miércoles, 29 de mayo de 2013

Dolar Marginal: el protagonista de la actualidad

Por Ariel Torres

Si googleamos "Dólar Blue" -como se conoce al paralelo en Argentina-, aparecerán nada menos que 4.880.000 entradas. Es que desde que se impuso el cepo cambiario, se ha convertido en el centro de atención de los medios y motivo de conversación cotidiano en reuniones de amigos, cenas familiares, oficina y demás ámbitos sociales. Nos hemos convertido en expertos del tema.
Ahora veamos el porque del mote; se le dice dólar blue y no, por ejemplo, dólar negro, por varias razones. Por un lado, su significado en inglés refiere a algo que es de difícil denominación, por lo marginal (sin ir más lejos, también en esa lengua blue representa algo "triste o melancólico").
Algo un poco más técnico se refiere a que, como a la operatoria bursátil mediante la cual un agente compra una acción o bono en el mercado local en pesos argentinos y luego lo transfiere a una cuenta al exterior y lo vende en dólares (el ya clásico "contado con liqui"), se la suele llamar también "blue chip", el concepto se trasladó a la compra-venta de la divisa americana en el mercado informal.
En los corrillos se dice también que ante la existencia de billetes falsos en el mercado, hay quienes trazan sobre él una fibra especial, que delata su autenticidad dependiendo de si queda o no de color azul.
Sea cual fuere el motivo por el que se lo denomina así, el dólar blue es hoy por hoy uno de los principales protagonista de la escena política, económica, social y hasta virtual (últimamente se han multiplicado las aplicaciones para smartphones y distintas redes sociales que informan su cotización). A priori, es aquel billete al que se accede mediante "cuevas" o casas de cambio, es decir, de manera extraoficial. Su operatoria está prohibida por ley, pero el mismo gobierno reconoce la existencia de un mercado activo, y llega incluso a aplicar medidas como la del blanqueo de capitales para influir sobre el mismo.
Negar que, hoy por hoy, el dólar paralelo es un termómetro social, y su comportamiento pone al descubierto las elevadas expectativas de devaluación de la población, no tiene mayor sentido. Se ha transformado de a poco en el dólar "varita" es decir, el punto de referencia por el cual se miden la mayoría de las operaciones en el mercado financiero, incluyendo el "sube y baja" de las acciones de empresas líderes en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires.
No son menores las controversias y polémicas existentes sobre cuál es el volumen operado de dólares paralelos por día en la Argentina. Lo cierto es que, más allá que desde el oficialismo se afirme que la cantidad de dólares operados en el mercado marginal es insignificante (causa risa el término), la verdad es que, al tratarse justamente de un mercado en el cual las operaciones no quedan registradas en ningún lado, se vuelve prácticamente imposible tener una idea aproximada de su tamaño y, lo que es aún más importante, su tasa de crecimiento desde enero de este año, fecha en la cual la suba se aceleró peligrosamente.


Hay quienes sostienen que la intención del Gobierno es dejar la cotización en torno a los 8 ó 9 pesos por lo menos hasta las elecciones de octubre, para generar con ello una "imagen de control" de la situación financiera. Para lograrlo, además de los controles que ejercen sobre casas de cambio (...), seguirá vendiendo acciones y bonos del Anses en la Bolsa para bajar la cotización del "contado con liqui", como lo vienen haciendo con buenos resultados en las últimas semanas.
El límite esta marcado, porque en algún momento los activos utilizados podrían acabarse y con ello habría que buscar otra herramienta de política monetaria que tenga la misma eficacia, aun a costa de perder reservas, que es lo que paralelamente yo sospecho que también está pasando.
Lo claro es que el dólar blue es una realidad sostenida, vino para quedarse y tendremos que acostumbrarnos a convivir con él y sus hermanos bastardos -como el Cedin- por un largo tiempo.
Es de vital importancia tratar de entender su dinámica y funcionamiento, ya que rige verdaderamente el destino de nuestra economía de todos los días. 
Nos guste o no. Le guste al gobierno o no.

