lunes, 27 de mayo de 2013

La inefable Década Ganada

Por Ariel Torres

El pasado sábado 25 de mayo el Gobierno festejó 10 años de poder bautizando el período como “la década ganada”, en contraposición con los años 80 que fueron 
–para toda la región– la década perdida en crecimiento y desarrollo. Pero en realidad ganamos algo? Y si fue así... qué ganamos?
Es innegable que Argentina –junto a toda Latinoamérica– está mejor ahora que en 2003, pero no mejor que Chile y casi tan bien como Uruguay, si tomamos el dato más abarcativo disponible, que es ni más ni menos que el Índice de Desarrollo Humano que elabora la ONU. Todo el subcontinente que padeció las “venas abiertas” recibió el “maná” de una súbita mejora en los términos del intercambio, lo que impulsó un fuerte crecimiento económico, sin importar mucho si nuestros países eran gobernados por hombres (o mujeres) de izquierda, centro o derecha. 
El crecimiento económico, queda claro, no fue mérito del kirchnerismo. Para que los primeros 10 años del nuevo siglo hubieran significado una “década ganada”, se deberían haber sembrado las bases para un desarrollo que no dependa tanto de las fluctuaciones económicas del mundo y tenga un eje y un norte claro. Nada de eso se logró.
Si lo analizamos en materia de educación, el plan Conectar Igualdad tuvo el innegable mérito de dotar a la mayoría de los adolescentes del acceso a herramientas informáticas, pero las evaluaciones de calidad educativa nos muestran en una pendiente plena (medida contra nosotros mismos) y una gran pendiente relativa (medida sobre países vecinos). Todo en baja, aclaro.
Si miramos los guarismos de seguridad, Argentina sigue teniendo uno de los índices de muertos violentos cada 100 mil habitantes más bajos de la región (junto a Uruguay y Chile), pero aumentó dramáticamente el índice de robos y delitos contra la propiedad. No es verdad ni es directamente proporcional, entonces, que a mayor crecimiento económico haya menos delito. Si crecer es un elemento sustancial para mejorar las condiciones sociales, no trae aparejado en forma directa una disminución de la inseguridad.
Veamos lo que pasa con el trabajo. Argentina (de nuevo: al igual que toda la región) se estacionó por debajo de un dígito de desempleo. Sin embargo, hoy por hoy es uno de los países de la región con más problemas en este sentido, producto del subempleo y de las numerosas asignaciones pluralistas, que son mal considerados como empleos.
En lo que se refiere a las inversiones estratégicas, el kirchnerismo hizo desastres: la red ferroviaria sigue en agonía, la infraestructura en carreteras es pobre, el mercado aerocomercial está distorsionado por la empresa estatal, y el agua potable y las cloacas siguen siendo una gran materia pendiente. En materia energética, no hace falta explayarse mucho: el autoabastecimiento que supimos conseguir se esfumó en manos de un impresentable funcionario multipropósito llamado Julio De Vido.
De todas maneras, lo que considero más grave de estos 10 años es que toda la construcción del poder K se cimentó en la división y el enfrentamiento de sectores que no necesariamente son antagónicos. La mejora en la institucionalidad del país que prometía CFK en su primer mandato fue efectamente lo contrario: un parlamento que se parece mucho más a una escribanía que a una institución republicana, una Justicia acorralada y un Poder Ejecutivo que avanza y avasalla todo, empezando por el federalismo.
Lo mejor que pueden hacer los conductores de la Argentina en la última década es entender que ya dieron “lo mejor” que tenían para dar y que corresponde ahora una retirada prolija y ordenada. La natural desidia con que enfrentan el problema posiblemente tenga que ver con el hecho de intentar protegerse de cara al futuro, de ese miedo tan endémico que tienen nuestros ex funcionarios a tener que pasarse el resto de su vida visitando tribunales.
Y está más que claro que el mundo K ha hecho gala de merecer largamente este destino.

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