Fuente: Roberto Cachanosky
En su libro El Economista y La Política, William Hutt analiza
cuál es la función de los economistas que participan de la política. Resulta
bastante claro que, muchas veces, los economistas terminan formulando
propuestas económicas que se acomodan a los deseos de los políticos.
Normalmente este comportamiento obedece a que los políticos suelen decir que
tal o cual medida económica es políticamente inviable. Ante esta afirmación los
economistas suelen acomodar la medida económica al gusto del político para hacerla
políticamente viable, por más que la corrección sea una gigantesca payasada.
Dice
Hutt en una parte de su libro que muchas veces los economistas terminan
asesorando a los políticos para que éstos terminen actuando como si no hubiesen
sido asesorados por economistas. En otras palabras, si el economista acepta las
llamadas restricciones políticas, lo más probable es que el político haga lo
que le parece y como si nunca hubiese consultado a un economista.
Es
fácil para nosotros, los economistas, criticar a los políticos por ineptos,
pero la realidad es que dentro del gremio ha habido cada economista en la
función pública que mejor perderlo que encontrarlo. Ya sea por blandos, por
baja capacidad profesional o solo por permanecer cerca del poder, muchos
colegas han sido responsables de la decadencia económica argentina.
Más
de una vez algún economista ha aceptado la restricción de lo “políticamente
inviable” y terminaron creyendo que podían sustituir una medida de reforma
estructural con algún artificio financiero, monetario o cambiario. En la década
del 80 terminamos en la hiperinflación porque creyeron que los artificios
financieros del Banco Central, manejando el endeudamiento, la tasa de interés y
el tipo de cambio era un sustituto de la baja del gasto público para equilibrar
las cuentas del estado. El resultado fue que el 6 de febrero de 1989 el BCRA se
quedó sin reservas, dejó de vender dólares para sostener artificialmente bajo
el tipo de cambio, llevándonos de cabeza a la hiperinflación.
Durante
el gobierno de De la Rúa se creyó que el endeudamiento como el blindaje y el
megacanje eran sustitutos de las reformas estructurales, en particular la baja
del gasto público. Lo echaron a Ricardo López Murphy por proponer una baja del
gasto de U$S 3.000 millones porque era políticamente inviable y a los pocos
meses, más precisamente en julio de 2001, terminaron bajando las jubilaciones y
los sueldos de los empleados públicos bajo el nombre de la política de déficit
fiscal cero. Pero la diferencia entre lo que proponía Ricardo López Murphy y lo
que se hizo en julio de 2001 es que López Murphy proponía una reforma del
estructural del estado que permitiera bajar el gasto para equilibrar en forma
ordenada las cuentas del sector público, en tanto que el déficit cero no
implicaba una reforma estructural del sector público sino una baja horizontal
para equilibrar las cuentas, es decir sin establecer prioridades en el gasto
para dejar de gastar en lo que no era función esencial del estado y así
disminuir las erogaciones.
El
dato relevante es que por no hacer oportunamente las reformas estructurales de
fondo por considerarlas políticamente inviables, primero se terminó en un
recorte del gasto desordenado pero que tampoco alcanzó y finalmente llegó
Duhalde bajando el gasto público de la manera más torpe, generándole un alto
sufrimiento a la población con la devaluación y la llamarada inflacionaria
correspondiente para licuar el gasto público. En otros términos, lo
políticamente inviable que proponía Ricardo López Murphy era menos cruento, más
equitativo y menos doloroso para la población que el zafarrancho que terminó
haciendo Duhalde con la devaluación.
¿Puede
uno afirmar que es políticamente más viable hacer el zafarrancho que hizo
Duhalde, que bajar ordenadamente el gasto público? Posiblemente así sea. En
Argentina los políticos parecen no hacer las cosas por las buenas sino por las
malas.
Planteo
este punto porque todos sabemos que el kirchnerismo deja un fenomenal problema
económico y, particularmente, un gasto público récord con una presión
impositiva que asfixia a la gente. Estos dos problemas habrá que enfrentarlos
por las buenas por las malas. Por las buenas es ir preparando desde ahora un
claro plan de reducción del gasto y de la carga tributaria y no esperar que el
estado se quede sin financiamiento y volvamos a utilizar la vieja receta de
licuar el gasto público con una llamarada inflacionaria. Receta que no sirve
porque la llamarada inflacionaria no elimina el gasto inútil. El despilfarro en
ñoquis, fútbol para todos y demás delirios no desaparece, solo se lo licua pero
sigue vivo. En cambio, una baja del gasto público que lleve a una reforma
estructural fortalece las funciones propias del estado (seguridad, justicia,
etc.) y elimina aquellas que no son función del estado. No solo hay que buscar
el equilibrio fiscal. También hay que lograr la eficiencia en el gasto. No
gastar en cualquier estupidez que le pase por la cabeza al populista de turno.
Justamente
el desafío del próximo ministro de economía, si es que no es k y quieren
recuperar la economía argentina, consiste, en parte, en convencer a los políticos
que lo que ellos consideran políticamente inviable es viable y menos doloroso,
y lo que ellos consideran políticamente viable termina siendo una gran
perjuicio para la sociedad.
Si
el kirchnerismo llega a su fin de ciclo, el gran desafío del equipo económico
que asumirá el desastre que dejarán los k será convencer a la dirigencia
política que es mejor hacer las reformas y los recortes de gasto en forma
ordenada y con criterios de prioridad que recurrir a la vulgar licuación del
gasto que no resuelve nada de fondo y, como monstruo de mil cabezas, cada tanto
reaparece conduciéndonos a una nueva crisis inflacionaria, pérdidas
patrimoniales y sufrimientos en la población.
En
definitiva, esperemos que los economistas, en el futuro, no asesoren a los políticos
para que actúen como si nunca hubiesen sido asesorados por los economistas. Por
una vez en la vida hagamos las cosas bien, educando, sobre todo, a los
políticos, para que entiendan que, lo que ellos consideran políticamente
inviable, termina siendo no solo políticamente viable, sino también la mejor
opción para la población.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.