lunes, 27 de mayo de 2013

La inefable Década Ganada

Por Ariel Torres

El pasado sábado 25 de mayo el Gobierno festejó 10 años de poder bautizando el período como “la década ganada”, en contraposición con los años 80 que fueron 
–para toda la región– la década perdida en crecimiento y desarrollo. Pero en realidad ganamos algo? Y si fue así... qué ganamos?
Es innegable que Argentina –junto a toda Latinoamérica– está mejor ahora que en 2003, pero no mejor que Chile y casi tan bien como Uruguay, si tomamos el dato más abarcativo disponible, que es ni más ni menos que el Índice de Desarrollo Humano que elabora la ONU. Todo el subcontinente que padeció las “venas abiertas” recibió el “maná” de una súbita mejora en los términos del intercambio, lo que impulsó un fuerte crecimiento económico, sin importar mucho si nuestros países eran gobernados por hombres (o mujeres) de izquierda, centro o derecha. 
El crecimiento económico, queda claro, no fue mérito del kirchnerismo. Para que los primeros 10 años del nuevo siglo hubieran significado una “década ganada”, se deberían haber sembrado las bases para un desarrollo que no dependa tanto de las fluctuaciones económicas del mundo y tenga un eje y un norte claro. Nada de eso se logró.
Si lo analizamos en materia de educación, el plan Conectar Igualdad tuvo el innegable mérito de dotar a la mayoría de los adolescentes del acceso a herramientas informáticas, pero las evaluaciones de calidad educativa nos muestran en una pendiente plena (medida contra nosotros mismos) y una gran pendiente relativa (medida sobre países vecinos). Todo en baja, aclaro.
Si miramos los guarismos de seguridad, Argentina sigue teniendo uno de los índices de muertos violentos cada 100 mil habitantes más bajos de la región (junto a Uruguay y Chile), pero aumentó dramáticamente el índice de robos y delitos contra la propiedad. No es verdad ni es directamente proporcional, entonces, que a mayor crecimiento económico haya menos delito. Si crecer es un elemento sustancial para mejorar las condiciones sociales, no trae aparejado en forma directa una disminución de la inseguridad.
Veamos lo que pasa con el trabajo. Argentina (de nuevo: al igual que toda la región) se estacionó por debajo de un dígito de desempleo. Sin embargo, hoy por hoy es uno de los países de la región con más problemas en este sentido, producto del subempleo y de las numerosas asignaciones pluralistas, que son mal considerados como empleos.
En lo que se refiere a las inversiones estratégicas, el kirchnerismo hizo desastres: la red ferroviaria sigue en agonía, la infraestructura en carreteras es pobre, el mercado aerocomercial está distorsionado por la empresa estatal, y el agua potable y las cloacas siguen siendo una gran materia pendiente. En materia energética, no hace falta explayarse mucho: el autoabastecimiento que supimos conseguir se esfumó en manos de un impresentable funcionario multipropósito llamado Julio De Vido.
De todas maneras, lo que considero más grave de estos 10 años es que toda la construcción del poder K se cimentó en la división y el enfrentamiento de sectores que no necesariamente son antagónicos. La mejora en la institucionalidad del país que prometía CFK en su primer mandato fue efectamente lo contrario: un parlamento que se parece mucho más a una escribanía que a una institución republicana, una Justicia acorralada y un Poder Ejecutivo que avanza y avasalla todo, empezando por el federalismo.
Lo mejor que pueden hacer los conductores de la Argentina en la última década es entender que ya dieron “lo mejor” que tenían para dar y que corresponde ahora una retirada prolija y ordenada. La natural desidia con que enfrentan el problema posiblemente tenga que ver con el hecho de intentar protegerse de cara al futuro, de ese miedo tan endémico que tienen nuestros ex funcionarios a tener que pasarse el resto de su vida visitando tribunales.
Y está más que claro que el mundo K ha hecho gala de merecer largamente este destino.

