lunes, 25 de junio de 2012

La conveniencia de escuchar a Moreno.


Por Ariel Torres
A esta altura de las cosas, y por obra y gracia del tradicional y confeso morbo argentino, siento una malsana curiosidad por las andanzas de Guillermo Moreno. A veces me parece incluso un personaje tragicómico surgido de las novelas de Soriano, una parodia de la política pajuerana que vive en un micromundo donde juega absurdamente a ser emperador de las cuentas públicas... y fracasa, claro.
 El argumento de esa narración trataría sobre un hombre pequeño, honesto, autoritario y proclive al fanatismo que, a la manera del Don Quijote con las historias de caballería, un día se vuelve loco leyendo informes de la Cepal, cree que puede manejar la macroeconomía de un país subdesarrollado, convence de eso a los monarcas y realiza una serie de graciosos estropicios. Lo interesante de la trama literaria estaría en el grado de genuflexión que conseguiría entre los empresarios nacionales y extranjeros. Que aguantarían sus amenazas, festejarían sus diatribas y sus chistes violentos, y luego le mendigarían un mendrugo.
Libérenme de sentir algo de piedad por esos hombres de negocios. Como decía el General devenido en doctor, Manuel Belgrano: "El comerciante -1809- no conoce más patria, ni más rey, ni más religión que su interés propio. Cuando trabaja, sea bajo el aspecto que lo presente, no tiene otro objeto, ni otra mira que aquel interés." Quiero decir con esto que las humillaciones que Moreno dedica a los empresarios y ejecutivos me caen mal, pero la actitud de las víctimas me parece -como mínimo- aberrante.
Tengo que reconocer que el amigo Moreno se gana definitivamente mi atención cuando habla. Y cuando dice lo que nadie se atreve en el mundo kirchnerista. Un ejemplo de esta inefable prosa oral fue aquella descripción de los cuatro grupos diferenciados que operan dentro del Gobierno: "El primero somos nosotros, los nacionalistas que llevamos el proyecto a fondo -se le oyó decir-. En segundo lugar están los desarrollistas, como De Vido o Marcó del Pont, con los que coincidimos, pero que son timoratos y se quedan en formalismos. El tercer grupo es el de los desfachatados, como Boudou, que hacen lo mismo que en los 90: acercarse al peronismo por los cargos y los negocios. Al final están los chicos de La Cámpora, que no sirven para nada".
Aplausos, señores y señoras, todos y todas. Fantástico emulsión de sinceridad sin anestesia.
Me resultó patéticamente placentero su discurso del viernes 15 de junio en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Más allá de reivindicar las bondades de dirigir un sistema económico con la cultura de un almacén, su argumentación a favor del modelo no dejó de tener consistencia. Incluso se permitió hablar finalmente de la inflación, que él adultera todos los días a través del Indec. Los militantes que lo escuchaban lo aplaudieron, sin embargo, por una descripción que me resultó de una connotación increíble, porque indica hasta qué punto cree en lo que predica: Cómo describe Moreno a la era menemista? De esta manera: en los 90 a la gente le alcanzaba únicamente para comprar comida y por eso estaba triste. Cómo describe a la Alianza? A la gente no le alcanzaba ni siquiera para comprar comida. Y finalmente, cómo es el kirchnerismo? A la gente, del salario le sobra "un mango", y entonces "va al cine, de vacaciones, cambia el zapato y está feliz".
El natural desparpajo para expresar esta última definición, pronunciada por el mismísimo guardián del modelo, despeja piel, carne y cartílago para dejar al desnudo el hueso pelado. Moreno vende muchas cosas, pero esta vez no vende buzones. El kirchnerismo, módicamente, consiste en lograr que al trabajador le sobre un peso y que lo vuelque al consumo, y que eso le traiga satisfacción. No está nada mal el objetivo, sólo que sabe a poco si uno lo compara con la grandilocuente revolución nacional y popular que resuena día y noche, la épica repetitiva que cambió la historia, las epifanías y orgasmos ideológicos que producen los intelectuales orgánicos del Estado kirchnerista. 
Pensaba en esa abismal distancia entre la realidad concreta y los delirios de grandeza esta misma semana cuando caminaba por Buenos Aires y veía cada cincuenta metros un afiche partidario que mostraba al general Belgrano en pie de igualdad con Néstor y Cristina Kirchner. Lo extraño no es que los propagandistas del poder promuevan el disparate. Lo extraño es que gente inteligente lo crea.
Cuando Moreno habla expone brutalmente lo que este gobierno es de verdad. El relato cultural queda convertido así en hojarasca patológica. Cualquier parentesco con el modelo conservador peronista de antaño, queda sometido al microscopio.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.