En algún momento lo expresó Thomas Jefferson, y en estos días me
suena en la cabeza a cada momento, y más si tengo en cuenta que vivo en
Argentina y trabajo en Venezuela. Resulta un contrasentido tener y soportar en
el poder a un despotismo electivo. No son pocos los intelectuales que –aún
siendo defensores del proyecto nacional y popular- advierten que es necesario
dar una batalla para que el propio gobierno de CFK no ceda a la tentación de transformarse
en un gobierno autocrático.
El
significado de la palabra despotismo no admite demasiadas dudas:
"autoridad absoluta no limitada por las leyes; abuso de superioridad,
poder o fuerza en el trato con las demás personas". De todas maneras, el
ejecutivo tiene su propia teoría, ya que existe dentro del extremo kirchnerismo
la idea nunca declarada de que la democracia tal y como la conocemos ha sido la
culpable de todos nuestros males económicos.
Resulta
interesante inferir qué entienden por democracia los hijos k: un sistema de
alternancia cuya división de poderes facilita la acción de las corporaciones.
Para ellos, ser un demócrata es ser un liberal. Y ser un liberal es ser de
derecha, emparentado con el fascismo, un esclavo del poder empresario que propicia
la desigualdad. Nunca como durante los primeros veinte años de democracia en
América latina hubo tanta desigualdad económica, susurran algunos ultra k. Vale
destacar que el fracaso económico no es culpa de la ineficacia rotunda de las
dirigencias locales sino del mismísimo sistema democrático, que fue concebido
por el liberalismo para permitir una sucesión de pérfidos gobiernos
conservadores. Lo único legítimo que tiene la democracia burguesa es el
sufragio, suficiente indicador para que una mayoría numérica se siente en el
trono del Estado e imponga con arbitrariedad la política total de un país. El
sufragio les permite incluso vanagloriarse de la democracia. Pero cuando hablan
de ella, esconden la verdadera idea fuerte: la democracia republicana es
regresiva. Sólo la nacional y popular es una verdadera democracia. Así piensan.
Un
periodista oficialista sin preparación política, adoctrinado a toda prisa por
estos intelectuales, supo sin embargo traducir la idea en una frase corta e
inconveniente: "La democracia es de derecha", dijo al aire, muy
suelto de cuerpo y carente de ideas. Por lo tanto, las quejas por la falta de
control republicano, por la carencia de la división de poderes, por los ataques
a la libertad de expresión y hasta por la ausencia de un régimen de federalismo
efectivo responden a la lógica de las clases dominante, o sea a la derecha. Y
deben ser desoídas para que la revolución kirchnerista siga avanzando. Para
profundizar el modelo.
Dicho
esto, vemos en el kirchnerismo a un planeta muy diverso, pero algunos de sus
sectores ilustrados han sido educados en el desprecio por la democracia
moderna: ex marxistas, ex montoneros y ex izquierdistas jacobinos sin filiación
determinada hicieron un gran esfuerzo para resignar en su momento la revolución
y para aceptar las modestas reglas democráticas. A pesar de reconocer que el
kirchnerismo es un movimiento reformista, juegan íntimamente con la idea
revolucionaria. La revolución inconclusa del peronismo histórico. La revolución
bolivariana del siglo XXI. La autopercepción de que el movimiento popular y
nacional será revolucionario o no será nada.
De
allí que las palabras "democracia" y "revolución" han
tenido buena prensa entre la pequeña burguesía de nuestro país. Son
absolutamente incompatibles, pero les gustó coquetear con ellas, colocando a
veces una nalga en África y otra en Oceanía. Hoy el extremo kirchnerista se
siente más cercano a la revolución que a la democracia, a pesar de que lo calla
porque es políticamente incorrecto y hasta piantavotos.
El
propio Kirchner dijo una vez que “en este país para que las cosas mejoren un
poquito más hay que aplicar la misma energía que poníamos cuando pensábamos que
íbamos a hacer la revolución”. Es muy interesante ese equilibrio, porque le
permitió correr los límites de la política sin precipitarse en el
autoritarismo. En cambio, este kirchnerismo de segunda generación, que quiere
realizar con el peronismo muchos de los sueños que no pudo concretar a través
del socialismo real, amenaza ahora ir por todo y cruzar esa línea que Kirchner
cuidaba.
La
pacotilla de estos nuevos revolucionarios de café vive en Puerto Madero y
diatriba por Palermo Hollywood. Seguramente es muy placentero posar como
"revolucionario" kirchnerista en Honduras y Fitz Roy. La épica del
pueblo peronista está muy lejos de esas calles, hundido en sus trabajos mal
pagos y luchando contra la inflación, o intentando vivir de la dádiva oficial.
Pero los funcionarios son pobristas vintage y andan por Palermo sacando pecho y
hablando de la revolución nacional. En mis días navideños en Baires me llamó la
atención un restaurante cuyo nombre sintetiza esa nueva tilinguería
kirchnerista. "Chori and Wine", se llamaba. Me pareció fantástico,
porque es al cristinismo lo que la "pizza con champán" fue para el
menemismo. Muy ocurrente. Sólo eso.
Los
militantes del "chori and wine" tienen una alergia casi vomitiva por la
palabra "republicano", resulta sinónimo de despreciable, de
contrarrevolucionario, de decadente. Es un sesgo casi antidemocrático, puesto
que se hace en nombre de la política, pero en realidad viene a devaluarla. No
puede concebirse una política que no prevea alternancia, discusión interna,
negociación y parlamentarismo en serio. Ese sistema, lejos de ser político, es
hegemónico. El populismo llega precisamente para destruir a la política y
quitarle todo poder simbólico y concreto. Donde un líder único tiene el
monopolio del poder no hay política: hay obediencia y militantismo fanatizado.
No hay que dejar de ver – por ninguna razón-
que cuando "se va por todo", la República pierde como en la guerra.
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