viernes, 11 de abril de 2014

Venezuela no es un experimento

Por Ariel Torres



Si bien es acertado pensar que lo peor aún no ha llegado, lo que está sucediendo en Venezuela tenía que pasar, y pasó. Certeramente puede decirse que el castrochavismo será recordado como autor del más lacerante experimento económico latinoamericano, como pocos se recuerdan.

Podrían ser la sexta economía del mundo, sin pestañear, y la reina absoluta del Caribe; sin embargo eligieron ser miserablemente pobres. Y entiéndase que la miserabilidad de Venezuela no tiene que ver con el tema económico, solamente. Más bien es casi un tema antropológico, porque es una verdadera hazaña haber convertido en paria a una nación con recursos naturales increíbles. Habiendo tanta pobreza en tantas partes, en pocas tiene que pelear la gente, a dentelladas, por una caja de leche, por un kilogramo de harina o por un pedazo de carne.

Nadie me ha contado nada. Lo he visto y palpado con mis propios ojos y manos.

No es simple ni azaroso convertir en despojos una de las más organizadas, pujantes y serias empresas petroleras del mundo, como lo ha sido Pdvsa. Llevar a la insolvencia una nación ante las líneas aéreas, los proveedores comerciales y los que suministran material quirúrgico y hospitalario no es cosa que se vea a menudo. Arruinar al campo y la industria, el comercio y los servicios, la generación eléctrica, la ingeniería, la banca y las comunicaciones es tarea muy dura –e incomprensible-, cuando se recuerda que la sufre el país que tiene las mayores reservas petroleras probadas del mundo.

Con prisa, y sin pausa, en una suerte de espiral hacia el desastre, el gobierno castrochavista tuvo que proceder al sacrificio de todas las libertades, a la eliminación paulatina del pensamiento y la conciencia, a la casi extinción de las instituciones, del periodismo, de los partidos, de la universidad, de los gremios, de los sindicatos. Pareciera cumplirse el implacable designio de los ancianos inspiradores del sistema, Fidel y Raúl Castro, que una vez más han demostrado su audacia, su carencia total de consideración y respeto por los valores más caros de la especie humana, pero también su falta absoluta de talento.



No se entiende de otra manera, puesto que llevar a Venezuela a la ruina total es matar su propia fuente de subsistencia, moviendo los resortes del fanatismo más recalcitrante, de los odios más cerriles, de los desquites más torpes. Quizás sea cierto –después de todo- aquella teoría mía de que Chávez quería convertir a Venezuela en un caso único de socialismo en el mundo, y quedar como líder absoluto de la izquierda latinoamericana. Ese sueño murió con él apenas supo de su enfermedad. Hombre débil, al fin. Allí los Castro supieron que habían ganado la batalla.

A esta altura de las cosas, queda bien sentado el hecho de que Nicolás Maduro tiene la inteligencia y el tacto político que exhibe en cualquiera de sus discursos. Pero al fin de cuentas es un pobre rehén de los intereses inconfesables de la clase corrupta que ha llevado a Venezuela a su perdición. Si dejara de ser payaso, si ese títere fuera libre, hasta de sus carentes condiciones de estadista pudiera esperarse algún acto de rectificación, algún gesto de apaciguamiento, alguna voluntad de comprender el desastre y de corregirlo.

Sin embargo, Maduro es el primer esclavo de las atroces pasiones que dominan en Venezuela. Los saqueadores de esa gran nación no están dispuestos a que nadie ensaye el menor examen de su conducta. En los antros del delito se pierde todo, empezando por el pudor.



Ese pueblo que tanto respeto merece, está en las calles, dispuesto a hacerse matar. Y lo están matando. La juventud estudiantil, que sabe cerrados los caminos del porvenir, le apuesta a cualquier cosa, menos al continuismo cobarde. Los empresarios lo perdieron todo hace rato. No tienen cuentas para hacer. Y los “enchufados” del sistema ven con horror que el régimen ya no tiene mercados para comprar sus conciencias.

El absurdo e ilegítimo gobierno de Venezuela se va a caer, porque se tiene que caer. No podría subsistir sino como ha subsistido: amordazando totalmente al pueblo, imponiendo cartillas de racionamiento, levantando una especie de muralla, como el del Che Guevara en La Cabaña. Definitivamente no están dadas las condiciones para que el mundo soporte estas afrentas.
Una Cuba, a América le basta y sobra.

Y en la vecindad, ante esta catástrofe, el presidente Santos no ofrece más que su silencio perplejo. Se debate en un incómodo status quo, ya que si sigue ofendiendo a ese pueblo, tendrá un enemigo formidable. Y si ofende a Maduro, se le cae el proceso de paz. Es la natural consecuencia del primero de sus torpes actos, el de tomar por nuevo mejor amigo a un tirano despreciable. 

El segundo error ha sido el de montar un proceso que llama de paz sobre los hombros caducos de unos patriarcas en su ocaso. La remozada osadía de Capriles en el llamado a “diálogo” de Maduro y sus secuaces, diciendo en voz bien alta las cosas como son, dirigiendo su directa mirada al cuasi dictador, ante una bien burócrata audiencia, indican que la paciencia de los que piensan ha llegado al límite.



Y la tolerancia de los que sienten, también.

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