Tengo una imagen recurrente por estos días. Imagino a CFK, en la soledad de la quinta presidencial, librando un combate sin testigos, mientras el país transita un inquietante y raro paréntesis a las puertas de las elecciones legislativas. Una especie de batalla de trámite secreto y resultado -como mínimo- incierto, del que depende, sin embargo, lo que ocurra en la Argentina después del domingo 27. Una lucha con su propio relato, que se dirime en su interior e involucra tanto su mente como su cuerpo.
La contradicción que se ha hecho presente en el propio seno de la Presidenta es bastante anterior a la aparición de los problemas de salud que la llevaron a la Fundación Favaloro. Quedó en evidencia tras el resultado de las PASO, lo que fue para ella un primer baño de realidad. En la noche de ese domingo de agosto, comenta su círculo íntimo, lloró de rabia por aquella derrota electoral que no esperaba y que contrarió su ambición de poder perpetuo. Cuando volvió al ruedo, su discurso osciló entre la reafirmación de su proyecto épico y un despecho que trasuntaba una sorda resignación.
Los hechos y dichos posteriores indican que prevaleció en CFK ese músculo que se tensa ante la dificultad y el error. Estaba en medio de esa pulsión que le exige apretar los dientes y redoblar la apuesta, cuando llegó el mensaje perentorio de su cuerpo. Fue un segundo baño de realidad. Una alerta aún mayor, que de pronto y sin apelación posible le reclamó aquello de lo que adolece y que nadie en su entorno político se atrevió a pedirle jamás: calma y sosiego.
Intuyo que en estos días de retiro forzado la Presidenta se verá enfrentada, sin máscaras ni maquillaje, al espejo. Imagino que tal vez baje la guardia y confronten en ella las partes en pugna. Por un lado, aquella que sigue aferrada a su fiebre de poder. Por el otro, aquella que sospecha que su cuerpo le vino a decir lo que su mente se niega a aceptar: que todo tiene un límite, incluso sus fuerzas, y que su ciclo se apaga en una inexorable curva descendente.
No quiero ni puedo imaginar lo que debe ser para CFK atravesar esta especie de período de abstinencia que le han ordenado los médicos. Sus funcionarios, planetas que han perdido su órbita ante la ausencia súbita del sol, ha perdido ya el centro que los sostiene. Pero si Zannini y Parrilli se lo permiten -algo dudoso, ya que todas las decisiones de gobierno han pasado siempre por su jefa- quizá Cristina advierta que, ante la probable derrota del kirchnerismo en las elecciones, sólo tiene dos caminos: se allana y acepta la realidad o se rebela contra ella, presa de su obstinación.
Sin ánimo de exagerar, pedirle peras al olmo creo que es más pensable que esa aceptación de la realidad. Los que hemos buceado en su intelecto sabemos muy bien que ella no concibe la idea de transición, pero la realidad no se anda con contemplaciones y la transición, a su pesar, ya empezó, aunque la disimulen muchos de los políticos que han convertido el peronismo en un hervidero de lealtades vacantes.
Paro atención: así como el boxeador se resiste a caer sin intercambiar golpes, aunque éstos no lleguen a destino, siempre está la posibilidad del Relato, para rebelarse contra la realidad. Es posible que ni la abstinencia le permita a Cristina comprender lo evidente: el discurso que alguna vez dio vida y fuerza al kirchnerismo hoy lo está matando, además de las graves consecuencias para el país. Es difícil apelar al relato después del Indec, de Milani, de las asignaciones clientelares que refrendan la pobreza, de la tragedia recurrente de los trenes, de Once.
Se habrá enterado CFK que el relato ha quedado otra vez desnudo de manera patética por la serena intransigencia de una agente de tránsito de sólo 22 años que, en cumplimiento de su trabajo, simplemente dijo que no? Lo suyo fue un no a la soberbia, a la prepotencia, al abuso de poder, a la manipulación vana de la memoria, a un Cabandié que -como muchos aún- persisten en el error. Y que, copiando los vicios de sus jefes, mintió. Lo pararon los de su propio equipo antes de que arruinara la campaña y terminó masticando una disculpa que por supuesto, nadie creyó.
Así como el único tema de la tragedia griega es el sacrilegio, es decir, la lucha de la voluntad humana contra la justicia cósmica, cuando el hombre transgrede sus límites, rompe el orden cósmico y desencadena la tragedia, que acarrea desdicha y dolor. Sólo al final, ese dolor se vuelve conciencia y se restablece el orden perdido. Sabemos que la tragedia no predica la resignación inconsciente, sino más bien la voluntaria aceptación de es que llamamos destino.
Lo que a CFK le está faltando es la suerte de Cabandié, puesto que nadie la para, nadie le dice que no. El temor -nunca fue respeto- que aún inspira es demasiado grande. Pero en medio de su poblada soledad, irrumpe el mensaje de su cuerpo, trayéndole quizás un mensaje que nadie se ha atrevido a decirle. El temor de quien esto escribe no es si Ella escuchará esa voz, sino más bien si caerá nuevamente en la tentación de usar la enfermedad como antes usó otras desgracias, en su favor político.
Pienso en Evita, a quien ella condecora endiosadamente, en un papel que le costó la vida. Y que nunca -a pesar del peso de la historia- pudo convertirla en heroína. Sólo una mujer que se envolvió en un aura heredado, y que consiguió clamor por la inestimable novedad en la que se convirtió.
Lo de CFK no es ni aura ni novedad. Y sólo ve más allá de las cabezas de los demás, gracias a sus tacos.
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