martes, 30 de octubre de 2012

Crónicas de un futuro cercano


Por Ariel Torres

Si el Gobierno de CFK pensaba sostener una velocidad devaluatoria por debajo de la inflación, todo indica que ese plan está seguro de fracasar. Si bien para el Indec la inflación anual en la Argentina no llega a los dos dígitos, el propio Gobierno nacional ya estaría de alguna manera convalidando una inflación del 21% en el mercado de cambios. Eso sin contar las paritarias laborales que ha convalidado, algunas superiores al 30%. Es que las expectativas de devaluación oficial marcan un dólar de $5,60 para julio del 2013, que es el valor al que se negocia actualmente el dólar futuro en Rofex.
Si bien en el mercado paralelo la divisa norteamericana se valora como un commoditie más, es viable pensar que la tendencia acompañe, teniendo en cuenta el año electoral, y los indicios ya mostrados de querer "deprimir" al máximo la cotización del Blue. Esto representa un incremento porcentual de casi el doble que hace cuatro meses atrás: a mediados de abril pasado, la tasa devaluatoria era de tan sólo el 12% anual.
El valor del U$S paralelo para mediados del año entrante, para los especialistas, debería acomodarse en el orden de los $7,80. Se trata de un “correlato” de lo que está sucediendo en el mercado oficial de cambios. Mientras durante todo 2011 el dólar formal se devaluó sólo el 8%, en lo que va del año la cifra se duplica, si se la toma en forma anualizada.
“La lógica de estos movimientos lleva a pensar que el gobierno moverá más rápido el tipo de cambio de acá en adelante, de manera que esté cada vez más cerca de la inflación real. De hecho, este parece ser el nuevo ritmo de equilibrio de la devaluación del tipo de cambio oficial”, según advertimos los que seguimos de cerca la tendencia.
En este contexto era insostenible que el Banco Central continuara con una devaluación del 8% anual, teniendo en cuenta una inflación real del 25%, lo que implicó una suba de costos en dólares. “Este cóctel hubiese generado serios problemas de competitividad para muchas industrias nacionales”. según revelan los análisis del sector bancario.
El consenso entre los economistas es que, en efecto, se prevee para fin de año una devaluación del tipo de cambio de entre el 17 y el 18% anual, mientras las previsiones para el 2013 arroja que la cifra puede trepar a entre el 17 y el 20%. El volumen negociado en los contratos de dólar futuro se mantiene estable en los últimos meses, en torno a los u$s 200 millones diarios, lo que representa unos u$s4.500 millones mensuales.
Lo que sí cambió, y mucho, fueron las tasas de cobertura: a mediados de abril pasado, en Rofex oscilaban entre el 9% a corto plazo y el 12% a doce meses, mientras hoy se encarecieron a entre el 18% y el 21%. Por ejemplo, para contratos de futuros en diciembre hay que pagar un dólar de 5 pesos. Quiénes son los clientes típicos que negocian en este mercado? Por un lado, muchos importadores compran contratos de dólares para cubrirse de una eventual devaluación, lo que constituye una utilización de esta herramienta en forma tradicional y le da mayor certidumbre a los negocios que se pactan a futuro.
En el mismo sentido, pero en la vereda de enfrente, varios exportadores a quienes les liquidarán los dólares de la soja en mayo de 2013 realizan contratos para asegurarse un precio de venta de 5,42 pesos. Incluso, muchas compañías optan por comprar dólar futuro como una forma de cobertura, ya sea para mantener a resguardo a su patrimonio neto como así también para todas aquellas deudas que tengan contraídas.
"“La casa matriz en el exterior nos pide preservar el capital en moneda extranjera, y esta es una manera de lograrlo"”, revela el gerente financiero de una entidad conocida del mercado.
Toda una declaración de principios. Y de expectativa.

