domingo, 25 de mayo de 2014

2015 o el final de la decepción

Por Ariel Torres


Hay una sensación de que el año 2014 ya está “cocinado”, y todo el universo productivo mira al 2015 como una especie de tierra prometida. Cualquier charla dedicada a repasar las decepciones actuales pareciera culminar con un "por suerte esto se acaba", a las que ya se suma el desconcierto provocado en la semana por el salto del dólar blue. Se huele una suerte de fractura de la paz cambiaria conseguida por el presidente del BCRA, Juan Carlos Fábrega, con lo que el objetivo primordial de los productores es llegar al fin del kirchnerismo con las empresas en funcionamiento y medianamente financiadas.
La creencia es que una vez que se pongan los pies en la nueva era que inaugurará el próximo gobierno las siete plagas que afectaron a la producción, como las retenciones, los cupos, las intervenciones al mercado, los precios sugeridos, la presión impositiva y las exigencias de los regímenes de información, se evaporarán como un milagro bíblico.
El mito se sustenta porque casi todos los partidos y agrupaciones de la oposición abonan un cambio de las reglas de juego en la producción agropecuaria, por citar un tema esencial. No son pocos los que vienen llenándose la boca con expresiones destinadas directamente a la Mesa de Enlace, afirmando que eliminarán todas las retenciones. Macri y Carrió lo afirmarán nuevamente en el Congreso de CRA que se realizará esta semana en Gualeguaychú. No es ninguna sorpresa que el mismísimo presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, anotado ya en la carrera presidencial por el kirchnerismo, se haya visto obligado a reconocer que "manejamos mal los mecanismos de exportación".

Salvo Daniel Scioli, con su característica y dinámica propia, todos los candidatos presidenciales han fijado un cambio de rumbo.
Mi natural escepticismo político me lleva a preguntarme: es suficiente sólo con hacer alarde de lo retrógradas que son las herramientas que utiliza el kirchnerismo, tan fuera de época como el fémur del dinosaurio que vivió en la Patagonia hace 80 millones de años? Hay quienes piensan –me incluyo- que las propuestas no van más allá de resolver los problemas coyunturales, con una fuerte liviandad a la hora de analizar. Todo lo vemos desde el punto de vista del crecimiento de nuestra oferta, pero poco atendemos al comportamiento de la demanda de los distintos mercados y lo que hacen nuestros competidores. Como si además de creer que somos el centro del mundo, pensáramos que este partido lo jugamos solos.
Se cae de maduro que falta una discusión sobre los problemas estructurales de competitividad, sin ir más lejos. Por ahora, sólo se sabe que de abrirse los grilletes que atan a la producción, ésta se incrementará, lo cual es infantilmente obvio. Pero el salto productivo también puede ser un salto al vacío, puesto que hay interrogantes esenciales, por ejemplo:
-         A qué nivel de volumen exportable dejamos de ser un proveedor competitivo?
-         A qué mercados se apunta una vez cubiertos los tradicionales, y con qué productos y a qué precios?
-         Y en función de lo anterior, ¿cuánto deben superarse las distintas cadenas de valor para defender el exceso de producción?
Un análisis más estratégico tomaría nota, por ejemplo, que en los últimos cinco años China incorporó veinte millones de toneladas a su capacidad de crushing (margen bruto de procesamiento) de soja, mientras que la Argentina creció sólo dos millones. Desde 2009 el gigante asiático pasó de 49 millones a 68 millones de toneladas, mientras que aquí fue de 34 a 36 millones. Un gran interrogante sobre el agregado de valor de la cadena que sostiene la economía nacional.

Otro análisis va de la mano de la competitividad sistémica y el valor agregado, la única manera de sostener la posibilidad de un aumento constante en las producciones después de 2015, tal como imaginan muchos productores y empresarios. Sin esta red de contención es más que probable que los precios caigan o sean fuertemente cíclicos ante los aumentos de producción. Un ejemplo claro de esto fue la vitivinicultura, al reconvertirse a tiempo. Su crecimiento no fue casualidad, puesto que en quince años sus exportaciones crecieron en volumen un 40%, pero en valor lo hicieron 1100%. De la mano del Malbec y la percepción de valor que le otorgaron los consumidores, es que fue posible semejante éxito.
Pareciera que se ha instalado una tonta lucha entre ser una potencia, o un Estado fallido. No nos engañemos, después de 2014, no se llega a ningún lugar soñado. Futbolísticamente hablando, sólo comienza otro partido.


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