Cuando una buena amiga caraqueña –muy buena abogada ella- me
preguntó si me animaba a hacer un análisis sobre el tema de la Venezuela post-Chávez, y
me di a la tarea de prepararla, justamente estaba leyendo un ensayo de un
colega alemán sobre Macroeconomía, en su idioma original, cosa que me enriquece
muchísimo por cierto, y observé que en alemán no existe un término exacto para
traducir la palabra emboscada.
Según
este idioma de múltiples tiempos de verbo, emboscada se traduce como
"Hinterhalt", palabra que literalmente significa algo así como
"ser agarrado desde atrás". En castellano, en cambio, esa es sólo una
parte de la emboscada propiamente dicha. Lo fundamental de una emboscada es ser
llevado a una zona sin salida (encerrona) en la cual serás atacado por el
enemigo y aniquilado sin piedad.
Según mi modesta opinión de argentino trabajando en Caracas desde hace pocos
meses, a ese tipo de emboscada pertenece la situación a la que intentaba llevar
el gobierno de Maduro al conjunto de la oposición. A través de sendas
violaciones consecutivas a la
Constitución , una con Chávez agonizando; otra, con Chávez
muerto, Maduro se había hecho elegir presidente por el Poder Judicial, un
eufemismo de la "oficina de asuntos judiciales del chavismo".
En
estos términos, protestar masivamente en contra de las violaciones
constitucionales -cuando medio país estaba llorando a moco tendido frente al
mediático féretro- habría parecido ante la opinión pública mundial como un sacrilegio.
De esa triste manera, el gobierno utilizó, como lo ha venido haciendo
consecutivamente, el cadáver de Chávez como medio de chantaje político.
Es
muy bizarro, pero gracias a los funerales, Nicolás Maduro creía tener la mesa
servida. La oposición, blanco de las más brutales inventivas de parte del
ilegal gobernante, estaba y estuvo paralizada. Y cuando la MUD y Henrique Capriles
denunciaron la juramentación de Maduro como espuria, los jerarcas del
"entorno" se frotaron con seguridad las manos.
No me cabe la menor duda de que imaginaron que el segundo paso iba a ser un
llamado a la abstención como propuso algún columnista despistado de oposición,
quizás obnubilado por el alcohol. Así, la emboscada iba a resultar perfecta.
En esta especie de plan maquiavélico, la oposición se dividiría entre
"abstencionistas y "participacionistas" para ser, después del
triunfo electoral de Maduro, fácilmente "pulverizada". Efectivamente,
desde el punto de vista de una lógica formal, que es también el de las
ciencias, entre ellas la politología, declarar como espurias unas elecciones y
después participar en ellas, es una incongruencia.
Sin embargo, y es lo que no entienden tantos politólogos, la política no es
congruente. Ni mucho menos. Tampoco es una ciencia y en ningún caso es
polito-lógica. Se sabe ciertamente que en política se actúa no sobre
condiciones ideales sino sobre las que se van dando en el camino.
Párrafo
aparte para la habilidad de Capriles que, en medio de la emboscada, hizo lo que
en la guerra hace un buen general: unificar las tropas dispersas. Y como es un
hombre de vasta experiencia sabía que la unidad en la política no se logra con
piadosos llamados, sino en abierta lucha en contra del enemigo común.
Algunas
consideraciones útiles
-
El
enemigo no es el difunto Chávez sino Maduro ("No es Chávez, tú eres el
problema, Nicolás").
-
Segundo:
Maduro se oculta detrás del presidente muerto y carece de identidad personal y
política.
-
Tercero:
la presidencia de Maduro, y por consiguiente la elección, es el resultado de
una violación constitucional.
-
Cuarto:
Capriles va a postular en nombre de la oposición unida, denunciando las
violaciones cometidas por Maduro y "su combo".
Valiente,
sin dudas valiente. Una amiga venezolana -no es caprilista- me dijo en estos día
algo que, creo, interpretan el sentimiento de muchos: "A ese chamo no lo
vamos a dejar solo". Gracias al discurso de Capriles, muchos intuyeron que
ha llegado el momento de cerrar filas y dar la batalla, aunque se pierda.
Y, como todos sabemos, no hay peor batalla que la que no se da.
Quien mejor lo entendió en el gobierno no fue Maduro (el homófobo político solo
atinó a pronunciar la frase favorita de Pablo Escobar: "has cometido el
peor error de tu vida") sino Diosdado Cabello, quien dijo: "Las
palabras de Capriles son una declaración de guerra".
Claramente
de eso se tratan esas palabras: una declaración de guerra. Pero lo que el amigo
Diosdado (qué nombrecito, x Dios!) seguramente no entendió es que se trata de
una guerra política, es decir, de una guerra sin armas.
