Estoy pensando con que epíteto describir el encubrimiento que se produce a la vista de todos, en el Congreso de la Nación, y no lo encuentro. Y eso que me jacto de tener un vocabulario bastante extenso, del que me enorgullezco. Encubrir a la vista es un oxímoron, una paradoja para la cual no existe un término que la sintetice. El lenguaje se agota frente a las peculiaridades de la Argentina, sitio en el que produce, mes a mes, una ampliación del concepto de lo posible.
Curiosa y tristemente, el primer dato de esta ampliación es que, en un debate parlamentario, y no entre gallos y medianoche, el Estado argentino expropió una empresa cuyos dueños no se conocen. A ninguno de los legisladores que votaron a favor se le ocurre averiguarlo, ni le interesa. El segundo es que no se sabe qué es lo que se está expropiando, si acciones o bienes. El tercero es que el Estado argentino expropió una compañía de maquinarias obsoletas, en la que los billetes se producen en condiciones cuasi artesanales, como recordó Manuel Garrido. Y cuarto, que esto se logró no sólo con el voto del oficialismo, principal interesado en eliminar este problema de la agenda pública, sino con el auxilio de parte de la oposición.
Como ya lo dijo alguien por ahí, las palabras pueden significar cosas opuestas, porque lo único que importa es quién es el que manda. A propósito, si no fuera porque al pellizcarnos comprobamos que estamos despiertos, bien podría todo esto ser parte de una fábula de Lewis Carroll, un hueco en la realidad por el que hemos caído colectivamente. Comenzando con la inefable sonrisa, que estaba presente, sentada en la rama más alta del Senado, al igual que el gato de Cheshire. Se trata de un paralelismo que se podría profundizar, ya que en algún momento debe de haberse desatado una discusión, en la que tiene que haber participado la Reina de Corazones, acerca de si algo que no tiene cuerpo puede o no ser decapitado. Legítima duda que habrá asaltado a quienes protegieron a quien es percibido como un cadáver político. Ante lo cual no podemos menos que recordar la sonrisa del Guasón, que si bien parece, no es sino más que una mueca obligada, pintada sobre el cinismo. Una sonrisa casi sin vicepresidente.
Una mueca hecha sonrisa, que permanece durante un tiempo después de que el resto ha desaparecido. Esto es lo que ocurre con la sonrisa de la impunidad en nuestro país: permanece, encarnada en sucesivos actores, cuyos nombres se van desvaneciendo, desde hace décadas. Es la sonrisa del que sabe que nada puede ocurrirle, aunque se dedique al pillaje, como tampoco ocurrió nada con aquel que en su momento robaba para la corona, entre cientos de otros. Son las siete vidas de la impunidad. Esta expropiación es un capítulo adicional en la fábula de un país injusto e impune, que mantiene a su democracia detenida en la infancia. Surrealista, arbitraria y sin reglas de juego, como la del Guasón.
Sonrisa que además, está teñida de caos, tan necesario para derramar anarquía disfrazada de populismo.
Y NOSOTROS SOMOS UNOS TIPOS EXTRAORDINARIOS: SE EXPROPIA UNA EMPRESA FANTASMA, NO ACTÚA LA JUSTICIA, NI LOS LEGISLADORES, NI LAS AUTORIDADES ADMINISTRATIVAS CORRESPONDIENTEMENTE, Y MENOS AUN UN PUEBLO QUE POR HECHOS PRODUCIDO Y ACEPTADOS SE PARECE MAS A UNA POBLACIÓN CORRUPTA QUE A UNOS CIUDADANOS COBIJADOS EN UN ESTADO DEMOCRÁTICO
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