miércoles, 9 de enero de 2013

Jugar a la revolución con la democracia es no saber de política

Por Ariel Torres




En algún momento lo expresó Thomas Jefferson, y en estos días me suena en la cabeza a cada momento, y más si tengo en cuenta que vivo en Argentina y trabajo en Venezuela. Resulta un contrasentido tener y soportar en el poder a un despotismo electivo. No son pocos los intelectuales que –aún siendo defensores del proyecto nacional y popular- advierten que es necesario dar una batalla para que el propio gobierno de CFK no ceda a la tentación de transformarse en un gobierno autocrático.
El significado de la palabra despotismo no admite demasiadas dudas: "autoridad absoluta no limitada por las leyes; abuso de superioridad, poder o fuerza en el trato con las demás personas". De todas maneras, el ejecutivo tiene su propia teoría, ya que existe dentro del extremo kirchnerismo la idea nunca declarada de que la democracia tal y como la conocemos ha sido la culpable de todos nuestros males económicos.
Resulta interesante inferir qué entienden por democracia los hijos k: un sistema de alternancia cuya división de poderes facilita la acción de las corporaciones. Para ellos, ser un demócrata es ser un liberal. Y ser un liberal es ser de derecha, emparentado con el fascismo, un esclavo del poder empresario que propicia la desigualdad. Nunca como durante los primeros veinte años de democracia en América latina hubo tanta desigualdad económica, susurran algunos ultra k. Vale destacar que el fracaso económico no es culpa de la ineficacia rotunda de las dirigencias locales sino del mismísimo sistema democrático, que fue concebido por el liberalismo para permitir una sucesión de pérfidos gobiernos conservadores. Lo único legítimo que tiene la democracia burguesa es el sufragio, suficiente indicador para que una mayoría numérica se siente en el trono del Estado e imponga con arbitrariedad la política total de un país. El sufragio les permite incluso vanagloriarse de la democracia. Pero cuando hablan de ella, esconden la verdadera idea fuerte: la democracia republicana es regresiva. Sólo la nacional y popular es una verdadera democracia. Así piensan.
Un periodista oficialista sin preparación política, adoctrinado a toda prisa por estos intelectuales, supo sin embargo traducir la idea en una frase corta e inconveniente: "La democracia es de derecha", dijo al aire, muy suelto de cuerpo y carente de ideas. Por lo tanto, las quejas por la falta de control republicano, por la carencia de la división de poderes, por los ataques a la libertad de expresión y hasta por la ausencia de un régimen de federalismo efectivo responden a la lógica de las clases dominante, o sea a la derecha. Y deben ser desoídas para que la revolución kirchnerista siga avanzando. Para profundizar el modelo.
Dicho esto, vemos en el kirchnerismo a un planeta muy diverso, pero algunos de sus sectores ilustrados han sido educados en el desprecio por la democracia moderna: ex marxistas, ex montoneros y ex izquierdistas jacobinos sin filiación determinada hicieron un gran esfuerzo para resignar en su momento la revolución y para aceptar las modestas reglas democráticas. A pesar de reconocer que el kirchnerismo es un movimiento reformista, juegan íntimamente con la idea revolucionaria. La revolución inconclusa del peronismo histórico. La revolución bolivariana del siglo XXI. La autopercepción de que el movimiento popular y nacional será revolucionario o no será nada.
De allí que las palabras "democracia" y "revolución" han tenido buena prensa entre la pequeña burguesía de nuestro país. Son absolutamente incompatibles, pero les gustó coquetear con ellas, colocando a veces una nalga en África y otra en Oceanía. Hoy el extremo kirchnerista se siente más cercano a la revolución que a la democracia, a pesar de que lo calla porque es políticamente incorrecto y hasta piantavotos.
El propio Kirchner dijo una vez que “en este país para que las cosas mejoren un poquito más hay que aplicar la misma energía que poníamos cuando pensábamos que íbamos a hacer la revolución”. Es muy interesante ese equilibrio, porque le permitió correr los límites de la política sin precipitarse en el autoritarismo. En cambio, este kirchnerismo de segunda generación, que quiere realizar con el peronismo muchos de los sueños que no pudo concretar a través del socialismo real, amenaza ahora ir por todo y cruzar esa línea que Kirchner cuidaba.
La pacotilla de estos nuevos revolucionarios de café vive en Puerto Madero y diatriba por Palermo Hollywood. Seguramente es muy placentero posar como "revolucionario" kirchnerista en Honduras y Fitz Roy. La épica del pueblo peronista está muy lejos de esas calles, hundido en sus trabajos mal pagos y luchando contra la inflación, o intentando vivir de la dádiva oficial. Pero los funcionarios son pobristas vintage y andan por Palermo sacando pecho y hablando de la revolución nacional. En mis días navideños en Baires me llamó la atención un restaurante cuyo nombre sintetiza esa nueva tilinguería kirchnerista. "Chori and Wine", se llamaba. Me pareció fantástico, porque es al cristinismo lo que la "pizza con champán" fue para el menemismo. Muy ocurrente. Sólo eso.
Los militantes del "chori and wine" tienen una alergia casi vomitiva por la palabra "republicano", resulta sinónimo de despreciable, de contrarrevolucionario, de decadente. Es un sesgo casi antidemocrático, puesto que se hace en nombre de la política, pero en realidad viene a devaluarla. No puede concebirse una política que no prevea alternancia, discusión interna, negociación y parlamentarismo en serio. Ese sistema, lejos de ser político, es hegemónico. El populismo llega precisamente para destruir a la política y quitarle todo poder simbólico y concreto. Donde un líder único tiene el monopolio del poder no hay política: hay obediencia y militantismo fanatizado.
No hay que dejar de ver – por ninguna razón- que cuando "se va por todo", la República pierde como en la guerra.

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