miércoles, 25 de enero de 2012

Un estado abarcador aprieta en realidad muy poco

En abstracto, tanto la cuestión de la importancia relativa de la intervención estatal versus el mercado, como la del rol de la planificación económica, generan debates eternos y, por consiguiente, estériles. Aquí y ahora importa lo que cabe esperar de una política económica basada, con una intensidad que probablemente nunca se vio antes en la Argentina, en el accionar imprevisto y discrecional de un único funcionario.


Al respecto, mi ya clásico juego de la entrevista con mi Alter Ego...


-Cuando se plantea la cuestión de Estado versus mercado, dentro de la profesión, automáticamente aflora la denominada controversia socialista. 
Que en la década de 1920 protagonizaron Otto Neurath, Fred Manville Taylor y Ludwig Edler von Mises, y en la de 1930, Oskar Ryzard Lange, Abba Ptachya Lerner y Friedrich August von Hayek. El planteo original lo había realizado Enrico Barone, en 1908.
-¿Qué surgió de esa controversia? 
Que «en los papeles», los mismos resultados que los dueños y los gerentes de las empresas podrían conseguir bajo un régimen capitalista, los funcionarios a cargo de las firmas los podrían obtener en un régimen socialista. «En los papeles» significa que el mismo conjunto de ecuaciones describe el comportamiento decisorio, en un contexto y en el otro.
-Pero la realidad terminó siendo muy diferente. 
Efectivamente, a pesar de que el Gosplan, la oficina de planificación de la Unión Soviética, llegó a emplear más de dos millones de personas, el sistema económico ruso y el de sus países satélites terminó implosionando. Caído el Muro de Berlín, sólo nos quedan Corea del Norte y del Sur para visualizar los resultados prácticos que pueden generar los diferentes sistemas económicos.
-Si tuviéramos que pedirle permiso al Estado para todo, ¿no solucionaríamos algunos problemas? 
Muchos creen eso, particularmente durante las crisis o cuando ocurren desgracias. La coordinación espontánea de los comportamientos basados en el interés particular de cada ser humano, de la que Adam Smith habló en La riqueza de las naciones, luce contraintuitiva; mientras que la coordinación centralizada, realizada por el Estado a partir de los planes individuales, parece más segura. Pero esto tiene muy poco que ver con la realidad. ¿Alguien puede creer que terminaríamos con los choques de autos en la Capital Federal si cada mañana cada porteño y porteña le tuviera que enviar un e-mail a Mauricio Macri, jefe de gobierno de la ciudad, indicándole a qué hora y por qué calles piensa transitar con su vehículo, a la espera de la correspondiente autorización?
-Entonces pregunto al revés, ¿cuál es el problema de tener que pedir permiso para todo? 
En un país cuyo gobierno está integrado por ángeles, es decir, por funcionarios que sólo se ocupan del bienestar de la población, el problema que se plantea es que resulta imposible generar, trasmitir y procesar la información requerida para coordinar todas las decisiones económicas. Aun en la actualidad, con las computadoras y los celulares existentes. Esto lo sabe cualquier empresario, pero también cualquier ama de casa, que lleva adelante el hogar sin, aparentemente, contar con un plan explícito.
-¿Y en un país gobernado por seres humanos cuál es el problema? 
Que, potencialmente, los funcionarios le cobrarán al sector privado por el servicio que le prestan. Servicio que, desde el punto de vista colectivo, es un fenomenal desperdicio, pero, desde el individual, es muy valioso, tanto más cuanto más discrecional sea la política económica.
-Pero entonces, ¿puro mercado? 
Eso de que los recursos son escasos también se aplica a la gestión gubernamental. Por lo cual, el Estado debería concentrar sus energías allí donde su intervención resulta imprescindible.

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