domingo, 19 de mayo de 2013

La Irracionalidad del Poder

Por Ariel Torres



Hace poco más de un mes, cierto funcionario de altísimo rango, con fluidos contactos en el mundo de los economistas heterodoxos, recibe un informe técnico sobre la marcha de las finanzas públicas. Lo lee a solas, en su mullido sillón oficial, tomando el primer café de la mañana, y al recorrer las cifras y las conclusiones siente escalofríos y languidez en el estómago.
Los resultados del estudio, que muestra problemas alarmantes lo asustan un poco. Los autores del escéptico diagnóstico, que son científicos de la economía e incluso simpatizantes del modelo, que consideran neokeynesiano, apenas le hacen levantar las cejas. Pero lo que le hace temblar las rodillas es que al final de esa lectura deberá tomar una decisión difícil: pasárselo a la Presidenta o destruirlo. Ésa es la cuestión que más le preocupa.
Néstor Kirchner solía decirle a quien lo escuchara: no le lleves malas noticias a Cristina. No le lleves malas noticias porque es peor. El funcionario piensa y decide no meterse en camisa de once varas, cierra la carpeta, la guarda en un cajón y recomienza la agenda de aquel día. Le traen documentos para firmar y recibe a varios miembros de su equipo. Va pasando lentamente la jornada y hay mucha actividad. Sin embargo, el funcionario no puede sacarse de la cabeza ese cajón cerrado. Camino a su casa piensa que si se lo entrega a la Presidenta, le puede caerle muy mal, pero si no lo hace está cometiendo un terrible error.
Estoy hablando de un funcionario amigo, que sigue creyendo en el "proyecto" (así lo llama él) nacional y popular, aunque en voz baja admite que ya no lo llama "modelo". El dilema de hacer frente a la Presidenta con una pésima noticia o practicar la plancha entre tiburones lo persigue unos días más. En los días siguientes, CFK lo llama por otro tema a su despacho de la Casa Rosada, y antes de acudir, como en un impulso de dudosa preservación, el funcionario decide jugarse: saca la carpeta del cajón, la mira unos instantes y la agrega a sus otros papeles de trabajo.
Ella lo recibe, como siempre, llena de ideas, reflexiones, sentencias y directivas. Al final de la reunión, el funcionario se levanta para irse y con un pie en el estribo, saca la carpeta y la deposita sobre el escritorio, cuidadosamente: "perdón, señora, acá le dejo este informe técnico que a lo mejor le puede interesar", le dice. Y trata de que su voz no transmita ningún énfasis. “Le dejo algo irrelevante, un asunto colateral”, parece decir su tono, y se retira con las manos frías pero inquietas del despacho.
Para su sorpresa y ansiedad, pasa toda una semana, siete días y siete noches, sin que CKF exhiba ninguna reacción: no sabe cómo impactó en el ánimo presidencial ese balance acerca de las tormentas que acechan al país. El funcionario se come las uñas y recuerda la caída en desgracia de algunos colegas notorios que le acercaron malas noticias a la jefa, y también de otros que al haber callado recibieron sus lapidarias reconvenciones por ocultar la verdad. Hay que andarse con mucha precaución para sobrevivir en ese campo minado. La verdad es una sábana corta, cuando te tapa los pies puede dejarte al aire la cabeza. Y tu cabeza puede rodar.
Al final de esa semana, la Presidenta llama por teléfono al funcionario para hacerle preguntas sobre otra cuestión de Estado. Conversan un rato, y al final, también con un pie en el estribo, Ella le dice: "que sea la última vez que me haces llegar un informe dictado por Magnetto". Y le corta sonoramente.
Créanme que al tipo se le heló la sangre, lo conozco demasiado como para creer que me miente. Y luego, en una cena con un íntimo amigo que tenemos en común, se lo comenta con la sensación de que ese informe debió quedarse a dormir para siempre en aquel cajón. Los nombres de ambos obviamente no vienen a cuento, pero la anécdota es previa a la fantochada de los "cinco fantásticos". Me consta que Cristina está ahora verdaderamente preocupada por la inflación, por la hemorragia de las reservas, por la caída del empleo y del consumo, y por la salida permanente de la inversión extranjera. Algo que también es cierto es que hasta hace muy poco todavía no había asumido física ni psicológicamente la gravedad del momento, adjudicándole todos los traspiés de las finanzas públicas y el clima de pesimismo general a la mala intención de la derecha, a los intereses corporativos y, principalmente, a los medios hegemónicos.
En ocasiones me pregunto qué hubiera sido de los Kirchner sin los diarios independientes: fueron voraces lectores de ellos, se enteraron de incontables errores cometidos por su propia gestión a través de esas páginas y alcanzaron a enmendarlos gracias a que se los señalaron en esas hojas que hoy creen enemigas. Esa lectura permanente y espinosa, que hoy continúa CFK cada mañana con confesada actitud militante, le permite tomar la temperatura de la sociedad, conocer el pensamiento de la oposición y poner en perspectiva las principales acciones de su gobierno. Un país sin diarios críticos sería para ella tremendamente perjudicial, le traería un síndrome de abstinencia, un desasosiego similar al de un lector desesperado y perdido en el Día del Canillita.
