domingo, 12 de mayo de 2013

El obsceno silencio que otorga

Por Ariel Torres



No son pocos los militantes e intelectuales K que admiten por lo bajo que probablemente sea cierta la oscura historia de Lázaro Báez y sus impresentables muchachos. Y si bien algunos ejercen la negación fanático-religiosa como método de pensamiento, esta vez la cosa resulta tan grosera que no puede ser eludida con un mínimo de seriedad. Son ultra K y soldados de la causa pero no son idiotas. Algunos, con cierta inocencia, piden que el Gobierno le suelte la mano a Báez para no sobrellevar esa tremenda mochila de piedras, sin comprender cabalmente que la presunta culpabilidad del próspero ladrillero del Sur arrasaría también con la jefa del movimiento nacional y popular. Simplemente porque los negocios de las dos familias en un punto aparecen como indivisibles: no se sabe a ciencia cierta dónde termina el Río de la Plata y dónde comienza el océano Atlántico. Cuac!

De todas maneras, hay otros kirchneristas que relativizan directamente la importancia de la corrupción en la política. Es un punto, parece un mal menor, ya que todos los gobiernos fueron corruptos, debemos recaudar para llevar a cabo los ideales, los honestos hicieron políticas horribles y entregaron el país, algunos dictadores no robaron y sin embargo fueron nefastos, lo único importante es el rumbo. La meta es el camino y otras lamentables argumentaciones por el estilo. El metamensaje que no los deja aceptar públicamente los hechos, es que si la corrupción fuera moral y políticamente inexcusable y se demostrara por fin que este gobierno la practica de manera masiva y sistemática, el proyecto perdería mística. Y si se pierde la mística a la corta o a la larga se pierde el poder. Por lo tanto, forzosamente la corrupción no debe ser un tema relevante.
Hubo tiempos en que los "compañeros" asaltaban bancos o llevaban a cabo secuestros extorsivos para financiar la revolución; bueno, hoy se otorgan licitaciones y se beneficia a capitalistas amigos para sostener el modelo. Lubricante maloliente para que funcione la maquinaria, nada más. Como esto no puede ser declamado en público, porque como concepto lo único que logra es alejar voluntades, entonces hay que sobrellevar en silencio la cruz. No recuerdo quien dijo eso de que las revoluciones también se hacen con los canallas, pero bien viene a cuento.
Lo cómico es que si este gobierno fracasa y se tiene que ir en 2015 vienen Freddy, Jason, el Diablo, la Derecha, el Abismo. Para que no vengan, hay que tragarse el autoritarismo, el delirio mesiánico, el cercenamiento de los derechos individuales, la progresiva caída de los pilares democráticos, la censura, la mentira, el doble discurso y el fracaso cada vez más evidente de la gestión económica. Aguantar todo eso para que no venga lo peor, pero no hay peor. Había una vez un país donde muchos de sus actores y músicos, algunos profesores universitarios y ensayistas, y ciertos periodistas, narradores y poetas, por miedo a que viniera lo peor se fueron convirtiendo en cómplices de lo peor.
El proceso fue lento y lastimoso, y un día despertaron y descubrieron que se habían transformado en lo que combatían.
Esas almas sensibles, ese progresismo cool del peronismo Hollywood, los combativos "revolucionarios" del chori & wine, han sido quienes blindaron culturalmente a una maquinaria feudal y predemocrática, surgida de un reinado sureño, y también quienes han ofrecido palabras y metáforas altruistas a una forma arcaica y cruel del ejercicio absoluto del poder. Yo les otorgo muchísimo mérito, porque no puedo dejar de soslayar el impresionante trabajo que hicieron para lograr que librepensadores, libertarios de distinta naturaleza, artistas comprometidos, músicos tiernos y hasta ciertos progresistas lúcidos abrazaran esta especie de entelequia justicialista donde Pichetto, Ishii, Alperovich, Guido Insfrán y Aníbal Fernández anuncian todos los días la alborada de la patria socialista en nuestras pampas.
Cuando el periodista y escritor Martín Caparrós critica el "honestismo", aquella ideología que reduce la política a un problema de quién le roba a quién, y que termina siendo así funcional a los dirigentes que no quieren o no pueden realizar cambios estructurales y decisivos, no puedo menos que coincidir ampliamente con él. El honestismo también se basa en el espejismo candoroso de que si dejaran de robar se arreglaría de inmediato este país, algo lamentablemente frívolo. Si me permiten, yo agrego y sostengo que la honestidad debería ser el grado cero de la política. Lo mínimo que se le puede pedir a un candidato o a un estadista.
Este gobierno –vale la pena decirlo- no ha modificado la matriz de la Argentina, sólo se ha dedicado en sucesivas radicalizaciones a llevar a cabo una profunda metamorfosis en las reglas republicanas y federales, siempre a favor de sus integrantes y de su perpetuación. Como si el fin justificara los medios, las almas sensibles han relativizado esta estrategia o directamente han suscripto al discurso de los simuladores. Parece no tener importancia el hecho de tener un Estado mafioso, que es completamente ineficiente a la hora de la verdad: Once, inundaciones, inflación, energía.
La silenciosa complicidad -esa aberrante defección- tiene en el ámbito periodístico sus ejemplos más dolorosos. Bajo el paraguas de la figura legendaria de Rodolfo Walsh, actúan sujetos que se sirven de los carpetazos de los servicios de inteligencia para presionar a opositores y críticos, individuos que naturalizaron un sistema de delación (señalamiento y escrache continuo de compañeros) y mercenarios de toda laya que prestan sus espadas para trabajos sucios. Resulta lamentable ver a periodistas perseguir a periodistas, interesados en boicotear una investigación periodística y en desacreditar a su denunciante como en estas semanas. Tampoco vi tanta deserción a la hora de marcar los límites: una cosa es que te sientas cercano a este proyecto y otra muy distinta es no alzar la voz para que tu propio gobierno tome nota de los errores y los enmiende. Digo, no?
No fue de un día para el otro, claro. Es muy habitual hoy en la Argentina ver y oír junto a periodistas legítimamente convencidos de la épica nacional y popular, a jefes de prensa encubiertos y agentes estatales que alguna vez deberían ser privatizados. Sucede a menudo que ante la denuncia periodística de un acto de corrupción, se la ignore olímpicamente. También que se ataque al que investigó, sin chequear mínimamente si los hechos son o no veraces. O lo que es más terrible: que se llame al funcionario acusado para ofrecerle un largo monólogo que destruya al redactor, al medio que lo publica y al periodismo como oficio.
Estos personajes con aura periodística me causan una profunda tristeza. La siento ahora mismo que escribo, por muchos de mis ídolos literarios y profesionales de otros tiempos, que me parecen irreconocibles. No tengo la menor intención de formar parte de ese colectivo cultural al que me quise subir alguna vez. Prefiero este ostracismo mío que consiste en escribir para pocos, y me seduce la idea de que me consideren un enemigo del Estado, un cordobés cabeza dura que se resiste a darle barniz de respetabilidad al pillaje.
Por eso escucho y veo a Lanata, veo TN, le hago el aguante a Lapegüe y leo La Nacion.  Porque a pesar de que no apoyo a los acusadores profesionales que se quedan ahí, es muy saludable que alguien hable. Y yo hablo.

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