Por Ariel Torres
Qué será de la trayectoria y de las conciencias de algunos periodistas el día en que CFK entregue la banda presidencial es algo que deberán escribir otros periodistas, seguramente, aunque no sería raro que los coloquen en la línea sucesoria de José Gómez Fuentes, Bernardo Neustadt o José María Muñoz, para citar a periodistas que se hicieron de un nombre al calor del poder de turno. Sin ofender ni hace juicio de valor, claro está. Lo mío es un simple recordatorio de hechos pasados. Tampoco sería extraño que volvieran al mismo lugar donde estaban antes de subirse a la ola del oportunismo nestorcristinista. Ese lugar se llama intrascendencia.
La estrategia legal del Grupo Clarín comete -a mi juicio- dos errores fundamentales al acusar a ciertos periodistas de "instigar a la violencia". El más lamentable y obvio es que demostraron que no toleran la libertad de expresión, que tanto pregonan. El segundo es imperdonable: transformar en mártires a periodistas que no son respetados ni siquiera por colegas que adhieren a la causa del Gobierno, es una patada en el paladar de la inteligencia.
Es sólo un lamentable y esperado error más en la guerra sucia y abierta entre este gobiero y el Grupo Clarín, que ya le tiene la paciencia llena a una buena parte de la sociedad argentina y que genera graves consecuencias para el país. Desde que la Presidenta ganó con el 54% de los votos, no hace otra cosa que poner toda la energía en ganar la batalla final, un norte por demás difuso en su estructura más básica. Su gestión se ha empobrecido de manera acelerada y muy evidente. El incondicional apoyo a su vicepresidente, la decisión de instaurar el cepo cambiario, la catástrofe de Once, la negación de la inflación y de los casos de inseguridad, el embargo de la Fragata Libertad en Ghana y el pésimo manejo de la estrategia judicial contra la voracidad de los fondos buitre están alejando a nuestra Inquilina de Olivos no sólo de quienes la votaron, sino de algo más serio todavía: la pura realidad.
No es que Clarín ni el resto del periodismo crítico se encuentren en el mejor de los mundos, ni mucho menos. Parte de la batalla cultural que inició Néstor y profundizó Cristina ha dañado la credibilidad de los medios en general y de algunos periodistas en particular, porque el Gobierno los obligó a jugar en la siempre embarrada cancha de la política, y la mayoría cayó en la trampa tendida por aquellos que no tienen ningún prestigio que defender.
Hay empresarios y políticos que miran esta especie de superclásico del poder, cuyo resultado se conocerá a partir del viernes 7-D. Por supuesto, nadie espera una victoria o una derrota contundente de ninguno de los bandos. Se trata de un grupo grande de personas y organizaciones entre las que se encuentran dirigentes con ambiciones presidenciales como Daniel Scioli, Mauricio Macri, Sergio Massa, Hermes Binner, José Manuel de la Sota, sindicalistas como Hugo Moyano, accionistas de multimedios más pequeños que el Grupo Clarín, los dueños de los grupos económicos más grandes de la Argentina y los banqueros que más ganancias han obtenido durante los últimos diez años. Menuda banda de chacales.
Es obvio que cada uno de ellos tiene una mirada propia sobre lo que puede llegar a pasar, pero la mayoría supone que, al final del camino, si algún juez no dispone lo contrario antes del 7 de diciembre, el Gobierno logrará desguazar Cablevisión y llamará a licitación para distribuir la empresa entre decenas de oferentes que ya se anotaron para quedarse con una parte de la gallina de los huevos de oro. Hay equipos hasta de Venezuela listos para ponerse alguna camiseta.
El gobernador de Buenos Aires, sin ir más lejos, preferiría que esto no sucediera, porque para cumplir con su sueño de llegar a presidente necesita que las cosas se mantengan más o menos como ahora. Es decir que la intención de voto de la Presidenta siga cayendo, pero no tanto como para arrastrarlo también a él; que la tensión entre el Gobierno y Clarín se mantenga, pero que ni uno ni otro aparezca como el gran triunfador, porque tanto uno como el otro podrían condicionar su carrera hasta la primera magistratura. El eterno rol que más le conviene: el de equilibrista.
El amigo Mauricio, al igual que De Narváez, tiene una lectura un poco más pesimista. Ambos están convencidos que si el Gobierno consigue doblegar, por encima de lo que decidan los jueces, al Grupo Clarín, a partir de 2013 no habrá contrapeso en la información que reciban la mayoría de los argentinos. Para ponerlo en términos que entendendamos todos: ya no habrá más 8-N, ni 20-N, ni nada que se le parezca, porque ningún otro medio audiovisual será capaz de mostrar, en vivo y en directo, una manifestación de descontento social tal y como puede suceder, sin la presentación maniquea de los lacayos de 6,7,8 o el ninguneo informativo de Página 12 y Tiempo Argentino, que redujeron las movilizaciones a un recuadrito de tapa, como si fuera una noticia más.
Los dos magnates, aunque no terminan de amigarse, piensan exactamente lo mismo. Están genuinamente preocupados por el avance del Gobierno sobre la vida pública y privada de los jueces. No son defensores a ultranza del Grupo Clarín, pero sospechan que si el Gobierno doblega a Héctor Magnetto será capaz de cualquier cosa, dentro o fuera de la ley, para lograr que CFK pueda ser candidata a presidenta, otra vez, en el no tan lejano 2015.
Distinto es el caso de los demás que completan el arco opositor. Están quienes piensan muy parecido a Macri y a De Narváez. Binner no pertenecía a ese grupo hasta que Andrés Larroque habló de la supuesta existencia de un narcosocialismo. El candidato a presidente no solo se sorprendió por la acusación, sino que quedó estupefacto cuando le alcanzaron los recortes de prensa de los medios oficiales y paraoficiales. Ese día tuvo una cabal y clara idea del poder de fuego que tiene el sistema de prensa alimentado por la publicidad oficial y el dinero del Estado. Otros, como Claudio Lozano, tienen una mirada ligeramente distinta. Está en contra de la aplicación discrecional y arbitraria de la de ley de medios que está haciendo la Afsca, pero está a favor de poner límites a la posición dominante de Clarín, aunque pide que no sea de facto, ni a través del apriete de los jueces.
En línea aunque en voz muy baja, hay un numeroso y silencioso grupo en el que se podría ubicar a Ricardo Alfonsín, decenas de hombres de negocios y dueños de otros medios, que están a la expectativa del resultado de la batalla final. Al decir de uno de ellos: "para nosotros, lo ideal sería que la justicia fallara a favor de la adecuación no compulsiva de Clarín a la ley de medios. De Clarín, de Telefé y de cualquiera que la estuviera incumpliendo. De esa manera, limitaría la capacidad de presión del Grupo sin vulnerar la libertad de expresión y de que todos seamos informados. El desmesurado poder del gobierno es real, pero tiene fecha de vencimiento, porque Cristina no puede ser reelegida, a menos que den por derogada la Constitución Nacional. En cambio, si Clarín gana la pelea por goleada, qué gobierno se va a atrever a ponerle límites?". A confesión de partes...
A esta altura de las cosas, nadie parece recordar ni tener presente que fue Kirchner quien aprobó la fusión entre Cablevisión y Multicanal en diciembre de 2007. Pero nadie le presta atención a esta nimiedad.
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