domingo, 19 de mayo de 2013

La Irracionalidad del Poder

Por Ariel Torres



Hace poco más de un mes, cierto funcionario de altísimo rango, con fluidos contactos en el mundo de los economistas heterodoxos, recibe un informe técnico sobre la marcha de las finanzas públicas. Lo lee a solas, en su mullido sillón oficial, tomando el primer café de la mañana, y al recorrer las cifras y las conclusiones siente escalofríos y languidez en el estómago.
Los resultados del estudio, que muestra problemas alarmantes lo asustan un poco. Los autores del escéptico diagnóstico, que son científicos de la economía e incluso simpatizantes del modelo, que consideran neokeynesiano, apenas le hacen levantar las cejas. Pero lo que le hace temblar las rodillas es que al final de esa lectura deberá tomar una decisión difícil: pasárselo a la Presidenta o destruirlo. Ésa es la cuestión que más le preocupa.
Néstor Kirchner solía decirle a quien lo escuchara: no le lleves malas noticias a Cristina. No le lleves malas noticias porque es peor. El funcionario piensa y decide no meterse en camisa de once varas, cierra la carpeta, la guarda en un cajón y recomienza la agenda de aquel día. Le traen documentos para firmar y recibe a varios miembros de su equipo. Va pasando lentamente la jornada y hay mucha actividad. Sin embargo, el funcionario no puede sacarse de la cabeza ese cajón cerrado. Camino a su casa piensa que si se lo entrega a la Presidenta, le puede caerle muy mal, pero si no lo hace está cometiendo un terrible error.
Estoy hablando de un funcionario amigo, que sigue creyendo en el "proyecto" (así lo llama él) nacional y popular, aunque en voz baja admite que ya no lo llama "modelo". El dilema de hacer frente a la Presidenta con una pésima noticia o practicar la plancha entre tiburones lo persigue unos días más. En los días siguientes, CFK lo llama por otro tema a su despacho de la Casa Rosada, y antes de acudir, como en un impulso de dudosa preservación, el funcionario decide jugarse: saca la carpeta del cajón, la mira unos instantes y la agrega a sus otros papeles de trabajo.
Ella lo recibe, como siempre, llena de ideas, reflexiones, sentencias y directivas. Al final de la reunión, el funcionario se levanta para irse y con un pie en el estribo, saca la carpeta y la deposita sobre el escritorio, cuidadosamente: "perdón, señora, acá le dejo este informe técnico que a lo mejor le puede interesar", le dice. Y trata de que su voz no transmita ningún énfasis. “Le dejo algo irrelevante, un asunto colateral”, parece decir su tono, y se retira con las manos frías pero inquietas del despacho.
Para su sorpresa y ansiedad, pasa toda una semana, siete días y siete noches, sin que CKF exhiba ninguna reacción: no sabe cómo impactó en el ánimo presidencial ese balance acerca de las tormentas que acechan al país. El funcionario se come las uñas y recuerda la caída en desgracia de algunos colegas notorios que le acercaron malas noticias a la jefa, y también de otros que al haber callado recibieron sus lapidarias reconvenciones por ocultar la verdad. Hay que andarse con mucha precaución para sobrevivir en ese campo minado. La verdad es una sábana corta, cuando te tapa los pies puede dejarte al aire la cabeza. Y tu cabeza puede rodar.
Al final de esa semana, la Presidenta llama por teléfono al funcionario para hacerle preguntas sobre otra cuestión de Estado. Conversan un rato, y al final, también con un pie en el estribo, Ella le dice: "que sea la última vez que me haces llegar un informe dictado por Magnetto". Y le corta sonoramente.
Créanme que al tipo se le heló la sangre, lo conozco demasiado como para creer que me miente. Y luego, en una cena con un íntimo amigo que tenemos en común, se lo comenta con la sensación de que ese informe debió quedarse a dormir para siempre en aquel cajón. Los nombres de ambos obviamente no vienen a cuento, pero la anécdota es previa a la fantochada de los "cinco fantásticos". Me consta que Cristina está ahora verdaderamente preocupada por la inflación, por la hemorragia de las reservas, por la caída del empleo y del consumo, y por la salida permanente de la inversión extranjera. Algo que también es cierto es que hasta hace muy poco todavía no había asumido física ni psicológicamente la gravedad del momento, adjudicándole todos los traspiés de las finanzas públicas y el clima de pesimismo general a la mala intención de la derecha, a los intereses corporativos y, principalmente, a los medios hegemónicos.
En ocasiones me pregunto qué hubiera sido de los Kirchner sin los diarios independientes: fueron voraces lectores de ellos, se enteraron de incontables errores cometidos por su propia gestión a través de esas páginas y alcanzaron a enmendarlos gracias a que se los señalaron en esas hojas que hoy creen enemigas. Esa lectura permanente y espinosa, que hoy continúa CFK cada mañana con confesada actitud militante, le permite tomar la temperatura de la sociedad, conocer el pensamiento de la oposición y poner en perspectiva las principales acciones de su gobierno. Un país sin diarios críticos sería para ella tremendamente perjudicial, le traería un síndrome de abstinencia, un desasosiego similar al de un lector desesperado y perdido en el Día del Canillita.
