Por Ariel Torres
El intento de mantener encendido el fuego de la épica
revolucionaria, en manos de CFK, se parece a una carrera de Los Autos Locos,
donde invariablemente todos terminan chocando, o haciendo explotar algo.
Obligar a sus funcionarios a hacer lo contrario de lo que
hicieron y dijeron cuando sus jefes tenían márgenes de los que ahora carecen,
es una mal ejemplo de pragmatismo. Pero es pragmatismo kirchnerista puro. Por
como está todo, no falta demasiado para que el Gobierno anuncie que entregará
Aerolíneas Argentinas a alguna empresa aerocomercial privada, antes de que
todos sus aviones terminen chocando en tierra, algo que por muy absurdo que
parezca, ya ha sucedido.
El giro que está dando el gobierno de Cristina Kirchner con el
caso de Repsol es –como mínimo- emblemático. Fue todo tan oculto que la
presencia en Buenos Aires del Ministro de Industria español, José Manuel Soria,
se conoció por la prensa de ese país. Si bien Capitanich y Kicillof hablaron
con los periodistas, en un gesto de apertura a la prensa, se cuidaron de no
decir nada sobre una avanzada negociación con el gobierno español por el caso
empresarial más traumático de la última década.
Se nota que más que un cambio integral y planificado, son
maniobras desprolijas de un ejército en retirada, que sólo tiene tiempo y
energías para intentar resolver los problemas de a uno por vez. Hasta se
solapan intenciones disfrazadas de discursos, como ayer, cuando Kicillof
reiteró, en la Cámara
de la Construcción ,
que el problema de la
Argentina es que le va demasiado bien en un mundo al que le
va mal. En síntesis: el modelo se está muriendo de éxito.
El ahora Ministro de Economía es el mismo que alguna vez provocó
la irritación del presidente de Repsol, Antonio Brufau, luego de despotricar
largamente contra los españoles de la época del virreinato. Brufau se levantó
de la reunión quince minutos después de que ésta empezó. Kicillof aseguró
también en su momento que el Gobierno no le pagaría nada a Repsol por la
confiscación de YPF y que, en todo caso, sería la administración argentina la
que le pediría una indemnización a Repsol por supuesto daño ambiental.
Que Brufau haya evitado venir a la Argentina para firmar el
borrador de un acuerdo con la misma persona que lo maltrató y desvalijó su
empresa, resulta razonablemente obvio y válido. No hay que olvidar, de todas
maneras, que las posiciones de Brufau fueron tomadas como propias por el
gobierno español, según revelaciones periodísticas de ese país. El ministro
Soria acordó primero esas posiciones con los mexicanos de Pemex, socia de
Repsol. Los españoles quieren dinero liquido, que puede ser en bonos fácilmente
canjeables, y rechaza cualquier trueque mediante concesiones en Vaca Muerta.
Por lo menos, mientras un Kirchner gobierne la Argentina.
Las heridas de Brufau aún están frescas. Hizo todo lo que le
pidieron para conservar YPF: negoció con los Kirchner y regateó con De Vido,
para terminar cediendo en casi todo. Al final, sus ejecutivos debieron huir a
España vía Montevideo, atemorizados, horas después de que la Gendarmería violentó
las oficinas de la empresa, en un acto de vergüenza internacional más de un
gobierno argentino.
Por aquellos días, el inefable Kicillof era el mismo que estaba
a cargo de Aerolíneas Argentinas, aunque siempre dejó la representación empresaria
en manos de Mariano Recalde, y forcejeaba hasta sentarse en el directorio de
Techint. Es el mismo gobierno, con Kicillof como abanderado, que ahora decidió
pagarle a Repsol poco más de 5.000 millones de dólares, según fuentes
irreprochables. Llamar compensación en vez de indemnización, es un atajo
dialéctico del relato. Repsol hizo un buen negocio, aun cuando había pedido
ante el tribunal internacional del Ciadi 9300 millones de dólares, que es lo
que estima que valía el 51 por ciento de las acciones de YPF que le quitaron,
entre gallos y medianoches. De todas maneras, no es un mal acuerdo.
Para encontrarle sentido al cambio de rumbo en el acuerdo con
Repsol, hay que analizar a la petrolera Chevron, la única importante que firmó
un módico acuerdo con YPF, y también la única que realizó varias exploraciones
embrionarias muy positivas en Vaca Muerta. Lo que existe, volumétricamente
hablando, en el yacimiento, es extraordinario, señalado por expertos nada tienen
que ver con Vaca Muerta. Si Exxon y Pemex comenzaron a acercarse a la puerta
argentina, es porque algo saben, intuyen, o imaginan. Las llaves de esa puerta
las tenía Repsol, que amenazaba con juicios internacionales a las empresas que
aceptaran concesiones de YPF, incluso una querella ya iniciada a Chevron por
aquel acuerdo con YPF. Para estar en Vaca Muerta, había que arreglar con
Repsol, de alguna u otra manera.
Con el conflicto de Repsol destrabado, como ya resulta previsible,
el gobierno argentino podrá negociar nuevas inversiones petroleras. Sería sólo
el principio, porque quedarían por resolver otras condiciones necesarias para
atraer esos capitales, un poco más engorrosas pero también muy reales. Sea como
fuere, lo cierto es que la administración de CFK necesita dólares y las
empresas petroleras están en condiciones de invertir en la Argentina. No fue
casual que la primera audiencia a un privado que la Presidenta concedió
después de su reclusión por enfermedad haya sido a una empresa alemana, BASF,
que también tiene intereses en el petróleo y el gas.
Un funcionario cercano a CFK dijo en estos días que la Presidenta está
tratando de cambiar el balance de su gestión, porque sabe que se irá en 2015.
El balance hasta ahora es que en 2003 había un país autosuficiente en energía y
que el kirchnerismo lo condenó a la dependencia de la importación. Es
improbable que en dos años haya una modificación sustancial de esa situación,
pero se propone, al menos, dejar construidos los cimientos de otra matriz
energética.
Los que conocen del tema y lo han seguido por años, saben que la
única prioridad para este Gobierno no es el petróleo, sino los dólares. Ya
empezaron negociaciones para acordar con las empresas que litigan en el Ciadi,
donde la Argentina
es, por lejos, el país con más juicios. Reestructurar la deuda con el Club de
París, que reúne a los acreedores soberanos del país, ha vuelto a ser un
proyecto de CFK, aunque ya tuvo el mismo propósito varias veces.
El acuerdo con el Fondo Monetario Internacional para cambiar las
mediciones del Indec y aceptar la revisión anual que el organismo multilateral
hace de la economía de todos sus países miembros, será pronto otra de las
“novedades”. Esa eventual normalización de la relación con el Fondo podría
permitir el acceso al crédito internacional, tan desacreditado durante los años
del engañoso desendeudamiento. La violenta actualización de las tarifas de los
combustibles fue también un mensaje a los que tienen los preciados dólares.
Un baño de peronismo del más puro se tuvo que dar Kicillof, vivo
como es, puesto que se puede ser capitalista, estatista o cualquier otra cosa
si así lo exige la necesidad del poder. CFK, en un movida maestra, se lo está
demostrando, llevando de las narices a los pibes de La Cámpora a abrazarse con
Chevron, Exxon y demás.
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