Hay un relato bíblico
que cuenta que Francisco rezaba en la
ruinosa iglesia de San Damiano, en Asís, cuando Cristo le dijo desde el
crucifijo: "Francisco, no ves que mi casa se está derrumbando? Ve,
entonces, y restáurala". Es posible que Jorge Bergoglio haya recordado
este episodio cuando se asignó a sí mismo el nombre de uno de los máximos
santos del catolicismo. El arzobispo de Buenos Aires no eligió ser papa, pero
eligió cómo lo llamarían. Y en esa preferencia cifró el programa religioso de
su pontificado.
No es menor el hecho de que la designación de
Bergoglio entraña una innovación que excede en mucho esa dimensión principal. Los cardenales pusieron al frente de la Iglesia a un hombre del
Nuevo Mundo. Ese criterio expresa, como observaba ayer un analista
argentino, el reconocimiento de las mutaciones que se verifican en el balance
de poder internacional. Entre ellas, la pérdida del peso relativo de Europa. Y
la expansión de la periferia, sobre todo de Asia, adonde jesuitas como el nuevo
Papa llevaron el mensaje cristiano.
Que el
representante de esa geografía provenga de América latina es también muy
relevante. Bergoglio, que es conservador en materia doctrinaria y moral -no al
aborto, no al matrimonio gay-, es progresista en su visión económico-social. Su liderazgo está determinado por la lucha
contra la pobreza, que se materializó en la organización de los curas
villeros; en su obsesión contra el tráfico de personas y de drogas; en su
preocupación por los jóvenes. De modo que con la designación del nuevo papa la Iglesia pretende
interpelar al populismo asistencialista y la razón que lo alimenta: la
desigualdad.
El
análisis indica que la nacionalidad de Bergoglio también modelará su
pontificado: su biografía ha transcurrido en la Argentina , inspirada por
compatriotas como el cura Brochero o el cardenal Pironio. En ese contexto local,
Bergoglio demostró que no es un improvisado a la hora de gobernar. Detrás del
monje que se levanta a las 3 de la madrugada para orar, que prepara su agenda
en una pequeña Citanova con letra muy chiquita, que viaja en subte y sale a
despedir a las visitas a partir de las cuatro de la tarde, cuando su secretaria
Otilia ya se ha retirado, se esconde un hombre de poder.
Fue
expeditivo cuando sacó a la Compañía
de Jesús del vendaval que la azotó después del Concilio Vaticano II, como
consignó ayer el Corriere della Sera al decir que "rechazó la apertura de
ciertos sectores jesuitas a la
Teología de la
Liberación en los años 70, lo que suele ser usado injustificadamente
para atribuirle una relación con la dictadura". Esa habilidad para
conducir en la tormenta salió también a luz cuando, al heredar a Antonio
Quarracino en la
Arquidiócesis de Buenos Aires, ordenó el descalabro
financiero que dejó su distraído antecesor.
Es una
pista elocuente para los interesados en el futuro de las desordenadas finanzas
del Vaticano.
Apenas
ordenado, Francisco se presentó como obispo de Roma. Casi un primus inter
pares. Sólo calzó la estola para la bendición urbi et orbi. Y prefirió su viejo
pectoral plateado al de oro de sus antecesores. Fue lo menos parecido a un papa rey. Pero la curia no debería
confundirse con esa sencillez: "Jorge es muy tenaz; cuando toma una
decisión, no hay quien lo mueva; basta ver cómo nos llevó siempre donde
quiso", dejó traslucir un obispo ayer.
Pero
para nuestro país la elección de Bergoglio es una noticia inconmensurable. La
influencia internacional de este cardenal será la mayor que haya tenido un
compatriota en toda la historia. Los ojos del mundo, por lo tanto, se posarán
sobre el país. Y encontrarán una nación que ingresó a una deriva conflictiva
desde el punto de vista ideológico, institucional y también diplomático. El
reciente acuerdo con Irán ha devuelto el interés por la Argentina a los
principales centros de poder.
Las
consecuencias del impacto que tiene para un país que un conciudadano sea
elegido sumo pontífice no requieren demostración alguna. Va por sí misma. Basta
recordar lo que significó la coronación de Karol Wojtyla para Polonia y, en
general, para el socialismo real. Un tsunami, casi una piedra angular de la
historia.
