Soy católico. Durante mucho tiempo fui practicante, en el convencimiento de que Dios existe, y existirá siempre, y nos ofrendó la vida de su hijo simplemente para mostrarnos lo miserables que somos, a lo que podemos llegar, y porqué es necesario que la Fe nos oriente.
Ese mismo convencimiento me hizo pragmático, curioso de las demás religiones, escéptico del mundo de los humanos absolutistas y conservadores. Fui mas allá, medité en alguna oportunidad, leí sobre religiones comparadas, me inspiré en la sabiduría milagrosa, es decir, aquella que cree en los milagros. Hice cursillos, retiros espirituales, en mis viajes estuve en lugares donde la Fe se manifiesta de maneras tan diferentes a las nuestras, que eso me convenció más acerca de la existencia de alguien superior.
Me hizo bien, pero nada de lo que ví o viví me hizo fanático de algo. En absoluto. Creo firmemente que desde el abanico de las opciones, me instalé en el autoconocimiento, tomé conciencia de mí mismo, de lo insignificante de mi existencia para el mundo, y de lo importante de mi vida para mí.
Nunca entré en la sanata de la respiración, ni del culto a los falsos profetas, ni siquiera probé ser vegetariano. Yo necesito comer carne, mi cuerpo me lo pide, y me hace bien. Nunca pensé que el espíritu sea mejor que el cuerpo, más bien es una expresión de nuestro propio espíritu encarnado en este cuerpo y esta mente. Pienso que si hubiera escuchado más a mi alma, y respetado los momentos de mi espíritu, sin duda me hubiera ido mucho mejor en la vida. Pero creo que forma parte del aprendizaje.
Cuando escucho la manera en que se bastardean palabras como energía, buena onda, new age, meditación trascendental, buen vivir... pienso lo fácil que es encuadrar todo en un sólo término: paparruchada. Es incesante el desfile de gente que habla mucho y practica poco de lo que habla. No hay soluciones mágicas ni profetas límpidos en qué creer hoy en día, las miserias del ser humano están presentes de una manera insoslayable por estos días. Buscar afuera lo que para mí sin dudas está dentro, es un error y una comodidad. Encontrar las respuestas en la propia alma es un milagro en sí mismo. Y hacia allí voy, y he ido siempre.
Creo en la trascendencia de las crisis, que me han enseñado más que cualquier conocimiento adquirido por otra vía. Ser inteligente no me ha garantizado nada en esta vida, ni me ha dado más recursos, ni más posibilidades para llegar a ser quien quiero ser. En estos tiempos de hiperexigencia, individualismo y consumo, hasta los más incrédulos han salido a la búsqueda de lo trascendental, en la mayoría de los casos sin las herramientas adecuadas. Esas que da el alma.
En un mundo desprovisto de virtudes, salir en busca de la luz puede significar pararse frente a un tren en un túnel... así de destructivo puede ser el enceguecedor brillo de los espejitos de colores manipulados por los alquimistas de la fe moderna. Pensar que la espiritualidad está alejada de la religiosidad, es no tener la más mínima idea de lo que significa la palabra Fe. Pensemos por un instante en qué momento o momentos ponemos en juego nuestra espiritualidad, y nos daremos cuenta lo necesario de la Fe, cualquiera sea el credo que profesemos... incluso cuando no profesemos ninguno.
Cuando alguien nos propone un culto nuevo, es como si nos ofrecieran un nuevo modelo de auto. A fin de cuentas, es un instrumento para ir... donde sea que querramos ir. El motor de ese auto es la trascendencia que tiene para nosotros, el mensaje de nuestra alma. Si nos dejamos aturdir, jamás lo escucharemos, porque el alma no grita, ni aún estando herida. El alma le habla al espíritu, y el espíritu -aún quebrado- es el que nos desliza al oído lo que pretende de nosotros; ese mismo espíritu que clama por movimiento, cuando creemos que ya nada puede salvarnos.
Espiritualidad es la palabra. Está en nosotros. Espiritualidad es creencia, y Fe es certeza. Para no caer en el "canto de sirenas" que tanto se escucha hoy...
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