miércoles, 24 de octubre de 2012

El país del riesgo


Por Ariel Torres

Nuestro país conforma un tridente negro, junto con Venezuela y Ecuador, con el índice más alto de riesgo país en América latina, quintuplicando el de alguno de nuestros vecinos, como Chile, Uruguay y Brasil. El dato no les dice mucho a la corte de gobernantes vernáculos porque el país no tiene acceso al mercado financiero desde hace diez años. Entendiéndose por riesgo país la tasa que la Argentina debería pagar si pudiera contraer nuevos créditos, claro que no puede hacerlo. Ese índice es, sin embargo, revelador de la confianza (o de la desconfianza) de un país, desconfianza política y económica que está llegando a niveles sólo conocidos luego del enorme default de principios de siglo.
Sin importar si es buena o es mala, lo importante es exponer ideas, tirarlas al ruedo a ver que ruiod hace. Discursos y actos ya llevan meses contradiciéndose, a veces con una diferencia de muy pocas horas. Basta recordar al patillesco Axel Kicillof justificar el cepo cambiario que su propia presidenta había negado pocos días antes, o asistir al patético peregrinar del canciller Héctor Timerman hasta las Naciones Unidas para suplicar por la Fragata Libertad, donde debió escuchar lo que es obvio: las Naciones Unidas están para trabajar por la paz mundial, y la incautación de la Fragata no pone en riesgo la paz del mundo. El comunicado del Consejo de Seguridad pareció escrito con tono irónico, pero sólo se limitó a aclararle al confundido canciller argentino el lugar de las cosas.
En estos días, el cada vez más insignificante mercado bursátil argentino se derrumbó después de otra cadena nacional de nuestra ilustre Inquilina de Olivos, anunciando la virtual intervención de ese mercado, que quedó en manos de la Comisión Nacional de Valores, colonizada hace mucho por kirchneristas. Es bien cierto que ell mundo camina hacia una mayor intervención del Estado en la economía, después de la crisis económica y financiera que ya lleva cuatro años, pero esas intervenciones nunca son, ni fueron, producto de la arbitrariedad.
Lo irónico del caso es que intervino un mercado bursátil que funcionaba muy bien, tendiendo las sospechas de que acaso sea para hurgar en las acciones de las empresas, o para usar la intervención con fines de venganza política. El mercado bursátil argentino era transparente y lo están oscureciendo. Tenía el control de la Comisión Nacional de Valores en casos puntuales y sospechosos, pero ahora han llevado ese necesario control del Estado al grado de la intervención lisa y llana. 
El problema , claro está y resulta obvio, cuando el interventor es peor que el intervenido.
En otra medida desesperada, a principios de este 2012, el gobierno obligó a las aseguradoras a repatriar fondos que tenían en el exterior. Fueron unos 2000 millones de dólares, que se convirtieron en pesos. Ahora les sacarán los pesos obligándolas a invertir en obras públicas. La Presidenta señaló que les ordenará que destinen el 30 por ciento de sus recursos para "inversiones productivas", que en lenguaje de finanzas significa invertir en la compra de acciones de empresas que se dedican a la producción de bienes. En la Argentina de CFK no es así. Su concepto de la inversión productiva es la financiación de la obra pública, inundando de pesos la calle, fogonenando aún más la inflación. Como recuperarán las aseguradoras la inversión que hicieron en una producción que es difícil de mensurar, es una pregunta de difícil respuesta, aún para los más avezados.
Es también una misión política y electoral -al quedarse sin plata- obligar a las empresas aseguradoras a fondear planes públicos con el único fin de mostrar que algo se está haciendo. Al final del camino lo que reluce es la intervención del Estado en dos mercados, el asegurador y el bursátil, que hasta ahora funcionaban sin sobresaltos. No debería descartarse, por lo tanto, que los índices de desconfianza en el país sigan creciendo y que tales suspicacias afecten aún más la economía.
Este gobierno tiene un problema, y ese problema no es cuantificable. Se ha quedado sin la posibilidad de generar confianza, que es la base de todo estadista para aspirar a quedarse en el poder. Pero la Presidenta no cree en la confianza de los mercados ni en la de los empresarios en general, porque en el fondo ella también desconfía de todos ellos. 
Un círculo que puede ser virtuoso o vicioso, y en ambos casos enseña e ilustra. En lo que no puede convertirse es en un laberinto sin salida aparente.

