Hay una sensación de
que el año 2014 ya está “cocinado”, y todo el universo productivo mira al 2015
como una especie de tierra prometida. Cualquier charla dedicada a
repasar las decepciones actuales pareciera culminar con un "por suerte
esto se acaba", a las que ya se suma el desconcierto provocado en la
semana por el salto del dólar blue. Se huele una suerte de fractura de la paz
cambiaria conseguida por el
presidente del BCRA, Juan Carlos Fábrega, con lo que el objetivo primordial de
los productores es llegar al fin del kirchnerismo con las empresas en
funcionamiento y medianamente financiadas.
La creencia es que una vez que se pongan los pies en la nueva
era que inaugurará el próximo gobierno las siete plagas que afectaron a la
producción, como las retenciones, los cupos, las intervenciones al mercado, los
precios sugeridos, la presión impositiva y las exigencias de los regímenes de
información, se evaporarán como un milagro bíblico.
El
mito se sustenta porque casi todos los partidos y agrupaciones de la oposición
abonan un cambio de las reglas de juego en la producción agropecuaria, por
citar un tema esencial. No son pocos los que vienen llenándose la boca con
expresiones destinadas directamente a la Mesa de Enlace, afirmando que eliminarán todas
las retenciones. Macri y Carrió lo afirmarán nuevamente en el Congreso de CRA
que se realizará esta semana en Gualeguaychú. No es ninguna sorpresa que el mismísimo
presidente de la Cámara
de Diputados, Julián Domínguez, anotado ya en la carrera presidencial por el
kirchnerismo, se haya visto obligado a reconocer que "manejamos mal los
mecanismos de exportación".
Salvo
Daniel Scioli, con su característica y dinámica propia, todos los candidatos
presidenciales han fijado un cambio de rumbo.
Mi
natural escepticismo político me lleva a preguntarme: es suficiente sólo con
hacer alarde de lo retrógradas que son las herramientas que utiliza el
kirchnerismo, tan fuera de época como el fémur del dinosaurio que vivió en la Patagonia hace 80 millones
de años? Hay quienes piensan –me incluyo- que las propuestas no van más allá de
resolver los problemas coyunturales, con una fuerte liviandad a la hora de
analizar. Todo lo vemos desde el punto de vista del crecimiento de nuestra
oferta, pero poco atendemos al comportamiento de la demanda de los distintos
mercados y lo que hacen nuestros competidores. Como si además de creer que
somos el centro del mundo, pensáramos que este partido lo jugamos solos.
Se cae
de maduro que falta una discusión sobre los problemas estructurales de
competitividad, sin ir más lejos. Por ahora, sólo se sabe que de abrirse los
grilletes que atan a la producción, ésta se incrementará, lo cual es
infantilmente obvio. Pero el salto productivo también puede ser un salto al
vacío, puesto que hay interrogantes esenciales, por ejemplo:
-
A qué nivel de volumen exportable dejamos de ser un proveedor
competitivo?
-
A qué mercados se apunta una vez cubiertos los tradicionales, y
con qué productos y a qué precios?
-
Y en función de lo anterior, ¿cuánto deben superarse las
distintas cadenas de valor para defender el exceso de producción?
Un
análisis más estratégico tomaría nota, por ejemplo, que en los últimos cinco
años China incorporó veinte millones de toneladas a su capacidad de crushing (margen
bruto de procesamiento) de soja, mientras que la Argentina creció sólo
dos millones. Desde 2009 el gigante asiático pasó de 49 millones a 68 millones
de toneladas, mientras que aquí fue de 34 a 36 millones. Un gran interrogante sobre el
agregado de valor de la cadena que sostiene la economía nacional.
Otro
análisis va de la mano de la competitividad sistémica y el valor agregado, la
única manera de sostener la posibilidad de un aumento constante en las
producciones después de 2015, tal como imaginan muchos productores y
empresarios. Sin esta red de contención es más que probable que los precios
caigan o sean fuertemente cíclicos ante los aumentos de producción. Un ejemplo
claro de esto fue la vitivinicultura, al reconvertirse a tiempo. Su crecimiento
no fue casualidad, puesto que en quince años sus exportaciones crecieron en
volumen un 40%, pero en valor lo hicieron 1100%. De la mano del Malbec y la
percepción de valor que le otorgaron los consumidores, es que fue posible
semejante éxito.
Pareciera
que se ha instalado una tonta lucha entre ser una potencia, o un Estado
fallido. No nos engañemos, después de 2014, no se llega a ningún lugar soñado. Futbolísticamente
hablando, sólo comienza otro partido.
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