Por Ariel Torres
Cuando uno toma distancia de las cosas y de los temas, todo se ve en una exacta medida. La perspectiva de tiempo y el espacio instalados en un contexto de análisis medular nos hace -en la mayoría de los casos- obtener respuestas unívocas, que en otros momentos no vendrían a nuestra mente. Cuando hablamos de la necesidad de dialogar, en cualquier ámbito, parece que cayéramos en un lugar común, pero refiriéndose a la política en particular, invocar a estas alturas los pactos de la Moncloa o la conveniencia, si no la urgencia, de establecer políticas de Estado forma parte del repertorio de la corrección política, que poco le dice a la sociedad, empezando por los jóvenes.
Trazando otra línea discursiva, reivindicar la pertenencia a un supuesto campo nacional y popular, con la pretensión de monopolizar la representación de los sectores de menores ingresos, suena a receta antigua o a cliché conveniente para ser aceptado en los círculos del poder. Pero es que no tienen ninguna razón los que defienden, desde veredas distintas, tales ideas? A lo que yo respondo: depende. Depende del contexto en que estas tesis se afirman y del vínculo que establecen entre ellos los que las sostienen. Mi impresión es que mientras no debata con el ánimo de acercar posiciones cada fracción repetirá fórmulas y eslóganes. Y construirá estereotipos auto- referenciales, celebrándolos entre partidarios, mientras se dan la razón unos a otros. El programa 6,7,8 inauguró esta modalidad. Pero ese estilo no es patrimonio exclusivo de los publicistas del Gobierno, los opositores lo copian a menudo, dándose ellos también un festín de complacencia.
Podríamos ubicar el plano en una analogía interesante. Antropológicamente, hay una diferencia notoria entre el tic y el guiño. Partimos de una comprobación obvia: el tic y el guiño son contracciones exactamente iguales desde el punto de vista físico, pero poseen significados muy distintos. El que tiene un tic repite un movimiento involuntario, el que guiña pretende comunicar algo, muestra la intención de establecer un vínculo. Es decir, donde hay guiño un encontramos "una pizca de cultura"; donde hay tics, en cambio, retrocedemos a las cavernas, o a la neurótica compulsión a repetir,que nos enseñó el amigo Freud.
Sin ánimo de ofender a nadie, pareciera que el contexto donde transcurre la política argentina está constituido por tics, antes que por guiños. No se pretende comunicar ni intercambiar, se repiten consignas mecánicamente con la pretensión de tener razón y de desacreditar al que piensa distinto. El guiño puede entrañar sorna, pero también complicidad; el tic es instintivo, maquinal, propio de la masturbación.
Sorprendentemente, es casi una virtud que la democracia argentina, con tanto encono y poco diálogo, no genere muertos. Apenas heridos simbólicos, magullados y excluidos, derrotados morales, vilipendiados por estigmas y prejuicios. Nuestra democracia -felizmente, digo yo- tiene un tabú con la muerte, que en la escena pública sería un escándalo. Sin embargo, parece no advertirse que la sociedad se vuelve cada vez más carente de ánimo y violenta. Hace pocos días los medios mostraron un video horroroso: al cabo de una pelea por cuestiones de tránsito un camionero empuñó el volante y atropelló, matándola, a la mujer del matrimonio con el que discutía. Nadie pudo impedirlo. Para decirlo en los términos en que venimos hablando: el tic de la violencia pudo más que el guiño de la comunicación. Tendríamos que preguntarnos si ese asesino vial no será el rostro sin sublimación, o la metáfora trágica, de una clase dirigente que no dialoga y de un Gobierno que se empeña en pasar por encima al que no piensa igual o no defiende los mismos intereses.
Donde nadie guiña es muy difícil administrar y resolver las cuestiones públicas. Claro, se argumentará que el enfrentamiento político es hoy una plaga mundial. Puede decirse también, sin temor a la equivocación, que existe una decadencia de liderazgos que precipita a las sociedades a la ausencia total de ánimos. Las referencias a las crisis del capitalismo, a la corrupción del dinero fácil o a los intereses excluyentes que campean en la globalización, son apenas excusas pusilánimes de aquellos que pretenden insultar la inteligencia de los que escuchan. Entonces podremos justificarnos, con contumacia de aldeanos: no estamos tan mal, tenemos buenas cosechas, sueldos altos, liderazgo presidencial y el hábito de pelearnos sin matarnos.
No es poco, pero no es suficiente. Es el equivalente a sobrevivir en vez de vivir a pleno.
En realidad es un engaño, es otro tic. Sabemos que la Argentina está muy por debajo de sus posibilidades, que es poco relevante para el mundo, y que no se parece en nada a esos países donde el Estado juega un papel efectivamente político, donde la clase dirigente establece acuerdos básicos y se atiene a ellos sin discutirlos.
Ese es el gesto adecuado, inequívoco, inexorable. El guiño que se le hace al progreso más allá de las dificultades, los egoísmos y las contramarchas.
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