lunes, 22 de octubre de 2012

Una fascinante caída hacia arriba


Por Ariel Torres

Felix Baumgartner se eleva a más de 39.000 metros de altura de altura, con sus 43 añitos, pensando ya no en lo cerca que estará del cielo, sino más bien en que lugar se acomodará. El hombre abre la escotilla y deja ingresar una luz no hecha para alumbrar a ningún ser humano. Afuera se adivinan las formas de un paisaje helado, indiferentes a la vida o la muerte. El tipo, que bien podrías ser mi Alter Ego, extiende de a poco sus pies, se incorpora con esfuerzo y se asoma al exterior. Parado en el borde de su pequeña nave, en el borde del vacío, contempla la curvatura azulada de la Tierra. Luego de observar como se ve el mundo sin él, enciende las cámaras. 
Un ejército de ángeles de la guarda comienzan a cuidar de él..
Silencio absoluto. Las cámaras iban fijadas en el interior y en el exterior de la cápsula, a través de las cuales millones de personas podían seguir la escena por televisión e Internet , batiendo todos los récords de audiencia digital. Era él quien estaba parado allí, pero eran los espectadores los que sentían el suspenso y el miedo. Era él quien estaba parado en un lugar sin oxígeno, pero eran quienes lo observaban los que tenían cortada la respiración. En efecto, las imágenes llevaron a una sincronización colectiva de las emociones, que se asemeja al descubrimiento del genoma humano, a la réplica del Big Bang, al nacimiento de algo único. Hay una empatía colectiva ante la percepción de un inmenso riesgo, y más cuando lo que está ocurriendo nos compromete a todos. Porque, insensato o no, de alguna manera es el mismo límite humano lo que estaba siendo desafiado.
Algo tan fantásticamente increíble, como naturalmente envidiable para aquellos que siempre queremos más... y mejor.
No faltaron aquellos que dijeron que se trató sólo de una proeza publicitaria -seguramente algo de eso hay también- pero pocos que hayan estado observando el salto pueden haberse sustraído a la admiración y escalofrío que produjeron esos minutos. Junto a la imaginación de ver su muerte en vivo y en directo, o el terror de ver materializada una de las pesadillas más comunes que tienen los seres humanos, que es la de caer al abismo. Lo que unía a todos era la imagen de este hombre parado allí arriba, en medio de la nada, un símbolo de la soledad que precede cualquier decisión humana que implica un salto a lo desconocido.
Paralelamente, el amigo Baumgartner parece haber ido también hasta el espacio exterior para recrear una perspectiva, que parece perdida en un mundo que vive signado por la aceleración que -paradojalmente- él mismo fue a buscar. Aquella que pudo obtener parado en su pequeño mirador, que daba sobre el universo. Por eso, desde allí, también yo habría dicho: "Me gustaría que pudieran ver lo que yo puedo ver". En ese momento, en la inminencia del salto, había algo tan sobrecogedor como el salto mismo. 
Algunas veces hay que ir realmente alto para observar cuán pequeño se es. De esta manera, Baumgartner, que fue a quebrar varios récords, encontró algo inesperado desde la altura: una perspectiva de nuestra pequeñez. Y es justamente esa comprobación, conjugada con su coraje, lo que potencia la emoción de su salto. Y lo hace único en su concepción.
Cuando se está en la cima del mundo uno se siente muy humilde, quiero creer. No se trata ya de quebrar más récords. No se trata de obtener datos científicos. Lo único que uno quiere es volver a casa con vida. Qué sentido, entonces, tiene subir a 39.000 metros de altura para sentir allí arriba, como único deseo, el de volver sano y salvo a la tierra? No tiene uno el derecho a preguntar: para qué te fuiste, entonces, de tu lugar, de tu espacio, donde ya estabas sano y salvo? Sin embargo, esta pregunta no es diferente de la que vale aplicar a cualquier proyecto humano. En ella se esconde el misterio de la acción humana, que más allá de salir o de llegar a algún sitio, siente que tiene que encontrar la intensidad y el sentido en el tránsito mismo.
Después, la nada. lanzarse el borde donde estaba parado, y luego de un breve saludo, se dejó caer sin paracaídas durante cuatro minutos y veinte segundos. La bajada fue como "nadar sin tocar el agua". Recorrió como un proyectil casi la distancia de una maratón, en vertical y en caída libre. Con su salto logró el récord de ser el primer hombre que cae desde esa altura, y de ser el primero que alcanza la velocidad de quiebre de la barrera del sonido, al conseguir una velocidad máxima de 1342 kilómetros por hora.
Caramba como lo envidio! Siempre tuvo el hombre una fascinación por la caída, un deseo por caer, porque el vértigo nos llama con la misma intensidad con que nos repele. Sin embargo existen dos tipos de caída: la de la ley de gravedad, aquella que buscó Baumgartner llevar hasta un extremo impensable; y aquella otra que sólo dan la audacia y la voluntad de romper los límites, el salto de la fuerza y el coraje, hacia lo que no tiene garantías, hacia lo que no tiene vuelta atrás. La búsqueda de la aceleración y, simultáneamente, también algo de quietud. 
La búsqueda de la grandeza y también de lo ínfimo, lo efímero. Es caer inevitablemente hacia abajo, sabiendo íntimamente que -al mismo tiempo- uno se eleva al infinito... y más allá.

