jueves, 21 de marzo de 2013

Capriles, la política y la verdad

Por Ariel Torres



Cuando una buena amiga caraqueña –muy buena abogada ella- me preguntó si me animaba a hacer un análisis sobre el tema de la Venezuela post-Chávez, y me di a la tarea de prepararla, justamente estaba leyendo un ensayo de un colega alemán sobre Macroeconomía, en su idioma original, cosa que me enriquece muchísimo por cierto, y observé que en alemán no existe un término exacto para traducir la palabra emboscada.

Según este idioma de múltiples tiempos de verbo, emboscada se traduce como "Hinterhalt", palabra que literalmente significa algo así como "ser agarrado desde atrás". En castellano, en cambio, esa es sólo una parte de la emboscada propiamente dicha. Lo fundamental de una emboscada es ser llevado a una zona sin salida (encerrona) en la cual serás atacado por el enemigo y aniquilado sin piedad.

Según mi modesta opinión de argentino trabajando en Caracas desde hace pocos meses, a ese tipo de emboscada pertenece la situación a la que intentaba llevar el gobierno de Maduro al conjunto de la oposición. A través de sendas violaciones consecutivas a la Constitución, una con Chávez agonizando; otra, con Chávez muerto, Maduro se había hecho elegir presidente por el Poder Judicial, un eufemismo de la "oficina de asuntos judiciales del chavismo".


En estos términos, protestar masivamente en contra de las violaciones constitucionales -cuando medio país estaba llorando a moco tendido frente al mediático féretro- habría parecido ante la opinión pública mundial como un sacrilegio. De esa triste manera, el gobierno utilizó, como lo ha venido haciendo consecutivamente, el cadáver de Chávez como medio de chantaje político.

Es muy bizarro, pero gracias a los funerales, Nicolás Maduro creía tener la mesa servida. La oposición, blanco de las más brutales inventivas de parte del ilegal gobernante, estaba y estuvo paralizada. Y cuando la MUD y Henrique Capriles denunciaron la juramentación de Maduro como espuria, los jerarcas del "entorno" se frotaron con seguridad las manos.

No me cabe la menor duda de que imaginaron que el segundo paso iba a ser un llamado a la abstención como propuso algún columnista despistado de oposición, quizás obnubilado por el alcohol. Así, la emboscada iba a resultar perfecta.

En esta especie de plan maquiavélico, la oposición se dividiría entre "abstencionistas y "participacionistas" para ser, después del triunfo electoral de Maduro, fácilmente "pulverizada". Efectivamente, desde el punto de vista de una lógica formal, que es también el de las ciencias, entre ellas la politología, declarar como espurias unas elecciones y después participar en ellas, es una incongruencia.

Sin embargo, y es lo que no entienden tantos politólogos, la política no es congruente. Ni mucho menos. Tampoco es una ciencia y en ningún caso es polito-lógica. Se sabe ciertamente que en política se actúa no sobre condiciones ideales sino sobre las que se van dando en el camino.


Párrafo aparte para la habilidad de Capriles que, en medio de la emboscada, hizo lo que en la guerra hace un buen general: unificar las tropas dispersas. Y como es un hombre de vasta experiencia sabía que la unidad en la política no se logra con piadosos llamados, sino en abierta lucha en contra del enemigo común.

Algunas consideraciones útiles

-          El enemigo no es el difunto Chávez sino Maduro ("No es Chávez, tú eres el problema, Nicolás").
-          Segundo: Maduro se oculta detrás del presidente muerto y carece de identidad personal y política.
-          Tercero: la presidencia de Maduro, y por consiguiente la elección, es el resultado de una violación constitucional.
-          Cuarto: Capriles va a postular en nombre de la oposición unida, denunciando las violaciones cometidas por Maduro y "su combo".

Valiente, sin dudas valiente. Una amiga venezolana -no es caprilista- me dijo en estos día algo que, creo, interpretan el sentimiento de muchos: "A ese chamo no lo vamos a dejar solo". Gracias al discurso de Capriles, muchos intuyeron que ha llegado el momento de cerrar filas y dar la batalla, aunque se pierda.

Y, como todos sabemos, no hay peor batalla que la que no se da.

Quien mejor lo entendió en el gobierno no fue Maduro (el homófobo político solo atinó a pronunciar la frase favorita de Pablo Escobar: "has cometido el peor error de tu vida") sino Diosdado Cabello, quien dijo: "Las palabras de Capriles son una declaración de guerra".

Claramente de eso se tratan esas palabras: una declaración de guerra. Pero lo que el amigo Diosdado (qué nombrecito, x Dios!) seguramente no entendió es que se trata de una guerra política, es decir, de una guerra sin armas.

