Por Ariel Torres
Esta semana, CFK
reconoció de manera irreversible su derrota en lo que se refiere a su política
económica. Con Guillermo Moreno renunció mucho más que un secretario de Estado.
Se fue el único hombre fuerte de su gobierno desde la muerte de Néstor Kirchner
y se fue, sobre todo, el autor de una política que dejó la economía en medio de
la destrucción y la crisis. Se fue el funcionario que con sus políticas condenó a la Argentina a perder el
autoabastecimiento petrolero y la colocó en la necesidad de importar trigo.
Moreno es el autor de que el país haya tensado sus relaciones con casi todos
los países del mundo, incluidos los que históricamente fueron amigos.
El
sabueso mejor entrenado del kirchnerismo se ha ido, pero nadie puede asegurar
que se terminó la morenización del Gobierno. Más aún: como devoto peronista que
es, su predilección es el intervencionismo del Estado en la economía. Ahora,
por primera vez desde que se fue Roberto Lavagna, habrá un ministro de Economía
con plenos poderes, Axel Kicillof, que plantea toda una novedad política e
intelectual, puesto que éste pseudomarxista le dio una vuelta de tuerca al
intervencionismo nestorista que expresaba Moreno. Kicillof es directamente
estatista.
El
saliente Secretario de Comercio Interior destruyó el Indec, que es como destruir
el termómetro de la economía, e insultaba a los empresarios, pero no se metía
con la propiedad de las empresas. Salvo, desde ya, con la propiedad de Clarín y
de Papel Prensa, a los que convirtió en sus enemigos más odiados. Cuenta la
leyenda que Moreno detestaba a los medios periodísticos independientes porque
le quebraban sus mentirosos relatos a CFK sobre la marcha de la economía. Los
condenó a vivir a pan y agua. Presionó sobre las cadenas de supermercados y de
electrodomésticos para que no contrataran publicidad en La Nación , Clarín y Perfil.
Gran parte de esas cadenas empresariales necesitan la importación de productos.
Moreno era el que autorizaba o no las importaciones. Usó la extorsión como un
método cada vez más eficaz.
Pero
como siempre pasa dentro del seno del peronismo –es histórico-, el viejo
peronista tropezó con las estructuras más sólidas del partido de Juan Domingo.
Poco antes de las elecciones pasadas, la Presidenta le preguntó a un conocido intendente K
del conurbano qué podía hacer ella para ayudarlo. El pedido fue sólido y
contundente: "sacá a Moreno de la ecuación”. Gobernadores e intendentes
peronistas han pasado gran parte de su tiempo en las oficinas de la Secretaría de Comercio
para gestionar su autorización a importaciones de insumos industriales, rogando
por sus industrias que estaban al filo de despedir trabajadores por no tener la
materia prima importada tan necesaria. Las elecciones no se ganan con
desocupados le explicó ese intendente a la Presidenta. CFK no
defendió ni justificó a Moreno. Le contestó con una evasiva: "No quiero
darle su cabeza a la corporación mediática". Al poco tiempo cayó enferma,
perdió las elecciones en la provincia de Buenos Aires y se agravaron los
síntomas de la crisis económica.
De
todas maneras, el mensaje había sido dado: a Moreno no lo crucificarían los
medios ni los economistas privados, sino el peronismo con liderazgo territorial,
y ese fue su fin. Irónicamente, irá como diplomático a Italia, uno de los
países más afectados por sus arbitrarias políticas sobre las importaciones. El
humor del gobierno de Roma con Moreno es pésimo. Por qué será diplomático el
menos diplomático de los funcionarios kirchneristas? Simplemente porque el
Estado kirchnerista es un capricho constante. Tal vez CFK aspira a tender un
puente nuevo con el papa Francisco, ya que Moreno es católico y papista desde
la designación de Francisco.
CFK
pronostica, con Moreno o sin Moreno, dos años arduos hasta la conclusión de su
último mandato. Podría jugar a la revolución si la Argentina viviera los
años del boom sojero, cuando la inflación era un peligro y no una realidad, y
cuando las reservas de dólares se acumulaban en el Banco Central. El país que
le tocó al final de su ciclo es más austero. La tendencia internacional de las
materias primas indica que sus precios se estancaron. La inflación está ya
desbordando la paciencia de los argentinos. Y las reservas de dólares no paran
de caer, a pesar de cepos y controles propios de otro tiempo.
No
augura nada nuevo ni bueno la designación de Axel Kicillof, anunciando nuevas
prohibiciones. Sugiero un ejemplo seguro: si se acaba, por ejemplo, la fiesta
argentina del turismo en el exterior, automáticamente subirán los precios del
turismo en el interior. La economía se torna inmanejable con criterios tan superados.
Kicillof expresa una radicalización de las políticas presidenciales. Enamorado
de Marx y de Keynes, el nuevo ministro desprecia la seguridad jurídica y alguna
vez dijo, incluso, que podía "fundir a Techint", una de las dos
grandes multinacionales argentinas, junto con Arcor.
El
nuevo Ministro de Economía es el ejemplo más claro de una política encarnada en
un Estado que hurga en la economía privada, en la vida y en los gastos de los
argentinos. Pero es el mismo Estado que carece de inteligencia y de recursos
para enfrentar el delito y el narcotráfico, amén de la corrupción. Sucede que
el Estado policial sólo es posible con una dictadura. En una democracia, por
más tosca que ésta sea, el Estado puede dedicarse sólo a una cosa o a la otra.
El
Estado kirchnerista prefirió controlar a los ciudadanos en lugar de los
criminales.
Extraña
decisión la de Cristina: la desconfianza en la economía era el problema más
urgente a resolver, y ella le agregó más incertidumbre, designando a Kicillof,
demostrando que le importa más la ideología, que los resultados. Kicillof fue
el autor de la violenta confiscación de YPF que condena a Vaca Muerta a ser un
diamante del petróleo despreciado por los petroleros. Pareciera no importar.
CFK
tiene una autoestima más grande que la que cualquiera puede entrever si quiso,
realmente, convertirlo en su delfín. La tarea que le espera a Capitanich es la
de poner la cara y el cuerpo a medidas que serán, en la mayoría de los casos,
impopulares. El nuevo jefe de Gabinete debería también prenderle una vela a
cada santo para que no estalle ninguna impugnación que lo afectara moralmente.
Hay
antiguas y nuevas sospechas sobre sus manejos de los dineros públicos, que
dudosamente lo hagan plausible de resistir algunos archivos.
Para
colmo, las formas del regreso presidencial, en medio de muchas
superficialidades, encerraron claros mensajes políticos. Subrayó por televisión
que el hermoso cachorro que tuvo en sus brazos era un regalo venezolano y que
lo llamó Simón, en homenaje a Simón Bolívar. Una pavada monumental, digna de
Susana Giménez más que de alguien que se dice estadista. Cristina no hace nada,
mucho menos en público, que no deba leerse en clave política. Mayor compromiso
con el ala bolivariana latinoamericana que lidera Venezuela e insistencia en el
populismo juvenil, que le ha servido, sin duda, desde la muerte de Kirchner.
Una simpatía
excesiva hacia los sectores oficialistas que creen que se puede bajar de Sierra
Maestra saliendo de las cocheras de Puerto Madero.
Insoportablemente
más de lo mismo.
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