jueves, 8 de noviembre de 2012

Hoy la Cadena Nacional esta en la calle


Por Ariel Torres

Contra la división. Contra la autocracia. Contra el odio. Contra la re reelección. Por más democracia. Contra la inflación. Contra la inseguridad. Contra la corrupción. Por la Unión y en Libertad.
Serán las ideas básicas con las que hoy miles y miles de argentinos van a salir a las calles para manifestarse contra una manera de gobernar. A no confundirse: no se trata de estar en contra de las cosas que Néstor y Cristina de hecho hicieron bien, sino fundamentalmente por las que vienen haciendo mal, como la instalación del cepo cambiario, el autoritarismo manifiesto, la torpeza de calificar a los seguidores de Hermes Binner como narcosocialistas, las declaraciones del diputado nacional y ex viceministro de Economía, Roberto Feletti ("no permitiremos que al que le sobre un peso lo convierta en dólares") y las de Diana Conti cuando confunde el respeto a la Constitución con algo que denomina "alternancia boba".
Hace ya un par de meses que todo el elenco gobernante viene haciendo todo lo posible para neutralizar la manifestación de hoy, y sólo han logrando potenciarla. La han vinculado con la Sociedad Rural, la Fundación Pensar, Cecilia Pando, Hugo Moyano y Mauricio Macri. Sin embargo, lo máximo que han conseguido es que el senador Aníbal Fernández saliera a lanzar acusaciones  sin el más mínimo sustento, sólo para poner contenta a la Presidenta, que vive su momento más difícil desde que asumió en diciembre del año pasado.  El resultado fue mayor adhesión a la marcha, aunque de maneras diferentes. Macri, Elisa Carrió, José Manuel de la Sota, Francisco de Narváez y Alberto Fernández, entre otros, la apoyan pero no estarán allí. Binner aclaró que saldrá a la calle, pero como un ciudadano más. El gobernador Daniel Scioli y el intendente de Tigre, Sergio Massa, todavía no dijeron esta boca es mía. Y es posible que no lo hagan por ahora: entre las miles de personas que saldrán hoy a la calle están los votos que necesitan para las ambiciones presidenciales de uno y de gobernador y, eventualmente, jefe del Estado del otro.
En algún punto, parte de lo que sostienen los voceros oficiales es verdad, puesto que esta movida es menos espontánea y está más organizada que el cacerolazo del jueves 13-S . Los que la promueven son personas de carne y hueso que se mueven como peces en el agua cuando navegan por las redes sociales para interpretar los sentimientos de una parte de la sociedad. Hasta ahora los organizadores han demostrado que son más audaces, más inteligentes y a la vez menos egocéntricos que las principales figuras políticas de la oposición. Ellos se dieron cuenta a tiempo de que debían priorizar la potencia de la convocatoria y postergar sus ambiciones personales. Por eso acordaron no dar notas a los periodistas ni aparecer en los medios. Hacer lo contrario hubiera significado minimizar la importancia de la movida y ponerse a tiro de cañón ante los ataques del Gobierno, que todavía no sabe bien a quiénes dispararles. 
Los responsables de la organización del masivo acto de hoy ya ganaron, más allá de la cantidad de personas que respondan al llamado. Hay varias razones que lo explican, y la principal es que han derrotado al miedo. Les han demostrado a muchos que critican en privado y hacen silencio público que se puede levantar la voz y poner límites a la prepotencia. También han pulverizado, con paciencia e inteligencia, al aparato oficial que trabaja a sueldo en las redes sociales y que durante los últimos años había "copado la parada". Los que se encargan de medir la repercusión de la movilización sostienen que la expectativa previa es mucho más importante que la del cacerolazo anterior. 
En este caso, el gobierno, agitando el 7D el día en que se terminará la "cadena nacional del desánimo", ha teñido la jornada de hoy de una relevancia y una importancia política inusitadas. Quienes salgan a la calle hoy sentirán, con seguridad, que no sólo están defendiendo el derecho a comprar dólares (...), sino también la libertad de poder expresarse y de ser informados. El derecho de enterarse de todo lo que pasa, más allá de la versión edulcorada y feliz que suelen ofrecer los gobiernos de turno. 
Quizás esta última razón sea la más importante de todas. Porque este gobierno no sólo quiere evitar que se sepa lo que sucede. También pretende hacernos creer cosas que no suceden.
No hay una sola persona con más de una neurona que desee que la Presidenta se vaya antes de tiempo, no es eso lo que está en discusión. Tampoco hay condiciones políticas para que pase algo así. CFK se ha transformado en la presidenta con más poder en toda la historia reciente. De hecho y de derecho. Con mayoría parlamentaria y la caja discrecional más abultada que uno se pueda imaginar. Con un enorme poder sobre los jueces, incluida la Corte Suprema de Justicia. Con la anulación de casi todos los organismos de control que podían haber puesto límites a los delitos cometidos y por cometer. Pensar que una protesta callejera puede interrumpir su mandato y poner en riesgo el sistema democrático es -como mínimo- una exageración.
Como también es una exageración adjudicarle a Clarín la responsabilidad de todos los males. No hay que ser un estadista para afirmar que si de un día para el otro el Grupo Clarín desapareciera, la inflación, la inseguridad, la corrupción y el autoritarismo de este gobierno no se acabarían. Al contrario: podrían crecer todavía más, a falta de un mínimo contrapeso.
Como están las cosas, aquí y ahora, lo mejor que podría suceder a partir de mañana, es que la Presidenta tomara nota de lo que le están queriendo decir los argentinos que hoy saldrán a las calles.
La Cadena Nacional unida por los eslabones del deseo y la consideración popular. Y con paz en el alma argentina.

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