Ni el Ratón Pérez nos ha quedado. Ni eso, ni una mísera laucha. Apenas un poco de Papá Noel y lo más doloroso de todo: nada de Reyes Magos. Sobrevive, sí, uno que otro foco de resistencia mágica. Mi casa es uno. Aquí se promueve el intercambio con los seres alados y -nobleza obliga- también la hospitalidad con las tres majestades venidas de Oriente. Por eso en las vísperas hay muchas corridas: que el pasto, que el agua, que los zapatos. A veces, incluso, dejamos refrigerio para los Reyes, que aquí nunca son los padres. Vamos, lo sé, al revés del mundo. Sopla desde hace mucho un viento desencantado que impulsa a muchos a decirles a sus niños "la verdad". Y por tal sólo se entiende lo que se vea y lo que se toque. La tarjeta de crédito tiene peso y tamaño; ergo, es verdadera y eso le basta para ser más fidedigna que Pérez, Noel y Melchor juntos.
En su libro ¿Post mocositos? , el psiquiatra Juan Vasen habla de estos nuevos miniconsumidores y de sus imaginarios colonizados por las marcas; en el informe "Kiddo's" (un análisis al detalle de los consumos infantiles en América latina) afloran los números de esta nueva realidad. Sabemos así que casi el 70% de los chicos argentinos de entre 6 y 11 años está expuesto a Internet, que al menos el 40% tiene celular y que juegan un rol clave en las compras familiares de tecnología. Pero también hay otro dato que quizás explique mejor esta furia desilusionadora. Y es que criar pequeños descreídos resulta, de algún modo, mucho más fácil. Porque cada pequeña magia casera de mi infancia (Papá Noel anunciando su llegada con una misteriosa campana, los Reyes y su rastro de pastitos que llegaba hasta el cordón) demanda una ingeniería de disponibilidad y talento que no cualquiera. Puede que sea simple pereza lo que mueve este empeño parental por arrasar hasta con la más mínima pompa de ilusión en sus chicos. Puede. Y ahí van pues los padres "piolas" explicando cuánto les costó cada regalo, y en dónde lo consiguieron. Curioso: no son igual de sincericidas con otras cuestiones, a saber: la verdadera locación de la abuelita que "se fue al cielo", la mentira sonriente del "¿Cómo te va?" que se lanza a cualquier conocido por la calle, el real estado de departamento "todo luz" que intentan alquilar. Será por eso que -dentro de la paleta de lo que solemos llamar falacia- haya sólo una interesante: la "mentira inspiradora". Aquella innecesaria, pero bellísima. La que impulsa a portarse bien, a intuir el otro lado. La de las tres siluetas en camello recortándose contra la luna, por caso, balconea a otra dimensión. Una en la que los adultos (y su estrés, y sus marcas y precios, y su perpetuo estado Play ) cuentan poco y nada ¿Que los Reyes son los padres? Diría que al revés: que los padres son los reyes, así, con minúscula. Monarcas pequeñitos de un mundo en seis cuotas. Sin interés. Por eso se ensañan como lo hacen con la magia: para que nunca sepamos que ya no gobiernan nada. Y que tienen terror de que nos demos cuenta.
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