Subsidios
casi sin control, y confrontación, mucha confrontación, han sido los pilares
fundamentales del modelo kirchnerista populista a lo largo de la denominada “década
ganada”. La estrategia de confrontación ha sido siempre esencial para sustentar
la división del electorado entre “nosotros” (los buenos) y “ellos” (el resto).
El manual del buen populista requiere una cuidadosa elección de con quienes confrontar
para no infligir un daño considerable en respuesta y generar una adhesión
fuerte entre los elegidos como “nosotros”. En general, apelar inicialmente a
sentimientos ya existentes en la población, de origen nacionalista, racista o
conspirativo, algo que generalmente da buenos resultados.
Claro que es un arma de doble filo.
Como “ellos” ya estaban en el imaginario colectivo, el impacto inicial del
anuncio se diluye más pronto que tarde ya que realmente no hay nada nuevo y la
gente comienza a pensar que todo es “más de lo mismo”. Además, si bien cada uno
de los confrontados no es un peligro inmediato y su linchamiento genera euforia
entre los “buenos”, siempre quedan rastros de ellos y con el correr del tiempo
los enemigos se van sumando y potencialmente la suma de ellos puede convertirse
en un peligro para cualquier régimen populista.
El costo de la confrontación tiene
básicamente dos aristas:
1- Se genera un nuevo enemigo que se
suma al pool de una potencial oposición.
2- Los sectores confrontados
disminuyen su nivel de actividad e inversión o son directamente absorbidos por
el Estado. Esto reduce el nivel de actividad y aumenta el gasto público. Para
que los “nosotros” sigan contentos se requiere de un nivel de confrontación creciente
o directamente darles más satisfacciones a través de empleos y/o transferencias
que implican un mayor gasto público.
Son cada vez más los enemigos creados
por la propia dinámica del populismo confrontativo, como así también menor
nivel de actividad, mayor necesidad de gasto público y menor base impositiva.
En Argentina este círculo vicioso se vio retrasado por los extraordinarios
términos de intercambio experimentados. Pero una década es mucho tiempo para un
sistema que lleva en sí mismo las semillas de su propia destrucción.
Algunos medios independiente, no
obstante, han continuado revelando los evidentes desequilibrios del sistema,
tales como los desmadres de la Secretaria de Comercio, la inseguridad, la
droga, el desabastecimiento, la desinversión y la inflación verdadera
creciente. Semejantes variables se han
convertido en una especie de profecía autocumplida, generada por el modelo y
con un poder político quizá mayor que el de toda la oposición. Una de las
inconsistencias más costosas del “modelo” fue la política de subsidios a los servicios
públicos y una amplia variedad de planes asistenciales, algunos de ellos
correctos en su concepción, pero muy mal implementados.
Los subsidios ya no son genuinamente
financiables y afectan fundamentalmente a los sectores de bajos ingresos que aún
apoyan el modelo populista confrontativo. Sacarlos implica perder el apoyo de
los únicos que aún no han sido confrontados y dejarlos implica convalidar una
trayectoria potencialmente explosiva en la tasa de inflación. Las paritarias de
este semestre actúan como un factor multiplicador de los desequilibrios del
modelo y han puesto al sector sindical en un rol de confrontador con el
gobierno.
En
el actual escenario contextualizado, la única aparatente respuesta del gobierno
parece ser la de durar hasta 2015, con pequeñas correcciones de timón de manera
tal de dejar el costo político del ajuste al peronista opositor que los suceda
y de esta manera dejar abierta la puerta para un retorno cada vez menos
probable. Recortar apenas los subsidios como para no tener un problema fiscal, parece
ser un acierto, si no fuera por la distorsión inflacionaria que provoca,
exasperando las demandas salariales. Y aun falta tocar electricidad,
transportes, Aerolíneas y tantos otros.
Con pequeñas devaluaciones se
acompaña un camino ya trazado de abulia económica, con control de cambios, y
una incipiente pero firme estanflación. El BCRA se empieza a endeudar para
esterilizar la emisión monetaria generada por los subsidios, una ya demostrada política
peligrosa pero una suerte de camino más corto que ayude a llegar al 2015 y
dejar la mochila de deuda al próximo.
A esta altura de los hechos, el “modelo”
no cierra. Inflación altísima y creciente, tarifazo tenue pero continuado,
paritarias con sindicatos nerviosos y un nivel de actividad reducido, son una
combinación insostenible durante 18 meses. El control de precios no es una
alternativa viable para un período tan largo, puesto que no hay ejercicio
similar en el mundo que haya durado más de 6 exiguos meses.
Este gobierno no escucha consejos ni
opiniones que surjan de sectores que no piensan igual, por eso creo que los
errores ya se cometieron y se deben pagar los costos, económicos y políticos.
La incógnita de quien los pagará y cuándo, parece develarse con la inacción de
los actores. Sería recomendable que los opositores tomaran nota de lo que
viene, porque cuando al populismo se le acaba la plata y las lealtades, lo
único que le queda es la confrontación.
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