drástica en las cotizaciones del sector de aeronavegación. Este tipo de operaciones pueden producir un retorno muy elevado en el corto plazo, por más que las cotizaciones luego se recuperen.
Aprovechar "insights económicos" en películas de Hollywood, series de TV o historias famosas en general puede ser, de paso, una herramienta atractiva para enseñar la disciplina en el colegio secundario y en la facultad, así como Obelix & Compañía ya se volvió un lugar común en las aulas para estudiar oferta, demanda, bienes de lujo, etc.
De todas maneras, y volviendo a James Bond, sus responsables podrán hacer agua o como mucho aprobar raspando teoría económica, pero se diploman con honores en un posgrado de negocios: al cierre de esta edición, Skyfall se acercaba a los 500 millones de dólares de taquilla. 
Una cifra para brindar con un Martini batido, no revuelto.

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