Ahora bien, si Capriles fue enviado al matadero… va a enfrentar de nuevo a todo el aparato del estado, al más anabolizado e hipertrofiado de toda América Latina? Va a competir con quien financia su campaña con el dinero de todos los venezolanos? Con el amo y señor de todas las cadenas televisivas? Pero sobre todo…va a competir contra una máquina de ganar elecciones, contra destacamentos electoreros que se mueven como soldados en los "concejos", en las misiones y en las oficinas públicas? Va a competir contra amenazas, extorsiones y listas sábana? Contra esos miles de buses rojos que transportan votantes rojos, como ganado?

Y, no por último pero más importante aún… va a competir con el fantasma de Hugo Chávez de quien Maduro cree ser su representación terrena? Si, lo va a hacer.

Del mismo modo como Lech Walesa, Váklav Havel y Ricardo Lagos derrotaron a sus respectivas dictaduras. Del mismo modo como Yoani Sánchez y los suyos derrotarán a Raúl Castro. Eso creo yo.


Pero atención, porque si de algo estoy seguro es que Capriles –no nos equivoquemos- no es un místico. Y allí quizás radique su mayor fortaleza. Capriles es un total político. Sabe las cartas por jugar; y ya las está jugando.

Tiene en sus manos –ni más ni menos- la carta de la legitimidad constitucional.

Miremos sino que, mientras Maduro -quien sin el estado no es nadie- se hizo nombrar presidente apelando a medios ilícitos. Capriles en cambio, se desprendió, siguiendo estrictamente la línea constitucional, de su propia gobernación en Miranda. Maneja, además, la carta de la soberanía nacional, la misma que usó Chávez en contra de Bush y que ahora Capriles usará en contra de Raúl Castro.

Porque ya no es un misterio para nadie: Maduro es el candidato venezolano de la dictadura militar cubana.


A Capriles también le queda la carta social. En ese sentido, Henrique puede convertirse en el acusador de un sistema que practica un "neoliberalismo de Estado". Uno que gracias a la destrucción del aparato productivo y la consiguiente subordinación a las importaciones de las potencias externas, sobre todo de los EE UU, enriquece con devaluaciones monetarias al gobierno, pero a costa del bienestar de la mayoría de los venezolanos.

Es muy simple de explicar cómo cada centavo que gasta el gobierno en su faraónica campaña electoral, aumentará el monto del próximo "paquetazo" post-electoral; el mismo que pagarán en moneda dura todos los venezolanos.
Además de todas esas cartas, Capriles tiene en su mano otra, quizás la más decisiva, la carta de la verdad. Sabiendo que con su postulación no tiene nada que perder, ha decidido arrojar esa carta sobre la mesa.

Decir la verdad, sea donde sea, duela a quien duela, y aunque se venga el mundo abajo, es tarea de santos y mártires, casi nunca de políticos. Capriles, en cambio, la asume políticamente. Quizás por eso se le ve más suelto; incluso más libre, en sus discursos.

Beber del néctar de la verdad, es gozarla. Y se le nota. Ya no se preocupa de frases hechas; está más allá de los cálculos, de las poses pre-concebidas y de los comunicadores profesionales. Yo diría, más allá de la política ritual.

Es esta la razón fundamental por la cual frente a Capriles, Maduro, un personaje altamente ideologizado y mitómano hasta los huesos, se ve, a pesar del carisma que succiona del presidente muerto, como un ser sin vida propia, o como uno de esos pobres hombres que nunca han podido superar el complejo paterno ("Yo soy hijo de Chávez", ni más ni menos) y que, por lo mismo, nunca serán definitivamente adultos.

Capriles se muestra, a mi entender, como un político adulto. Y sólo la verdad, es decir, la disencia frente a la no-verdad, nos convierte en seres adultos. La verdad nos hace libres; entre otras cosas, libres de la mentira. La verdad puede ser, por eso mismo, violenta, pues debajo de cada mentira hay una verdad, y cuando la verdad irrumpe en la superficie, destroza a una mentira. La pulveriza.

Y eso a veces, duele. Pero, a la vez, no hay nada más bello que vivir bajo el imperio de la verdad. Quien la ha conocido no la abandonará jamás. Quien la dice, llenará su vida con un placer incitante; me atrevería a decir: erótico.


También tengo la impresión de que Capriles abandonó todo cálculo, toda estrategia y toda táctica inútil. Está diciendo, cada vez que habla, la más básica e inocente verdad. Esa que se en todos lados.

Más allá de toda encuesta, pronóstico, resultado, consejo o decisión, este político –quizás también por una profunda convicción- ha optado por decir la verdad.

Y así, aunque pierda, ganará.


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