sábado, 13 de octubre de 2012

La sociedad del tic y el guiño


Por Ariel Torres

Cuando uno toma distancia de las cosas y de los temas, todo se ve en una exacta medida. La perspectiva de tiempo y el espacio instalados en un contexto de análisis medular nos hace -en la mayoría de los casos- obtener respuestas unívocas, que en otros momentos no vendrían a nuestra mente. Cuando hablamos de la necesidad de dialogar, en cualquier ámbito, parece que cayéramos en un lugar común, pero refiriéndose a la política en particular, invocar a estas alturas los pactos de la Moncloa o la conveniencia, si no la urgencia, de establecer políticas de Estado forma parte del repertorio de la corrección política, que poco le dice a la sociedad, empezando por los jóvenes. 
Trazando otra línea discursiva, reivindicar la pertenencia a un supuesto campo nacional y popular, con la pretensión de monopolizar la representación de los sectores de menores ingresos, suena a receta antigua o a cliché conveniente para ser aceptado en los círculos del poder. Pero es que no tienen ninguna razón los que defienden, desde veredas distintas, tales ideas? A lo que yo respondo: depende. Depende del contexto en que estas tesis se afirman y del vínculo que establecen entre ellos los que las sostienen. Mi impresión es que mientras no debata con el ánimo de acercar posiciones cada fracción repetirá fórmulas y eslóganes. Y construirá estereotipos auto- referenciales, celebrándolos entre partidarios, mientras se dan la razón unos a otros. El programa 6,7,8 inauguró esta modalidad. Pero ese estilo no es patrimonio exclusivo de los publicistas del Gobierno, los opositores lo copian a menudo, dándose ellos también un festín de complacencia.
Podríamos ubicar el plano en una analogía interesante. Antropológicamente, hay una diferencia notoria entre el tic y el guiño. Partimos de una comprobación obvia: el tic y el guiño son contracciones exactamente iguales desde el punto de vista físico, pero poseen significados muy distintos. El que tiene un tic repite un movimiento involuntario, el que guiña pretende comunicar algo, muestra la intención de establecer un vínculo. Es decir, donde hay guiño un encontramos "una pizca de cultura"; donde hay tics, en cambio, retrocedemos a las cavernas, o a la neurótica compulsión a repetir,que nos enseñó el amigo Freud.
Sin ánimo de ofender a nadie, pareciera que el contexto donde transcurre la política argentina está constituido por tics, antes que por guiños. No se pretende comunicar ni intercambiar, se repiten consignas mecánicamente con la pretensión de tener razón y de desacreditar al que piensa distinto.  El guiño puede entrañar sorna, pero también complicidad; el tic es instintivo, maquinal, propio de la masturbación.
Sorprendentemente, es casi una virtud que la democracia argentina, con tanto encono y poco diálogo, no genere muertos. Apenas heridos simbólicos, magullados y excluidos, derrotados morales, vilipendiados por estigmas y prejuicios. Nuestra democracia -felizmente, digo yo- tiene un tabú con la muerte, que en la escena pública sería un escándalo. Sin embargo, parece no advertirse que la sociedad se vuelve cada vez más carente de ánimo y violenta. Hace pocos días los medios mostraron un video horroroso: al cabo de una pelea por cuestiones de tránsito un camionero empuñó el volante y atropelló, matándola, a la mujer del matrimonio con el que discutía. Nadie pudo impedirlo. Para decirlo en los términos en que venimos hablando: el tic de la violencia pudo más que el guiño de la comunicación. Tendríamos que preguntarnos si ese asesino vial no será el rostro sin sublimación, o la metáfora trágica, de una clase dirigente que no dialoga y de un Gobierno que se empeña en pasar por encima al que no piensa igual o no defiende los mismos intereses.
Donde nadie guiña es muy difícil administrar y resolver las cuestiones públicas. Claro, se argumentará que el enfrentamiento político es hoy una plaga mundial. Puede decirse también, sin temor a la equivocación, que existe una decadencia de liderazgos que precipita a las sociedades a la ausencia total de ánimos. Las referencias a las crisis del capitalismo, a la corrupción del dinero fácil o a los intereses excluyentes que campean en la globalización, son apenas excusas pusilánimes de aquellos que pretenden insultar la inteligencia de los que escuchan. Entonces podremos justificarnos, con contumacia de aldeanos: no estamos tan mal, tenemos buenas cosechas, sueldos altos, liderazgo presidencial y el hábito de pelearnos sin matarnos.
No es poco, pero no es suficiente. Es el equivalente a sobrevivir en vez de vivir a pleno.
En realidad es un engaño, es otro tic. Sabemos que la Argentina está muy por debajo de sus posibilidades, que es poco relevante para el mundo, y que no se parece en nada a esos países donde el Estado juega un papel efectivamente político, donde la clase dirigente establece acuerdos básicos y se atiene a ellos sin discutirlos. 
Ese es el gesto adecuado, inequívoco, inexorable. El guiño que se le hace al progreso más allá de las dificultades, los egoísmos y las contramarchas.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Tormenta de divisiones


