Hace poco más de un mes, cierto funcionario de altísimo rango,
con fluidos contactos en el mundo de los economistas heterodoxos, recibe un
informe técnico sobre la marcha de las finanzas públicas. Lo lee a solas, en su
mullido sillón oficial, tomando el primer café de la mañana, y al recorrer las
cifras y las conclusiones siente escalofríos y languidez en el estómago.
Los resultados del
estudio, que muestra problemas alarmantes lo asustan un poco. Los autores del
escéptico diagnóstico, que son científicos de la economía e incluso
simpatizantes del modelo, que consideran neokeynesiano, apenas le hacen
levantar las cejas. Pero lo que le hace temblar las rodillas es que al final de
esa lectura deberá tomar una decisión difícil: pasárselo a la Presidenta o
destruirlo. Ésa es la cuestión que más le preocupa.
Néstor Kirchner solía
decirle a quien lo escuchara: no le lleves malas noticias a Cristina. No le
lleves malas noticias porque es peor. El funcionario piensa y decide no meterse
en camisa de once varas, cierra la carpeta, la guarda en un cajón y recomienza
la agenda de aquel día. Le traen documentos para firmar y recibe a varios
miembros de su equipo. Va pasando lentamente la jornada y hay mucha actividad.
Sin embargo, el funcionario no puede sacarse de la cabeza ese cajón cerrado. Camino
a su casa piensa que si se lo entrega a la Presidenta , le puede
caerle muy mal, pero si no lo hace está cometiendo un terrible error.
Estoy hablando de un
funcionario amigo, que sigue creyendo en el "proyecto" (así lo llama él)
nacional y popular, aunque en voz baja admite que ya no lo llama
"modelo". El dilema de hacer frente a la Presidenta con una
pésima noticia o practicar la plancha entre tiburones lo persigue unos días
más. En los días siguientes, CFK lo llama por otro tema a su despacho de la Casa Rosada , y antes
de acudir, como en un impulso de dudosa preservación, el funcionario decide
jugarse: saca la carpeta del cajón, la mira unos instantes y la agrega a sus
otros papeles de trabajo.
Ella lo recibe, como
siempre, llena de ideas, reflexiones, sentencias y directivas. Al final de la
reunión, el funcionario se levanta para irse y con un pie en el estribo, saca
la carpeta y la deposita sobre el escritorio, cuidadosamente: "perdón, señora,
acá le dejo este informe técnico que a lo mejor le puede interesar", le dice.
Y trata de que su voz no transmita ningún énfasis. “Le dejo algo irrelevante,
un asunto colateral”, parece decir su tono, y se retira con las manos frías pero
inquietas del despacho.
Para su sorpresa y
ansiedad, pasa toda una semana, siete días y siete noches, sin que CKF exhiba
ninguna reacción: no sabe cómo impactó en el ánimo presidencial ese balance
acerca de las tormentas que acechan al país. El funcionario se come las uñas y
recuerda la caída en desgracia de algunos colegas notorios que le acercaron
malas noticias a la jefa, y también de otros que al haber callado recibieron sus
lapidarias reconvenciones por ocultar la verdad. Hay que andarse con mucha
precaución para sobrevivir en ese campo minado. La verdad es una sábana corta,
cuando te tapa los pies puede dejarte al aire la cabeza. Y tu cabeza puede
rodar.
Al final de esa semana,
la Presidenta
llama por teléfono al funcionario para hacerle preguntas sobre otra cuestión de
Estado. Conversan un rato, y al final, también con un pie en el estribo, Ella
le dice: "que sea la última vez que me haces llegar un informe dictado por
Magnetto". Y le corta sonoramente.
Créanme que al tipo se
le heló la sangre, lo conozco demasiado como para creer que me miente. Y luego,
en una cena con un íntimo amigo que tenemos en común, se lo comenta con la
sensación de que ese informe debió quedarse a dormir para siempre en aquel
cajón. Los nombres de ambos obviamente no vienen a cuento, pero la anécdota es
previa a la fantochada de los "cinco fantásticos". Me consta que
Cristina está ahora verdaderamente preocupada por la inflación, por la
hemorragia de las reservas, por la caída del empleo y del consumo, y por la
salida permanente de la inversión extranjera. Algo que también es cierto es que
hasta hace muy poco todavía no había asumido física ni psicológicamente la
gravedad del momento, adjudicándole todos los traspiés de las finanzas públicas
y el clima de pesimismo general a la mala intención de la derecha, a los
intereses corporativos y, principalmente, a los medios hegemónicos.
En ocasiones me
pregunto qué hubiera sido de los Kirchner sin los diarios independientes:
fueron voraces lectores de ellos, se enteraron de incontables errores cometidos
por su propia gestión a través de esas páginas y alcanzaron a enmendarlos
gracias a que se los señalaron en esas hojas que hoy creen enemigas. Esa
lectura permanente y espinosa, que hoy continúa CFK cada mañana con confesada
actitud militante, le permite tomar la temperatura de la sociedad, conocer el
pensamiento de la oposición y poner en perspectiva las principales acciones de
su gobierno. Un país sin diarios críticos sería para ella tremendamente
perjudicial, le traería un síndrome de abstinencia, un desasosiego similar al
de un lector desesperado y perdido en el Día del Canillita.
