Por Ariel Torres
La presidenta pronunció el jueves pasado un discurso que más
tarde o más temprano pasará a la historia del oficialismo como uno de sus grandes
documentos. Expuso con inesperada transparencia las razones a las que atribuye
sus dificultades económicas, pero -sobre todo- a la luz de ese discurso se hace
simple advertir los problemas que ella no consigue detectar, las preguntas que
no puede formularse.
CFK acabó por fin de definir un
fenómeno cada vez más evidente: la furia contra Hugo Moyano es ya la anécdota
de un conflicto más amplio con el sindicalismo en su conjunto. Ese jueves, el
metalúrgico Antonio Caló encabezó un paro general para conseguir un aumento de
salarios del 31%. Caló fue a la huelga a pesar de que la presidenta le había ordenado
un arreglo del 21%. Caló es/era el candidato del Gobierno a conducir la CGT en
reemplazo de Moyano... Qué sucedió?
Los
dirigentes sindicales se han convertido en una dificultad. Para la señora de
Kirchner, la razón hay que buscarla afuera. Según ella, "durante unos
cuantos meses, desde los medios de comunicación monopólica intentaron ocultar
lo que pasaba con el mundo, pero ya es inocultable"(…). Es decir, la
crisis internacional exige mayor responsabilidad de los actores sociales porque
"nosotros no nos caímos del mundo, sino que el mundo se cayó sobre
nosotros"(…).
Esta tan
particular manera de ver las cosas dispara varios interrogantes: por qué
"el mundo" no se cayó también sobre Brasil, Colombia o Perú, que
crecerán este año más del 4%? Por qué no aplastó a Rusia, Turquía o Polonia,
que se expandirán al mismo ritmo? Por qué el derrumbe nos afecta este año y no
el anterior, si el crecimiento internacional será el mismo? Y el acertijo
principal: por qué los demás gobiernos de la región no están afectados en el
frente sindical? Al contrario: el brasileño más famoso ES un sindicalista.
Las anteriores preguntas
comienzan a tener respuesta nomás cuando se incorpora una variable que la
Presidenta no puede ni quiere mencionar: la inflación. Es la inflación, y no
"el mundo", la que explica que la Argentina sea el único país de América Latina en el que los gremialistas son noticia.
Es historia reciente y es presente
también, que con una excitante fiesta de consumo, los Kirchner menospreciaron
la inflación. Corrieron con ventaja: encontraron un país que venía de una
recesión de cuatro años; sólo se podía crecer; la capacidad ociosa de la
economía era superior al 50%, y la pobreza había alcanzado al 55% de la
población. Desde un punto de partida tan bajo, cualquier estrategia expansiva no
tendría solución de continuidad en el mediano plazo.
Pero
ese límite llegó. La inflación fue quitándole competitividad al aparato
productivo y exigiendo subsidios cada vez más insostenibles para las cuentas
públicas. Los costos en dólares se volvieron una mochila insoportable para las
empresas. El superávit comercial se redujo más y más, con la consecuente
escasez de divisas.
Existe
recetas varias desde lo macro para estos problemas: podríamos haber recurrido
al mercado de deuda internacional, puesto que estábamos medianamente bien
vistos hasta el 2010. O podríamos haber devaluado ordenadamente, por capítulos,
con la única finalidad de una corrección controlada. No. Se optó por una
tercera vía: bloquear las importaciones, impedir la liquidación lógica de
dividendos al exterior e intervenir el mercado de cambios. Es decir, el
gobierno montó un corralito más sofisticado que el de Cavallo. Del bloqueo al
acceso de pesos para impedir la demanda de dólares, se pasó directamente a
suprimir la oferta de verdes billetes.
La
actual situación de conflicto con los sindicalistas se alimenta de esta
política. La clausura de la economía induce a una mayor inflación, puesto que
los bienes que no se encuentren en el mercado, comenzarán a subir sus precios,
por una simple cuestión de demanda. Y el laberinto cambiario dispara el dólar
paralelo y, con él, los precios de reposición de las mercaderías. Y no se
detendrá, porque en un escenario donde no es aconsejable el ahorro, el consumo
seguirá como pueda, incrementando la inflación por exceso de demanda, y por
obvia contracción de la oferta.
El jueves, la presidenta le
pidió a los empresarios que inviertan, recordándoles los subsidios y exenciones
fiscales que ella ofrece. No se le ocurrió preguntarse por qué, con esas
ventajas, ellos se resisten a invertir. Tampoco indaga por qué las empresas
quieren remitir sus utilidades al exterior cuando "el mundo" se derrumba
y la Argentina es un edén, en el medio de un Relato que ya nadie cree ni
compra.
El
agotamiento del “modelo” convierte a la inflación en un problema inocultable. Moderar
la escalada salarial y mantener la vitalidad del mercado interno serán en
adelante objetivos incompatibles.
Son
reglas básicas, simples, inevitables: si lo que se pretende es mantener el
salario real, es decir, otorgar aumentos nominales por encima de la inflación,
habrá que destruir puestos de trabajo. Si se pretende mantener los puestos de
trabajo, habrá que reducir el salario real. El Gobierno ya no podrá aspirar a
mejorar el poder adquisitivo de los asalariados y a incrementar el nivel de
empleo al mismo tiempo. No es posible ambas cosas sin la participación de un
mago o un alquimista.
Esta variable
de ajuste intelectual es lo que CFK no pudo comunicar el jueves pasado. Aunque
estuvo cerca de hacerlo, al recordar que "no hay mayor disciplinador
social que la desocupación". Es una buena frase que evidentemente sólo
está para adornar lo demás, en el discurso de la presidenta.
En las
actuales condiciones en las que se encuentra nuestra economía, ha quedado
sepultada la posibilidad de una CGT oficialista. El discurso del jueves fue la
última palada de tierra sobre ese sueño. Además de redefinir el vínculo
sindical, Cristina Kirchner tendrá que revisar su hoja de ruta política en el
marco del nuevo contexto económico. Será cuestión de echarle mano a la
Constitución para reelegirse, o mascullar una bendición a Daniel Scioli, que se
postuló a la Presidencia teniendo en cuenta las dificultades materiales del
Gobierno.
El
nuevo slogan sería algo así como “Cristina para todos… y todas”.
Las
actuales circunstancias son, como mínimo, interesantísimas, casi excitantes
sino fuera porque es la realidad, y no una película de suspenso. El
kirchnerismo deberá encarar el ajuste encaramado en su hegemonía. De ese
entorno, ajuste y hegemonía, brotará un impulso autoritario. También esa
inclinación estuvo presente en el discurso del jueves. Cristina Kirchner
concluyó su elogio a las tareas de espionaje de la Gendarmería con esta frase:
"Así que quédense tranquilos. Salvo que estén haciendo algo que no
corresponda, ahí si puede ser que estén en el proyecto X".
Quiso parecerse a una broma, terminó pareciéndose veladamente a una amenaza.
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