Por Ariel Torres
Tengo unos amigos K -varios- y algunos ultraK -pocos- que se me han enojado bastante por opinión acerca de la falta de autocrítica de Juan Gelman, el "poeta-mártir", respecto de su participación en la lucha armada desde fines de los 60 hasta 1979, cuando rompió con la cúpula de Montoneros. Gelman se ha pasado las últimas tres décadas reclamando verdad y justicia sobre los crímenes de la dictadura sin mencionar las muertes, los heridos, los secuestros, los robos y las bombas de las guerrillas.
Me dicen al respecto que pretendo instalar un debate sobre la llamada "teoría de los dos demonios", que iguala los crímenes de la dictadura con los crímenes de las guerrillas. Nada más lejos de mi realidad. Eso fue un fantasma político inventado para explicar en los 80 la adopción de determinadas políticas, como el juzgamiento tanto de las cúpulas militares como de las cúpulas guerrilleras. No estoy equiparando nada, puesto que los delitos cometidos y realizados desde el aparato del Estado son mucho peores. Además, esa teoría pasa por alto la responsabilidad de buena parte de la sociedad, que avaló en los 70 la resolución de conflictos políticos a través de la violencia, de izquierda y de derecha.
Pero tampoco voy a avalar la barbaridad kirchnerista de un solo demonio, esa que dice que los represores que actuaron desde el Estado deben ser juzgados, pero los guerrilleros, en cambio, a lo sumo cometieron errores, pero forzados por los ideales que los guiaban y que ahora los redimen de cualquier culpa o responsabilidad. Patrañas pseudoideológicas.
Ni demonios, ni ángeles.
Así como no hubo ángeles en las guerrillas, sino personas convencidas de que la lucha armada era el camino ineludible para tomar el aparato estatal y concretar desde allí la revolución socialista, la teoría de ángeles y demonios les sirve al kirchnerismo duro y a las organizaciones de derechos humanos. La razón es simple: para que los ex guerrilleros eludan los eventuales juicios por los delitos cometidos en ese tiempo, y reivindicar en forma más o menos sutil la lucha armada y a los ex combatientes.
De esta manera, los que se postulan como representantes, delegados o herederos de aquellos revolucionarios se apoyan astutamente en ese artificio para reclamar puestos en el aparato estatal, subsidios y demás prevendas del poder. Incluso, hace poco Cabandié exigió una suerte de carta blanca para no cumplir con las reglas de tránsito. Se deduce, de hecho entonces, que cuando se pretende criticar la decisión de matar a otros por cuestiones políticas la mejor defensa que encuentran es un ataque bastante pobre: "vos creés en la teoría de los dos demonios", o "le hacés el caldo gordo a la derecha", pasando por el ineludible "bancás a los milicos".
A esta altura, se deduce que Gelman no hizo autocrítica sobre su militancia en Montoneros -donde llegó a "teniente" y a integrar el Consejo Superior del Movimiento Peronista Montonero- porque pensaba que no tenía nada que criticarse. Lo mismo sostienen ahora quienes exhuman la teoría de los dos demonios. Si fuera por ellos, nadie debería recordar los atentados de las guerrillas o los fusilamientos de militantes sospechados de traición y delación, como el caso de Fernando Haymal, el joven de 26 años muerto de dos tiros y arrastrado por las calles de la ciudad de Córdoba el martes 2 de septiembre de 1975.
Ni muy muy, ni tan tan. Mi posición es que debe llegarse siempre lo más cerca posible de la verdad, tanto en el presente como en el pasado. Y que no debe distraerse con ese tipo de teorías, que son herramientas pseudopolíticas pensadas para avalar o respaldar determinadas decisiones de poder.
Al final sólo se trata de informar a la gente, sobre todo acerca de lo que el poder de turno no quiere. Como dijo el ex presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva en 2003, al cumplir su primer año de gobierno: "Noticia es aquello que nosotros no queremos que sea publicado; el resto es publicidad".
Digo.
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