Por Ariel Torres

Existen varias maneras de comprender el reclamo que ganó la calle de forma sorprendente hace unos días, y que promete volver a ganarla bajo el mismo espíritu en los próximos. Una de esas maneras es observar el sentido de la política desde dos puntos de vista distintos y opuestos.
Son dos puntos de vista antagonistas para este contexto. Se trata de una política de "lucha" y una política de "desarrollo". Cada una de estas ideas encarnan distintas visiones del mundo y distintas posiciones existenciales. La calle reclama que la lucha deje paso a la sensatez del desarrollo y el respeto a la ley. Cuales son las implicancias de cada una de estas visiones?
Es uso y costumbre que la política es lucha y centra su mirada en el enemigo. O -en el caso de este gobierno- en los muchos enemigos que necesita recrear constantemente para alimentar su estructura de sentido. El punto es enfrentarlos y vencerlos. La agenda diaria se organiza a partir del odio o del resentimiento, las horas pasan inventando trampas o trucos para debilitar a los detestados.
Si, en cambio, uno infiere que la política es una forma de implementar el desarrollo necesario, tiene como tarea organizar situaciones para que los recursos puedan aprovecharse de la mejor manera posible. Lo que se busca es gestionar para optimizar resultados. El objetivo se centra en que la mayor parte de las personas disfruten de la mejor situación que el talento organizativo permita alcanzar. El desarrollo es el arte de la realización y no se trata en él tanto de utopías y de sueños como de planes y proyectos. El simbolismo adorado por la lucha forzosamente tiene que dejar paso en algún momento a las complejas realidades que es necesario administrar.
Sin nos centramos en la lucha, los recursos se ponen a disposición de la batalla mental que obsesiona todo pensamiento. El uso y abuso de los mismos está justificado en función del mal que se describe constantemente en el otro, al que se considera corrupto. No es en cambio considerada corrupción ese uso justiciero de los recursos, por más que implique un evidente aprovechamiento de lo público. Se cree que la lucha contra el mal justifica esos apartamientos de la ley. La política de la lucha avala la moral del delincuente, al que se siente cercano y con cuya victimización se identifica, despreciando a los que han sido atacados por estos como si fueran mezquinos protectores de algo que en el fondo no debieran poseer.
Si, en oposición, nos estacionamos en la política de desarrollo, el talento está puesto al servicio de la creación de realidades disfrutables, es un recurso del amor por el mundo, de la capacidad de querer y plasmar. Puede sonar ingenuo hablar de amor en un contexto político, pero no lo es, al menos no para quien considera que el sentido de la acción política tiene que ver con la generación de vida nueva, con la producción, con la invención de trabajo y de valor, con dar impulso a los proyectos personales que deben ser ayudados en su despliegue. En esta visión no se concibe al ciudadano como parte de una amorfa masa manipulable, la que vemos aparecer en la despersonalizada idea de pueblo: se ven personas de verdad, de carne y hueso, con deseos, necesidades y potenciales diversos, legítimos y valiosos.
