Por Ariel Torres
En temas macro y micro económicos, la Argentina es
un país que asombra todo el tiempo. Y no precisamente para bien.
Para salir a colocar bonos y que el mundo nos
compre, hay que sentarse a negociar con el Club de París, amén de que el hecho
de que la Corte Suprema de los Estados Unidos tenga una posición naturalmente
salomónica ayuda bastante. Así, el país recibe sin problema 5.000 millones de
dólares, que dicho sea de paso son los que le debemos a Repsol, moneda más,
moneda menos. Hay bancos y fondos internacionales ansiosos por prestarle a la
Argentina, puesto que sigue teniendo un Riesgo-País entre los más altos del
mundo.
Esto sucede por al menos dos razones:
La primera y más relevante a mi entender, es la voluntad
de pago. Es sabido que la sociedad argentina no castiga a ningún Gobierno que
deje de pagar una deuda. Los créditos están para pedirse, pero no para pagarse.
Ningún candidato que diga que va a pagar su deuda suma muchos votos. Se paga
mientras no implique ningún esfuerzo. Si lo implica, se puede rever. No
olvidemos que la Argentina fue responsable no solo del principal default de una
nación en el mundo, sino que su parlamento aplaudió de pie el no pago de la
deuda.
La segunda razón, es su capacidad de pago,
que cada vez es menor. Pareciera que
a los analistas les da lo mismo que el BCRA tenga 40.000 millones de dólares de
reservas que 25.000 millones. Definitivamente no es lo mismo puesto que hay
numerosos vencimientos de deuda, y un saldo comercial decreciente.
De allí que para prestarle al país, la tasa de
riesgo es altísima, algo directamente proporcional al costo de pedir dinero
prestado.
Cada vez que me refiero al tema, surgen preguntas
sobre el costo de prestarle a la Argentina, y las maneras de evaluar eso.
Entonces lo simplifico preguntando cuántos de los asistentes estarían
dispuestos a entregar sus ahorros en dólares y recibir a cambio un bono del
gobierno argentino a pagarse en 10 años. Hasta ahora no he obtenido un solo sí.
De allí que los argentinos están en general esperando que algún fondo
internacional coloque deuda para que nosotros hoy podamos comprar dólares
baratos. Es como raro el esquema. Pero lo más grave es que tendemos a creer que
no hay nadie en el mundo que haga este mismo análisis. Ilusos de toda ilusión.
Es por eso que en la comunidad económica
internacional, sabemos que el único camino para conseguir dinero en montos
importantes, a plazos razonables y con tasas sustentables, se llama FMI. Sin
ese organismo como coordinador y como prestador es difícil pensar en algo que
no sea más que una burbuja.
Y una burbuja argenta puede llegar a ser en extremo
destructiva, especialmente para los argentinos. La realidad es que el país no
va a recibir fondos frescos hasta que no arregle con el FMI un plan integral.
Recordemos que el exceso de voluntarismo siempre
está asociado al fracaso.
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