Después de casi cinco
días de instalado el escenario devaluatorio, los mercados se están animando
poco a poco a dar a conocer su propia interpretación sobre la devaluación de la
semana pasada. Las tasas pagadas por los bancos a sus depositantes treparon
hasta cerca de 25% anual. Los bonos en dólares cayeron, y esto pasa cuando
aumenta la percepción del riesgo de default de la Argentina ; es decir
cuando los tenedores presienten que no van a ser honrados. El tipo de cambio
paralelo volvió a estar bajo presión y -al igual que el viernes- el Banco
Central tuvo que salir a vender más de U$S 100 millones para defender el mayorista en un nivel
cercano a los $ 8. El tipo de cambio de "fuga mayorista", el llamado contado
con liquidación, se operó cerca de $ 11.
La incertidumbre
generada por la devaluación del peso ha provocado que por ejemplo el Central
abandonara la criticada política de mini devaluaciones, que depreciaba el tipo
de cambio de a diez centavos de peso por semana, y que era incapaz por sí sola de detener la caída de las reservas
internacionales. En otro orden, no está claro aún si el nuevo esquema será
capaz de revertir esa sangría, si la mantendrá o si la acelerará. El hecho de
que el Central haya debido seguir vendiendo más de US$ 100 millones por día
luego de la devaluación nos muestra que la batalla de las reservas está muy
lejos de ser siquiera contenida, no ya ganada..
Analizándolo desde el
lado de la competitividad, los últimos movimientos colocan el tipo de cambio
real en un nivel 20% más depreciado que el vigente en 2013 y casi igual al de
fines de 2010. El punto es que para que la devaluación sea virtuosa, el salto
cambiario debe ganarle a la inflación y ser creíble; para así reducir las
expectativas de depreciación de aquí en adelante. Sin ello, los exportadores
seguirán esperando para liquidar, los importadores continuarán presionando y
las reservas continuarán cayendo.
Por eso es que la
credibilidad es crucial, ya que el Central ha roto el contrato gradualista que
regía entre el Gobierno y los tenedores de pesos desde 2003.
No será fácil
convencer al mercado de que el salto cambiario fue "por única vez", porque
para eso, el BCRA debería poder mostrar un esquema monetario sostenible. Esto
implicaría aumentar la información acerca de cuál será la emisión y hasta dónde
tolerará la inflación. Las llamadas, temidas y odiadas por el gobierno “metas
de inflación”. Toda esa comunicación será imposible si en febrero, al
anunciarse el nuevo IPC nacional de enero, se comprueba que este índice
subestima la inflación. De todas maneras, con eso no alcanza. Lo de comunicar
bien y no mentir, digo, porque si la política fiscal no es más restrictiva y no
se limita la transferencia de dinero del Central al Tesoro, la presión
cambiaria y la inflación se devorarán el salto cambiario. Literalmente.
No hay forma más
simple de explicar esto, pero lo intentaré: el impacto de una tasa de
depreciación más elevada sobre las cuentas fiscales depende –por sobre todas
las cosas- de la tasa de inflación que esa depreciación genere y de la
capacidad del Gobierno de reprimir el gasto público en un contexto de
aceleración inflacionaria. Si bien existe un primer impacto positivo de la
devaluación sobre los ingresos fiscales a través del aumento en la recaudación
de los impuestos al comercio exterior, éste es equivalente al aumento en las
erogaciones en subsidios a la energía que la misma devaluación trae aparejada.
La ganancia por
retenciones y la pérdida por subsidios se neutralizan.
Para arreglar la
cuestión fiscal hay que hacer los mismos deberes que antes de la devaluación: en
criollo, subir el precio de la energía, pero ahora en un contexto de recesión y
de caída del salario real, es verdaderamente difícil.
La única manera de
recuperar la credibilidad es de la mano de una mejora en la situación fiscal, y
haciendo que la tasa de interés en pesos juegue para el equipo de los tenedores
de pesos, para que al menos se le pague el riesgo. El Banco Central ha decidido
elevar la tasa a la que capta fondos hasta el 25,5%, es decir, un aumento en la
tasa de casi 6 puntos porcentuales respecto de los niveles de la semana
anterior y casi 10 puntos por encima de los que regían al 20 de noviembre de
2013, cuando asumió Juan Carlos Fábrega. Estoy hablando de hace apenas dos
meses.
Para que el ancla del
programa sea la tasa de interés, ésta deberá por lo menos superar las
expectativas de depreciación del peso y/o a la tasa de inflación. Es un
pronóstico temerario e imposible, puesto que esas expectativas a principio de
año rondaban el 40%. De ahí que la situación del Gobierno haya quedado tan
comprometida, porque para tener éxito necesita hacer un trabajo de ajuste
fiscal basado en la suba de tarifas a la energía y en la contención salarial en
el sector público. Haber devaluado el peso justo al inicio de las discusiones
salariales no le facilitará esa tarea, especialmente si se confirma una
inflación para enero superior a 5% y una para febrero que puede ser aún ser más
alta.
Al estar entre dos
fuego, entre los sindicatos y el reinicio del ataque sobre el peso y las
reservas, las opciones del Gobierno no son las más edificantes: para bajar el
déficit y la emisión de pesos deben licuar los salarios y el gasto público. Y
si no lo hacen, el peso y las reservas volverán a estar bajo ataque.
El Banco Central es el
protagonista de los días por venir, no hay dudas al respecto. Necesita retirar
pesos del mercado, no asustarse con la suba de tasas e intervenir con
inteligencia y aplomo, para mostrar que -además de Kicillof- hay alguien más en
la cancha. Para adelante, la suerte del "programa económico" vendrá
dada por la capacidad del Gobierno de acordar paritarias en niveles razonables,
de contener el gasto en general y de lograr algo de financiamiento externo. En
definitiva, de que, sumada a una mejora en el proceder del Banco Central, la
transferencia de pesos desde este organismo al Tesoro se mantenga en niveles
que no impliquen una suba significativa respecto de los niveles de 2013.
De lo contrario, el
escenario de espiralización inflacionaria y de ataque sobre el peso seguirá con
más prisa que pausa.
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