Si nos centramos en la lucha, el poder es el verbo central, un poder cuyo sentido está resumido en sí mismo y en una eterna auto reproducción sin más sentido que ser poder puro. Hay que tener el poder para tener el poder, para que no lo tenga el otro, no para usarlo en ningún logro sino para intentar conjurar la presencia de un miedo íntimo que ninguna realización será capaz de conjurar. Los que se dedican a este suelen ser personas siempre más dispuestas a perderse en la observación de las vidas ajenas que a encontrar el sentido de la propia. La exaltación esconde el vacío. Se trata de un desamor camuflado de justicia, de un desaforado afán de supremacía sin que la utilidad de la misma aparezca jamás. El poder se vive así como derecho a maltratar a propios y ajenos, a someterlos. El modo afectivo, emocional, de la sumisión es el tono muscular propio de los adictos a la lucha.
En la vereda de enfrente, en la del desarrollo, se trata en cambio de intentar ocupar el lugar del poder porque es desde allí que se organiza el mundo, en donde la posibilidad se vuelve el centro de la escena. Si hay lucha, es secundaria, el fin es la producción de realidades. No se busca la lucha por la lucha misma, el objetivo no es medirse con el otro, ser superior, humillar a nadie; el fin es generar oportunidades para todos, mejorar la vida concreta, plasmar el amor en logros observables.
Si nos centramos en la lucha, el ciudadano debe ser controlado de cerca, seguido minuciosamente en sus movimientos para corregir sus desvíos. Se cree que la libertad es un lujo excesivo, que a la gente hay que tenerla cortita (...). Se habla de la libertad, se la menciona en consignas, pero no se la tolera en lo concreto. En la vereda del desarrollo en cambio al ciudadano hay que cuidarlo y estimularlo, potenciarlo, abrirle espacio, darle mundo, ofrecerle opciones para que su propia iniciativa genere la riqueza que el sistema podrá luego asimilar como propia. Es necesario un estado presente, sí, organizador, que corrija los abusos y las irregularidades, pero no para inmiscuirse en toda intimidad, sino para resguardarlas de aprovechamientos indebidos, provengan estos de las corporaciones, de los sindicatos o de la política. Paradojalmente, los que militan en la política de la lucha cometen esos aprovechamientos sin cesar, sin que nunca quede claro por qué en su caso estos excesos serían meritorios.
Si nos centramos en la  lucha se sueña con el enemigo. Se adora al enemigo y se adora al mal. Se habla todo el tiempo de eso, desde el gobierno nacional o desde la oposición. En el campo del desarrollo se piensa en las cosas que es necesario hacer para que los otros, que no son enemigos sino personas de pleno derecho, sujetos iguales a uno, puedan desplegar sus alas, los proyectos que su deseo le dicte, y concreten su mundo propio.
Por último, en el camino de la lucha hay armas, violencia, humillación, soberbia, paranoia, negación de realidades, mucha historia puesta en el centro de la escena como si el tiempo no pasara nunca, revancha, resentimiento, odio, muerte. En el camino del desarrollo hay ideas, proyectos, trabajo, creatividad, ganas de vivir, alianzas, entendimientos, trabajo para enfrentar problemas que deben ser resueltos sensatamente. Hay ley, instituciones, colaboración, suma, aceptación de la diferencia, comprensión de que cada uno tiene un fragmento que aportar al gran rompecabezas social. Hay libertad, confianza, responsabilidad, presente querido que lleva aun futuro deseado y generado con inteligencia y detalle.
Hoy es más que evidente que la calle, nuestra calle, la de todos, reclama que la energía destinada a la lucha sea puesta más temprano que tarde en función del desarrollo.
Y el reclamo es urgente, claro, y fuerte.