Ahora
bien, si Capriles fue enviado al matadero… va a enfrentar de nuevo a todo el
aparato del estado, al más anabolizado e hipertrofiado de toda América Latina? Va
a competir con quien financia su campaña con el dinero de todos los venezolanos?
Con el amo y señor de todas las cadenas televisivas? Pero sobre todo…va a
competir contra una máquina de ganar elecciones, contra destacamentos
electoreros que se mueven como soldados en los "concejos", en las
misiones y en las oficinas públicas? Va a competir contra amenazas, extorsiones
y listas sábana? Contra esos miles de buses rojos que transportan votantes
rojos, como ganado?
Y, no
por último pero más importante aún… va a competir con el fantasma de Hugo
Chávez de quien Maduro cree ser su representación terrena? Si, lo va a hacer.
Del mismo modo como Lech Walesa, Váklav Havel y Ricardo Lagos derrotaron a sus
respectivas dictaduras. Del mismo modo como Yoani Sánchez y los suyos
derrotarán a Raúl Castro. Eso creo yo.
Pero
atención, porque si de algo estoy seguro es que Capriles –no nos equivoquemos-
no es un místico. Y allí quizás radique su mayor fortaleza. Capriles es un
total político. Sabe las cartas por jugar; y ya las está jugando.
Tiene en sus manos –ni más ni menos- la carta de la legitimidad constitucional.
Miremos sino que, mientras Maduro -quien sin el estado no es nadie- se hizo
nombrar presidente apelando a medios ilícitos. Capriles en cambio, se
desprendió, siguiendo estrictamente la línea constitucional, de su propia
gobernación en Miranda. Maneja, además, la carta de la soberanía nacional, la
misma que usó Chávez en contra de Bush y que ahora Capriles usará en contra de
Raúl Castro.
Porque ya no es un misterio para nadie: Maduro es el candidato venezolano de la
dictadura militar cubana.
A
Capriles también le queda la carta social. En ese sentido, Henrique puede
convertirse en el acusador de un sistema que practica un "neoliberalismo
de Estado". Uno que gracias a la destrucción del aparato productivo y la
consiguiente subordinación a las importaciones de las potencias externas, sobre
todo de los EE UU, enriquece con devaluaciones monetarias al gobierno, pero a
costa del bienestar de la mayoría de los venezolanos.
Es
muy simple de explicar cómo cada centavo que gasta el gobierno en su faraónica
campaña electoral, aumentará el monto del próximo "paquetazo"
post-electoral; el mismo que pagarán en moneda dura todos los venezolanos.
Además
de todas esas cartas, Capriles tiene en su mano otra, quizás la más decisiva, la
carta de la verdad. Sabiendo que con su postulación no tiene nada que perder,
ha decidido arrojar esa carta sobre la mesa.
Decir
la verdad, sea donde sea, duela a quien duela, y aunque se venga el mundo
abajo, es tarea de santos y mártires, casi nunca de políticos. Capriles, en
cambio, la asume políticamente. Quizás por eso se le ve más suelto; incluso más
libre, en sus discursos.
Beber del néctar de la verdad, es gozarla. Y se le nota. Ya no se preocupa de
frases hechas; está más allá de los cálculos, de las poses pre-concebidas y de
los comunicadores profesionales. Yo diría, más allá de la política ritual.
Es esta la razón fundamental por la cual frente a Capriles, Maduro, un
personaje altamente ideologizado y mitómano hasta los huesos, se ve, a pesar
del carisma que succiona del presidente muerto, como un ser sin vida propia, o
como uno de esos pobres hombres que nunca han podido superar el complejo
paterno ("Yo soy hijo de Chávez", ni más ni menos) y que, por lo
mismo, nunca serán definitivamente adultos.
Capriles se muestra, a mi entender, como un político adulto. Y sólo la verdad,
es decir, la disencia frente a la no-verdad, nos convierte en seres adultos. La
verdad nos hace libres; entre otras cosas, libres de la mentira. La verdad
puede ser, por eso mismo, violenta, pues debajo de cada mentira hay una verdad,
y cuando la verdad irrumpe en la superficie, destroza a una mentira. La
pulveriza.
Y eso a veces, duele. Pero, a la vez, no hay nada más bello que vivir bajo el
imperio de la verdad. Quien la ha conocido no la abandonará jamás. Quien la
dice, llenará su vida con un placer incitante; me atrevería a decir: erótico.
También
tengo la impresión de que Capriles abandonó todo cálculo, toda estrategia y
toda táctica inútil. Está diciendo, cada vez que habla, la más básica e
inocente verdad. Esa que se en todos lados.
Más allá de toda encuesta, pronóstico, resultado, consejo o decisión, este
político –quizás también por una profunda convicción- ha optado por decir la
verdad.
Y así, aunque pierda, ganará.
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