Son esas tristes ocasiones, en las que uno desea lo que no quiere.
El periplo de mi amigo y del informe maldito confirma también que sus principales espadas le temen más que a nadie, y que tratan de endulzarle el oído con hechos y estadísticas que encajen con el relato. Nada de  esto es nuevo, puesto que nadie quiere ser un cadáver político. Lo que resulta absolutamente novedoso es que varios de ellos se desahoguen ahora con periodistas o con allegados: les parecen disparatadas las medidas que viene tomando el entorno intimo de CFK desde hace un año y medio. Estamos hablando del cepo cambiario, el blanqueo de dinero y la consagración de la Argentina como paraíso fiscal, el pacto con Irán, la partidización de la Justicia, la apropiación del papel de diario, la presión desvergonzada a los hipermercados para que asfixien a los grandes periódicos, los planes de intervención al Grupo Clarín y muchas más. Aquellos más cercanos a la Presidenta muestran su desasosiego frente a estas ocurrencias, las consideran indefendibles aunque aparezcan cada mañana promocionándolas por la radio, y de inmediato ruegan discreción. Que no se los nombre, que por favor no publiquemos nada porque "atenti que CFK lee todo".
Sin embargo, es la palabra "Magnetto", pronunciada en el despacho presidencial y destinada a sospechar de una mano negra que llega a todos lados y todo lo contamina, lo que llama a tanta perplejidad. No logro imaginar que la Presidenta crea que el CEO de Clarín esta detrás de aquel mero informe técnico, o que crea verdaderamente que está detrás de cualquier dato que desbarate la narración kirchnerista de la realidad. Sería más tranquilizador para todos los argentinos pensar que sólo se trata de una metáfora, que Magnetto se transformó en un sinónimo de complot, o en la construcción pícara y deliberada de un monstruo contra quien pelear y a quien culpar de todos los errores y males del país. Una especie de marioneta al que tirarle el muerto de la inflación, el estancamiento de la economía, el callejón sin salida de la moneda, la derrota de la política de seguridad y cualquier otro fracaso. Un demonio verosímil para que los militantes se entretengan clavándole estacas.
Porque si en serio lo más empinado de la administración nacional creemque Héctor Magnetto tiene todas esas facultades mágicas y sobrenaturales, me permito pensar que se ha perdido cierta noción de la realidad. Nos tapó el agua. Hay varios a los que el agua dejó de subirles al tanque. Una cosa es actuar en una telenovela (cualquier gobierno tiene incluso derecho a fabricársela siguiendo los modernos manuales del marketing político) y otra muy distinta es que los actores pasen a creer que son ellos mismo los personajes de la ficción que interpretan.
Locura es laa palabra que más se oye en los escenarios políticos de la Argentina hoy, vinculada siempre a los vaivenes y las radicalizaciones adoptados por el oficialismo, una espiral que produce vértigo dentro de los propios bloques de legisladores del Frente para la Victoria, donde se vota por disciplina partidaria y donde cunden susurros dramáticos, del tipo de "Ya sé, es una locura, pero si no lo hago quedo afuera". O por ejemplo: "si no acompaño esta locura mi gobernador no puede pagar los sueldos".
Es una especie de procedimiento demencial de la política que hace verosímil cualquier especulación: desde que se deje sin aire a Jorge Lanata hasta que se someta comercialmente a La Nación buscando una compra hostil; desde que se abran las cajas de seguridad de los bancos si fracasa el blanqueo hasta que se derribe a cualquier juez que falle en contra de los intereses del Gobierno. Se ha perdido la capacidad de sorpresa y se ha instalado el miedo. Incluso hay una cierta desinhibición de última hora, una especie de borrachera que viene después de la fatiga, un descuido, una especie de descaro. Lo que se dice en enero, cambia en marzo y muta en julio. Se puede sostener sanguíneamente una convicción y lapidar a sus críticos, y se puede de repente salir a defender lo contrario y con la misma saña.
Hay más. Vaya como perla lo siguiente: "El poder de las ideas irracionales es irresistible para algunos políticos", dijo esta semana el economista sueco Frederik Erixon, director del Centro Europeo de Política Económica Internacional: intentaba explicar, durante un simposio en Madrid, las últimas decisiones que había tomado nuestro país. Son inexplicables. Es curioso, porque muchas de esas decisiones sometidas al arrebato no hacen más que desnudar al kirchnerismo, con pequeños pero persistentes suicidios políticos que producen un creciente rechazo en la mayoría de la sociedad.
Es menester pensar que la clave, tanto para el oficialismo como para la oposición, podría ser una especie de utopía: ponerle la misma pasión a la cordura. Si se puede, claro…

