Por Ariel Torres
Nuestro país conforma un tridente negro, junto con Venezuela y Ecuador, con el índice más alto de riesgo país en América latina, quintuplicando el de alguno de nuestros vecinos, como Chile, Uruguay y Brasil. El dato no les dice mucho a la corte de gobernantes vernáculos porque el país no tiene acceso al mercado financiero desde hace diez años. Entendiéndose por riesgo país la tasa que la Argentina debería pagar si pudiera contraer nuevos créditos, claro que no puede hacerlo. Ese índice es, sin embargo, revelador de la confianza (o de la desconfianza) de un país, desconfianza política y económica que está llegando a niveles sólo conocidos luego del enorme default de principios de siglo.
Sin importar si es buena o es mala, lo importante es exponer ideas, tirarlas al ruedo a ver que ruiod hace. Discursos y actos ya llevan meses contradiciéndose, a veces con una diferencia de muy pocas horas. Basta recordar al patillesco Axel Kicillof justificar el cepo cambiario que su propia presidenta había negado pocos días antes, o asistir al patético peregrinar del canciller Héctor Timerman hasta las Naciones Unidas para suplicar por la Fragata Libertad, donde debió escuchar lo que es obvio: las Naciones Unidas están para trabajar por la paz mundial, y la incautación de la Fragata no pone en riesgo la paz del mundo. El comunicado del Consejo de Seguridad pareció escrito con tono irónico, pero sólo se limitó a aclararle al confundido canciller argentino el lugar de las cosas.
En estos días, el cada vez más insignificante mercado bursátil argentino se derrumbó después de otra cadena nacional de nuestra ilustre Inquilina de Olivos, anunciando la virtual intervención de ese mercado, que quedó en manos de la Comisión Nacional de Valores, colonizada hace mucho por kirchneristas. Es bien cierto que ell mundo camina hacia una mayor intervención del Estado en la economía, después de la crisis económica y financiera que ya lleva cuatro años, pero esas intervenciones nunca son, ni fueron, producto de la arbitrariedad.
Lo irónico del caso es que intervino un mercado bursátil que funcionaba muy bien, tendiendo las sospechas de que acaso sea para hurgar en las acciones de las empresas, o para usar la intervención con fines de venganza política. El mercado bursátil argentino era transparente y lo están oscureciendo. Tenía el control de la Comisión Nacional de Valores en casos puntuales y sospechosos, pero ahora han llevado ese necesario control del Estado al grado de la intervención lisa y llana.
El problema , claro está y resulta obvio, cuando el interventor es peor que el intervenido.
En otra medida desesperada, a principios de este 2012, el gobierno obligó a las aseguradoras a repatriar fondos que tenían en el exterior. Fueron unos 2000 millones de dólares, que se convirtieron en pesos. Ahora les sacarán los pesos obligándolas a invertir en obras públicas. La Presidenta señaló que les ordenará que destinen el 30 por ciento de sus recursos para "inversiones productivas", que en lenguaje de finanzas significa invertir en la compra de acciones de empresas que se dedican a la producción de bienes. En la Argentina de CFK no es así. Su concepto de la inversión productiva es la financiación de la obra pública, inundando de pesos la calle, fogonenando aún más la inflación. Como recuperarán las aseguradoras la inversión que hicieron en una producción que es difícil de mensurar, es una pregunta de difícil respuesta, aún para los más avezados.
Es también una misión política y electoral -al quedarse sin plata- obligar a las empresas aseguradoras a fondear planes públicos con el único fin de mostrar que algo se está haciendo. Al final del camino lo que reluce es la intervención del Estado en dos mercados, el asegurador y el bursátil, que hasta ahora funcionaban sin sobresaltos. No debería descartarse, por lo tanto, que los índices de desconfianza en el país sigan creciendo y que tales suspicacias afecten aún más la economía.
Este gobierno tiene un problema, y ese problema no es cuantificable. Se ha quedado sin la posibilidad de generar confianza, que es la base de todo estadista para aspirar a quedarse en el poder. Pero la Presidenta no cree en la confianza de los mercados ni en la de los empresarios en general, porque en el fondo ella también desconfía de todos ellos.
Un círculo que puede ser virtuoso o vicioso, y en ambos casos enseña e ilustra. En lo que no puede convertirse es en un laberinto sin salida aparente.
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