martes, 15 de mayo de 2012

Los fantasmas de CFK...


Por Ariel Torres

La presidenta pronunció el jueves pasado un discurso que más tarde o más temprano pasará a la historia del oficialismo como uno de sus grandes documentos. Expuso con inesperada transparencia las razones a las que atribuye sus dificultades económicas, pero -sobre todo- a la luz de ese discurso se hace simple advertir los problemas que ella no consigue detectar, las preguntas que no puede formularse.
CFK acabó por fin de definir un fenómeno cada vez más evidente: la furia contra Hugo Moyano es ya la anécdota de un conflicto más amplio con el sindicalismo en su conjunto. Ese jueves, el metalúrgico Antonio Caló encabezó un paro general para conseguir un aumento de salarios del 31%. Caló fue a la huelga a pesar de que la presidenta le había ordenado un arreglo del 21%. Caló es/era el candidato del Gobierno a conducir la CGT en reemplazo de Moyano... Qué sucedió?
Los dirigentes sindicales se han convertido en una dificultad. Para la señora de Kirchner, la razón hay que buscarla afuera. Según ella, "durante unos cuantos meses, desde los medios de comunicación monopólica intentaron ocultar lo que pasaba con el mundo, pero ya es inocultable"(…). Es decir, la crisis internacional exige mayor responsabilidad de los actores sociales porque "nosotros no nos caímos del mundo, sino que el mundo se cayó sobre nosotros"(…).
Esta tan particular manera de ver las cosas dispara varios interrogantes: por qué "el mundo" no se cayó también sobre Brasil, Colombia o Perú, que crecerán este año más del 4%? Por qué no aplastó a Rusia, Turquía o Polonia, que se expandirán al mismo ritmo? Por qué el derrumbe nos afecta este año y no el anterior, si el crecimiento internacional será el mismo? Y el acertijo principal: por qué los demás gobiernos de la región no están afectados en el frente sindical? Al contrario: el brasileño más famoso ES un sindicalista.
Las anteriores preguntas comienzan a tener respuesta nomás cuando se incorpora una variable que la Presidenta no puede ni quiere mencionar: la inflación. Es la inflación, y no "el mundo", la que explica que la Argentina sea el único país de América Latina en el que los gremialistas son noticia.
Es historia reciente y es presente también, que con una excitante fiesta de consumo, los Kirchner menospreciaron la inflación. Corrieron con ventaja: encontraron un país que venía de una recesión de cuatro años; sólo se podía crecer; la capacidad ociosa de la economía era superior al 50%, y la pobreza había alcanzado al 55% de la población. Desde un punto de partida tan bajo, cualquier estrategia expansiva no tendría solución de continuidad en el mediano plazo.
Pero ese límite llegó. La inflación fue quitándole competitividad al aparato productivo y exigiendo subsidios cada vez más insostenibles para las cuentas públicas. Los costos en dólares se volvieron una mochila insoportable para las empresas. El superávit comercial se redujo más y más, con la consecuente escasez de divisas.
Existe recetas varias desde lo macro para estos problemas: podríamos haber recurrido al mercado de deuda internacional, puesto que estábamos medianamente bien vistos hasta el 2010. O podríamos haber devaluado ordenadamente, por capítulos, con la única finalidad de una corrección controlada. No. Se optó por una tercera vía: bloquear las importaciones, impedir la liquidación lógica de dividendos al exterior e intervenir el mercado de cambios. Es decir, el gobierno montó un corralito más sofisticado que el de Cavallo. Del bloqueo al acceso de pesos para impedir la demanda de dólares, se pasó directamente a suprimir la oferta de verdes billetes.
La actual situación de conflicto con los sindicalistas se alimenta de esta política. La clausura de la economía induce a una mayor inflación, puesto que los bienes que no se encuentren en el mercado, comenzarán a subir sus precios, por una simple cuestión de demanda. Y el laberinto cambiario dispara el dólar paralelo y, con él, los precios de reposición de las mercaderías. Y no se detendrá, porque en un escenario donde no es aconsejable el ahorro, el consumo seguirá como pueda, incrementando la inflación por exceso de demanda, y por obvia contracción de la oferta.
El jueves, la presidenta le pidió a los empresarios que inviertan, recordándoles los subsidios y exenciones fiscales que ella ofrece. No se le ocurrió preguntarse por qué, con esas ventajas, ellos se resisten a invertir. Tampoco indaga por qué las empresas quieren remitir sus utilidades al exterior cuando "el mundo" se derrumba y la Argentina es un edén, en el medio de un Relato que ya nadie cree ni compra.
El agotamiento del “modelo” convierte a la inflación en un problema inocultable. Moderar la escalada salarial y mantener la vitalidad del mercado interno serán en adelante objetivos incompatibles.
Son reglas básicas, simples, inevitables: si lo que se pretende es mantener el salario real, es decir, otorgar aumentos nominales por encima de la inflación, habrá que destruir puestos de trabajo. Si se pretende mantener los puestos de trabajo, habrá que reducir el salario real. El Gobierno ya no podrá aspirar a mejorar el poder adquisitivo de los asalariados y a incrementar el nivel de empleo al mismo tiempo. No es posible ambas cosas sin la participación de un mago o un alquimista.
Esta variable de ajuste intelectual es lo que CFK no pudo comunicar el jueves pasado. Aunque estuvo cerca de hacerlo, al recordar que "no hay mayor disciplinador social que la desocupación". Es una buena frase que evidentemente sólo está para adornar lo demás, en el discurso de la presidenta.
En las actuales condiciones en las que se encuentra nuestra economía, ha quedado sepultada la posibilidad de una CGT oficialista. El discurso del jueves fue la última palada de tierra sobre ese sueño. Además de redefinir el vínculo sindical, Cristina Kirchner tendrá que revisar su hoja de ruta política en el marco del nuevo contexto económico. Será cuestión de echarle mano a la Constitución para reelegirse, o mascullar una bendición a Daniel Scioli, que se postuló a la Presidencia teniendo en cuenta las dificultades materiales del Gobierno.
El nuevo slogan sería algo así como “Cristina para todos… y todas”.
Las actuales circunstancias son, como mínimo, interesantísimas, casi excitantes sino fuera porque es la realidad, y no una película de suspenso. El kirchnerismo deberá encarar el ajuste encaramado en su hegemonía. De ese entorno, ajuste y hegemonía, brotará un impulso autoritario. También esa inclinación estuvo presente en el discurso del jueves. Cristina Kirchner concluyó su elogio a las tareas de espionaje de la Gendarmería con esta frase: "Así que quédense tranquilos. Salvo que estén haciendo algo que no corresponda, ahí si puede ser que estén en el proyecto X".
Quiso parecerse a una broma, terminó pareciéndose veladamente a una amenaza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.