domingo, 12 de mayo de 2013

El obsceno silencio que otorga

Por Ariel Torres



No son pocos los militantes e intelectuales K que admiten por lo bajo que probablemente sea cierta la oscura historia de Lázaro Báez y sus impresentables muchachos. Y si bien algunos ejercen la negación fanático-religiosa como método de pensamiento, esta vez la cosa resulta tan grosera que no puede ser eludida con un mínimo de seriedad. Son ultra K y soldados de la causa pero no son idiotas. Algunos, con cierta inocencia, piden que el Gobierno le suelte la mano a Báez para no sobrellevar esa tremenda mochila de piedras, sin comprender cabalmente que la presunta culpabilidad del próspero ladrillero del Sur arrasaría también con la jefa del movimiento nacional y popular. Simplemente porque los negocios de las dos familias en un punto aparecen como indivisibles: no se sabe a ciencia cierta dónde termina el Río de la Plata y dónde comienza el océano Atlántico. Cuac!

De todas maneras, hay otros kirchneristas que relativizan directamente la importancia de la corrupción en la política. Es un punto, parece un mal menor, ya que todos los gobiernos fueron corruptos, debemos recaudar para llevar a cabo los ideales, los honestos hicieron políticas horribles y entregaron el país, algunos dictadores no robaron y sin embargo fueron nefastos, lo único importante es el rumbo. La meta es el camino y otras lamentables argumentaciones por el estilo. El metamensaje que no los deja aceptar públicamente los hechos, es que si la corrupción fuera moral y políticamente inexcusable y se demostrara por fin que este gobierno la practica de manera masiva y sistemática, el proyecto perdería mística. Y si se pierde la mística a la corta o a la larga se pierde el poder. Por lo tanto, forzosamente la corrupción no debe ser un tema relevante.
Hubo tiempos en que los "compañeros" asaltaban bancos o llevaban a cabo secuestros extorsivos para financiar la revolución; bueno, hoy se otorgan licitaciones y se beneficia a capitalistas amigos para sostener el modelo. Lubricante maloliente para que funcione la maquinaria, nada más. Como esto no puede ser declamado en público, porque como concepto lo único que logra es alejar voluntades, entonces hay que sobrellevar en silencio la cruz. No recuerdo quien dijo eso de que las revoluciones también se hacen con los canallas, pero bien viene a cuento.
Lo cómico es que si este gobierno fracasa y se tiene que ir en 2015 vienen Freddy, Jason, el Diablo, la Derecha, el Abismo. Para que no vengan, hay que tragarse el autoritarismo, el delirio mesiánico, el cercenamiento de los derechos individuales, la progresiva caída de los pilares democráticos, la censura, la mentira, el doble discurso y el fracaso cada vez más evidente de la gestión económica. Aguantar todo eso para que no venga lo peor, pero no hay peor. Había una vez un país donde muchos de sus actores y músicos, algunos profesores universitarios y ensayistas, y ciertos periodistas, narradores y poetas, por miedo a que viniera lo peor se fueron convirtiendo en cómplices de lo peor.
El proceso fue lento y lastimoso, y un día despertaron y descubrieron que se habían transformado en lo que combatían.
Esas almas sensibles, ese progresismo cool del peronismo Hollywood, los combativos "revolucionarios" del chori & wine, han sido quienes blindaron culturalmente a una maquinaria feudal y predemocrática, surgida de un reinado sureño, y también quienes han ofrecido palabras y metáforas altruistas a una forma arcaica y cruel del ejercicio absoluto del poder. Yo les otorgo muchísimo mérito, porque no puedo dejar de soslayar el impresionante trabajo que hicieron para lograr que librepensadores, libertarios de distinta naturaleza, artistas comprometidos, músicos tiernos y hasta ciertos progresistas lúcidos abrazaran esta especie de entelequia justicialista donde Pichetto, Ishii, Alperovich, Guido Insfrán y Aníbal Fernández anuncian todos los días la alborada de la patria socialista en nuestras pampas.
Cuando el periodista y escritor Martín Caparrós critica el "honestismo", aquella ideología que reduce la política a un problema de quién le roba a quién, y que termina siendo así funcional a los dirigentes que no quieren o no pueden realizar cambios estructurales y decisivos, no puedo menos que coincidir ampliamente con él. El honestismo también se basa en el espejismo candoroso de que si dejaran de robar se arreglaría de inmediato este país, algo lamentablemente frívolo. Si me permiten, yo agrego y sostengo que la honestidad debería ser el grado cero de la política. Lo mínimo que se le puede pedir a un candidato o a un estadista.
Este gobierno –vale la pena decirlo- no ha modificado la matriz de la Argentina, sólo se ha dedicado en sucesivas radicalizaciones a llevar a cabo una profunda metamorfosis en las reglas republicanas y federales, siempre a favor de sus integrantes y de su perpetuación. Como si el fin justificara los medios, las almas sensibles han relativizado esta estrategia o directamente han suscripto al discurso de los simuladores. Parece no tener importancia el hecho de tener un Estado mafioso, que es completamente ineficiente a la hora de la verdad: Once, inundaciones, inflación, energía.
La silenciosa complicidad -esa aberrante defección- tiene en el ámbito periodístico sus ejemplos más dolorosos. Bajo el paraguas de la figura legendaria de Rodolfo Walsh, actúan sujetos que se sirven de los carpetazos de los servicios de inteligencia para presionar a opositores y críticos, individuos que naturalizaron un sistema de delación (señalamiento y escrache continuo de compañeros) y mercenarios de toda laya que prestan sus espadas para trabajos sucios. Resulta lamentable ver a periodistas perseguir a periodistas, interesados en boicotear una investigación periodística y en desacreditar a su denunciante como en estas semanas. Tampoco vi tanta deserción a la hora de marcar los límites: una cosa es que te sientas cercano a este proyecto y otra muy distinta es no alzar la voz para que tu propio gobierno tome nota de los errores y los enmiende. Digo, no?
No fue de un día para el otro, claro. Es muy habitual hoy en la Argentina ver y oír junto a periodistas legítimamente convencidos de la épica nacional y popular, a jefes de prensa encubiertos y agentes estatales que alguna vez deberían ser privatizados. Sucede a menudo que ante la denuncia periodística de un acto de corrupción, se la ignore olímpicamente. También que se ataque al que investigó, sin chequear mínimamente si los hechos son o no veraces. O lo que es más terrible: que se llame al funcionario acusado para ofrecerle un largo monólogo que destruya al redactor, al medio que lo publica y al periodismo como oficio.
Estos personajes con aura periodística me causan una profunda tristeza. La siento ahora mismo que escribo, por muchos de mis ídolos literarios y profesionales de otros tiempos, que me parecen irreconocibles. No tengo la menor intención de formar parte de ese colectivo cultural al que me quise subir alguna vez. Prefiero este ostracismo mío que consiste en escribir para pocos, y me seduce la idea de que me consideren un enemigo del Estado, un cordobés cabeza dura que se resiste a darle barniz de respetabilidad al pillaje.
Por eso escucho y veo a Lanata, veo TN, le hago el aguante a Lapegüe y leo La Nacion.  Porque a pesar de que no apoyo a los acusadores profesionales que se quedan ahí, es muy saludable que alguien hable. Y yo hablo.

martes, 7 de mayo de 2013

Argentina y sus 6 nuevos indexadores

Por Ariel Torres



Resulta paradójico decir que algún día sentiríamos nostalgia por aquellos años en los que la indexación se hacía con un único índice. Digo esto porque hasta hace poco tiempo, los precios seguían en forma más o menos pareja y uniforme al indicador de la inflación. Todos los costos y salarios evolucionaban en forma similar y los empresarios ajustaban aquello que vendían en función de ello.
Los economistas veíamos el fenómeno con preocupación, porque este mecanismo provocaba la muy temida "espiral inflacionaria". Sin embargo, estamos comenzando a añorar aquellos tiempos, porque hoy se agrega un efecto que –conceptualmente- resulta un tanto aterrador: el de la distorsión de precios.
Ya no existe un único parámetro según el cual las cosas aumentan, sino que son varios. En un contexto en el que el Gobierno interviene con más regulación e intentos de congelamiento -y con un dólar blue que cada vez es más referente de varios sectores- empieza a perderse la brújula para saber qué es barato y qué es caro. A modo de ajustada síntesis, los siguientes son algunos de los indexadotes más importantes que se utilizan, de los tantos que rigen en la Argentina de hoy día:
1.     Indexador "ajuste salarial"

Históricamente, los salarios constituyen un factor primordial a la hora de establecer aumentos de precios, especialmente en sectores industriales o de servicios, donde la remuneración es el componente principal del mix de costos. Pero, incluso en aquellos rubros que no se caracterizan por ser intensivos en mano de obra, tampoco es un punto a descuidar, ya que éstos, a su vez, contratan servicios (transporte, limpieza, entre otros), que sí están fuertemente influidos por el componente salarial.
Siempre he sido muy escéptico sobre el congelamiento de precios, ya que el impacto de los salarios se traslada significativamente a los precios, como respuesta a su incidencia directa en los costos de producción, y fundamentalmente al valor de los servicios. Y les doy un ejemplo: la educación privada, donde se producen dos aumentos anuales, según lo que se acuerde en paritarias. Y donde por excelencia el salario es el indexador principal es en los productos de la canasta básica, para el que se observan ajustes de entre 25% y 30% anual, según el artículo.
2.     Indexador "aumento de insumos"

