sábado, 1 de febrero de 2014

La Década de la Malversación de Valores

Por Ariel Torres

Hoy tengo ganas de tirar datos, muchos datos, para poder explicar y explicarme un poco de tanta mentira aplicada a gobernarnos, a lo largo de la historia del último siglo que pasó. El primer dato asusta un poco, para aquellos que no creemos en el Estado del tamaño de un brontosarurio: en la Argentina, más de 13 millones de personas tienen ingresos del Estado. Sí, casi la mitad de la población adulta depende del presupuesto nacional. Algunos revistan en reparticiones nacionales, provinciales o municipales (3 millones); otros tantos reciben planes sociales (otro tanto) y más del doble son jubilados o pensionados (casi 7 millones). De estos últimos, un tercio no hicieron aportes, pues se acogieron a la moratoria de la Anses (2,5 millones).
En los últimos doce años, el Estado creció 60% y representaba el 42,5% de la economía, por lo menos, antes de la reciente devaluación. El principal factor de crecimiento fueron las transferencias al sector privado, que incluyen los subsidios a la energía, al transporte y a otras empresas públicas, como Aerolíneas Argentinas. Muchas compañías obtienen ingresos extraordinarios mediante contrataciones públicas sin competencia, donde rigen la sobrefacturación y el llamado "retorno", práctica que también es habitual en las obras sociales sindicales, que los gobiernos nunca se atreven a auditar.
Nuestro país es el que detenta la mayor presión tributaria de América latina, en donde el promedio regional es 20,7% del PBI. En nuestro país asciende al 40%, sin incluir el impuesto inflacionario, obvio.
Resulta impensable que un país en el que la mitad de la gente vive del sueldo público, de una jubilación, de una pensión o un plan social, pueda sostenerse. Las familias no pueden prosperar en una economía de baja productividad, con industrias protegidas y precios extravagantes, que no les permiten exportar y son demandantes de divisas. En este esquema, la realidad es insostenible y las personas que mantienen sobre sus espaldas semejante dislate, tratarán de evitarlo de alguna manera.
Traigo a colación palabra de Ayn Rand, que sorprenden por su actualidad: "Cuando adviertas que para producir necesitas obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebes que el dinero fluye hacia quienes no trafican con bienes sino con favores; cuando percibas que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por su trabajo, y que las leyes no te protegen contra ellos, sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra ti; cuando descubras que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrás afirmar, sin temor a equivocarte, que tu sociedad está condenada".
Lo que llamó la atención a esta observadora rusa hija de la revolución bolchevique, y posterior expulsada del régimen, fue -allá por los años 30-  el deslumbramiento de muchos intelectuales norteamericanos con el "experimento socialista" puesto en práctica por Stalin y la expansión industrial lograda a partir de los planes quinquenales aplicados desde 1928. Esto contrastaba con la crisis estadounidense, atribuida a la supuesta inviabilidad del capitalismo. Durante los años 30, llamados "Década Roja", varios intelectuales vieron en el estalinismo la fórmula para resolver la cuadratura del círculo, que conciliase el desarrollo material con el deseo de justicia e igualdad.
Cuando Franklin Delano Roosvelt lanza el llamado New Deal, entre 1933 y 1938, se aplicaron en gran escala medidas de intervención económica, con el objetivo de sostener a las capas más pobres de la población, reformar los mercados financieros e impulsar la economía, mediante el aumento del gasto público en obras de infraestructura y varios tipos de subsidios.
Observando la expansión del Estado en toda la estructura productiva estadounidense, que todo el mundo aplaudía, Ayn se preguntó: "Quién pagará todo esto? ¿Se ha encontrado entonces la piedra filosofal? ¿La economía continuará creciendo «como si tal cosa» en ese contexto? ¿Y qué ocurrirá con las libertades personales si el modelo implica quitar el resultado del trabajo de unos para dárselo a otros?".
La escritora advirtió sobre el peligro de justificar la ampliación de las facultades del Estado extrapolando ideas fuerza que son apreciadas en las relaciones personales, pero que, trasladadas al Estado, terminan beneficiando a pocos, en detrimento del conjunto. Invocar la solidaridad y el altruismo son formas atractivas para acumular poder, pues crean la ilusión de que es posible alcanzar un mundo más justo y equitativo con normas, decretos, y reparticiones. Los ministerios amplían sus facultades, establecen prohibiciones, otorgan subsidios y reparten privilegios. Como no hay recursos para todos, las decisiones son discrecionales, favoreciendo a los amigos y excluyendo a los enemigos.
El Poder Ejecutivo gobierna en un marco de "necesidad y urgencia"; correlativamente, las facultades del Poder Judicial disminuyen y, lentamente, la Nación se desliza hacia un régimen totalitario que oculta la realidad mediante la censura. Los tiranos crean conflictos entre los individuos, enfrentan a la población, multiplican los impuestos y empobrecen a la sociedad.
A pesar de la crudeza de su postura individualista, Ayn Rand no era conservadora, sino "progresista" en los términos actuales, partidaria de la libertad de género, contraria a la prohibición del aborto y del consumo de drogas; opuesta a todo tipo de censura, incluida la pornografía, y contraria a la exhibición de imágenes religiosas en lugares públicos, dada su falta de creencias religiosas.
¿Por qué un texto de 1950 de una pensadora como Ayn Rand, de un profundo individualismo, puede resurgir ahora, justamente cuando en general se exalta el espíritu de colaboración y comunitario? Porque muchos han advertido la malversación de esos valores por parte del gobierno kirchnerista y cómo se ha montado una estructura de corrupción y pillaje tras la bandera de los derechos humanos y el llamado modelo de inclusión.
Como bien señaló Ayn Rand, estas distorsiones tienen patas cortas y la propia realidad objetiva termina imponiéndose: cuando todos quieren vivir del Estado, cuando prolifera la corrupción y se enriquecen los amigos del poder, los "titanes" optan por retirarse a la montaña, nadie invierte; los ahorristas fugan sus capitales y la economía, finalmente, ajusta por sí sola, pagando los más pobres la fiesta de los más ricos.

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