Nada descubro si digo que el poder es efímero. En algún punto, un día Axel Kicillof se va a dar cuenta del papel triste que le tocó jugar en esta etapa de la historia argentina. El post adolescente Ministro de Economía del país Ha sido el encargado de devaluar el peso, de acelerar la inflación y va a terminar deteriorando el salario de los trabajadores de una manera épica. El círculo infernal de los rodrigazos ya hace sentir su turbulencia que bien conocemos en esta tierra. El lugar dónde lo ha puesto CFK y su soberbia, sumado a una proverbial falta de calle, no le permiten advertir la perversión de la maniobra.
Si bien es un hombre grande y deberá hacerse cargo de las consecuencias, el verdadero problema es que el impacto de los errores, la ineficacia y las contradicciones del Gobierno y su equipo económico van a afectar a los más pobres. Los desamparados no compran dólares ni ganan lo suficiente para hacer grandes inversiones inmobiliarias. Pero la ausencia de los precios de referencia, esa excusa argentina que pone en marcha la recesión, apareció el viernes para frenar la concreción de miles de operaciones de compra y venta. Las concesionarias no querían vender automóviles. Los retailers no querían vender electrodomésticos. Los acopiadores no querían vender cereales y los verduleros no querían vender zanahorias.
Esa es la economía real que parece desconocer Kicillof. La que funciona por debajo de los bonos dollar linked o de las compras de dólares que hace la petrolera Shell con aval del BCRA, para pagar dividendos. La entrevista del diario Página 12, pronta a convertirse en una pieza de colección, sirvió para que Kicillof teorizara sobre la presión cultural que a su juicio tienen los argentinos por el dólar. Como si los ciudadanos de este país caótico los compraran para olerlos o para sentirse más cerca del american way of life. Tipito imprudente si los hay.
Pruebe usted quedándose con los pesos en la mano cuánto hubiera perdido sólo desde que es ministro.
Pensar es importante, pero preguntar lo es aún más, porque permite ubicar los pensamientos en el contexto. Difícilmente alguien de la edad de Axel pueda comprender el significado de la presión cultural por el dólar. La vehemencia con la que pronuncia sus discursos le resta energía para comprender su situación. La de un funcionario sin sospechas de corrupción que debe ponerle el cuerpo a la decadencia de un modelo político y económico debilitado por el agotamiento de sus convicciones.
Resulta prácticamente imposible que un gobierno recupere la credibilidad o le gane la batalla a la incertidumbre si hace un anuncio el viernes a la mañana, lo corrige a la tarde y vuelve a contradecirlo el domingo en un reportaje con periodistas. Esa imagen, con Kicillof dedicándole el tiempo valioso de la televisión pública a su visión personal de las conspiraciones económicas en la historia argentina y escamoteando las definiciones precisas que hubieran aclarado las dudas de tanta gente preocupada por lo que pueda suceder hoy, era una fotografía repetida del país que insiste en estrellarse contra la realidad.
Es bíblicamente necesario, y saludable, que el ministro despierte ya de su fantasía científica y entienda que es el destino de sus compatriotas lo que está dramáticamente en juego.
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