Una variable fundamental a la hora de fijar precios es la de los costos de los insumos, que pueden ir en línea con la inflación o estar influidos por otras cuestiones, tanto del mercado interno como del externo. El ejemplo clásico es el de alimentos frescos, como las carnes, que registraron un incremento promedio del 21%. Efecto que a su vez influye sobre toda la cadena alimenticia. En este caso, la influencia del intervencionismo estatal ha generado una gran distorsión, de la que el sector quedó preso hace unos años y de la que no se ha podido recuperar, porque hoy la Argentina no sólo exporta menos carne que hace unos años sino que los precios internos no pararon de subir.
Desde el 2010, los precios no sólo se duplicaron sino que, además, hoy se ubican incluso por encima de los valores internacionales. Otro factor que ha tenido injerencia en los aumentos ha sido el cierre importador. La consecuencia típica de una medida de este tipo es la de un "consumidor cautivo", producto de la falta de competencia entre lo nacional e importado.
Lo que resulta por demás curioso es cómo, a contramano de la creencia popular sobre que el cierre importador benefició a la industria local, muchos empresarios se quejan de que sus costos se encarecieron. Un gerente de una reconocida marca de indumentaria, con presencia en los principales centros comerciales del país, señala que los costos de las mercaderías le han aumentado fuertemente por "tener que acudir a proveedores nacionales". Todos se cubren las espaldas, y eso se nota.
3.     Indexador "dólar oficial"

En tiempos en los que el tipo de cambio oficial se ha convertido, para la mayoría de la población, en una ficción, quedan algunos pocos privilegiados que pueden obtener dólares a $5,17. Se trata de los importadores o -mejor dicho- de aquellos que pudieron sortear el impiadoso cierre diseñado por  Moreno.
Ya no ningún secreto que la inflación le sacó varias vueltas de ventaja en los últimos años a un billete verde que se quedó atrás -entre 5 y 10 puntos anuales- lo que se tradujo en un abaratamiento de los artículos importados en relación con las subas de salarios (que siguieron al índice inflacionario) y con el resto de la producción nacional. El ejemplo más típico es el de los autos traídos de afuera, ya que según un relevamiento de precios de la consultora Abeceb, éstos en el año 2012 se incrementaron "apenas" un 16,5%, frente a un índice general del 25%, en el mejor de los casos. Esto implica un claro subsidio a los autos de alta gama.
Otro caso típico de productos importados cuyos precios se indexan según el dólar oficial es el del mobiliario para el hogar traído de otros países. Los representantes de un par de firmas distribuidoras de muebles importados han acusado dos aumentos por año que, en conjunto no suman más del 16%.  
4.     Indexador "dólar blue"

Es sin duda el gran "cuco" para nosotros, los economistas, que solemos contradecir el argumento oficial según el cual el dólar informal no es relevante, por lo pequeño de su mercado. La suba del blue dista de ser inofensiva; por el contrario, es inflacionaria, porque un dólar paralelo por las nubes se convierte en obligatoria referencia para la formación de varios precios. Sobre todo -aunque no exclusivamente- en sectores en los que la informalidad tiene alta incidencia.
Y es este el fenómeno que ha irrumpido con más fuerza el último año, ya que empieza a observarse cómo en determinados rubros hay aumentos de precios que ya no guardan relación con indexadores clásicos -como la inflación, los salarios o el tipo de cambio oficial- sino que se mueven al compás del paralelo. El sector inmobiliario da muestras de ello. Pero no es el único, ya que en las actividades donde hay un mayor componente de informalidad se está viendo una tendencia de ajustar al blue.
Lo notable es el caso de las empresas de servicios que -sin tener una conexión directa con la importación- empiezan a tener ajustes en porcentajes que van en sintonía con el alza del blue.
Pero veamos un caso que yo llamo "pintoresco": el índice Big Mac, que elabora la revista The Economist. Aclaremos que, entre la variedad de hamburguesas, hay una que está "intervenida" por Moreno, y es justamente la que utiliza la publicación para comparar precios entre países. Para "esa", la orden oficial es que sólo se incremente en línea con el alza del billete verde del Banco Central, las otras tienen rienda suelta. Y esto es así para que en el ranking global que elabora The Economist, no quede en evidencia que Argentina está cara en dólares y tiene atraso cambiario.
El argumento se cae a pedazos cuando notamos que la diferencia de precio entre el Big Mac "intervenido" y el de un producto análogo "libre" (cuarto de libra), la evolución se produce  en línea con la brecha cambiaria. Hace exactamente un año, cuando la diferencia entre el blue y el oficial era de 20%, la amplitud de precios entre ambos combos era ese mismo porcentual. Lo mismo ocurre hoy. Al tiempo que la distancia entre el marginal y el oficial se ha disparado, el diferencial entre el Big Mac y el Cuarto de Libra se acerca al 60 por ciento. No hay magia en las estadísticas. El dato frío suele ser implacable para aquellos que pretenden controlar todo.
5.     Indexador "precios políticos"