Son esas tristes ocasiones, en las que uno desea lo que no quiere.
El periplo de mi amigo y del informe maldito confirma también que sus principales espadas le temen más que a nadie, y que tratan de endulzarle el oído con hechos y estadísticas que encajen con el relato. Nada de  esto es nuevo, puesto que nadie quiere ser un cadáver político. Lo que resulta absolutamente novedoso es que varios de ellos se desahoguen ahora con periodistas o con allegados: les parecen disparatadas las medidas que viene tomando el entorno intimo de CFK desde hace un año y medio. Estamos hablando del cepo cambiario, el blanqueo de dinero y la consagración de la Argentina como paraíso fiscal, el pacto con Irán, la partidización de la Justicia, la apropiación del papel de diario, la presión desvergonzada a los hipermercados para que asfixien a los grandes periódicos, los planes de intervención al Grupo Clarín y muchas más. Aquellos más cercanos a la Presidenta muestran su desasosiego frente a estas ocurrencias, las consideran indefendibles aunque aparezcan cada mañana promocionándolas por la radio, y de inmediato ruegan discreción. Que no se los nombre, que por favor no publiquemos nada porque "atenti que CFK lee todo".
Sin embargo, es la palabra "Magnetto", pronunciada en el despacho presidencial y destinada a sospechar de una mano negra que llega a todos lados y todo lo contamina, lo que llama a tanta perplejidad. No logro imaginar que la Presidenta crea que el CEO de Clarín esta detrás de aquel mero informe técnico, o que crea verdaderamente que está detrás de cualquier dato que desbarate la narración kirchnerista de la realidad. Sería más tranquilizador para todos los argentinos pensar que sólo se trata de una metáfora, que Magnetto se transformó en un sinónimo de complot, o en la construcción pícara y deliberada de un monstruo contra quien pelear y a quien culpar de todos los errores y males del país. Una especie de marioneta al que tirarle el muerto de la inflación, el estancamiento de la economía, el callejón sin salida de la moneda, la derrota de la política de seguridad y cualquier otro fracaso. Un demonio verosímil para que los militantes se entretengan clavándole estacas.
Porque si en serio lo más empinado de la administración nacional creemque Héctor Magnetto tiene todas esas facultades mágicas y sobrenaturales, me permito pensar que se ha perdido cierta noción de la realidad. Nos tapó el agua. Hay varios a los que el agua dejó de subirles al tanque. Una cosa es actuar en una telenovela (cualquier gobierno tiene incluso derecho a fabricársela siguiendo los modernos manuales del marketing político) y otra muy distinta es que los actores pasen a creer que son ellos mismo los personajes de la ficción que interpretan.
Locura es laa palabra que más se oye en los escenarios políticos de la Argentina hoy, vinculada siempre a los vaivenes y las radicalizaciones adoptados por el oficialismo, una espiral que produce vértigo dentro de los propios bloques de legisladores del Frente para la Victoria, donde se vota por disciplina partidaria y donde cunden susurros dramáticos, del tipo de "Ya sé, es una locura, pero si no lo hago quedo afuera". O por ejemplo: "si no acompaño esta locura mi gobernador no puede pagar los sueldos".
Es una especie de procedimiento demencial de la política que hace verosímil cualquier especulación: desde que se deje sin aire a Jorge Lanata hasta que se someta comercialmente a La Nación buscando una compra hostil; desde que se abran las cajas de seguridad de los bancos si fracasa el blanqueo hasta que se derribe a cualquier juez que falle en contra de los intereses del Gobierno. Se ha perdido la capacidad de sorpresa y se ha instalado el miedo. Incluso hay una cierta desinhibición de última hora, una especie de borrachera que viene después de la fatiga, un descuido, una especie de descaro. Lo que se dice en enero, cambia en marzo y muta en julio. Se puede sostener sanguíneamente una convicción y lapidar a sus críticos, y se puede de repente salir a defender lo contrario y con la misma saña.
Hay más. Vaya como perla lo siguiente: "El poder de las ideas irracionales es irresistible para algunos políticos", dijo esta semana el economista sueco Frederik Erixon, director del Centro Europeo de Política Económica Internacional: intentaba explicar, durante un simposio en Madrid, las últimas decisiones que había tomado nuestro país. Son inexplicables. Es curioso, porque muchas de esas decisiones sometidas al arrebato no hacen más que desnudar al kirchnerismo, con pequeños pero persistentes suicidios políticos que producen un creciente rechazo en la mayoría de la sociedad.
Es menester pensar que la clave, tanto para el oficialismo como para la oposición, podría ser una especie de utopía: ponerle la misma pasión a la cordura. Si se puede, claro…

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