viernes, 21 de septiembre de 2012

El divorcio bien tratado

Por Ariel Torres





Como lo conocemos y lo "sufrimos", el actual sistema de divorcio en el país ha fracasado. La familia argentina ya no responde a un modelo único como el que trazó Dalmacio Vélez Sarsfield en el Código Civil, hace 143 años. Si alguien quiere imponer o difundir ese modelo -que es el que nos rige actualmente- debería hacerlo a través de la persuasión religiosa.
La posición de la Iglesia es muy respetable, pero no es posible imponer o difundir un modelo de familia a través de una ley. Por estos días, el nuevo código está siendo sometido a audiencias públicas. Antes, sufrió cambios a manos del gobierno nacional con los que particularmente no estoy de acuerdo; por ejemplo, eliminó del proyecto el debate sobre la responsabilidad del Estado y estableció que los contratos comerciales deban celebrarse en pesos.
Más que apurarse a votar el nuevo Código, hay que tener una posición razonable. La votación no puede ser a libro cerrado ni debatirse eternamente. Hay que ajustarse a los plazos establecidos por el Congreso, siempre que esto sea posible. Además, cuando hacemos una decantación de lo que surge de las audiencias públicas, sobre la gran mayoría del proyecto no hay discusión. Los temas opinables son pocos, diez o quince.
Uno de los ejemplos es el del matrimonio, que sigue siendo la institución central del derecho de familia. De ninguna manera se trata de estar en contra de la fidelidad, ni de que el matrimonio se constituya sobre la base de un proyecto de vida en común que incluya la fidelidad, como tampoco estoy en contra de la familia tradicional. Pero de ninguna manera se puede pretender -a esta altura de los tiempos- que la fidelidad sea un deber conyugal por una cuestión de técnica jurídica. Creo que va mucho más allá de eso.
Qué dice la experiencia judicial y cotidiana al respecto? Que las dos maneras de divorciarse que existen en la Argentina no funcionan. Las audiencias de conciliación en los divorcios de común acuerdo se transformaron en una ficción, y el divorcio causado -por ejemplo- por incumplimiento del deber de fidelidad acaba provocando la destrucción familiar, el agotamiento del patrimonio y graves daños a los hijos. En cambio, se ideó el divorcio como el fin de la decisión de la pareja de la vida en común. Si no hay que presentar una causa para divorciarse, eso quiere decir que no existe un deber no cumplido. Es una vía mucho más acorde con lo que pasa hoy en la sociedad.
 En el 99% de los casos, cuando una persona decide divorciarse, esa decisión es irreversible. Es muy difícil juzgar las culpas. Hoy el sistema genera mucha litigiosidad y eso daña a la familia. Creo que hay que diferenciar la visión de quien hace una ley enfocada en disminuir los litigios, en solucionar los problemas de las personas, de esa otra idea moral que pretende imponer un modelo de familia. La posición de la Iglesia al respecto es muy respetable. El problema es el camino a través del cual uno puede imponer o lograr un modelo de familia. Ese ideal se puede difundir a través de la persuasión religiosa, de los valores culturales. Pero hacerlo a través de una ley imperativa... es como mínimo, temerario y complicado. Las pruebas están a la vista.
Al contrario de lo que se dice de estas normas, que van a provocar consecuencias en el modelo familiar, en realidad vienen a regular lo que ya sucede: se están incorporando las consecuencias de un comportamiento social difundido y no generando nuevos comportamientos. Hoy tenemos muchas personas que siguen el mandato de la Iglesia, también tenemos católicos que no siguen el modelo de matrimonio, que se separan, que conviven, que tienen hijos por fecundación in vitro. Tenemos personas de otras religiones y personas que no son religiosas. Si consideráramos que esto está en contra de un modelo de familia, afectaríamos a mucha gente. 
Este proyecto -a mi entender- busca favorecer la libertad de las personas. Necesitamos una sociedad en la que la gente se sienta libre y viva como quiera.

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