Si analizamos lo referido a los servicios públicos, el criterio del Gobierno se ha basado en lo que yo llamo "dinámica del freezer", o sea congelar los precios, ya sea por la sensibilidad social de algunos de estos rubros (caso del gas, el agua y la electricidad), o bien por la capacidad de provocar aumentos en cadena, al ser insumos fundamentales de industrias y servicios (electricidad y combustibles).
De ninguna manera esto significa que las facturas de luz o de gas se hayan mantenido invariables del todo, porque además de la tarifa hay otros renglones que sí han tenido actualizaciones. Sin ir más lejos, el cargo creado a fines de 2012 por Axel Kiciloff, destinado a un fondo para invertir en infraestructura y solventar gastos de importación. Un eufemismo que, para una factura de consumo medio, implicó un aumento real de un 15%.
A pesar del congelamiento, la estadística marca que en servicios públicos ha habido un aumento interanual promedio del 50%, y para ello, incide el hecho de que parte de la población, en zonas de alto poder adquisitivo, ha perdido los subsidios.
En otro sector que está fuertemente regulado por el Estado, como es el del transporte público, la suba interanual en este rubro ha sido de 41,6 por ciento. Y esto se explica en lo ocurrido el año pasado. El primer caso fue, tras cuatro años de congelamiento, la aprobación de un incremento de 35% en las tarifas de colectivos y trenes. O el asunto de los subtes, cuando el Gobierno de la Ciudad, a un día de haber tomado posesión, anunció la suba del boleto desde $1,10 a $2,50, actualizando un servicio que en diez años había aumentado apenas 57% contra, por ejemplo, un 360% de la nafta súper.
    6.     Indexador "servicios privados semi-regulados"

En sintonía con los servicios públicos, hay ramas de la actividad privada que también son seguidas de cerca por el Gobierno, por más que en los papeles no se trate de sectores con precios regulados. Las  más representativas son la medicina prepaga, la educación, televisión por cable o la telefonía celular, donde se negocian con Moreno subas que, por lo general, coinciden con las alzas salariales.
En salud y educación, cuyos aumentos dependen de acuerdos con el Gobierno, han tenido incrementos de precios de 24,9% y 20,7% respectivamente. De todas formas, los criterios no son siempre uniformes, y suele haber controversias entre las empresas y las autoridades.
Es el caso de la TV por cable, donde a fines de 2012 la Secretaría de Comercio Interior fijó en $130 el precio del abono mensual de Cablevisión. No obstante, la empresa alegó al día siguiente que no iba a acatar ese tope.
La controversia se asentó en la telefonía celular. Tanto, que luego de los aumentos del último verano, el Gobierno frenó la suba de tarifas pensadas por las compañías para marzo, argumentando que éstas "deberán invertir en infraestructura, sobre todo ante las sucesivas quejas de los usuarios".
Así estamos hoy con el panorama de los "indexadores de precios" en Argentina, en donde algunos bienes y servicios siguen a unos, y otros siguen a otros. Lo que sí resulta bien claro es que las cosas siguen aumentando, las distorsiones se agudizan y que, en algún momento, habrá que ponerle fin a esta "anarquía" de precios.