Si la
exaltación de Bergoglio tendrá ese efecto sobre la Argentina , es muy
temprano para asegurarlo, pero algunos antecedentes ayudan a prever. El nueveo
Papa es un hombre muy politizado. Si bien quienes lo acompañan más de cerca
desmienten que haya militado en la derecha de Guardia de Hierro, su visión
política se moldeó en el peronismo más militante.
El
nuevo pontífice tiene una valoración altísima de la organización sindical,
donde cultiva la amistad de dirigentes como Oscar Mangone, hincha como él de
San Lorenzo. Dos días antes de viajar a Roma, Bergoglio discutió con algunos
dirigentes del PJ los pros y los contras -para él fueron todos contras- de ser
ungido por el cónclave. Y los zapatos
con que llegó a Roma fueron el regalo de la esposa de un sindicalista
fallecido, que no consiguió que aceptara un pasaje en primera clase. Viajó en
turista.
El
otrora cardenal recibió a todos los políticos que se le acercaron. Y hasta
participó en algunas conciliaciones, como aquella vez que reunió en la
sacristía de la Catedral
a Elisa Carrió, Enrique Olivera y Jorge Telerman para facilitar una alianza
electoral. Sin embargo, los amigos a los que recurría para intervenir en la
arena profana fueron casi siempre dos: Luis Liberman, ex subsecretario de
Educación de Telerman, y Omar Abboud, funcionario de Mauricio Macri. Abboud,
que es musulmán, colaboró también con la intensa actividad ecuménica de
Bergoglio, igual que Sergio Bergman, quien ha expresado a quien lo quiera
escuchar, que: "Francisco I ha sido mi rabino de referencia para el paso
de la actividad pastoral a la política".
Una
postal ayer en el recinto de la
Cámara de Diputados, reproducía ayer las dos carátulas: el
kirchnerismo era una mueca; la oposición sonreía. Una joven oficialista bromeó,
en un corrillo: "Le designaron un papa a Macri". Felipe Solá, siempre
ocurrente, reaccionó: "No seas tonta, decí que es nuestro, si es
peronista".
En lo
que queda para el folklore, para Cristina Kirchner la elección de Bergoglio es
una novedad incomodísima. Incapaz de disimular sus emociones, en su primer twit
felicitó al cardenal y le deseó éxito. Ni una sola valoración personal.
Silencio stampa.
Enorme
la distancia con el saludo de Barack Obama, quien llamó a Bergoglio
"campeón de los pobres" y subrayó la influencia que tendrá en los
Estados Unidos, por su origen hispanoamericano. A propósito: ¿cómo funcionará
la relación Francisco-Obama? Un detalle
no menor: el vicepresidente Biden y el canciller Kerry son católicos.
Por
estos lares, visiblemente irritada, la Presidenta no mejoró aquel comienzo, consignando
apenas que era un día histórico para América latina. ¿Y para la Argentina ? Silencio. Olvido.
Eso sí, mantuvo la promesa de viajar a la inauguración del nuevo pontificado,
decisión que el embajador ante la
Santa Sede , Juan Pablo Cafiero, conoció por Nelson Castro,
que lo entrevistaba.
Esta
notoria dificultad que exhibió CFK para dar con el tono exacto frente a la
conmoción no debería sorprender, ya que no ahorró a lo largo de estos años
agravio alguno para Bergoglio. Trasladó el tedeum a otras diócesis, tratándolo
como a un gobernador de la oposición. Cuando Néstor Kirchner estuvo internado,
echó de la clínica al sacerdote que lo visitó en nombre del cardenal.
Sin
embargo, la divergencia entre el nuevo Papa y el Gobierno pasa por ejes más
profundos. Ayer, un prelado lo explicó así: "La comunicación es imposible
porque el kirchnerismo reduce su visión de la Iglesia a categorías
ideológicas". Y agregó: "Bergoglio valora como máximas virtudes la
paz y la conciliación. Observe que ayer habló varias veces de la
fraternidad".
Lo
verdaderamente increíble es la conmoción que embarga a la Iglesia local el hecho de
tener un papa salido de sus filas. Es
una revolución. El nuncio apostólico podrá tomarse vacaciones: Bergoglio
tomará las principales decisiones. Entre ellas, la identidad de su sucesor.
Todos miran al obispo de Gualeguaychú, Jorge Lozano, su antiguo auxiliar.
No es
menor el dato, porque si fuera ése el desenlace, el nuevo papa habrá tendido la mano –una vez más- hacia el Gobierno.
Como demostró durante la protesta por las pasteras en tiempos no muy lejanos,
Lozano es un pacificador.
Que no
es poco.
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