sábado, 16 de junio de 2012

Razón de ser Padre


Por Ariel Torres

Resulta difícil entender este fin de semana para mi. Mañana es el día del Padre, como todos los años desde hace 47, para mi. Para el mundo de la carne, hoy soy tan sólo padre, porque he dejado de ser hijo. De todas maneras, estoy tratando de definir como es la cosa, desde el mundo del amor.
A pesar de todo, en estos días, además de sentirme padre como cualquier otro día, también me siento hijo, muy hijo. Será porque a pesar de tener ya algunos años, mi vida actual está inundada de los que siento por mis hijos, a lo que quiero como no sabía que se podía querer. Pero fundamentalmente me siento hijo porque ya no tengo padre, porque Alberto murió el 2 de junio pasado, sí, hace ya-recién dos semanitas. Sin embargo, nunca sentí esa necesidad de idolatría de los predecesores que tanto abunda, el culto a los padres y a los abuelos, porque la siento inadecuada, limitante para la libre manifestación de los sentimientos verticales.
No comulgo con el principio del amor como respeto, idolatría o exageración de virtudes, me parece fatuo el amor que necesita idealizar. Siento que la cosa es al revés, que el amor tiene que ver con la realidad, y que uno quiere cuando ve al otro como es, cuando lo siente dotado de esa imperfecta manera de ser que todos tenemos de alguna manera particular, y lo quiere igual.
Eso sí: entre padres e hijos siempre se trata de amor. No se trata de ejemplo ni de respeto ni de buenas intenciones. Es un asunto de calidez, cariño, presencia y disfrute de experiencias compartidas. De cercanía real, no inventada. Tiempo, tiempo del bueno, tiempo pasado en común y elaborado como sentido para nuevas experiencias. Y un amor fuerte, que sepa abrirse paso en el mundo cotidiano, con el sufrimiento corriendo por otro camino. Entre padres e hijos, como entre hombres y mujeres, el sufrimiento no es prueba de amor. Es prueba de sufrimiento. Y no tiene ningún mérito, además.
Cuando miro a mis hijos, y me registro en ellos, no puedo creer que llegué a ser el conductor de tanta vida. No digo conductor como líder, que lo soy como me sale; digo conductor como si estuviera hablando de un hilo eléctrico, de energía, de vida, de sensaciones. No puedo creer que tanta vida pase por mí. Que el tiempo me haya traído a este maremoto de pasión, a esta iluminación encantadora. La primera vez que tuve relaciones sexuales sentí que a partir de ese momento entendía más todo. Miraba la gente a mi alrededor y pensaba "ah, por ahí viene la mano", como si hubiera encontrado una clave. Lo mismo, tal vez más profundamente, me pasó desde que soy padre. Entiendo mejor a la humanidad, a la civilización. Cuando uno emite semejante erupción de afectos capta mejor los lazos invisibles que nos conectan. Es como haber penetrado un poco más en el sentido fundamental de la existencia.
Buscando definirlo con algunas otras palabras, es como un magnetismo generador, ese amor, es sopresa de ver tanto, de sentir tanto, de mirarlo todo de nuevo con ojos crecidos. Es encontrarse en situación de cuidador, de transmisor de mundo, tener mucho a cargo y tener miedo de no dar la talla y al mismo tiempo sentir que esa pieza faltante, ahora hallada, hace que toda la vida propia encuentre su lugar.
Tratándose de la vida, y sin necesidad de que sea exclusivo de la sangre, tener hijos es pasarse en limpio, entender por fin de qué va la cosa esta de la vida. Para qué sirve uno. Tener hijos es lo más importante que vamos a hacer en nuestra vida, y me sorprendo a mí mismo sintiéndolo cuando durante mis casi tres primeras décadas carecí completamente del deseo de ser padre. No lo entendía. No me parecía que eso de tener hijos fuera taaaaan relevante como se decía. Incluso sentía (tal vez inspirado por las dificultades de mi historia) que la familia era un formato burgués de acomodamiento, la pérdida de una crudeza de la vida, de una libertad, sin la que nada tenía sentido. Al vivirlo, finalmente, ayudado por mi mujer de entonces -las mujeres hacen que los hombres maduremos-, entendí que la familia, engendrada por el deseo y el amor de dos que se juegan a ser padres es la droga más poderosa que pueda ingerirse, el lisergismo transmutador más arriesgado e intenso. 
No he conocido despelote más apasionado y mayor experiencia de amor libre y trastornador, que la familia vista desde el sentido de padre. No creo que haya situación que haga crecer más a una persona, y poder entender a quién se meta en ella.