Son esas tristes
ocasiones, en las que uno desea lo que no quiere.
El periplo de mi amigo
y del informe maldito confirma también que sus principales espadas le temen más
que a nadie, y que tratan de endulzarle el oído con hechos y estadísticas que
encajen con el relato. Nada de esto es
nuevo, puesto que nadie quiere ser un cadáver político. Lo que resulta
absolutamente novedoso es que varios de ellos se desahoguen ahora con
periodistas o con allegados: les parecen disparatadas las medidas que viene tomando
el entorno intimo de CFK desde hace un año y medio. Estamos hablando del cepo
cambiario, el blanqueo de dinero y la consagración de la Argentina como paraíso
fiscal, el pacto con Irán, la partidización de la Justicia , la apropiación
del papel de diario, la presión desvergonzada a los hipermercados para que
asfixien a los grandes periódicos, los planes de intervención al Grupo Clarín y
muchas más. Aquellos más cercanos a la Presidenta muestran su desasosiego frente a estas
ocurrencias, las consideran indefendibles aunque aparezcan cada mañana
promocionándolas por la radio, y de inmediato ruegan discreción. Que no se los
nombre, que por favor no publiquemos nada porque "atenti que CFK lee
todo".
Sin embargo, es la
palabra "Magnetto", pronunciada en el despacho presidencial y
destinada a sospechar de una mano negra que llega a todos lados y todo lo
contamina, lo que llama a tanta perplejidad. No logro imaginar que la Presidenta crea que el
CEO de Clarín esta detrás de aquel mero informe técnico, o que crea
verdaderamente que está detrás de cualquier dato que desbarate la narración
kirchnerista de la realidad. Sería más tranquilizador para todos los argentinos
pensar que sólo se trata de una metáfora, que Magnetto se transformó en un
sinónimo de complot, o en la construcción pícara y deliberada de un monstruo
contra quien pelear y a quien culpar de todos los errores y males del país. Una
especie de marioneta al que tirarle el muerto de la inflación, el estancamiento
de la economía, el callejón sin salida de la moneda, la derrota de la política
de seguridad y cualquier otro fracaso. Un demonio verosímil para que los
militantes se entretengan clavándole estacas.
Porque si en serio lo
más empinado de la administración nacional creemque Héctor Magnetto tiene todas
esas facultades mágicas y sobrenaturales, me permito pensar que se ha perdido
cierta noción de la realidad. Nos tapó el agua. Hay varios a los que el agua
dejó de subirles al tanque. Una cosa es actuar en una telenovela (cualquier
gobierno tiene incluso derecho a fabricársela siguiendo los modernos manuales
del marketing político) y otra muy distinta es que los actores pasen a creer
que son ellos mismo los personajes de la ficción que interpretan.
Locura es laa palabra
que más se oye en los escenarios políticos de la Argentina hoy, vinculada
siempre a los vaivenes y las radicalizaciones adoptados por el oficialismo, una
espiral que produce vértigo dentro de los propios bloques de legisladores del
Frente para la Victoria ,
donde se vota por disciplina partidaria y donde cunden susurros dramáticos, del
tipo de "Ya sé, es una locura, pero si no lo hago quedo afuera". O por
ejemplo: "si no acompaño esta locura mi gobernador no puede pagar los
sueldos".
Es una especie de
procedimiento demencial de la política que hace verosímil cualquier
especulación: desde que se deje sin aire a Jorge Lanata hasta que se someta
comercialmente a La Nación
buscando una compra hostil; desde que se abran las cajas de seguridad de los
bancos si fracasa el blanqueo hasta que se derribe a cualquier juez que falle
en contra de los intereses del Gobierno. Se ha perdido la capacidad de sorpresa
y se ha instalado el miedo. Incluso hay una cierta desinhibición de última
hora, una especie de borrachera que viene después de la fatiga, un descuido,
una especie de descaro. Lo que se dice en enero, cambia en marzo y muta en
julio. Se puede sostener sanguíneamente una convicción y lapidar a sus
críticos, y se puede de repente salir a defender lo contrario y con la misma
saña.
Hay más. Vaya como
perla lo siguiente: "El poder de las ideas irracionales es irresistible
para algunos políticos", dijo esta semana el economista sueco Frederik
Erixon, director del Centro Europeo de Política Económica Internacional:
intentaba explicar, durante un simposio en Madrid, las últimas decisiones que
había tomado nuestro país. Son inexplicables. Es curioso, porque muchas de esas
decisiones sometidas al arrebato no hacen más que desnudar al kirchnerismo, con
pequeños pero persistentes suicidios políticos que producen un creciente
rechazo en la mayoría de la sociedad.
Es menester pensar que la clave,
tanto para el oficialismo como para la oposición, podría ser una especie de utopía:
ponerle la misma pasión a la cordura. Si se puede, claro…
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