El chavismo agoniza

Por Ariel Torres



Una fiera malherida es más peligrosa que una sana pues la rabia y la impotencia le permiten causar grandes destrozos antes de morir. Ese es el caso del chavismo, hoy, luego del tremendo revés que padeció en las elecciones del 14 de abril, en las que, pese a la desproporción de medios y al descarado favoritismo del Consejo Nacional Electoral —cuatro de cuyos cinco rectores son militantes gobiernistas convictos y confesos— el heredero de Chávez, Nicolás Maduro, perdió cerca de 800 mil votos y probablemente sólo pudo superar a duras penas a Henrique Capriles mediante un gigantesco fraude electoral. (La oposición ha documentado más de 3,500 irregularidades en perjuicio suyo durante la votación y el conteo de los votos).
Advertir que “el socialismo del siglo XXI”, como denominó el comandante Hugo Chávez al engendro ideológico que promocionó su régimen, ha comenzado a perder el apoyo popular y que la corrupción, el caos económico, la escasez, la altísima inflación y el aumento de la criminalidad, van vaciando cada día más sus filas y engrosando las de la oposición, y, sobre todo, la evidencia de la incapacidad de Nicolás Maduro para liderar un sistema sacudido por cesuras y rivalidades internas, explica los exabruptos y el nerviosismo que en los últimos días ha llevado a los herederos de Chávez a mostrar la verdadera cara del régimen: su intolerancia, su vocación antidemocrática y sus inclinaciones matonescas y delincuenciales.
Así se explica la emboscada de la que fueron víctimas el martes 30 de abril los diputados de la oposición —miembros de la Mesa de la Unidad Democrática—, en el curso de una sesión que presidía Diosdado Cabello, un ex militar que acompañó a Chávez en su frustrado levantamiento contra el Gobierno de Carlos Andrés Pérez. El Presidente del Congreso comenzó por quitar el derecho de la palabra a los parlamentarios opositores si no reconocían el fraude electoral que entronizó a Maduro e hizo que les cerraran los micros. Cuando los opositores protestaron, levantando una bandera que denunciaba un “Golpe al Parlamento”, los diputados oficialistas y sus guardaespaldas se abalanzaron a golpearlos, con manoplas y patadas que dejaron a varios de ellos, como Julio Borges y María Corina Machado, con heridas y lesiones de bulto. Para evitar que quedara constancia del atropello, las cámaras de la televisión oficial apuntaron oportunamente al techo de la Asamblea. Pero los teléfonos móviles de muchos asistentes filmaron lo ocurrido y el mundo entero ha podido enterarse del salvajismo cometido, así como de las alegres carcajadas con que Diosdado Cabello celebraba que María Corina Machado fuera arrastrada por los cabellos y molida a patadas por los valientes revolucionarios chavistas.
Dos semanas antes, yo había oído a María Corina hablar sobre su país, en la Fundación Libertad, de Rosario, Argentina. Es uno de los discursos políticos más inteligentes y conmovedores que me ha tocado escuchar. Sin asomo de demagogia, con argumentos sólidos y una desenvoltura admirable, describió las condiciones heroicas en que la oposición venezolana se enfrentaba en esa campaña electoral al elefantiásico oficialismo —por cada 5 minutos de televisión de Henrique Capriles, Nicolás Maduro disponía de 17 horas—, la intimidación sistemática, los chantajes y violencias de que eran víctimas en todo el país los opositores reales o supuestos, y el estado calamitoso en que el desgobierno y la anarquía habían puesto a Venezuela luego de catorce años de estatizaciones, expropiaciones, populismo desenfrenado, colectivismo e ineptitud burocrática. Pero en su discurso había también esperanza, un amor contagioso a la libertad, la convicción de que, no importa cuán grandes fueran los sacrificios, la tierra de Bolívar terminaría por recuperar la democracia y la paz en un futuro muy cercano.
Todos quienes la escuchamos aquella mañana quedamos convencidos de que María Corina Machado desempeñaría un papel importante en el futuro de Venezuela, a menos de que la histeria que parece haberse apoderado del régimen chavista, ahora que se siente en pleno proceso de descomposición interna y ante una impopularidad creciente, le organice un accidente, la encarcele o la haga asesinar. Y es lo que puede ocurrirle también a cualquier opositor, empezando por Henrique Capriles, a quien la ministra de Asuntos Penitenciarios acaba de advertirle públicamente que ya tiene listo el calabozo donde pronto irá a parar.
No es mera retórica: el régimen ha comenzado a golpear a diestra y siniestra. Al mismo tiempo que el Gobierno de Maduro convertía el Parlamento en un aquelarre de brutalidad, la represión en la calle se amplificaba, con la detención del general retirado Antonio Rivero y un grupo de oficiales no identificados acusados de conspirar, con las persecuciones a dirigentes universitarios y con expulsiones de sus puestos de trabajo de varios cientos de funcionarios públicos por el delito de haber votado por la oposición en las últimas elecciones. Los ofuscados herederos de Chávez no comprenden que estas medidas abusivas los delatan y en vez de frenar la pérdida de apoyos en la opinión pública sólo aumentarán el repudio popular hacia el Gobierno.
Tal vez con lo que está ocurriendo en estos días en Venezuela tomen conciencia los Gobiernos de los países sudamericanos (Unasur) de la ligereza que cometieron apresurándose a legitimar las bochornosas elecciones venezolanas y yendo sus presidentes (con la excepción del de Chile) a dar con su presencia una apariencia de legalidad a la entronización de Nicolás Maduro a la Presidencia de la República. Ya habrán comprobado que el recuento de votos a que se comprometió el heredero de Chávez para obtener su apoyo, fue una mentira flagrante pues el Consejo Nacional Electoral proclamó su triunfo sin efectuar la menor revisión. Y es, sin duda, lo que hará también ahora con el pedido del candidato de la oposición de que se revise todo el proceso electoral impugnado, dado el sinnúmero de violaciones al reglamento que se cometieron durante la votación y el conteo de las actas.
En verdad, nada de esto importa mucho, pues todo ello contribuye a acelerar el desprestigio de un régimen que ha entrado en un proceso de debilitamiento sistemático, algo que sólo puede agravarse en el futuro inmediato, teniendo en cuenta el catastrófico estado de sus finanzas, el deterioro de su economía y el penoso espectáculo que ofrecen sus principales dirigentes cada día, empezando por Nicolás Maduro. Da tristeza el nivel intelectual de ese Gobierno, cuyo jefe de Estado silba, ruge o insulta porque no sabe hablar, cuando uno piensa que se trata del mismo país que dio a un Rómulo Gallegos, a un Arturo Uslar Pietri, a un Vicente Gerbasi y a un Juan Liscano, y, en el campo político, a un Carlos Rangel o un Rómulo Betancourt, un Presidente que propuso a sus colegas latinoamericanos comprometerse a romper las relaciones diplomáticas y comerciales en el acto con cualquier país que fuera víctima de un golpe de Estado (ninguno quiso secundarlo, naturalmente).
Lo que importa es que, después del 14 de abril, ya se ve una luz al final del túnel de la noche autoritaria que inauguró el chavismo. Importantes sectores populares que habían sido seducidos por la retórica torrencial del comandante y sus promesas mesiánicas, van aprendiendo, en la dura realidad cotidiana, lo engañados que estaban, la distancia creciente entre aquel sueño ideológico y la caída de los niveles de vida, la inflación que recorta la capacidad de consumo de los más pobres, el favoritismo político que es una nueva forma de injusticia, la corrupción y los privilegios de la nomenclatura, y la delincuencia común que ha hecho de Caracas la ciudad más insegura del mundo. Como nada de esto puede cambiar, sino para peor, dado el empecinamiento ideológico del Presidente Maduro, formado en las escuelas de cuadros de la Revolución Cubana y que acaba de hacer su visita ritual a La Habana a renovar su fidelidad a la dictadura más longeva del continente americano, asistimos a la declinación de este paréntesis autoritario de casi tres lustros en la historia de ese maltratado país. Sólo hay que esperar que su agonía no traiga más sufrimientos y desgracias de los muchos que han causado ya los desvaríos chavistas al pueblo venezolano.