El cuerpo de los hijos es carne sagrada, un mundo increíble de creencias propias y divinas, incluso para aquellos que crecen y viven en un mundo sin dios. Lo cual quiere decir mundo rico en sí mismo, excitante, posible, raro, inmenso, inabarcable, sensacional, desafiante, indomable, sin protección ni garantías. Si algo se acerca en mi vida a lo que otros encuentran en sus sentimientos por dios es lo que siento por mis hijos. Creo que dios son los hijos. 
Una vez mi abuelo me dijo: "el único amor incondicional, m´hijo, es el vertical, porque uno mira para arriba y ve a su padre... y mira para abajo y ve a su hijo... todo, absolutamente todo lo demás es negociable...". Sabias palabras las del viejo. Sabias. Eternas. Incontrastables.
De la mano de ese padrenuestro heredado en el que creo firmemente, pienso también que las generaciones tienen un compromiso evolutivo. Que así como mi papá y mi mamá -lo siento, pero no se puede hablar del padre, por más que sea su día, sin hablar un poco de las madres- pudieron más conmigo de lo que sus propios padres pudieron con ellos, yo estoy pudiendo también más con los míos de lo que ellos pudieron conmigo. Ese debe ser nuestro objetivo, nuestro aporte social, nuestro granito de arena sumado a la historia.
El buen amor es el que busca y logra eso, porque amor sin logro es amor declamado pero no real. Lo dije pero lo digo de nuevo, porque lo creo esencial: no vale decir "los quiero tanto que me muero por ellos" y después irse a practicar tenis o lo que sea, cuando en realidad es el momento de estar. Amor es presencia, no impostura de emoción que no sabe abrirse camino. Amor es cuidado, detalles esmerados, atención. Amor es disfrute sensual de estar juntos y mirar el mundo en paralelo mientras nos sea posible. Amor es amar.
En contraste, los padres tenemos un mundo, y lo transmitimos, pero los hijos tienen también una cultura propia, la de su época, y nos traen la oportunidad de conectarnos con una realidad que de otro modo se nos escaparía. Los hijos aprenden de los padres, claro está, pero si la cosa funciona los padres aprenden también de los hijos. Aprendemos a mirar lo que en ellos aparece de manera intuitiva e inexplicable, por una ósmosis incomprensible entre sus sensibilidades y el rumbo del mundo. Transmisores de futuro son y, en vez de abordar su mundo con la actitud de "antes las cosas eran mejores", tenemos que ser capaces de aceptar esa evolución que todavía no toma del todo forma pero que está destinada a ir más allá de lo que conocemos y sentimos como propio. Los hijos son astronautas a nivel del mar, investigadores de sentidos que no sabemos ver con claridad y que ellos arman sin darse cuenta y sin entenderlos tampoco.
Criticar despiadadamente el mundo de los hijos y pretender tener siempre razón, es una ridiculez de la que tenemos que curarnos. Los hijos son la evolución natural, son personas en proceso de estallido, creciendo a velocidad de la luz. Personas futuras, viendo hoy un mundo que cuando hayan crecido será sólo un recuerdo. Del cual los padres seremos parte.
Finalmente, los hijos son la respuesta que los humanos podemos dar al problema de la muerte. Eso es lo que ví en los ojos de mi padre, en su lecho de muerte. Los temblores de su mano, el susurro de sus pocas palabras, su mirada implorante de paz... todo era parte del mismo mensaje. No es que la muerte vaya a aterrarnos menos, pero en algo se atenúa su angustiosa progresión cuando sentimos que en el planeta, más allá de nuestra desaparición personal, quedan esos cuerpos tan amados, que son los hijos. 
Queremos que la cosa siga aunque no estemos nosotros, porque queremos demasiado a esos nuevos que nos usaron como rampa de lanzamiento. No hay nada mejor para un padre que ser usado. No es un deshonor, es una gracia, es un destino salvador y extraordinario.
Es la razón de nuestra existencia como padres. Y como hijos.
Gracias, viejo.

2 comentarios:

  1. Muy emotivo tu mensaje.
    Lo que tengo para acotar es que los hijos son personas siempre, lo que esta en proceso es la conformidad de su personalidad a la cual contribuimos como padres y como entorno....
    Beso

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  2. sabía que te leería estos dias.
    un abrazo

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